PRIMERA PARTE

–Despierta, Nora. –Me incliné sobre ella, mi voz apresurada.

Ella entreabrió los ojos.

–Hay que prepararse para el duelo. Scott me lo contó todo. Uno de los mensajeros de Lisa Martin vino mientras dormías. El duelo es a la salida del sol en el cementerio. Tienes que ir a patear el trasero de Dante hasta Júpiter –dije para animarla un poco, pero su expresión seguía siendo la misma: fría, triste y carente de cualquier esperanza–. Alejó a Patch de ti, y ahora él está fuera por tu sangre. Te diré lo que pienso sobre eso. Diablos, no. No, si tenemos algo que decir al respecto.

Ella no respondió, y yo sabía por qué. Cuando Scott me contó lo que había pasado con las plumas, quedé en shock. Todavía no puedo explicar muy bien por qué es eso. Los músculos dejan de funcionar, la respiración se agita y el pulso se acelera el doble o el triple. Solo reaccioné para salir a buscar a Nora. Scott me facilitó los lugares donde podría estar, y al primer sitio que acudí fue al apartamento de Patch. Efectivamente, ahí estaba, durmiendo en la habitación.

–Es casi el amanecer –dije–. Levántate. No vas a dejar a Dante salirse con la suya.

Su única reacción fue aferrarse a la almohada y la sentí respirar hondo. Sabía lo que estaba haciendo. No quería dejarlo ir. A Patch. Necesitaba tenerlo cerca, y no soportaba la idea de estar sin él. Casi parecía que ella lo imaginaba allí consigo, a su lado, donde debería estar.

Y me dolía en el alma. No soportaba ver a mi mejor amiga en ese estado.

–Nora –le advertí.

Pareció no escucharme, aún sabiendo que lo dije lo suficientemente fuerte como para que lo hiciera. Sé que quería quedarse ahí, aferrarse a él como si su vida dependiera de ello.

Sabía que ahora estaba llorando.

–Patch odiaría verte así –la reprendí, tratando de apelar su conciencia. Por otra parte, fue lo único que se me ocurrió decirle.

Nora se cubrió hasta arriba con la manta. Era inútil. No había nada que le dijera que la hiciera levantar su trasero de la cama para ir a la guerra. Y entendía qué era lo que más deseaba en estos momentos: tener una vida normal, con Patch a su lado. Pero la normalidad no era una palabra que estaba en nuestro diccionario, a estas alturas. Ahora, sólo quedaba pelear para luchar por la libertad de los nephilim. Nora debía cumplir su juramento con Mano Negra. No había otra alternativa además de pelear si quería vivir.

Fui a la cocina, busqué una jarra vacía y la llené con agua fría. No me dejaba otra opción.

Cuando llegué a la habitación, se la derramé encima.

–Es hora de irnos –dije, agarrando la jarra, preparada por si acaso necesitaba utilizarla como mecanismo de defensa si era necesario.

–No quiero –gruñó ella.

No creía lo que estaba a punto de decir, pero tenía que hacerlo.

–¿Y Patch? –exigí–. Te has dado por vencida contigo misma, pero ¿te has dado por vencida con él?

–Patch se ha ido. –Empujó los dedos en sus ojos, conteniendo las ganas de llorar.

–Se ha ido. No está muerto.

–No puedo hacer esto sin Patch –dijo con un hilo de voz.

–Entonces encuentra una manera de traerlo de vuelta –dije.

–Está en el infierno –espetó.

–Mejor que en la tumba.

Ella escondió su cabeza en las rodillas.

–Mate a Hank Millar, Vee. Patch y yo lo hicimos juntos. Dante lo sabe, y él me va a arrestar en el duelo. Me va a ejecutar por mi traición… Es por eso que no puedo ir al duelo.

Me quedé en silencio unos momentos, y, por fin, dije:

–Es la palabra de Dante en contra de la tuya.

–Eso es lo que me preocupa.

–Sigues siendo la líder de los nephilim. Tienes algo de credibilidad. Si trata de arrestarte, lo desafías. –Estaba más convencida ahora, más de lo que Nora pudiese notar–. Pelea hasta el final. Puedes hacer que sea fácil para él, o puedes cavar en tus tacones y hacer que trabaje por ello.

–Estoy asustada, Vee. Muy asustada.

–Lo sé, nena. Pero también sé que, si alguien puede hacerlo, esa eres tú. Yo no te digo esto a menudo, y tal vez nunca te lo he dicho, pero cuando sea grande, quiero ser como tú. Ahora, por última vez, sal de la cama antes de que te empape de nuevo. Vas a ir al cementerio. Y vas a darle a Dante la pelea de su vida.

Por fin logré que saliera del apartamento. Rezaba una y otra vez mientras estacionaba mi Neon en el aparcamiento de grava.

Pero, más que nada, mi amiga necesitaba apoyo moral.

Cerré mi mano sobre la suya.

–Ve a defender tu título. El resto lo resolveremos después –aunque no estaba cien por ciento segura de que habría un "después".

–Scott y yo estaremos ahí, en la multitud –dije firmemente–. Sólo… ten cuidado, Nora.

Hice lo posible por ignorar el hecho de que sus ojos se llenaron de lágrimas.