Disclaimer:KHR! No me pertenecen ni sus personajes. Son de Amano Akira-sensei

Rey de espadas

-Si tomo posesión de Namimori, también lo haré de ti. Haru era la última de las Miura y su amor por la hermosa mansión familiar era una obsesión. Declaró que llegaría a cualquier extremo con tal de conservarla. Pero, ¿sería el matrimonio con Hibari un precio demasiado elevado? En una remota isla japonesa, Haru llegó a un acuerdo consigo y con el extraño que era su marido.

Capítulo 1

Namimori nunca le había parecido tan hermosa como aquella resplandeciente tarde de junio. Haru detuvo el coche a un lado del camino y se bajó de él. La brisa agitó su pelo e, impaciente, apartó los mechones que habían caído sobre su frente. Todo parecía demasiado tranquilo, hasta desierto. Pero ella sabía que la aparente paz era sólo una fachada. Dentro, tenía lugar una gran actividad, pues su madre y el personal de servicio se encargaban de los últimos detalles de la gran fiesta del equinoccio de verano. Y yo debería estar allí, ayudando, pensó Haru, se sentía entre culpable y divertida. La fiesta de Namimori era uno de los acontecimientos que se esperaban con más júbilo en la localidad: era una tradición establecida hacía ya muchas generaciones. Suspiró con satisfacción. De eso era de lo que se trataba en mansiones como Namimori; costumbre y continuidad.

Y eso era lo que ella haría, a pesar de ser hija, en vez del hijo anhelado. Un mes, decidió con repentina inquietud, era demasiado para estar alejada del lugar aunque se hubiera divertido. La tía Miriam era la maravillosa esposa de un diplomático y casi todas las noches había asistido a alguna cena o fiesta. Además, había disfrutado de tenis, natación y partidos de polo, así como de la asistencia al teatro y varios conciertos con una sucesión de jóvenes atractivos y atentos. —Pero ninguno digno de Namimori —le diría Haru a su padre, con burlona lamentación. Era una broma que se había iniciado al ser consciente de que el nombre de la familia moriría con ella cuando contrajera matrimonio. —hahi! Entonces no me casaré desu —había prometido a sus divertidos padres—. A menos que encuentre un hombre que lleve el mismo apellido que nosotros desu. —Pero puedes enamorarte de alguien que se apellide Yamamoto —le señaló la señora Miura acariciando la cara infantil. —HAHI! Entonces, tendrá que cambiar su apellido por Miura —contestó Haru—. Si no lo hace, no será digno de Namimori. Desde entonces, todos bromeaban acerca del tema, pero Haru había llegado a reconocer que hablaba muy en serio. Ella deseaba seguir en Namimori, y ver cómo sus hijos crecían llevando el amado apellido de la familia. Pero el hombre que aceptaría con docilidad aquel plan y que sería padre de esos niños, todavía no se había dado a conocer.

Ninguno de los amigos que la invitaban a cenar con asiduidad y que intentaban sin suerte llevarla a la cama, parecía ser un candidato aceptable. Tal vez, no me case nunca, pensó. Quizá sólo' me encargue de la administración de la propiedad y me conozcan como una solterona excéntrica. Hizo una ligera mueca, se enderezó para volver al coche y fue entonces cuando lo vio. Un hombre, un extraño que pisaba el césped sin ningún derecho a hacerlo.

Los labios de Haru se apretaron al verlo. Era alto, con el pelo negro brillante y la piel pálida. No tenía que adivinar de dónde había salido. Su padre, con su buena disposición, siempre había permitido que los campesinos con creencias en lo esotérico acamparan más allá de los matorrales, con la condición de mantener el lugar limpio y no invadir el resto de la propiedad.

Y ahora uno de ellos se paseaba como si fuera el propietario. Bueno, pronto sabría lo equivocado que estaba, decidió Haru. Se colocó los dedos entre los labios y silbó. La cabeza del hombre giró y la miró, pero no hizo ningún intento de acercarse. Por lo general, el mismo grupo volvía año tras año, pero Julia nunca había visto a aquel hombre.

Era aún más alto que Kasejaya, el jefe de la familia, el que había hecho el trato con su padre. Julia se fijó en los ojos que no sonreían de un color grisáceo. Era atractivo en realidad, se dijo sorprendida, pero tenía un aire decidido, señorial y arrogante, una expresión de malhumor que resulta intimidante.

Tal vez fuera un pariente lejano del clan Kasejaya y sólo pasaba por allí, pero aquella no era razón para que no obedeciera las reglas. — Hahi! ¿Sabe que está invadiendo una propiedad privada? Desu —le dijo con Caridad. Él se detuvo a observarla con los brazos en jarras, pero no contestó. Llevaba un traje negro elegante, con una corbata purpura. Era evidente que su ropa era fina. Cínica, Haru pensó que el negocio de los metales usados debía dejar bastante. Aquél no era un pariente pobre. _ ¿Supongo que habla japonés? desu —preguntó la chica con tono glacial. Hubo una pequeña pausa, después él asintió con cara inexpresiva. —hahi Vaya, eso ganamos —Haru entornó los ojos—. ¿Entonces sabe de lo que estoy hablando? Él volvió a asentir. Progresaban. —Mi padre permite a su gente acampar en esta tierra bajo ciertas condiciones. Le sugiero que vuelva por donde ha venido y pregunte cuáles son. Y no permita que lo vuelva a descubrir vagando por aquí. Sin esperar respuesta, se subió a su coche. Le molestó notar que él no se movía ni un centímetro. ¡Qué atrevimiento!, pensó. Miró por el espejo retrovisor al alejarse y, furiosa, se dio cuenta de que el hombre sonreía; se reía de ella. «Hahi Iré al campamento y le diré a Kasejaya-san lo que pienso desu», se dijo. «Otosan les da una mano y se toman el pie». Trató de controlarse; después de todo, era un incidente que no valía la pena y era ridículo sentirse así.

Estaba a punto de echar a perder su llegada. Nada debía hacerlo. Ni ahora, ni nunca. Namimori le pertenecería algún día y ella cuidaría la propiedad y la querría de una forma en la que su padre, encantador y despreocupado, nunca lo había hecho.

Él se burlaba Haru enfurecía. El mes que había pasado con la tía Miriam había sido un breve intervalo de descanso y relajación antes de empezar el asunto serio de adentrarse en la administración de Namimori con el señor Giannini. Era lo que siempre había deseado, a pesar de que señor Miura insistía en que cuando tuviera edad suficiente para asumir esa responsabilidad, ya habría cambiado de idea. —Ya veremos lo que piensas cuando tengas veintiún años —le decía brusco. Y, en realidad, había parecido sorprendido cuando al llegar su cumpleaños, Haru insistió en su idea.

Y empezaría por encargarse de aquel problema molesto. Si Kasejaya-san pensaba que sería fácil hacer lo que quisiera sólo porque ella era mujer, pronto descubriría lo equivocado que estaba. Detuvo su coche y se dirigió al campamento. Los remolques brillantes muy bien acomodados estaban desiertos y no parecía haber nadie, a excepción de un perro que, agresivo, le ladraba. — hahi ¡Calla, Ben, tonto! —le dijo al llamar a la puerta del remolque más grande y brillante. Para su sorpresa, la puerta se abrió inmediatamente y apareció una mujer con una larga túnica oscura. Sobre esta, una capilla con cuatro botones de adorno, de cuello alto y capucha. Siempre con parte de su cara bajo el capuchón. De su cuello cuelga de una cadena, con un pacificador índigo. Debajo de la túnica, lleva el uniforme de negro, camisa, pantalón oscuro y botas negras altas hasta la rodilla, de piel un tono claro con ligeros toques sonrosados. Su rostro, comúnmente cubierto hasta la mitad por una capucha, es fino y redondeado terminando en una barbilla puntiaguda. Sobre sus mejillas tiene pintado dos triángulos también de color índigo. Posee una nariz respingada. Su boca es algo ovalada, con sus comisuras caídas que dan una forma similar a un triángulo. Sus labios delicados, voluptuosos y algo anchos. Lleva dos mechones disparejos de cabello, del mismo tono que sus ojos, cayendo a cada lado de su rostro los cuales pasan un poco sus hombros.

La observaba con sus brillantes ojos. —Vaya, señorita Haru —le dijo—. Sabía que vendría por aquí hoy. Haru la miró con firmeza. La mujer tenía fama de ver el futuro y conseguía buenos ingresos diciendo la buena fortuna en fiestas y ferias, pero Haru nunca había creído que la muchacha tuviera poderes especiales, sino que prestaba atención a los chismes y contaba con una memoria fenomenal. Y cualquiera en el territorio sabría que sin importar cuanto tiempo hubiera estado fuera, ella volvería para la fiesta de esa noche. ¡No necesitaba poderes extrasensoriales para saberlo!, pensó Haru con cinismo. —Hola, Viper. ¿Haru desea saber si está Kasejaya-san? —preguntó. —Ha ido a ver un negocio con un hombre —explicó, negando con la cabeza—. Pase, señorita Haru. Acabo de hervir agua para el té y ya le he echado las cartas. Haru titubeó. Le apetecía tomar el té, pero lo último que deseaba era que adivinaran su futuro con el tarot. —En realidad, no creo... —empezó, pero la mujer la interrumpió con un gesto imperativo. —Podrá no creerlo, señorita, pero de cualquier forma, hay un mensaje para usted. La estaba esperando para que lo escuche. «Y sin duda para que le dé algo de dinero», se dijo Haru, entre divertida y molesta mientras seguía a la mujer al interior y se sentaba en frente de ella. El té estaba demasiado caliente y ella tomó un pequeño sorbo con precaución. La mujer empezó a barajar las cartas. —Se va a producir un cambio en su vida, señorita, y va a realizar un viaje por agua. —Eso es justo lo que Haru acaba de hacer —dijo Haru cínica. Por lo general, la mujer fingía ver el futuro. _Se trata de otro —le dijo con mirada penetrante y molesta. _ No lo creo— Haru negó con la cabeza—. En esta ocasión Haru ha venido para quedarse.

¿Ve lo que la cubre? —dijo jadeando la mujer al volver una carta ¡el rey de espadas! Ha venido a alejarla de todo lo que conoce. El rey de espadas es muy poderoso. No puedo luchar contra él, aunque lo intente. _ Hahi, ¡Vaya! —exclamó Haru, seca—. ¿Le puede indicar a Haru cómo es, para poder evitarlo? _Está muy cerca, a su alcance —la voz de la mujer era un murmullo, y a su pesar, Haru a sintió una inquietante intranquilidad—. No puede evitar su destino, señorita —descubrió la carta final y sonrió de manera perversa—. Vea... la torre golpeada por el rayo. Su mundo vuelto de cabeza, no hay error. Haru miró la carta y frunció el ceño. Decidió que debía haber pasado de largo, pero se controló. Ella nunca había creído en las tonterías de la mujer. Se tomó el resto del té de un trago y se puso de pie.

—hahi Bueno, el parte meteorológico no habla de tormentas —comentó brusca—. Haru se arriesgara —extendió la mano para coger su bolso, pero Viper negó con la cabeza. —No hay necesidad de dinero entre nosotros, señorita Haru. Le he advertido. No puedo hacer más —hizo una pausa—. Usted es una chica orgullosa y sin temor a equivocarme, tiene sus propias ideas. Pero su orgullo se verá reducido. Todo está aquí —señaló las cartas, con una sonrisa burlona—. Ahora corra a casa y disfrute de su fiesta mientras pueda.

Julia tropezó al bajar los escalones del remolque y se detuvo un momento. El corazón le latía con fuerza. Debía haber una ley, pensó enfadada, contra la joven Viper y las brujas de su tipo que predecían desastres.

Aquello era muy diferente a los esposos atractivos y las ganancias en las apuestas de las carreras de caballos que, por lo general, siempre anunciaba. Se sentó en el coche, permitió que su pulso recuperara su ritmo normal y se regañó a sí misma por ser tan tonta. Y ni siquiera había dejado un mensaje a Kasejaya-san acerca del intruso, recordó, al poner el motor en marcha.

Bueno, eso tendría que esperar, pues ella no volvería por nada del mundo. El patio trasero en el que se encontraban los establos y las cocheras, estaba lleno de vehículos entre los que Haru distinguió la camioneta del florista y la de la persona que se iba a encargar del cóctel de la fiesta. Se podía percibir el ambiente de algarabía y pánico que, por lo general, antecedía a la fiesta de verano.

Aunque sólo el cielo sabía a qué se debía el pánico. Todo resultaba a la perfección siempre Y aquel año hasta el clima ayudaría. Encontró a su madre en el gran salón rodeada de listas. Lady Miura alzó la mirada cuando Haru se dirigió y ella esbozó una sonrisa. — ¡Querida, por fin! —La abrazó con ternura—. Pero llegas muy tarde. Empezaba a preocuparme. —Haru se desvió un poco —explicó Haru sin darle importancia—. Hahi y ahora me arrepiento de haberlo hecho —observó a su madre.

¿Tenía esas arrugas de preocupación alrededor de la boca y los ojos antes de que ella se fuera y no lo había notado entonces? De ser así, tal vez aquellas semanas de separación habían sido buenas si le había enseñado a percibir mejor las cosas. Lady Miura siempre había sido una mujer muy nerviosa y la vida con su despreocupado marido no la ayudaba mucho. — ¿Va todo bien? Desu —preguntó Haru, ansiosa. —A la perfección; y mejor ahora que ya estás aquí. Estoy deseando que me des noticias de tu tía Miriam y de todos los demás. ¡Pero hay tanto que hacer! —Lady Miura miró impotente a su alrededor y Haru depositó un beso en la mejilla de su madre. —hahi Iré a guardar mis cosas y después bajaré a echarte una mano desu — prometió—. ¿Dónde está papá? —Está un poco ocupado.

El señor Colonello vino muy temprano esta mañana. Llevan encerrados en el estudio casi todo el día. — Colonello es bastante desconsiderado —comentó Haru, frunciendo el ceño. Usó el nombre familiar con el que su padre se refería a su abogado—. Por lo general, no molesta a papá con negocios por estas fechas —hizo una pausa—. Hahi ¿Estás segura de que todo marcha bien? —Por supuesto —su madre sonreía, pero desvió la mirada—. Es sólo rutina. Es probable que Colonello no haya pensado en el tiempo que les llevaría.

Algo pasa, pensó Haru una vez sola en su habitación mientras deshacía las maletas. Percibía algo extraño y sombrío en el ambiente de Namimori. Era como si el intruso que había visto hubiera estropeado su llegada. Dios mío, Haru se está volviendo loca —se reprochó. Desenvolvió el vestido que pensaba ponerse aquella noche. La tía Miriam la había ayudado a elegirlo, tenía un corte elegante y sencillo.

Era muy raro que ella se pusiera algo con un tono purpura tan oscuro, pero debía admitir que la tía Miriam tenía razón al decir que hacía que sus ojos adquirieran resaltaran. Por costumbre, ella elegía telas vaporosas y colores pastel; vestidos de debutante, pensó con un significativo gesto. Aquel modelo, elegante y sofisticado, abriría unos cuantos ojos; dejaría claro que Haru ya no era una niña, sino una mujer preparada para embarcarse en el curso que había elegido para su vida.

Se sentó frente al tocador y se recogió el pelo. La breve llamada a su puerta la sorprendió y, sintiéndose culpable, vio que era su madre. — ¿esperas a Haru? —Haru se puso de pie—. Sólo necesito un par de minutos más. —No... No. Todo va según lo programado, como debe de ser después de tantos años —el tono de voz de Lady Miura era más agudo que de costumbre, se cubría la boca con un pañuelo orlado de encaje—. Querida, no debería hablarte de esto. Tu padre me ha pedido que espere hasta después de la fiesta; que no te eche a perder las cosas la noche de tu llegada... pero no puedo... Haru pasó un brazo protector por los hombros de su madre, la ayudó a llegar al sofá de al lado de la ventana y se sentó a su lado. —hahi ¿Qué pasa, mamá? ¿Ha estado papá apostando a caballos perdedores otra vez? ¿Es por eso por lo que Colonello está aquí? —Peor que eso —contestó lady Miura con voz ronca—.

Mucho peor, no sé cómo decírtelo —hubo una pausa mientras luchaba por controlarse. Después dijo con palabras entrecortadas—: Haru... tu padre tiene que vender la casa. Haru tuvo la extraña sensación de que la habitación daba vueltas. Sin embargo, su voz sonó clara y fuerte. — Hahi ¿Es esto una horrible broma? A Haru no le parece divertida... — ¿Bromearía con algo tan serio como esto? —el tono de su madre era lastimero—. Tenemos que vender Namimori. Colonello está aquí por eso... Ha venido casi todos los días estas últimas dos semanas.

Tu padre tiene muchos problemas económicos. La fusión de la Compañía Millefiore; ha tenido que renunciar al consejo directivo. Y eso no es todo. Hace algún tiempo, tu padre cambió nuestras inversiones pues consideraba que debían ser más productivas. Algunas de estas inversiones eran de alto riesgo, pero él pensó que valía la pena —tragó saliva, nerviosa—. Perdimos mucho, mucho. Ha sido un desastre. Tenemos que vender Namimori, Haru, no podemos permitirnos el lujo de seguir viviendo aquí. La fiesta de esta noche será la última que ofrezcamos —empezó a sollozar. Haru permaneció sentada, abrazándola. Se sentía incapaz de reaccionar. Valía la pena correr el riesgo, pensó. Esas palabras sonaban huecas. Su padre se había pasado la vida apostando; prefería vivir al borde de la inseguridad.

Había habido veces en que había perdido grandes cantidades apostando en el baracat. Julia recordaba varias escenas de lágrimas y arrepentimientos que en aquel entonces sólo comprendía en parte. Más tarde, se le explicó que sus ingresos serían considerables mientras vivieran tranquilos y sin extravagancias. Pero aquella no era la forma de vida de Conde Miura. La vida del campo lo aburría, excepto en dosis pequeñas. Siempre estaba buscando la fórmula que le permitiera restituir la fortuna de los Miura. Parecía un niño en busca de aventuras, pensó. Pero la aventura había llegado demasiado lejos y su final no había sido feliz. — ¿Por qué se lo ha permitido, Colonello-san? —preguntó a su madre.

—Él no le ha permitido nada hasta que ya era demasiado tarde. Tu padre tenía como consejero Verde, un norteamericano que conoció en Montecarlo; un mago de las finanzas. Ahora se sabe que en Nueva York buscaban a ese hombre por fraude. — hahi, Dios, papá no estará metido en eso, ¿verdad? —Haru se sentía mal. —Oh, no —con los dedos, Lady retorcía nerviosa el pañuelo, pero su voz era tranquilizadora—. Querida, sé cómo te debes sentir, pero papá hizo esto mientras buscaba lo mejor para nosotras. El mantenimiento de una casa como ésta, de una propiedad como Namimori, exige unos ingresos demasiados elevados.

Él quería que tuvieras una herencia adecuada, no que tuvieras que escatimar y ahorrar toda tu vida. _. Hahi ¿Por qué no se lo dijiste a Haru? ¿Por qué no me pediste que volviera de casa de la tía Miriam? —Haru estaba desolada. _Queríamos que pasaras unas vacaciones felices. Y no había nada que pudieras hacer. _hahi Debe haber algo. Haru no permitirá que perdamos Namimori de esta forma —Haru trató de sonreír—. Tal vez a nadie le interese comprar namichu. No conocemos a nadie que tenga tal cantidad de dinero. Se produjo un silencio, después Lady dijo tranquila: _En estas épocas, querida, se tiende a buscar compradores para estas propiedades en el extranjero. Y el señor Colonello ya ha encontrado a un interesado. _ Hahi ¿En el extranjero? —Julia repitió sorprendida—. Negó con la cabeza—. ¿No será algún príncipe árabe? No creo... desu —No exactamente. De hecho... —las mejillas de su madre se sonrojaban—. Casi lo preferiría. Este hombre es Japonés, pero fue criado en el extranjero; un potentado. Se llama Kyoya Hibari. — ¿Hibari? desu—Haru frunció el ceño—. Me parece conocido. ¿Tiene un pariente que se llama Koyo Aoba? —No lo sé —contestó lady Miura con desagrado—. Lo que he sabido de sus orígenes es bastante malo. No he sentido deseos de preguntar por su familia inmediata. No creo que tengan que ver mucho con él —añadió irritada. —Hahi Entonces debe ser el mismo hombre —dijo Julia con expresión pensativa—. Haru ha salido a cenar varias con un tal Koyo Aoba; un hombre encantador.

Ocupaba un puesto en la embajada japonesa; no muy importante por lo que pude adivinar, pero él solía bromear diciendo que la naturaleza hubiera deseado que él fuera millonario hasta que el destino, bajo la forma de su primo Kyoya Hibari, lo había evitado. —Pobre chico —dijo lady Miura con fiereza—. Imagino que eso debe ser cierto. Eres demasiado joven para recordar el escándalo, por supuesto, pero Alude Hibari fue un hombre extremadamente rico, tenía una gran fortuna en los bancos y en propiedades en el Mediterráneo. Él era viudo y no tuvo hijos y se esperaba que dejara su fortuna a su hermana y sus hijos. Entonces, para sorpresa de todos, en su lecho de muerte reveló que tenía un hijo ilegítimo y que le dejaba todo su imperio —movió la cabeza—. Como era de esperar, la familia no objetó sus deseos, pero el hecho de que una persona a la que apenas conocían les fuera arrojada al seno familia, fue horrible para todos. Por supuesto que ya no era un niño. Ya era todo un hombre, pero se dice que creció en un barrio bajo y que apenas sabía leer y escribir.

La madre estaba rodeada de misterio. Parece que era una campesina de Okinawa a la que Alude sedujo. Al fin, la familia luchó. Trataron de demostrar que él no era hijo de Alude, insistieron en que se hicieran pruebas de sangre, pero no fueron concluyentes. Después trataron de llevar la herencia a juicio, alegando que Kyoya había influido en el anciano cuando éste estaba enfermo. Fue un juicio notorio. Sin embargo perdieron y él tomó posesión de todo. «Hahi Y ahora», pensó Haru, llena de cólera, «hahi, ahora trata de robarle a Haru Namimori. Pero no lo hará. No alguien con esos antecedentes». —hahi, Un bárbaro desalmado... —recordó que Koyo Aoba se refería a él con esas palabras. Él no pondría sus manos de vándalo sobre su hogar mientras ella pudiera evitarlo—. Haru Bajara a hablar con papá — dijo tratando de mantener un tono tranquilo en la voz—. Debe haber algo que podamos hacer. Estoy segura de que Hibari-san no es el único comprador que podamos encontrar.

—Aparentemente ha hecho una oferta muy buena —informó su madre—. Tiene muchos negocios en esta zona y quiere contar con una residencia permanente en donde pueda recibir a sus amistades y clientes. —Hahi Noches de borrachera, impresionante, sin duda —comentó Julia triste, dirigiéndose a la puerta—. ¡Ya veremos! desu —corrió a lo largo de la galería y bajó por la escalera principal. Al llegar al pie de la escalera, se abrió la puerta del despacho y su padre salió con Colonello a su lado. Parecía cansado y demacrado y, a pesar de la amargura que sentía, a Haru le conmovió la desesperación que vio reflejada en la cara de su padre. —Haru, querida —él trató de sonreír al verla—. Nadie me ha informado de tu llegada. —Hahi Papá, dime que no es verdad —le dijo, corriendo hacia él—. Prométele a Haru que no has vendido Namimori a ese campesino. Ella escuchó que Colonello dejaba escapar un murmullo de sorpresa y vio cómo su padre fruncía el ceño. Una tercera persona salió del despacho y dio un paso adelante. Haru se sintió como si una mano le apretara el cuello. Lo reconoció inmediatamente. Era el hombre que había visto a su llegada y a quien consideraba un intruso. ¡Ya no le sorprendía que se hubiera reído de ella! Pero en aquella ocasión él no reía. La mirada oscura la recorría de arriba abajo y ella se sentía como si una llama aterradora le consumiera la carne sobre los huesos. Tuvo que controlarse para no protegerse con los brazos. La torre atacada por el rayo, pensó, y el rey de espadas que se acercaba a acabar con su orgullo y separarla de todo lo que amaba.