Maldita Maldición.

Capítulo I: El sueño, la pesadilla, la maldición.

A lo lejos se veía el avanzar a paso lento, cansado y calmado, la figura de un joven muchacho, la neblina no dejaba ver el rostro de éste. Ya había cruzado las barricadas que rodeaban aquel enorme palacio. Atravesaba el jardín delantero y conforme avanzaban sus pasos, los presentes en éstos hacían largas reverencias en signo de respeto. La niebla se dispersaba y alejaba del muchacho que comenzaba a ascender por la escalera de piedra, de seguro mármol; con hermosos detalles tallados a mano. Su rostro era el de un muchacho pasado los dieciocho años, de hermosas y finas facciones: ojos profundamente dorados contrastados por el blanco platinado que poseía el largo y de sedosa apariencia su cabello, tenía en el rostro ciertos rasgos que lo hacían característico, único. Sus párpados eran delineados por un color fucsia al igual que las dos franjas que enmarcaban su rostro y muñecas, y de color violeta, lo más notable en su perfecto rostro, una luna creciente en medio de su frente.

En lo alto de la escalera se distinguían dos figuras, una considerablemente mas baja que la otra, parecían esperarlo. Continuó subiendo y la pequeña figura corrió a su encuentro, con su aspecto de color verde y enormes ojos amarillos que brillaban a causa de la emoción.

-¡Amo! -gritó.

El muchacho sólo se limitó a dirigirle una mirada para continuar subiendo donde se encontró con la segunda figura. Una mujer; de joven y fresco rostro, no cabe destacar lo bella que era. En su frente estaba la misma marca que llevaba en la suya propia el muchacho. Debían de tener algún parentesco. La mujer se acercó a él con ligero caminar dirigiéndole una cálida sonrisa acompañada de un abrazo, el cual, él no correspondió. Tan sólo se quedó ahí de pie esperando a que el contacto se rompiera.

-Mi querido Sesshoumaru, hijo ya comenzaba a preocuparme. Tardaste mucho esta vez -habló la mujer con la sonrisa aún en su delicado rostro. El muchacho no parecía estar emocionado, no demostraba alguna expresión en particular.

-Ya regresé… madre.

-¡Amo Sesshoumaru! -aquél youkai de pequeño tamaño y aspecto de rana dedicó una mirada de pies a cabeza al recién llegado. Sus ojos se llenaron de lágrimas las cuales escondió cubriéndose los ojos con la manga de su kimono marrón-. Que gusto verle, Amo Bonito.

-Uhm… Jaken -pronunció.

-Cuéntame hijo¿cómo te fue en el viaje? -volvió a hablar la mujer, madre de aquél joven taiyoukai. En ese momento los tres individuos se adentraban al palacio, en donde Sesshoumaru, era el príncipe.

El muchacho gruñó.

-Encontré a mi padre, se negó a entregarme las espadas -agregó frunciendo el ceño.

-Oh pequeño… lo siento, así es tu padre desde que se involucró con esa humana -esta vez ella frunció el ceño y Sesshoumaru volvió a gruñir ante la última palabra mencionada-. No estés triste cariño, ya veras que las cosas mejorarán para ti. Además, eres dueño ahora de este castillo y las tierras que lo rodean. Eres el señor de las tierras del Oeste.

-¿De qué me sirve todo eso si no tengo suficiente poder? -argumentó tomando asiento frente a su madre en la gran mesa que de a poco iba llenándose de alimentos servidos por los empleados que asistían el palacio.

-Pero hijo, no necesitarás aquel poder, ya que todos con tan sólo escuchar tu nombre, y el título que lo acompaña temerán, piénsalo. Como sea… no nos preocupemos de eso ahora, sino de tu estancia y que la disfrutes, yo cooperaré con que ello se cumpla hijo mío, de que sea placentera -Sesshoumaru levantó una ceja incrédulo al igual que el demonio rana sentado a su lado.

El olor de los alimentos recién preparados llenaron las cavidades nasales del taiyoukai. Aquél delicioso olor le era tan familiar que encendía sus papilas gustativas, tenía hambre; era cierto. No se había detenido a comer en días para arribar lo mas pronto a sus tierras. Estaba dispuesto a devorar todo aquello que colocaran a su alcance. Su madre lo veía con una amplia sonrisa ¿cuánto lo amaba? Demasiado. Ante la mirada de ésta, se sintió abochornado.

Finalizada la cena, la cual llamaremos festín debido a la cantidad de platillos que hubo, ninguno igual al otro; madre, hijo y sirviente se quedaron hablando. La mujer insistía en llamarlo con esos ridículos y vergonzosos apodos. Así son las madres, pensó. Le disgustaban un poco, pues ya no era un niño, pero no diría nada, se trataba de su madre, y no quería lastimarla; aunque no expresara abiertamente sus sentimientos, la apreciaba.

-Bueno querido hijo, como te había prometido, sobre tu estancia en el palacio… quise hacértela mas placentera, para eso te voy a presentar a alguien… -Sesshoumaru rodó los ojos y apoyó la cabeza sobre su mano-. Tráiganla.

Por una de las puertas de fondo entró una youkai vistiendo un sobrio kimono. Sesshoumaru jugaba con uno de los palillos de comer sin prestarle atención a la escena. Jaken abría los ojos arqueando una ceja. La youkai intentaba traer algo o alguien al salón que se negaba ejerciendo fuerza. De pronto apareció otro monstruo, un joven de cabellos erizados que de un movimiento sacó al acto a alguien que seguía resistiéndose, pero al cruzar el umbral de la puerta se entregó dócilmente. Al juzgar por lo que llevaba puesto se trataba de una mujer. Un hermoso kimono de fina seda, color cielo y bordados en azul marino unos cuantos peces, de igual color era el obi. Llevaba el rostro gacho, Sesshoumaru sintió olor a sal en el ambiente y alzó la vista a verla para luego ver como su madre se encaminaba hacia ella. La taiyoukai tomó el rostro de la joven con una mano, ella apretó los ojos intentando no soltar más lágrimas (de miedo). Los dos youkai y Jaken se retiraron a petición de la Señora del Oeste, sólo quedaron en la habitación la joven, el taiyoukai… y su madre; esta última apretó mas su mano sobre el rostro de la joven, sus garras casi comenzaban a incrustarse en su blanca piel, ella lanzó un grito.

-Mira Sesshoumaru¿a que esta no está linda? Es una buena joven, anda hijo… tómala. Abre los ojos mocosa -acotó dirigiéndole la última frase en un susurro a la víctima, ésta apenas entreabrió los ojos, dirigiendo la vista al fondo, donde el muchacho de cabellos platinados se encontraba; éste a su vez había puesto sus ojos en los brillantes de color miel que la muchacha poseía. De seguro brillaban a causa de las lágrimas que intentaba retener-. ¿Qué dices hijo mío? Sé que la disfrutarás.

Sesshoumaru se incorporó.

-Quizás tengas razón madre y deba tomar lo que me ofreces. Está bien, la cogeré… Creo que me hace falta algo de… -¿Acción?... calló. Al no concluir su frase pensó que mejor salía de ahí, le dirigió una fría mirada a la joven que era retenida por la youkai. Antes de dejar el comedor escuchó la respuesta de felicidad de su querida madre que hacía todo eso con las mejores intenciones. Para ser verdad, en esta ocasión había despertado el instinto de Sesshoumaru, llevaba todos sus sentidos abiertos, sentía que perdería la cordura. Él era un príncipe, dueño de las tierras que mucho pisaban en este momento, podría tener a cualquiera que quisiera… pero también, era un adolescente, y la sangre le hervía… no podían culparlo por la sensación de necesidad que corría a través de él alborotándole las hormonas. Enloquecería… y bien, si alguien se le entregaba… perfecto. Para é.

-Excelente hijo mío… haré que la envíen a tu habitación -la joven se estremeció por dentro-. Espero que lo complazcas como se debe… -volvió a estremecerse ante la mirada de la madre del taiyoukai-. Ha llegado de un largo viaje y esto de seguro lo relajará.

Ella asintió y la mujer llamó a la youkai que la había traído.

-Prepárenla, escondan ese asqueroso aroma.

-Sí mi señora -la sirvienta cogió del brazo a la muchacha y se la llevó de ahí.

Sesshoumaru había salido a sus jardines, respiraba agitadamente y necesitaba aire fresco. Tomó asiento bajo la sombra de un frondoso árbol. Sesshoumaru era tan sólo un muchacho, era joven… por lo que era común que se le encendiera el instinto de vez en cuando y que no pudiera controlarlo, no tenía práctica aún en ello. Comenzó a sentirse mas calmado, la brisa le daba en el rostro sacudiendo sus cabellos que acariciaban su rostro con suaves caricias. Había llegado a su palacio pasado el medio día y en ese momento ya había comenzado a oscurecer, el tiempo había transcurrido rápido. Levantó la vista y notó como la luz de las velas iluminaban una habitación en la segunda planta del castillo.

En aquella habitación, sentada frente a un enorme espejo con tres youkai trabajando en ella, se encontraba la joven; estaba siendo preparada para entrar al lecho del príncipe. Una de las youkai pintaba su rostro, enmarcando en un delicado delineado sus hermosos ojos. La otra arreglaba el oscuro cabello tomándolo en una alta coleta, la cual era amarrada por una cinta color crema. La tercera youkai le quitó el kimono con el cual se había presentado para meterla en una tinaja, donde: cuidando de no arruinar el maquillaje y el peinado, la refregaron con afán. Su ama y señora les había ordenado quitarle su característico aroma, el cual era aún perceptible a corta distancia, inclusive debido al gran tiempo que ésta había pasado cerca de la población youkai, los cuales le habían impregnado el hedor.

Luego de bañarla, la secaron bien y le colocaron un hermoso kimono blanco, digno de una doncella, una princesa, una dama. El kimono de exquisita seda desbordaba los pies de la joven, había una nube bordada con hilo dorado que acaparaba desde la manga derecha hasta la parte media de la espalda, donde al mismo tiempo un enorme perro surcaba el anterior bordado, con pose majestuosa. Estaba ya vestida, una de las youkai retocó sus mejillas con polvo carmín dándole un agradable aspecto mientras que la otra la "bañaba" en un suave perfume de vainilla.

-¿Quién lo diría? Te ves de verdad hermosa -habló la tercera youkai que añadió una pequeña peineta de marfil en el cabello de la muchacha-. Incluso puedo llegar a pensar que deslumbraras al joven príncipe -ella se limitó a sonreírle fingidamente.

En ese momento llamaron a la puerta, sin esperar respuesta la mujer taiyoukai se adentró en la habitación.

-Perfecto, estás lista -dijo-. Vamos.

Antes de ser sacada de ese cuarto, la joven dio un último vistazo a esas tres mujeres demonio que cuidaron todo ese tiempo de ella. Ya había anochecido, la madre de Sesshoumaru la dirigía a la habitación de su primogénito. Había esculturas y pinturas en el trayecto, hermosas por cierto, fino arte de seguro. De pronto se detuvieron, ahí estaban frente a la habitación del taiyoukai. La señora del Oeste podía oler los nervios que traicionaban a la muchacha, que por cierto, lucía de diecisiete años de edad. Antes de golpear la puerta de madera tallada, la mujer habló.

-Debes sentirte honrada, pasarás la noche con mi querido hijo. No cualquiera tiene el gusto -como si eso pudiera calmarla. Llamó con tres golpes en la puerta. Se escuchó un suave: "Pasa". Ante esto, la madre entreabrió la puerta y asomó el rostro-. Pequeño, aquí traigo lo prometido. Que disfrutes tus buenas noches -empujó bruscamente a la joven dentro de la habitación de su hijo para luego cerrar la puerta tras su espalda.

Dentro de su cuarto, el taiyoukai permanecía recostado en su amplio futón que lucía del doble de ancho que uno normal. Ahí estaba, tendido de costado observando algunos cuantos pergaminos, vestido con una ligera yukata color gris perla, al terminar de revisar los amarillentos papeles se incorporó dirigiéndole una fría mirada a quién estaba supuesta a acompañarlo durante la noche.

-Acércate -ordenó. La vio acercarse unos cuantos pasos quedando a unos metros de él. Había olor a sal en el cuarto.

Sesshoumaru alisó su largo cabello con una mano y caminó a ella. Dio una vuelta a su alrededor… deteniéndose justo frente a su espalda y con un dedo, deshizo nudo el obi que ceñía la vestimenta a su cuerpo, se sintió estremecer por dentro cuando notó la respiración del muchacho justo en su cuello. Inhaló. Se embriagó de ese aroma silvestre, esa esencia de vainilla, pero distinguió el olor de varios hombres en su cuerpo; no era pura. Gruñó molesto. Volvió a caminar colocándose frente a ella. Vio su delicado y frágil cuerpo, cubierto por todas esas ropas. Emitió un segundo gruñido de exasperación y observó su rostro, posó sus ojos ambarinos en los de la muchacha y llevó ambas manos a sus hombros, los cuales contorneó para despojarla del finísimo kimono que cayó al piso. Esta vez sonrió con malicia. Ella estaba ahí indefensa… y aún más encima… desnuda. Con otro movimiento, le soltó el cabello color ébano que la cubrió hasta la cintura. Sesshoumaru comenzó a acercarse furtivamente a ella, la cual retrocedía temblando; se vio limitada al ser detenida por la pared, estaba acorralada. Sus emociones la traicionaron y se largó a llorar, el olor a sal comenzó a picarle la nariz, pero estaba tan próximo a ella que ya no se detendría, ya era tarde… sus instintos tomaban control sobre cada uno de sus músculos. Acercó su rostro al de ella y le lamió la mejilla suavemente; sus manos comenzaron a explorar el bien formado cuerpo de la joven que seguía temblando. Los minutos avanzaron y junto a estos los lamidos y caricias que se volvían cada vez mas agresivos, llenos de necesidad, Llegó el momento, en el que ella, ya no dio mas, no resistía mas… lo detuvo colocando ambas manos en el desnudo pecho del taiyoukai y con lágrimas lo vio a los ojos para expresar:

-P-por favor… n-no continúe, joven príncipe. No me haga daño -¿Daño?-. Por favor… no a mí, que tan sólo soy una humana cualquiera… -¿Humana¿Había oído bien? Era cierto. El sudor comenzaba a disipar el perfume dejando ese asqueroso olor humano, que ahora detestaba.

-Humana… -Sesshoumaru la soltó de inmediato, se encaminó hacia el futón, pero se detuvo a recoger las ropas de la muchacha; se las lanzó-. Sal de aquí. ¡Ahora! -gritó enfadado, sus ojos se tornaban escarlata intermitentemente, intentaba controlarse. Con las ropas en brazo no espero otro segundo y salió de ahí corriendo. El joven príncipe se tumbó en su lecho apretando los puños. ¿Por qué su madre no le mencionó nada de eso? Que decepción.

La joven corrió a través de los corredores del palacio sin saber a donde se dirigía, no llevaba puesto el kimono, tan sólo el hadajuban, que era casi translúcido bajo la luz de la luna que se colaba débilmente por las ventanas.

Sesshoumaru continuaba sobre su futón, maldición… una humana en su palacio, era inconcebible. Detestaba a aquellos seres asquerosamente repugnantes y débiles, no se quedaría así, la sacaría de inmediato del castillo. Se colocó de pie y acomodó su yukata, al salir de su habitación observó nuevamente el kimono en el suelo, volvió a cogerlo y continuó caminando siguiendo el rastro de sal que la joven había dejado. Atravesó los pasillos observando la luna, le gustaba, lo calmaba. El aroma se volvía mas fastidioso y su camino se vio interrumpido por una puerta, era su castillo, podía entrar donde quisiera y cruzó el umbral. Aquel salón era como un balcón, frente al ventanal estaba ella, la humana, pudo ver su cuerpo bajo la casi imperceptible tela que en ese momento la cubría. En cuento ella notó la presencia del joven príncipe corrió a la armadura que tenía a un costado para desenvainar la espada, la irguió amenazadoramente contra el youkai. Ella temblaba. El rió autosuficientemente.

-No se acerque, se lo advierto señor… -articuló con voz entrecortada. Hizo caso omiso a su amenaza. No le quedó otra opción y esta vez empuñó la espada contra su propio pecho. Sesshoumaru no se sintió para nada intimidado y continuó a paso lento-. Por favor… -volvió a rogar.

-Ja¿piensas atacarme, herirme...¿Matarme? Qué patéticos son ustedes los humanos, tan débiles que no contribuyen en nada a este mundo. Sólo causan más problemas de los planeados. Por mi… acabaría con todos ustedes, mal nacidos.

-Usted dice eso ahora, pero a futuro, será condenado, obligado a convivir con aquellos seres que ahora tanto detesta. No se dará cuenta cuando estará rodeado de ellos, no será sólo uno, no, serán varios, hasta quizás… tenga que depender de uno, vivirá por y para uno… ya lo verá. Será su propia maldición, su castigo -eso lo hizo enfurecer, nadie le hablaba así. Eso jamás, además, él no denigraría su sangre mezclándose con basura… como lo son los humanos. Se iba a lanzar sobre ella para matarla, pero se le adelantó, ella ya había atravesado su propio cuerpo con la espada. El olor a sangre llegó a su sentido del olfato. La sustancia escarlata teñía la prenda y formaba un charco en el suelo-. Se acordará señor… le aseguro que así será… -con una débil sonrisa lo vio por última vez. Su corazón al igual que su respiración se detuvo.

-Que patéticos -frunció una ceja y arrugó la nariz. Tenía aún el kimono bajo su brazo, lo lanzó sobre el cuerpo de ella para cubrir la asquerosa escena-... son los humanos… -que desagradable, olor a sangre mezclada con esencia de humano-. Humanos… -dio media vuelta y salió del lugar.