¡Hola! ¿Cómo están, chicas? Yo vuelvo a presentarme con este nuevo proyecto. Después de Sólo esta Noche y de su pronta continuación, decido centrarme en Jugando a ser Dios, que espero que sea de su gusto.

Este fanfic posee relación explícita entre un menor de edad y un adulto, así que advierto eso antes de leer. No comienza de inmediato, pero ya en unos próximos capítulos puede ser apreciado de manera encubierta.

Es un UsCan, como todos mis fanfics -o la gran mayoría- simplemente amo a esta pareja (L). ¿Le hacemos ficha?

- Pareja: Estados Unidos/Canadá

- Clasificación: M

- Género: Drama/Romance

- Advertencias: Pedofilia

Un dulce Mattie de trece años y un Alfred de veinticinco.

Espero les guste y lo reciban bien, ¡Muchas gracias de ante mano por leer!


Jugando a ser Dios

O

Tu juego, nuestra pasión.

O

El padre Arthur Kirkland, inglés de nacimiento y párroco oficial de la iglesia católica San Bartolomé, cerró su maletín en la silla al costado de la calle y se giró a la derecha, en dirección a la estación de buses. Alisó las arrugas poco perceptibles de su traje blanco y largo y saludó con una sonrisa a un pequeño grupo de niños que corrían a su lado; los conocía, eran parte del programa de enseñanza que la iglesia instruía para los infantes de bajos recursos.

Pronto volvió a sus propios pensamientos, meneando el bolso. Se dirigía a buscar a un amigo de toda la vida que había emigrado a Estados Unidos a predicar la palabra de Dios, y que ahora, a portas de la enfermedad que a él lo tenía débil, había sido llamado para remplazarlo por un par de meses. Se preguntaba cómo estaría ahora aquel chico desordenado y demasiado ruidoso que había encontrado su disposición a Dios cuando era sólo un adolescente; lo recordaba con sus grandes ojos azules y las gafas y aquel complejo de héroe.

Se ríe un poco, dobla y finalmente puede ver ese lugar donde mucha gente está reunida y hay voces por todas partes. Entonces saca de su maletín sus gafas y se las coloca para observar bien dónde podría estar el recién llegado, entre todo el tumulto de personas, será difícil, así que camina pidiendo permiso, moviéndose entre las señoritas y las damas que le saludan y agradecían cuando lo veían. Arthur Kirkland tenía una gran reputación, era un buen hombre que ayudaba a los desposeídos y los niños le adoraban. Siempre estaba llevándoles dulces y juguetes.

Se puso de puntitas llevando su vista hasta lugares más recónditos, fijándose en todos los hombres que usaran un traje parecido al de él y que tuviesen el pelo rubio; al poco tiempo de buscar, halló a un hombre que sostenía una hoja blanca en sus manos y ahí estaba escrito el nombre Arthur. El aludido apuró el paso a su encuentro, mientras el otro joven lo veía y dejaba sus maletas en el suelo. Cuando se toparon, se saludaron como viejos amigos, con un abrazo y un beso en la mejilla, risas y susurros, comentarios como ''eres todo un hombre… cuando te fuiste de aquí estabas lleno de acné'' y otros ''¿y todavía no te sacas las cejas? ¿Cómo has logrado conquistar a Dios con eso?'' Arthur soltó una carcajada y se alejó para contemplar al muchacho, ahora algunos centímetros más alto.

- Tanto tiempo, Alfred…

- Demasiado, Artie. ¡Estás hecho todo un sacerdote!

- Soy párroco, Alfred.

- ¿Entonces vengo a remplazar a un simple párroco? ¿Qué trabajo es ese para un héroe? ¡En mi iglesia me trataban mejor!

Alfred tomó de vuelta sus maletas y fingió irse de allí indignado, pero se devolvió con rapidez y una sonrisa en la cara; el inglés comenzó a caminar ya sin darle importancia, así que el otro lo siguió haciendo que su larga túnica negra diera roces en al aire.

- ¿Y… cómo son las cosas en tu iglesia? –Alfred decidió emprender la conversación. No era un camino demasiado largo hasta aquel recinto- Quiero decir, ¿qué es lo que tengo que hacer?

- No son cosas muy difíciles, lo normal. Las misas, la caridad, nosotros trabajamos con niños de hogares disfuncionales.

- Ow, ¿enserio? ¡Eres mejor de lo que creí, Artie!

Arthur no respondió nada a eso.

- ¿Y de qué edades son? ¡Dime que trabajas con bebés! ¡Por favor, por favor! ¡Me encantan los niños pequeños!

- Lamento romper tus ilusiones, pero ellos oscilan entre los 8 y los 15.

- Mmm… bueno, puedo acostumbrarme de todas maneras.

- Algunos no pueden pagar una escuela, así que nosotros les enseñamos las materias básicas, les damos almuerzo, leche, galletas… -Arthur sonrió- Tienes que verlos, son todos tan dulces. Te agradecen con la mirada… te hacen dibujos, Alfred. Sus ojitos son la mejor recompensa que puedes tener.

Alfred le pega un codazo en las costillas y mira hacia el frente, no recuerda mucho las calles de Gloucester así que sólo se dejará guiar por su amigo de la infancia. Arthur aún sigue contándole pormenores de los niños, parece muy ilusionado. Alfred sonríe al escuchar que, en una de las tantas aventuras, hubo un pequeño que le obsequió la cadenita que su madre muerta le dio a él. Era lo único de importe que tenía, pero el tío Arthur valía eso, y más.

- No pude aceptarlo. Esa tarde fui a su casa y se la devolví a su abuelo. Él es un niñito tan adorable… a veces he pensado en adoptarlo.

- Pero me dices que él tiene familia…

- Sí, pero vive en un barrio pésimo, tú sabes, lleno de prostitución, drogas, alcohol… y el pequeño es hermoso. Me preocupa que pueda caer en esas tentaciones.

Alfred se queda callado, mirando al frente. La iglesia ya está a la vista. Apresuran un poco el paso y al rubio le pica la boca por hacer aquella pregunta.

- Y… ¿no te dan ciertas tentaciones con las monjas cerca, Artie?

Él se sonroja, desviando la mirada.

- Tú sabes que yo…

- Uhm, sí, que eres homose…

- ¡Shh! –Arthur se apresura en cubrirle la boca con los ojos verdes alarmados, viendo hacia todas partes. Era un secreto, además de él, nadie tenía idea- La gente no lo sabe.

La iglesia está toda hecha de piedra y Alfred la observa notando que envejece cada día más. Ambos caminan entre las malezas y las piedras y tiene cuidado de no manchar su vestuario. Arthur le habla y le dice que el diácono no está porque ha ido a comprar lo necesario para ayudar a los niños, pero que puede conocerlo en unas horas más. Abre la puerta, deja que el americano entre primero y la cierra tras él, mientras Alfred mira todo a su alrededor. A pesar de lo antaño, es grande, y está limpia. Sonríe levemente y deja sus maletas en una de las bancas y limpia su traje, acercándose a Arthur.

- Así que ésta será tu nueva casa –le dice, Alfred se ríe.- Yo espero recuperarme pronto porque no quiero que hagas un desastre.

- ¡Artie! ¡Tengo 25 años, ya no soy un niño! –El rubio hace pucheritos, y deja entrever que claramente lo es. El inglés ya no reclama y suspira, rascándose la mejilla.

- Cuídala, Alfred. Has las misas a sus horas, ten cuidado con el vino, ¡no te lo bebas todo!

- Sí… porque yo siempre fui el borracho de los dos.

Arthur frunce el ceño, va a decir algo porque eso le ha molestado, pero el ruido en la puerta le enmudece y suena como eco en esa gran cueva. Los dos se miran ladeando las cabezas y se dirigen hasta la entrada, con pasos suaves. Arthur toma la manilla entre las manos y abre, Alfred está mirando un poco atrás.

La sonrisa que se forma en sus labios es inmediata y lleva la mano hasta la cabeza del pequeño que le está esperando afuera. Revuelve los débiles rizos y le hace pasar, pero el niño se niega, sólo le estira un papelito rayado.

- ¿Para mí? –pregunta tomándolo y aferrándolo a su pecho. El joven asiente.

- ¡Sí, tío Arthur! Mi dibujo te ayudará a curarte más rápido, para que vuelvas muy pronto.

- Matthew, eres tan dulce.

Se agacha para abrazarle y Alfred sonríe, enternecido por la escena. Cuando lo suelta, lo acerca a su amigo.

- Este es el niño del que te hablé. Su nombre es Matthew, Matthew Williams, tiene 13 años.

A Alfred le parece que es el niño más lindo que ha visto en su vida. Tiene rasgos casi de ángeles, cabello rubio y hasta el cuello, ojos violetas grandes y brillantes y su cuerpo es muy menudo. La ropita que lleva le ciñe el cuerpo y sus short de mezclilla están rotos. Se pregunta si esa es la ropa de la iglesia.

- Hola, Matthew. Yo soy el padre Alfred. Vengo en remplazo de Arthur por unos meses. Creo que podremos llevarnos bien.

Matthew se queda callado por unos momentos pero después le sonríe, y se encoge de hombros, sonrojado.

- Si eres tan agradable como tío Arthur, no lo dudes.

A Arthur le encanta que Matthew se comporte tan dulce con el recién llegado, porque sabe que su pequeño niño queda en buenas manos; le toma de los hombros y lo acerca a su costado, volviendo a acariciar su cabello. Alfred busca en sus bolsillos por algo y cuando lo encuentra, se lo entrega para serle agradable al niño, es un dulce. Mattie lo acepta más que contento y se lo mete a la boca rápidamente, meneándolo con la lengua.

Para Arthur luce muy inocente, Alfred no puede evitar ver el brillo en sus ojos lila cuando el pequeño está mirándolo fijamente.


Es muy cortito y una especie de introducción. Me encanta esta actitud de Mattie, porque como dice el summary, ¿quién corrompe a quién?

¿Reviews?

* Elegí que Arthur y Alfred fuesen parte de la Iglesia Católica porque tiene más reglas... con la anglicana hasta se pueden casar; quiero que sea algo muy prohibido.