Antes de empezar, por si alguien siente curiosidad, la lítost es un estado espiritual que sobreviene cuando uno se percata de su propia miseria.

Dicho esto, os traigo un nuevo fanfic. Antes de comenzar a leer, quiero advertir que algunos capítulos podrían contener escenas que no sean del agrado de todo el mundo, así que para ahorrar incomodidades colocaré una advertencia al principio de los capítulos donde la considere necesaria.

Por cierto, la historia sucede justo después de Kuroshitsuji ll, siguiendo el final abierto del anime.

ADVERTENCIA: alusión a la prostitución infantil. OC (aunque os prometo que solo es un peón irrelevante para dar pie a la historia).

Disclaimer: Todos los personajes de Kuroshitsuji pertenecen a Yana Toboso.


PRÓLOGO

En la habitación apenas iluminada por una sucia lámpara sobre una mesita de noche, había una cama de considerable tamaño, cuyas sábanas azules de cuestionable pulcritud parecían simular las aguas sinuosas de un océano oscuro. En el centro del metafórico océano, sin embargo, se encontraba espatarrada una ballena gorda y sudorosa.

Basilio era un hombre acaudalado, pero también solitario y de mente enfermiza. Por eso cuando la camisa del niño que tenía frente a él resbaló de sus hombros y dejó al descubierto una clavícula huesuda, el ritmo cardíaco de Basilio aumentó, su respiración se aceleró, y su polla vieja y arrugada palpitó en el restringido espacio de sus pantalones.

La camisa del niño no le cubría más que hasta las rodillas y debajo no llevaba ropa interior. Cuando el pequeño terminó de desabrochar los botones de la prenda, uno a uno, su cuerpo apenas pubescente quedó a al descubierto. Su piel nívea estaba helada a pesar del calor agobiante que reinaba en la habitación. En cuanto Basilio posase sus manos sobre él, lo notaría durante unos segundos.

"No tengas miedo", "Eres precioso y conmigo no debes tener vergüenza", "Esta noche voy a cuidar muy bien de ti". Esas habían sido muchas de las mentiras que Basilio había utilizado para atraerle al interior de su carruaje y llevarle a este motel situado en los suburbios.

Con paso indeciso, el niño se acercó a la cama y una nueva ola de nauseas sacudió su estómago, amenazando con provocarle arcadas. No obstante, el pequeño se había aprendido bien su papel, así que se obligó a forzar una sonrisa nerviosa y a seguir avanzando. Ante aquel acto inocente, Basilio se relamió los labios y el niño sintió ganas de arrancarle la lengua.

Vacilante, su rodilla se apoyó sobre la cama, se hundió en el colchón y provocó que los desgastados muelles chirriasen. El niño gateó hasta Basilio despacio, y aunque no pudo evitar arrugar la nariz, por lo menos logró que su cara no se contorsionase en una mueca de asco cuando el olor a sudor que emanaba del cuerpo de su compañero le golpeó en el olfato. Este hombre era un pedófilo y, si la alianza de oro blanco que portaba en su mano izquierda estaba en lo cierto, también era un infiel.

Finalmente el niño se sentó sobre el regazo de Basilio, y casi de inmediato este sujetó su cintura con fuerza y ansias, restregando su polla hinchada contra su trasero diminuto; a pesar de todas las capas de ropa que les separaban, el pequeño podía sentir la humedad que rezumaba. Sin darse cuenta apretó la mandíbula y su cuerpo empezó a temblar. Basilio debió de interpretar aquella reacción de la manera que más conveniente le pareció, pues una sonrisa llena de dientes se dibujó en sus labios agrietados.

Cuando la mirada del niño se encontró con la de Basilio, su primer impulso fue el de hundirle los pulgares en los ojos hasta que estos reventasen, pero en vez de eso se limitó a colocar ambas manos sobre su pecho y a dirigirle lo que esperaba que pasase por una sonrisa coqueta. Debió de funcionar, porque Basilio se veía radiante y complacido.

Conocía a los hombres como este, no era la primera vez que trataba con ellos. Por eso mismo el pequeño sabía que Basilio no tenía intención de pagarle por sus servicios cuando todo terminase. Seguramente tampoco tenía intención de dejarle marchar ileso o —directamente— vivo; de ahí la elección de este motel solitario donde sus gritos serían ignorados.

Cuando las manos de Basilio comenzaron a deslizarse por su piel tratando de alcanzar un par de nalgas respingonas, el niño actuó con rapidez y las detuvo a medio camino. A Basilio no pareció gustarle su resistencia, pero cuando el niño se relamió los labios y colocó las manos venosas del hombre por encima de su cabeza, su enfado pareció disminuir al captar la insinuación.

Basilio se había quitado la camisa antes de tumbare sobre la cama, y al parecer no solo estaba gordo, sino que también era peludo. Su suerte iba en aumento. Para el pequeño era un misterio como este hombre era capaz de encontrar su insignificante pene para masturbarse cuando su enorme barriga se encontraba de por medio.

Ahora las manos del niño se sacudían con un tembleque incontrolable mientras desabrochaban la bragueta del pantalón de su anfitrión, pero esta vez no se debía a la indignación o a la cólera.

Cuando el pene de Basilio quedó liberado de su confinamiento. El niño esbozó la primera sonrisa verdadera en toda la noche, sujetó el falo erecto entre sus manos y su único ojo azul se tornó magenta. Basilio no tuvo tiempo de resistirse, de golpearle o de gritar hasta que lo hizo de dolor.

Media hora más tarde, la cara de Basilio era una masa desfigurada. El pequeño había cumplido su deseo de reventarle los ojos —entre otras cosas— y después había hurgado en sus cuencas hasta quedar satisfecho.

Basilio todavía respiraba, pero por poco tiempo, con la cantidad de sangre que había perdido, la salvación era imposible. Y hablando de sangre, con su diminuto pulgar el niño recogió un poco de la que había salpicado su mejilla y se llevó el dedo a la boca para saborearla.

—Asqueroso —dictaminó con una apatía insultante dada la situación—. Sabe tan asquerosa como el propio dueño.

Basilio gimió y el pequeño se encogió de hombros con un elegante movimiento. A continuación se acercó a una silla cercana y allí se estacionó, contemplando a Basilio con fijeza, casi como si le estuviese evaluando.

—Te seleccioné porque el olor de tu alma parecía interesante, pero creo que me he equivocado…

Basilio trató de hablar y una flema sanguinolenta salió volando de su boca. Desde su silla, el niño le dirigió una mirada cargada de molestia. En mitad de su juego, Basilio había empezado a llorar y había echando por la borda cualquier oportunidad de morir con al menos un ápice de dignidad, y ahora encima tenía la osadía de interrumpirle.

—Como iba diciendo, no seré yo quien decida la calidad de tu sabor, sino Sebastian. Así que reza por no decepcionarle o me aseguraré de que sufras las consecuencias.

Aquellas palabras, según notó Basilio, aunque amenazantes, destilaban ansiedad y nerviosismo. "Que curioso", fue lo último que pensó el hombre antes de que su mente se hundiese en un mundo de semi consciencia.


Sé que es un poco corto, pero todos los prólogos lo son, ¿no?

Como me estaba atascando con el siguiente capítulo de Serendipia, se me ocurrió editar esto para despejarme y voilà. La verdad es que tenía muchas ganas de empezar a escribir esta historia y hoy por fin la he organizado capítulo por capítulo. El fanfic contará con once capítulos y un posible epílogo.

Como os habréis dado cuenta, Ciel ya ha hecho su debut y ahora solo queda que aparezca Sebastian. Ya lo advertí al principio, pero aprovecho para recordar disimuladamente que este fic no será un paseito entre las flores.

Me siento un poco nerviosa con respecto al prólogo por si es un poco demasiado... demasiado (ya sabéis a lo que me refiero), así que conocer vuestras opiniones y apoyo serían una gran ayuda (os prometo que la cosa no tardará en ponerse interesante).