El frío que emanaba del puente de piedra empezaba a colarse por entre la tela de mi ropa hasta llegar a activar mis terminaciones nerviosas. Empezaba a entumecer los dedos de mis manos.

Había pasado los últimos treinta minutos (O quizá fueran más) observando el agua que corría por debajo de mí y del puente muy lentamente, con las aguas más tranquilas que hubiera podido imaginar.

De pie tras el pequeño muro que me separaba de una caída de al menos cinco o seis metros hasta el río, seguía con atención el desarrollo de un debate que tenía lugar en mi cabeza.

¿Debería hacerlo o no?

Por momentos me sentía completamente decidido, y entonces mi pie derecho rápidamente se movía un poco hacia el frente, sólo para detenerse tan rápido como inició el movimiento. Estúpido instinto de preservación.

No había ninguna razón en particular por la cual hubiera elegido ese puente. Tal vez era porque me quedaba cerca, tal vez era porque me quedaba de camino al trabajo. De hecho, se trataba de un puente bastante concurrido. En realidad no me molestaba; en cuanto me armara de valor y me decidiera a saltar, sólo había un margen de a lo sumo un par de segundos en el que alguna persona me pudiera detener. Si era lo suficientemente rápido, podía evitarlo.

A mis espaldas, la gente iba y venía, a pie, en bicicletas o en automóviles. El sonido de las conversaciones mezcladas con el ronroneo de los motores acompañaba mis pensamientos. En un sentido irónico, era el sonido de la vida lo que me estaba acompañando en esos momentos, los últimos de mi existencia, en caso de tener éxito.

Hubo un sonido de motor bastante peculiar que sentí muy cercano, acompañado de una cálida brisa que compensaba un poco la temperatura que a esas alturas había obtenido mi cuerpo.

Esa cálida sensación me hizo sentir completamente seguro de lo que estaba a punto de hacer. Respiré hondo y me preparé para subir al desnivel que me separaba del vacío.

Levanté la pierna derecha y la apoyé sobre él y acto seguido, me impulsé para subir también la pierna izquierda. En algún punto detrás de mí, un hombre comenzó a gritar a todo pulmón "¡A un lado! ¡Fuera del camino!".

El pánico me invadió completamente, y me hizo detenerme antes de saltar, en una posición algo incómoda. Volteé a ver al hombre que aún gritaba, esta vez más cerca, temiendo que se tratara de algún oficial de policía, pero afortunadamente no era el caso. Se trataba de un hombre mayor, de cabello encanecido, que sin embargo, transmitía una increíble sensación de energía, que aún se acercaba corriendo en dirección mía, mientras seguía vociferando a la gente que le abriera paso. Vestía de una forma un tanto extraña para mi gusto, con un abrigo Crombie oscuro sobre un delgado suéter también de color negro, con un pantalón oscuro que cubría parcialmente el par de botas negras y opacas.

Llegó a la altura a la que yo me encontraba y siguió de largo, aún gritando y abriéndose paso como si de un Moisés de la nueva era se tratara. Sin embargo, sólo se alejó un par de pasos más antes de darse media vuelta y volver justo a un lado de mí.

–¿Qué se supone que haces?

No intentó detenerme, no trató de convencerme de que la vida es hermosa, no sacó una Biblia y empezó a recitar fragmentos como un loro. Simplemente hizo una pregunta.

Traté de responder, pero había algo en su mirada que era a la vez intimidante y que sin embargo, transmitía una extraña sensación compuesta a la vez de calma y sabiduría que a la fecha no puedo describir.

–Yo... –comencé, titubeante–. Yo... ¡Voy a saltar!

El hombre volteó la mirada hacia un lado y luego hacia el otro. A nuestro alrededor, a una distancia que seguramente consideraron prudente para no verse involucradas, se había reunido una buena cantidad de gente. Algunos con las manos en el rostro y otros tomando fotografías y vídeos con sus móviles, pero todos esperando el salto que tenía que suceder tarde o temprano.

–Bueno, no quisiera perdérmelo, pero tengo cosas muy importantes que hacer, así que si vas a hacerlo, te sugiero que lo hagas de una vez –el sujeto dio un par de pasos hacia atrás, alejándose de mí y cruzó los brazos.

Volteé a ver el agua que corría debajo del puente. "¿Qué diablos le pasa?", pensé mientras volteé la mirada y a la distancia le observé hacer un movimiento con la mano invitándome a saltar. Empezó a golpear el suelo con el talón derecho.

Ya verá, maldito. Voy a saltar y esto va a quedar en su conciencia.

Mi mano derecha comenzó a abrirse y a cerrarse, cada vez más rápido. Finalmente, ambas manos permanecieron cerradas, aspiré profundamente mientras levantaba la mirada y flexioné las rodillas.

Casi instantáneamente, y con un sobresalto, sentí un tirón en el cinturón, detrás de mí, mientras escuchaba la voz del hombre detrás de mí.

–Vamos ya, suficiente espectáculo por hoy.

Si no hubiera caído de pie, habría sido aún más vergonzoso. Ahora que el hombre y yo estábamos a la misma altura, pude notar que había una diferencia de unos diez centímetros en nuestra estatura. Por encima de mí, y a la poca distancia que había ahora entre nosotros, sus cejas parecían aún más amenazadoras.

Miró la hora en su reloj y dijo:

–Bien, ya me hiciste perder varios minutos, tendremos que correr. Tenemos el tiempo justo.

Me dio una palmada en la espalda que se sintió más como un empujón. El impulso me hizo avanzar unos cuantos pasos antes de detenerme y dar la vuelta.

–¿Cómo que "tendremos"?

Se volvió a acercar a mí y colocó ambas manos sobre mis hombros.

–Por supuesto. No voy a quitarte los ojos de encima. De mí depende que no vuelvas a hacer el ridículo al menos por lo que queda del día. Ahora, empieza a correr.

Volvió a lanzarme contra la gente, y yo, por alguna razón que no alcanzaba a comprender, eché a correr.