Introducción.
Estábamos solos, escondidos del adverso mundo que yo comencé. Ella, sentada frente a mí sobre una caja de madera, mirando hacia la pequeña ventana de este sótano. Yo, sentado en el piso frío, igual que este espantoso lugar. Ella temblaba como una maraca; una pálida maraca con ojos verdes.
Se veía tan linda y serena metida en sus inocentes pensamientos mirando la poca luz que daba la ventanita.
Quise saber lo que sus ojos seguían, así que me dediqué también a mirar el exterior.
Era un día nublado, aunque el sol podía asomarse un poco por las gruesas y grises nubes del cielo. Después de un pequeño momento, me harté de ver que esas siluetas lograban vivir una vida buena, mientras ella y yo estábamos aquí condenados a escondernos en el lugar menos romántico. Así que volví a mirarla, ella seguía viendo hacia afuera, esa carita de porcelana era adorable; cabello corto despuntado y negro mostraba su blanco cuello. En ese momento sentí unas ganas muy grandes de abrazar a mi pequeña bailarina, pero su expresión había cambiado de una serena a otra muy diferente y difícil de explicar; ¿era preocupación? ¿Tristeza? ¿Qué era?
No se veía muy feliz, al igual que yo, pero tampoco se veía que se sintiera muy miserable. Al menos eso es lo que logré "adivinar" en su penetrante mirada.
Me decidí a preguntarle.
-¿Qué sucede? ¿Está todo bien?, ¿necesita otro asiento?-Le dije mientras movía mis ojos de un lado a otro por los nervios. Mi voz sonó muy preocupada… era algo que quería evitar, pero creo que no pude.
Ella por fin me miró.
-No. Este… no me pasa nada, estoy bien, gracias.- Acompañó esto con una cara obligada a sonreír.
-Es que veo algo en su expresión, pero no sé qué es lo que pasa por su mente. ¡Dígame!- creo que la asusté, pero realmente no pude contener mis sentimientos afligidos de preocupación.
Ella suspiró amargamente.
-Temo por ti. ¡No quiero que te lastimen! Tengo miedo de que lleguen esos infelices… - dijo abruptamente, mientras sus claros ojos se cristalizaban.
-¿qué? ¡No debería preocuparse por mí!-dije casi gritándole por los nervios- Por culpa mía está aquí sin poder vivir como esas siluetas de afuera. Por mí muchos han sufrido y lo sabe. Solo fui y soy un desgraciado, un monstruo insensible. Por mí ¡USTED TAMBIEN HA SIDO LASTIMADA!—cerré mis puños. No podía creer que por fin le hablara tan fuerte. No a ella—No debería. Mire, usted no me conoce. ¿Cómo puede estar preocupada por mi persona?—Ella me miró asustada y dos lágrimas cruzaron abruptamente su mejilla izquierda—Ya cálmese… algún día saldremos de aquí. Pero por mientras no haga nada que logre que nos encuentren ¿sí?—miré el suelo y suspiré un tanto frustrado—Aunque no lo crea señorita, yo también tengo miedo—confesé y ella retiró la mirada.
Entonces mi bailarina de porcelana se hizo para atrás, para de alguna forma alejarse de mi histeria, y volteó a ver el suelo consternada.
Volvió a mirar a la ventana añorando, una vez más lograr salir, es el primer día que nos escondemos aquí. Yo, no la conozco ni ella a mí, pero por mi culpa, la culpa de este maldito egoísta, tuvimos que venir… La verdad es que hay algo extraño en la decisión que la señorita Cloudson tomó, pues yo le dije que podía retirarse, pidiéndole de favor que no dijera que me encuentro aquí, pero ella dijo que quería afrontar las consecuencias de huir de casa.
¿Por qué decidió quedarse? Pues amigos míos, no tengo idea. Nada viene a mi cabeza cada vez que trato de encontrar respuesta.
Es que simplemente no puedo creer que esta muchachita tan linda, haya decidido quedarse con alguien como yo escondida en un lugar tan horrible, un lugar lleno de humedad, basura, insectos extraños y cosas olvidadas.
Nos encontramos en el desván de una casa que fue abandonada hace un poco más de nueve años por una familia disfuncional. Mi familia disfuncional.
Es algo difícil tratar de comportarme bien en frente de una dama como ella. Es algo que debí haber aprendido, pero no quise. No quise aprender porque me decían que era básico para poder casarme, y contraer matrimonio nunca fue mi idea de una vida en pareja, ni siquiera ahora.
Solo debo esperar el momento en que ella se canse de mí y que se vaya, quiero irme de esta ciudad tan conservadora.
Comienza el frío, un poco de lluvia cae sobre la ventanita donde ella se asoma desde que llegamos. Ni siquiera sé qué hora es. Mi piel está acostumbrada, he vivido muchas veces en la calle. Pero ella. Ella no lo está y la veo que comienza a temblar incesante.
-¿No tiene frío, señorita Cloudson?—pregunto intentando ser atento y cortés.
-No, no se preocupe. Estoy bien con este suéter de lana—me dice sin poder convencerse a sí misma.
-Como desee, pero tenga en cuenta que si se enferma no se curará tan fácil pues no hay medicamentos aquí. Solo estos podridos alimentos, por lo cual le pido una disculpa.
-No se preocupe, ya le dije que estoy bien—esta vez su voz salió más fría de lo que yo esperaba.
-¿Dejará de llorar?—pregunté mirándole los diminutos y oscuros ojos de ella. Supongo que sueno muy estúpido.
-¿Qué? Yo no estaba llorando…- dijo tocando sus ya secas lágrimas de una de sus mejillas. Sorbió de su diminuta nariz.
-Espero que haya tomado una buena decisión con quedarse aquí—comenté mirando el suelo de madera lleno de polvo. Alguien tiene que empezar con la limpieza aquí.
-Sí, la tomé. Ahora déjeme. Quiero dormir y arrullarme con el sonido del agua—Cerró los ojos de golpe y se recostó sobre la colcha que puse en el suelo para ella. La vi respirar entrecortadamente al inicio y después, el ritmo de su respiración se volvió más lento y relajado. La vi sonreír un segundo y luego, entre sueños comenzó a murmurar cosas ininteligibles.
Pobre, ha de extrañar mucho a su maldito prometido y a su familia de dinero. Maldita sea, tenía que ser su prometido el mismo hombre de dinero que me quitó todo.
