Este fic fue creado para el "Amigo Invisible 2014" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black". Sin embargo, a falta de tiempo para terminarlo, he decidido presentarlo en el reto anual "Long Story 2.0" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black"
Mi prompt decía así: «Quiero un Harsy [Harry/Pansy] con personalidades bien IC que esté basado en la frase "¡Pero él está ahí! Potter está allí. ¡Que alguien lo agarre!" o en "¿Qué estáis esperando? ¡Que alguien agarre a Potter!" que sea rated T, y tiene que tener cierto tinte a Romance entre los dos... con final entre Misterio y Suspenso».
Está absolutamente dedicado a mi AI súper secreto, quién creo que es Fanny Taka.
Voy a irlo subiendo en capítulos de unas 1000 palabras, porque temo no llegar al número de capítulos mínimos del reto de otra forma (capaz soy de pasarme xDDD).
La verdad es que, durante un tiempo, pensé hacer una historia con ellos ya adultos. Harry siendo un auror con un misterio que resolver y una Pansy que se encontraba en medio, sin saber muy bien por qué. Y entonces me acordé de ese tipo de fic que siempre he querido hacer y nunca he hecho: un fic que repita el mismo día una y otra vez.
¡Larga vida al Día de la marmota!
PDT. A lo largo de la historia os encontraréis números entre paréntesis. No son notas, son citas y sus referencias se encuentran al final del texto.
IT ALL ENDS
(all over again)
1 de mayo de 1998, Pansy abre los ojos en su cama. A pesar de que está tapada hasta arriba con sábanas fuerte, nota el frío de la mañana en su rostro, en sus manos. En las mazmorras siempre hace frío de más.
Se gira sobre sí misma y aparta las mantas de un empujón. Desliza las piernas fuera de la cama, aún adormilada, e intenta disfrutar de ese primer momento del día. Sabe que en pocos minutos el dormitorio cobraría vida propia y, si no se da prisa, acabará teniendo que hacer cola para ir al baño.
Se calza sus zapatillas y, tras bostezas (con la boca abierta. Y sin tapársela con la mano), se levanta. Tener el baño primero tiene sus ventajas, claro, no únicamente que no haya que esperar. Tracey no dejará el desagüe lleno de pelos. Y no correrá peligro de resbalarse con el agua que siempre salpica Daphne. Ni ya que decir del vapor que deja Millicent siempre atrás.
Es entonces cuando oye un murmullo.
Mira la hora. Marca las 6:55.
Saca su nariz respingona por el dosel y espera, atenta. Qué raro. No es que ella sea una cotilla. No, por supuesto que no. Pero está siendo un año un poco raro y nunca sabes que piensan los demás.
(Aunque, pensándolo bien, quizá lo más sensato sea seguir sin saberlo).
—¿Y tú crees que…?
Viene de la cama de Tracey. Da un par de pasos hacia ella. No sabe si quiere avanzar más, duda. Estática.
(El frío persiste. Debería haber cogido su bata).
—No te preocupes, funcionará. —Es Daphne.
¿Qué funcionará?
Su mente empieza a trabajar a toda prisa. No es tonta, están cuchicheando en medio de la mañana. Eso solo puede significar que están tramando algo, algo malo. Tiene que hacer algo. Es su prefecta. Su Premio Anual.
Son sus amigas y le aterra que, si cruza esas cortinas, tenga que descubrirlas ante los Carrow. O, peor, encubrirlas. Hacer suya esa conspiración.
Cruza el cuarto y cierra la puerta de un golpe sordo. Es más de lo que habría hecho por cualquier otro.
El día se le hace eterno. A donde quiera que mira ve a Tracey y a Daphne cuchicheando. Y eso la mata. Nota la culpa sobre su cabeza, en forma de los hermanos Carrow. O de la figura siniestra de su nuevo director.
Les está fallando. Está perdiendo la oportunidad de, quién sabe, descubrir a algunos miembros de la resistencia.
Cuchicheando.
—¿Tú qué piensas? —le espeta a Draco, sentándose junto a él en la mesa de Slytherin.
—¿Eh? —pregunta él, con el ceño fruncido y la mirada un poco perdida.
Está gritando débil por todos sus poros. Pálido, ojeroso y distraído. No es más que una sombra perdida de todo lo que le gustaba de él. Ni siquiera tiene la fuerza necesaria para mantener a Gregory y a Vincent a su lado.
Reprime las ganas de echárselo en cara (otra vez). Sabe que no va a servir de nada. Que, como mucho, acabará marchándose enfadado.
(Ni un solo grito. Qué diferente está).
Así que se conforma con hacer un gesto con la cabeza.
—Míralas.
—Pansy…
—Están tramando algo. ¿Verdad? —insiste. Daphne tiene la boca oculta tras la mano y mira fijamente a Tracey; no ha tocado su plato. Tracey solo asiente de vez en cuando.
—¿Y cómo se supone que debo saberlo?
—Es sospechoso —insiste. Necesita que alguien le dé consejo, que la escuche, y solo le tiene a él. No puede acudir ni a Millicent ni a Sally-Anne porque le han retirado la palabra desde hace dos meses. No puede hablar con Nott porque Nott nunca la toma en serio.
Y ahora que Blaise se ha quedado sin amigos mayores con los que estar, se dedica a irse con los más jóvenes.
(Greg y Vincent no son, ni siquiera, una opción a tener en cuenta).
Draco es como ella. O lo era, al menos. Igual de centrados. Intentando ser los cabecillas, los que hacen lo que nadie se atreve a hacer, prefectos, Premios Anuales. La misma cara de una moneda.
—¿Debería decírselo a los Carrow?
—¿Qué? —Draco pegó un respingo y, por primera vez, nota que le está haciendo caso. De verdad—. ¿Estás loca?
Ha bajado la voz e inclinado la cabeza. Está cerca, cuchicheando, como cuando planearon entrar en el campo de Quidditch como si fueran dementores. Solo que esta vez, la voz de Draco tiene un timbre agudo. Asustado.
—¿Y si…? —Mira a ambos lados y se inclina también hacia él. Están muy cerca, al alcance de un beso—. ¿Y si forman parte del Ejército de Dumbledore?
—¿Y si no? ¿Qué crees que harán para descubrirlo? ¿Qué crees que nos harán a todos nosotros?
Un escalofrío recorre la espalda de Pansy. Los hermanos Carrow han usado métodos poco convencionales para sonsacar información a alumnos sospechosos de conocer el paradero de Neville Longbottom y compañía. O de formar parte de su pequeña resistencia. O de haber sido amable alguna vez con cualquiera de ellos.
Y los alumnos de verde y plata habían tenido la suerte de sortear, hasta el momento, dichos interrogatorios. Draco tiene razón. ¿Qué pasará si rompe esa delicada línea?
—No puedes decírselo si saber —insiste Draco girándose hacia su plato.
Pansy se incorpora un poco ofendida.
—Pero… ¿y si…?
—No querrás tener esa carga si te equivocas —dice levantándose bruscamente.
No puede evitar fijarse que no ha tocado su sándwich.
Son las cinco y media y Pansy tiene la sensación de que va a vomitar. Ha hecho caso a Draco y se ha asegurado de sentarse detrás de ellas en la clase doble de encantamientos. Aún no sabe qué están tramando, pero sí que tiene clara dos cosas: va a «suceder pronto», en palabras de la propia Daphne, y «va a ser algo grande».
Así que las está esperando justo a la salida de la clase de encantamientos, varita en mano. Va a enfrentarse a ellas y las va a obligarlas a hablar.
El corazón le late con fuerza cuando oye su cuchicheo. Sus pisadas. Traga saliva y gira la cabeza para verlas. Están raras. Muy raras. Espera a que se acerquen un poco más para salir a su paso.
—Eh, ¡hola, Pansy! —la saluda intentando aparentar alegría Daphne. Pansy frunce aún más el ceño.
—No deberías hacer eso, te van a salir arrugas —añade Tracey con simpatía. Pansy aprieta los labios.
—¿Qué está pasando? —demanda sin tacto.
—¿Perdón? —Tracey parece un poco descolocada. Daphne tiene esa mirada de «me han pillado» que nunca ha sabido esconder.
—Sé que estáis tramando algo.
Quizá no debería haber puesto sus cartas sobre la mesa. No sabe qué está haciendo.
—No digas chorradas. —Tracey agarra del brazo a Daphne e intenta seguir con su camino, pero Pansy se interpone. No está dispuesta a pasar por el aro—. No tiene gracia, déjanos tranquilas.
Las analiza. Tracey está delante, con expresión desafiante. Daphne detrás. Tiene un brazo intentando ocultar su bandolera. Achica los ojos.
Su plan, o lo que sea, está ahí. En su cartera.
—Dame eso —ordena alargando la mano.
—Eh… ¿qué? —titubea Daphne dando un paso atrás, alejándolo de su alcance.
Tracey saca su varita.
—Deja de joder, Pansy.
—Oh, yo no te aconsejo…
—No, yo no te lo aconsejo a ti. Somos dos y tú, tú solo eres una.
Las mira fijamente. Hubo un tiempo en el que tenía mucha más autoridad sobre ellas. No las tiene miedo, nunca se lo ha tenido. Son Tracey y Daphne, al fin y al cabo. Levanta la varita y sonríe con suficiencia.
—Entonces me aseguraré de hacer mucho ruido —promete. Amenaza—. Seguro que a los Carrow les encantará saber qué está pasando aquí.
La duda aparece en sus rostros.
—Pansy —susurra entre dientes Tracey—. No te metas. Por favor.
Agita la varita, con el pecho hinchado y una expresión ganadora. La actitud siempre es importante.
Un rayo de color ambarino sale disparado justo detrás de Daphne. Las chicas saltan y se apartan de su trayectoria, soltando un chillido de sorpresa cuando el hechizo impacta a pocos metros de ellas.
Aprovecha la distracción para lanzarse contra Daphne y agarrar su bandolera.
—¿Te has vuelto loca? —farfulla tirando. Las manos de Tracey aparecen en medio.
Pansy se abraza a su presa. No va a permitir que se la arrebaten, no cuando está tan cerca. El cuadro al que ha impactado su hechizo no deja de golpear la pared. «Tac, tac, tac».
La pelea no dura mucho. Tracey suelta y del impulso Pansy acaba en el suelo. De culo.
—Devuélvenoslo —jadea Daphne apuntándola con su varita. Con la mano libre se está masajeando el cuello, como si se hubiese hecho daño.
«Tac, tac, tac».
Pansy levanta la suya. No es una posición muy digna, pero bueno.
—Ya está bien.
—Yo…
—¿Qué está pasando aquí? —la voz aguda del profesor Flitwick interrumpe a Pansy. Debe de haber oído el alboroto desde el aula y ha salido a comprobar qué está pasando.
El último «tac, tac, tac» resuena. Tracey y Daphne dan un par de pasos atrás y bajan sus varitas. Pansy se incorpora, asegurándose de que toda su ropa está en su sitio.
Está pegada a la pared. No ha soltado la bandolera.
—Nada, profesor —asegura Tracey agitando la cabeza.
—¿Y qué hacía Parkinson en el suelo?
—Me he tropezado —farfulla Pansy sin dudarlo. Suena patético.
Flitwick no se lo cree. Ni por un instante.
—Treinta puntos menos para Slytherin. Os espero mañana a primera hora en mi despacho.
—Pe…
Flitwick arqueó una ceja y, a pesar de que Tracey era (por lo menos) el doble de alta que ella, bajó la cabeza.
Genial.
—Y, Parkinson, debería actuar acorde a su posición —lo dice con un tono de desprecio mal disimulado. Pansy sabe lo que piensa, que no se lo merece. Solo es Premio Anual porque al profesor Snape le venía bien. Es, de cierta manera, una herramienta más del sistema.
Pansy asiente, con las mejillas enrojecidas.
—Salid de aquí.
No esperan a oírlo dos veces para ponerse en marcha. Las tres caminan juntas, sin mediar palabra hasta que giran la primera esquina.
Es Tracey la primera en hacerlo.
—¿Qué mosca te ha picado?
No responde inmediatamente. Sigue caminando, con la bandolera apretada contra el pecho. La esquina de uno de los libros que lleva se le clava en la piel.
Ha perdido el monte. Nunca ha sido una chica con demasiada paciencia.
—Sé que estáis tramando algo —murmura deteniéndose.
—¿Perdona?
—¿Eh?
—Pues eso. No paráis de cuchichear. —Levanta la cabeza, desafiante—. Y yo…
—Espera, ¿estás celosa? —pregunta Daphne apoyando su mano sobre su hombro—. Pansy, nosotras no… No estamos tramando nada malo. De verdad.
—Pero… —Busca, en el rostro de Tracey, alguna prueba de sus palabras. Un reflejo de que la están mintiendo.
No hay nada.
—Ábrela.
—¿Qué?
—La mochila, ábrela. Adelante.
Duda.
Tiene que tener trampa.
Gira la bandolera para abrirla. Debe de estar mal cerrada o algo porque lo siguiente que sabe Pansy es que todos los libros de Daphne están en el suelo.
Baja la mirada tontamente.
Los frascos de tinta se deslizan hasta el borde de la escalera. Suena a cristal a cada rebote que dan.
—Ya voy yo —dice Tracey, dándose la vuelta.
—Podrías fijarte en las cosas que haces —gruñe Daphne empezando a recoger los libros.
—Mierda, lo siento.
Pansy también se agacha. Levanta la edición de la mañana del Profeta y allí hay un diminuto reloj de bolsillo completamente destrozado. Es de latón y tiene uno de sus laterales abollado. La tapa se le ha saltado, dejando al descubierto unos diminutos engranajes.
Todo está recubierto de un líquido de color verde brillante que emerge de una válvula de cristal rota.
Mierda. Mierda. Mierda.
Daphne la va a matar.
Coge las dos partes e intenta unirlas. Volverlas a encajar. El latón está deformado. Y hay verde por todas partes.
Levanta la vista solo para comprobar que no, que nadie se ha dado cuenta. Apunta con su varita y se concentra.
(Pansy no es de hacer hechizos sin hablar. Le encanta entonar, usar su voz más potente. Demostrar que es una bruja por todos sus poros).
El reloj da una sacudida y vuelve a la que debió ser su forma original. De verdad que espera que siga funcionando, con cosa verde o sin ella.
—Scourgify —susurra para eliminar los restos de la sustancia.
—¿Qué haces?
—Estaba manchado con tinta —miente sin dudarlo, ofreciéndole el reloj a Daphne. Ella lo atrapa entre sus manos y sonríe.
—Oye, sabes que Tracey y yo te queremos. —No es una pregunta. La sonrisa se ha deslizado de entre sus labios y su rostro ha adquirido un aspecto mucho más serio—. Solo que hay veces que… ya sabes. Es como tú con Draco.
Daphne aprieta su brazo, como dándole ánimos, y se incorpora.
—Venga, vamos a buscarla.
Pansy la sigue, todavía un poco confusa. Duda mucho que Daphne y Tracey tengan una relación como la suya con Draco. No es que entre ellos haya amor, claro. Quizá pudo haberlo antes. En cuarto, cuando fueron juntos al baile de Navidad y salieron por los terrenos del colegio. Pansy todavía recuerda el peso de la capa de Draco sobre sus hombros.
Fue la primera vez que dejó que le metiera mano.
Desde luego, no ahora. Ahora solo queda decepción y desprecio, mezclado con cariño y lástima. Ya ni siquiera sabe cómo tratarlo.
TBC.
