Hola a todos de nuevo. Aquí vuelvo con Invierno. Ante todo pido disculpas por haber tardado tanto en actualizar, pero estuve ocupado con la universidad y demás cosas de la vida, pero no me olvido.
Este fic constará de 18 capítulos que iré subiendo una o dos veces por semana. Será la primera parte de tres (que aún no he escrito pero tengo organizadas).
Dejo claro que los personajes son propiedad de Nintendo y su diseño se basa en el Twiligh Princess, pero toda la historia es mía, pese a haber algunos detalles que quise hacer parecidos al juego.
El lugar en el que se desarrolla la historia es una supuesta ciudad llamada Hyrule en un país con el mismo nombre. Hyrule es la capital, pero la geografía es similar a la del juego así que hay regiones norte, sur, este y oeste. El Twiligh Realm será un país vecino no colindante con Hyrule, pero nada de dimensiones alternativas. De ese país se hablará más en la segunda parte.
Al menos esta parte tendrá un grado T ya que apenas hay escenas duras. La segunda y la tercera serán M casi 100% seguro porque habrá violencia y sexo, pero no en ésta.
Los pensamientos serán rodeados de la siguiente manera: «».
La letra en cursiva significarán citas en el pasado o simples conversaciones por teléfono. Como una forma de decir que la voz está distorsionada.
Al principio de cada capítulo responderé a las reviews del anterior, y al final añadiré unas N.A. (notas de autor) para ir comentando cómo escribí el capítulo o qué cosas me gustaría resaltar.
Sin más dilación, adelante, a leer.
Nuevo chófer
El despacho era amplio y limpio. Estaba iluminado por un gran ventanal que daba a la enorme ciudad de Hyrule. La ciudad se caracterizaba por los grandes rascacielos que tenía, dando la sensación de que pretendían llegar al mismísimo cielo, aunque en este momento algunos de ellos rasgaban las nubes con sus antenas. En el que se encontraba el despacho era sin duda el más grande, haciendo referencia al poder que su dueño ejercía sobre esa ciudad. mostrando así la importancia de su empresa y el buen momento por el que pasaban, de hecho, el nombre de la empresa pasó a llamarse igual que la ciudad para mostrar más poderío.
Un hombre de avanzada edad con el pelo canoso y largo, recogido en una coleta, la cara con diversas arrugas causa de la edad, aunque la mayoría de ellas ocultas tras una barba perfectamente recortada que unía patillas y bigote se encontraba de espaldas a su escritorio. El presidente, el mandamás, el hombre que llevaba las riendas de tal imperio estaba observando sus dominios, escrutando el horizonte, viendo como el lento tráfico de las 3 serpenteaba por las afueras de la ciudad, en la que los trabajadores de la misma trataban de huir del bullicio de la superpoblada ciudad y trataban de llegar a sus casas para poder comer y descansar por un tiempo, hasta que al día siguiente se vieran obligados a volver a coger el coche para ir de vuelta al trabajo.
Así era su ciudad, y así debía ser, un centro financiero, un núcleo necesario en el cual todas las demás insignificantes ciudades debían orbitar sino querían ser absorbidas debido a su gran expansión. El hombre en sí estaba realmente satisfecho por su trabajo. Desde su llegada a la ciudad fue todo subiendo como la espuma, también le había costado lo suyo, todo sea dicho, no había sido ningún camino de rosas.
Pero los hechos eran que él controlaba el monopolio de la llamada Trifuerza. La Trifuerza en sus antiguos tiempo fue una reliquia creada por las Antiguas Diosas que mantenían la paz en Hyrule. Miles de años habían pasado ya de eso, pero la ciudad se regía por los mismos principios que ahora cobraban distintos significados. La antigua Trifuerza del Poder no era otra de lo que ahora se llamaba el sector servicios, que incluía el potencial de la banca, el sector administrativo y el comercio, lo que sostiene una ciudad. La Trifuerza de la sabiduría ahora era el sector de los equipamientos sociales, incluyendo todas las instalaciones públicas como colegios, hospitales y bibliotecas. Por último, la conocida como Trifuerza del Valor ahora había sido degradada al sector de los transportes y logística, que era lo que físicamente se ocupaba de que todo funcionase. De poco servía que los niños tuvieran colegio si no había un autobús que los llevase allí. De nada serviría tampoco que se mejorasen las relaciones diplomáticas y aumentase el comercio si no hubiera aviones para transportar las mercancías, o el transporte público del que se valían los cientos de miles de trabajadores de la ciudad. Resumiendo, aunque a primera vista la Trifuerza del Valor pudiese resultar la más rudimentaria y simple, era la que a la hora de la verdad hacía funcionar los engranajes de aquella creciente ciudad.
Sí, esos tres principios regían la estabilidad de la ciudad, y él los controlaba todos, o eso había sido hasta hace poco. Hacía unos meses una nueva familia de empresarios había entrado en el juego del monopolio y ahora hacía peligrar el control de todo lo que hasta ahora tenía. Y eso tenía al presidente bastante nervioso. Él estaba acostumbrado a controlarlo todo, a no tener rival alguno y ahora resultaba que un extraño, un grupo ajeno a todo su mundo pretendía derrumbar su supremacía sobre el panorama. Sin duda algo así le quitaba horas de sueño, minaba su salud y lo iba desgastando por dentro a un nivel alarmante. Muchos de sus asistentes ya le habían propuesto que delegara parte de su trabajo a otra gente o sino en el simple hecho de dimitir y dejarle el imperio a su única heredera, su joven hija.
No, por ahora no tenía intención alguna de delegar nada a nadie, no era su momento, o eso creía él, y en el hipotético casi de que lo hiciera sería únicamente en su hija, pero tampoco, no quería cargar a su hija con una responsabilidad a la cual pese a haberse estado preparando, aún le quedaba grande. No, no sería el artífice del desgaste prematuro de su hija. Tan solo tenía 24 años, era una niña a sus ojos. Quizá no lo era realmente, pero al ser su padre no podía evitar verlo de esa forma.
Mientras el pobre hombre perdido en sus pensamientos debido a la situación en la que se encontraba, no oyó como llamaban a la puerta. Fue necesario otro toque en la puerta para despertar al presidente de su ensimismamiento.
–Adelante –dijo él, volteándose y permitiéndole entrar en su despacho.
La puerta se abrió, dejando a pasar a un hombre de la misma edad que el presidente, quizá con unas facciones más marcadas por las arrugas y menos pelo en la cabeza. Se trataba de un hombre que rondaba los 60 años, aunque el poco pelo cano que se le acumulaba en la cresta de la cabeza y en su barba daba la sensación de envejecerle unos cuantos años más. Llevaba un traje gris oscuro cerrado por dos hileras de botones dorados, uno a la izquierda y otro a la derecha del pecho. Lo acompañaba con unos pantalones del mismo color grisáceo, sujeto con un cinturón de piel y una hebilla dorada. En sus callosas manos llevaba lo que quedaba del uniforme, una gorra gris de tela con una visera de plástico negro.
–¡Auru! ¿Cómo estás, viejo zorro? –Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro cuando vio entrar a su socio con la puerta, haciéndole olvidar momentáneamente la precaria situación que se le venía encima.
–Señor presidente, está usted tan arrugado como de costumbre, le veo bien. –Nadie salvo él podría haber hablado con esa confianza al presidente. Pero esa confianza no había sido fruto de un día, sino de años y años de servicio a su familia, de favores a su persona, de cuidar de su hija.
–Hahaha –rió el presidente ante el atrevimiento del otro anciano–. Bueno compañero, ¿A qué se debe tu visita? No suelo verte por mi despacho a menudo.
La cara del hombre se ensombreció, borrándole la sonrisa de golpe, sin duda el presidente no se andaba por las ramas. –Verá señor, vine a presentarle mi dimisión –Ya está, ya lo había dejado caer, ahora todo lo que quedaba era aguantar el chaparrón. La capacidad de asumir del presidente nunca había sido uno de sus puntos fuertes, y eso le había hecho llegar a donde estaba, pero también le había creado muchos enemigos.
–¿Qué? ¿Cómo dices? –La sonrisa del hombre se congeló y fue sustituida por una mueca de ira. Parecía que ese momento de complicidad y risas nunca hubiese ocurrido.
–Pues ya ve, jefe. Creo que mi momento ya se ha acabado, me veo cansado –explicó el hombre con pesar, no le hacía gracia dejar el trabajo de toda su vida, no había sido una decisión fácil, pero su salud ya se veía comprometida. Su vista y reflejos no eran los mismo de antaño y no podía seguir el ritmo como si fuera el jovenzuelo que fue, y lo mismo podría decir de su amigo–. Y puede que suene algo atrevido, pero creo que no soy el único que está trabajando por encima de sus posibilidades.
El presidente bufó. –Sabes de sobra que no puedo dejar el puesto ahora. Y tú tampoco deberías, ahora más que nunca necesito hombres de confianza –replicó el presidente. Venían tiempos difíciles y si sus viejos socios iban desapareciendo acabaría solo, era algo inadmisible–. Además, no soy el único que te necesita. Eres como un padre para ella. El padre que yo nunca fui.
El hombre entrecerró los ojos con una muestra de dolor. –Zelda ha crecido, ya no necesita a un viejo carcamal a su lado. Su juicio es certero y eficiente, más que el tuyo. –Y era cierto, la juventud debería ocupar el puesto de la vieja generación, era un hecho, pero cierto cascarrabias se negaba a verlo. –E igualmente… yo también la echaré de menos. Criaste a una magnífica niña. Una niña que ahora se ha convertido en una magnífica mujer –resaltó, dando importancia al hecho de que debería pasar página.
–Bahh, no me harás echarme atrás, viejo zorro. Aún no es mi momento. Si quieres irte, hazlo, pero no me des el tostón más. –La conversación había pasado de ser una solicitud de dimisión a una riña, no era necesario pasar por ahí.
Auru esbozó una pequeña sonrisa y se acercó al escritorio del presidente. –Además, me he permitido el lujo de ahorrarle trabajo, presidente –dijo mientras depositaba la gorra encima de la madera tallada y junto a ella, ponía una pequeña carpeta blanca.
El presidente frunció el ceño. –¿Qué se supone que es esto? –inquirió mirando con desconfianza la carpeta.
–Creo que podría ser mi sucesor, es joven, inteligente y muy hábil al volante. Perfectamente podría ser la personificación de la Trifuerza del Valor –comentó con orgullo–. Es mejor de lo que era yo, servicial y nada rebelde –mintió en lo último.
–Maldita sea Auru, ¿de qué diantres lo conoces? –Esa actitud halagadora era la misma que tenía un granjero cuando quería vender una vaca. –¿Es tu hijo? ¿Nieto?
–Hahahaha, maldito carcamal desconfiado, el chico es huérfano. Es del distrito de Ordon –continuó, se lo estaba jugando todo a una carta con eso–. Allí aprendió a sobrevivir y sobre todo, valores. Créeme, sé de lo que hablo.
El presidente lo miró con desconfianza. Ordon era el distrito más pobre de Hyrule, bien podría ser una buena idea y aprovecharse de su picardía e inteligencia, o bien le podría salir eso en su contra y que el joven la usara contra él. –¿Estás seguro? Es de la seguridad de mi hija de lo que estamos hablando. –Auru asintió con seriedad. –Entendido, confiaré en ti, viejo amigo. Hazme un favor y comunícale tú mismo que se incorpore cuanto antes. –Al final cedió.
Una pícara sonrisa se escapó de los labios del viejo zorro. –Claro jefe, está abajo esperando, ya le compré el traje y todo –comentó saliendo del despacho antes de escuchar los reproches de su presidente–. Cuídese mucho señor, y deje ese asiento pronto. Por cierto, ya saludaré a Zelda cuando tenga oportunidad, solo dígale que lo siento mucho. Hay cosas que no se pueden planear.
Y cerró la puerta. La última frase que dijo el viejo dejó al presidente algo descolocado. «"Hay ciertas cosas que no se pueden planear", ¿qué insinúa ese viejo zorro?». Se dejó caer en su asiento abatido, colocando sus dedos índice y pulgar sobre sus párpados, respirando profundamente. –Otro más que se va… –murmuró para sí mismo. Como si de pronto hubiera recordado algo, se incorporó de su asiento y cogió la carpeta que su viejo amigo había dejado. Ojeó un poco el perfil del chico, si tenía que trabajar para él y cuidar de su hija, más le valía ser alguien responsable.
«Persona resolutiva y de mente calma. Con una gran paciencia y sentido del deber. De familia pobre, se quedó huérfano a la corta edad de 4 años y fue ingresado en el orfanato Kokiri, donde… blablablá… se graduó con la sorprendente edad de 16 años con honores en la escuela de Transportes de Hyrule, hump, todo un prodigio. Sus capacidades de conducir incluyen todos los vehículos de cilindrada… blablablá, nada interesante», leyó en silencio. Estaba seguro que el viejo Auru se la había jugado en algún momento, solo tenía que seguir leyendo. «Su conducción es suave y rápida debido a su habilidad de cambiar de marchas… blablablá… Fue detenido por conducción temeraria en una carrera ilegal de motos…» –¡Ja! Maldito zorro, ya me la estaba oliendo –dijo con un tono de aparente felicidad. Aunque fuera algo malo él solo se sentía contento de haberlo descubierto.
Satisfecho se volvió a dejar caer sobre el asiento mientras cerraba las páginas de la carpeta, pero al ver algo en la primera página se quedó helado. 22 años. Sí señor, se la habían jugado perfectamente. Era un criajo rebelde, y por si fuera poco, tenía una edad similar a la de su pequeña Zelda. Era una edad peligrosa. –¡Auru! –gritó, aunque sabía perfectamente que el viejo ya se había ido hacía rato.
El cielo estaba nublado, era una mezcla de humedad, frío y contaminación. El viento era cortante, entraba por cada resquicio de la ropa y se colaba por los poros hasta clavarse en los mismos huesos. Hyrule era conocida por ser la ciudad central más grande del continente, y en parte eso estaba bien, era una ciudad floreciente, llena de vida, trabajo y oportunidades.
Pero no era lo único. Mientras por un lado crecían los rascacielos, las empresas y los negocios, por otra parte crecía proporcionalmente la pobreza, la gente sin casas y los barrios obreros. Bueno, decir proporcionalmente es algo muy optimista y nada realista, la palabra correcta era exponencialmente. La gente se bajaba de sus lujosos coches, yendo a comprar a las tiendas más refinadas, con mejores marcas y mayor prestigio del país, mientras dos calles más abajo, se mendigaba para llevarse algo a la boca. Sí, el sistema capitalista funcionaba así, siempre lo había hecho.
–Sí, el sistema funciona –dijo satisfecho un chico, un hombre se podría decir ya. Se encontraba sentado en un banco sucio y desgastado, lleno de pintadas. El banco estaba situado en un patio delimitado por grandes paredes de hormigón, todas llenas de "arte callejero" o grafitis, o vandalismo, según el que lo viera. Lo cierto es que se encontraba en uno de los distritos más pobres de Hyrule, donde las tiendas lujosas y el auge de la ciudad no parecían haber llegado. El patio en cuestión estaba decorado con unas líneas en el suelo, que si conseguías distinguirlas de las pintadas que también había en el suelo, podía deducirse que señalaban un campo de basket, creando una rudimentaria cancha. A ambos lados, sobre unos postes de metal podían encontrarse unas canastas. Los aros estaban desgastados y tenían un color más negruzco que naranja, debido al desgaste y al rozamiento del plástico del balón. Los tableros estaban fabricados de madera, pero tras las lluvias y la gente que lo usaba, ahora eran unan tablas podridas con distintos nombres dibujados con distintas caligrafías y un rotulador permanente. Unos niños pequeños, de unos 12 o 13 años jugaban concentrados. Sus ropas eran viejas y de distintos colores, pero no lo necesitaban para jugar, se conocían lo suficientemente bien como para no pasarla al jugador del equipo contrario. Un chico joven, con una mirada triste y seria acababa de driblar a dos rivales y le pasaba su balón a otro joven más gordito, de pelo negro–. ¡Pásala de nuevo, Malo! Colin te está haciendo una pared –volvió a decir el chico, esta vez en voz alta, para que los niños lo oyeran.
Malo hizo caso, y nada más escuchar a Link, le devolvió el balón a Colin, que ya entraba en penetración, haciendo que marcara una canasta sin defensa alguna. Tras la canasta chocaron las manos y volvieron a la defensa.
–Así se hace chicos, jugando en equipo. –Los animó Link, aplaudiendo su jugada. De pronto sonó su teléfono, por lo que se levantó del banco y se dio la vuelta, dando la espalda a la pista y así lograr algo de intimidad. –¿Diga?
–Link, soy yo –sonó una cansada voz al otro lado del auricular.
–Oh, Auru –sonrió Link–. ¿Qué ocurre? No es normal que me llames.
–Vas a tener que darme las gracias, chico. Te he conseguido trabajo –rió el anciano al otro lado.
Los ojos de Link se abrieron con ilusión, mostrando una preciosa sonrisa con todos sus blancos dientes. –¿Cómo? ¿En serio? Hahaha, ¿y de qué si puede saberse?
–Serás el chófer de la hija del presidente Hyrule.
La sonrisa de Link desapareció en el acto. –Auru, ese es tu trabajo.
Se oyó un suspiro al otro lado de la línea. –Ya no, Link. Sabes que alguien tiene que ocuparse de eso ahora.
Los ojos de Link miraron al suelo, con tristeza. –Entiendo. Bueno, ¿cuándo me incorporo?
–Pues, deberías ir yendo ya mismo al edificio Agitha, en unos… 10 minutos más o menos, ah y deberías ponerte el uniforme. Lo dejé en el asiento trasero del coche –respondió con tranquilidad, como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Los ojos de Link se abrieron, pero esta vez con incredulidad. Se volvió de nuevo a la cancha y tras un gesto a los chicos salió corriendo con el móvil aún pegado a su oreja. –Maldito viejo, ¿Cuándo pretendías decírmelo? ¿Cuando fuera el momento exacto de estar allí?
Ni siquiera esperó a que el hombre respondiera. Colgó el teléfono. Se dirigió corriendo a la entrada del orfanato, donde se encontraba el portero, que nada más verle corriendo de lejos, sacó un casco de moto y lo dejó en el mostrador. –Gracias –dijo Link apurado mientras lo cogía sin parar el ritmo y se perdía calle arriba.
«Oh, mierda. No solo voy a llegar tarde, sino que encima sudado. Y por si no fuera poco tengo que ser el criado personal de la princesita de cuento», pensaba frustrado mientras corría. A primera vista parecía un buen trabajo, pero cada momento que pasaba le iba viendo más pegas. De pronto se paró frente a una moto, una Yamaha YZF R6 (cualquiera que supiera de motos babearía al verla). Había olvidado algo crucial. Sacó el móvil de nuevo y se preparó para llamar justo cuando vio que había recibido un mensaje. Lo abrió y leyó lo que ponía: "Maybach Landaulet negro". Bien, el viejo estaba en todo. Le habían dicho que tenía que ser el chófer, pero no sabía qué modelo de coche era. Ahora ya con todo listo volvió a guardarse el móvil en el bolsillo, se puso el casco y se montó en la moto. Tras arrancarla, metió un poco de gas antes de dirigirse a toda pastilla al maldito edificio Agitha.
La estancia era enorme. Se trataba de un gran salón iluminado con grandes lámparas de araña y las paredes decoradas con lienzos al óleo con escenas de hombres gordos subidos a caballo cazando. El salón estaba lleno de gente. Distintas familias adineradas hacían corritos y hablaban de cosas sin importancia. Eso sí, todos ellos vestían impresionantes trajes y vestidos que su valor bien podrían servir para sostener a una familia por dos o tres meses.
Se trataba de una fiesta de cumpleaños, el cumpleaños de la heredera de la familia Agitha, una de las principales socias de la familia Hyrule. A simple vista podía pensarse que era una simple fiesta de cumpleaños con varios camareros del servicio de catering paseando bandejas con canapés de suculentos y caros ingredientes o con copas de caro champán. Todo un lujo al alcance de pocos. Pero lo cierto es que tras esa tapadera se encontraba un evento con puros fines burocráticos, tratando de estrechar lazos entre las grandes empresas, ganando socios, absorbiéndose unos a otros, la ley del más fuerte. Tras esa falsa apariencia de sibarita, lo único que se podía ver ahí era un nido de pirañas, todos dispuestos a comerse unos a otros.
Un poco apartada de la multitud encontrábamos a una joven señorita. Tenía el pelo castaño y lacio, recogido con una bonita diadema con incrustaciones de cristales, o piedras preciosas, uno nunca puede estar seguro. Llevaba un bonito vestido rosa de tirantes, que dejaba algo de su no excesivo escote y mostraba toda su delicada y pálida espalda. El vestido llegaba hasta las rodillas, por lo que aunque no fuera por completo, dejaba entrever unas preciosas piernas, que ya a simple vista daban la sensación de ser suaves y delicadas. Llevaba unas bonitas sandalias con algo de tacón que se enroscaban por sus pies y llegaban hasta bien pasado el tobillo. El conjunto venía acompañado por un bolso del mismo color. Sencillo pero elegante.
Si bien la chica ya podía llamar la atención sólo por su buen gusto y buena percha, había aún dos cosas que la delatarían allá adonde fuera. Lo primero es que era la heredera de la empresa Hyrule, es decir, era como la princesa del reino. La que de un momento a otro gobernaría sobre todos los demás debido a su gran potencial económico. Lo segundo era la mezcla de belleza e inteligencia. Cualquiera que tuviera dos dedos de frente, al acercase a ella y ver a través de esos felinos y astutos ojos azules, vería que no se trata de la típica niña mimada por papá, que también, pero podría mostrar más que eso. Había mucho más que esas piernas de infarto, de ese cuerpo perfectamente torneado, de ese pelo largo y peinado de manera exquisita. Más que unos preciosos ojos azules, unos finos labios rosas y una nariz recta y pequeña. Así es, había mucho más que una simple cara bonita.
Aunque en esos momentos nadie tenía el valor de acercarse a ella. No se encontraba feliz en absoluto. Y eso podía distinguirse a la legua, sus ojos se movían observando todo el salón, desaprobando todo lo que veía. Chascando la lengua cada diez segundos. No señor, no era su día. Se suponía que su padre la había mandado allí para estrechar lazos con las demás empresas, para ayudar a su padre con su imperio en expansión, pero no era eso con lo que se había encontrado.
Resulta que no había nada que hacer. Algunos empresarios se encontraban demasiado ocupados hablando los unos con los otros, discutiendo acerca de la aparición de una nueva empresa. Al principio, Zelda se había sentido interesada por el tema. Ya se había enterado, de rebote obviamente, su padre nunca le contaba nada, de que una nueva empresa amenazaba con quitarle el monopolio a su padre, la conocida como familia Twili. Especulaciones, puras especulaciones. Por desgracia en eso se basaba la conocida Trifuerza del Poder y ella lo sabía bien, no había estado estudiando política, economía y derecho por nada. No, la banca se regía por especulaciones y mentiras. Su familia lo estaba perdiendo y lo sabía.
Pero para cuando trató de meterse en la conversación, los demás hombres la miraron con la cara a la que se mira a una niña pequeña. «No, guapa, hablaremos con tu padre de temas importantes, en eso habíamos quedado». Esas palabras aún resonaban en su cabeza y la llenaban de ira. Sí, es cierto que su padre la había advertido de que no se metiera en nada de la empresa, que no hablase con nadie. Pero lo que no había esperado es que encima les hubiera dicho a sus socios que no la hicieran caso. Esa era la idea que tenía su padre de ella. La quería únicamente como una carita bonita, para dar buena imagen. Una simple figuranta.
Se acercó decidida a uno de los camareros y cogió una copa de champán mientras se dirigía a la entrada, a la recepción, fuera, simplemente fuera de ese lugar, fuera de tanta mentira y formalidad. Pero entonces oyó una voz tras ella.
–Hey, Zel, ¿te vas ya? –Bien conocía esa voz chillona, era una de las razones por las que estaba aquí. –Creí que te quedarías hasta el final –finalizó con un tono apesumbrado, como cuando a un niño le dicen que se acabaron los caramelos.
–Lo siento, Agitha, pero es que tengo una agenda apretada y debo continuar con ella –mintió. No le gustaba mentir, y menos a chicas tan inocentes como Agitha, pero era necesario. A menos quisiera que le estallase la cabeza de tanto estrés–. Fue una gran fiesta, ¿te gustó el regalo?
–Oh, sí, era precioso –respondió con felicidad–. Es un parasol precioso. ¿Cómo sabías que me gustaría tanto?
–Hahaha, es intuición femenina –repuso ella guiñándole un ojo.
–Ya veo, ya –concedió con una sincera sonrisa–. Bueno, no te quiero retrasar más. Ojalá nos veamos pronto Zel.
Zelda no pudo hacer más que corresponder con una sonrisa. –Sí, seguro que sí.
Dicho esto se dio la vuelta y se encaminó a la recepción. –Perdón –dijo encarando al recepcionista–. Voy a bajar ya.
El recepcionista asintió. –¿Nombre? –preguntó sin siquiera levantar la vista.
–Zelda, Zelda Hyrule –respondió escuetamente.
El recepcionista al oír dicho nombre levantó la cabeza de golpe y puso una cara de idiota al contemplar la belleza de la joven heredera. Zelda le devolvió la mirada, divertida. No era la primera vez que pasaba. Levantó ligeramente las cejas, tratando de despertar al recepcionista de su shock. Cosa que pareció funcionar. –Oh, disculpe, ahora mismo aviso al chófer.
Zelda sonrió satisfecha. –Gracias. –Y se dirigió a los ascensores.
Impresionante, simplemente impresionante. No solo había conseguido llegar sin matar a nadie, ni morir él, tampoco le habían puesto multas. Y para redondear el acierto había llegado justo donde el coche le esperaba, en la entrada al edificio. Cambiarse de ropa a la velocidad de la luz fue algo un poco más complicado, más aún si lo hacía dentro de un coche. Al principio había esperado que fuese una limusina estándar. Cabina normal y un largo espacio en la zona trasera, pero no. El modelo que le tocaba conducir apenas era un poco más grande que un coche normal, aunque claro, eso es hablando de tamaño, los dos asientos traseros podían compararse con el trono de un rey persa. Era flipante, no demasiado grande, pero flipante a fin de cuentas. Cuando ya estaba acabando de ponerse los zapatos vio cómo su móvil sonaba dejando un mensaje de texto. «La señorita Hyrule ya baja», leyó para sí. «La señorita Hyrule, menudos pelmazos que son los recepcionistas», rió por dentro.
Lo que no esperaba es que tras levantar la vista del móvil vio como una joven ya bajaba rápidamente por las escaleras. –Mierda –dijo molesto–. Además de pelmazos, son lentos. Ya está aquí.
Se bajó lo más rápido que pudo del coche y se puso frente a la puerta que tenía que abrir para que entrase ella, no sin antes estirar un poco el traje y ponerse la gorra.
Cuando ya se acercaba, Zelda vio como un joven se encontraba vestido de chófer al lado de su coche. Llevaba el típico traje de chófer, igual que el de Auru, sólo que éste era negro del todo, los botones plateados, llevaba guantes negros de cuero y no lo vestía un abuelo, sino un joven y guapo chico que no superaría la edad de ella. Los mechones rubios se le escapaban por los lados de la gorra, al igual que su flequillo.
El chico era guapo, muy guapo, tuvo que admitir Zelda. Ese color negro le quedaba de muerte, y al contrario que su antecesor, el chico llevaba los primeros botones desabrochados, mostrando una impecable camisa blanca acompañada de una corbata negra. Cuando el chico la tuvo lo suficientemente cerca se sostuvieron la mirada. Apenas fue un segundo, pero notó una fuerte descarga eléctrica que le atravesaba el cráneo como un rayo. Por suerte o desgracia, sólo fue una centésima de segundo, no llegó ni a medio suspiro. En cuanto pasó, notó cómo los músculos del cuello del "nuevo" se movían al tragar saliva. Parecía ser que a él le había pasado lo mismo.
Liberada del aturdimiento, volvió a fijarse en el rostro del chico, que la sonrió de manera estúpida. No era la típica sonrisa de embobado a la que estaba acostumbrada, no, era una sonrisa con la que estaba aún más familiarizada, una sonrisa falsa. Y eso no le gustó, nada en absoluto.
Link por su parte apenas pudo reprimir un suspiro cuando la vio. Al hacer contacto con sus ojos notó el comienzo de una tempestad, la piel se le puso de gallina y sintió algo extraño. Era una chica de pelo castaño y largo. Llevaba un elegante vestido rosa con un pequeño bolso del mismo color. Pero él nunca le había dado importancia a la ropa, lo que le sorprendió fue la mirada de la chica. Era una mirada cargada de inteligencia, lo vio desde el primer momento, no parecía la típica niña tonta. «Bah, éstas son todas iguales, a ver si acabamos pronto y me puedo ir a casa», pensó él mientras esbozaba una de sus sonrisas forzadas, las niñas tontas caían rendidas a sus pies con ellas.
–Disculpa, estoy esperando a mi chófer, ¿puedes apartarte de la puerta? –dijo ella mirando a ambos lados, buscando a Auru.
–Lo tienes delante, yo soy el chófer –resolvió con rapidez. –Si me hace el favor –dijo mientras abría la puerta con elegancia, una exagerada elegancia.
Zelda miró con una mezcla de incredulidad y humor la acción del chico pero después su semblante se volvió serio. –Tú no eres el chófer. ¿Dónde está Auru?
Link bufó. Solo llevaba 30 segundos con ella y ya estaba perdiendo la paciencia. –Auru se ha ido. Yo soy el nuevo, princesa –dijo como el que trata de explicarle las cosas a un deficiente mental, o a una niña pija y estúpida.
«¿Princesa? ¿Y este pringado quién se ha creído que es?», la voz sonó dentro de la cabeza de Zelda, pero por suerte sabía guardar la compostura y no le siguió el juego, sino que atacó desde otro frente, a ver como reaccionaba. –¿Y tú eres el reemplazo? –preguntó mientras miraba de arriba a abajo con desprecio a Link, poniendo especial énfasis en las palabras "tú" y "reemplazo".
Esa mirada de superioridad, de desprecio molestó bastante a Link. Toda la casta, todos los ricos eran iguales, consideraban a los pobres como seres inferiores, como hormigas, como la nada. Su sonrisa se transformó en una mueca de odio y cerró la puerta de Zelda de un portazo. –¿Vas a subir, princesa? ¿O te tengo que meter en brazos como si fuera tu héroe? –respondió con marcado sarcasmo, sobre todo con la última frase. Se dio la vuelta y se encaminó a la cabina.
Zelda se quedó en shock por un momento. Nunca nadie había sido tan irrespetuoso con ella. La gente de su esfera era conocida, además de por las mentiras y el dinero, por la educación y la forma de actuar de cara a la demás gente, aunque fuese una falsa formalidad. Por eso le gustó la reacción del chico, le divirtió bastante. Era la primera persona que actuaba acorde a como se encontraba, sin mentiras ni máscaras. Sonrió ligeramente y mientras abría la puerta soltó. –Oh, mi héroe, tienes un zapato desabrochado. –Una vez soltada la puya abrió con elegancia la puerta, sólo con la justa que le caracterizaba, y se introdujo en el coche.
«Agh, de verdad que la odio», pensó mientras se agachaba frente al morro del coche a atarse el maldito cordón que le quedaba por abrochar. Demasiado había hecho para aparecer vestido y a la hora con diez minutos. Soltó un par de maldiciones mientras rodeaba el coche y se metió en el espacio del conductor. Metió la llave e hizo contacto. Colocó a su medida el asiento y puso el retrovisor para ver los ojos de la chica. –¿A dónde vamos, princesa?
«Otra vez con lo de princesa, ¿acaso ese garrulo no entiende?», suspiró Zelda. –Llévame a casa. Ah, y no me llames princesa –pidió Zelda, aunque fue más una orden que una petición.
–Muy bien –dijo Link mientras arrancaba en coche, el cual iba realmente suave, y buscaba la palanca de cambios, aunque se sorprendió que era automático, «debí haberlo imaginado, esta gente no sabe lo que son los cambios». –A todo esto, ¿dónde está tu casa, mademoiselle? –preguntó con forzada gallardía, sin duda era una burla.
–Ah claro, que no lo sabes –suspiró con pesadez, le dijo la dirección y se acomodó en el asiento de atrás, pero recordó algo y se inclinó de nuevo a la ventanilla delantera–. Por cierto, el francés es para caballeros, no para héroes.
Link ignoró el comentario hiriente de la chica y pisó ligeramente el acelerador. El coche comenzó a moverse a una velocidad constante. Cuando entró en carretera siguió igual, respetando todos los límites de velocidad, cediendo la posición según las normas de tráfico establecían. No es que Link fuera un lento al volante, sino que el trabajo parecía requerir esa parsimonia y elegancia al conducir. Por no decir que estaba disfrutando de conducir tal belleza de coche. Aceleraba con suavidad. El motor tenía una potencia impresionante, pero su ruido apenas era el ronroneo de un gato. Aceleró ligeramente pero después, recordando su posición volvió a pisar ligeramente el freno. Cosa que no pasó desapercibida a Zelda.
–Oye, ¿puedes pisarle un poco? Estoy bastante cansada ¿sabes? –dijo ella, sorprendiéndose de lo borde que sonó, no era su intención.
Link la miró por el retrovisor y encaró ligeramente las cejas. Como entraron en la autopista se permitió el lujo de apretar un poco más, notando al instante como el motor le seguía, haciendo gala de todos sus caballos de potencia. –Ya veo, debe de ser exhaustivo estar en un salón, hablando de estupideces y comiendo canapés ¿no? –repuso de forma hiriente.
Zelda le devolvió una mirada furibunda por el espejo. –¿Qué sabrás tú? –Después fijó su vista en la ventanilla y continuó. –Todos esos patanes, mentirosos e hipócritas. Con sus sonrisas forzadas y sus eufemismos innecesarios. Su interesada preocupación. Ojalá no tuviera que ir nunca a esas reuniones, llenas de pirañas y falsos. –Realmente ya no hablaba con Link, había sido un simple desahogo. Sólo con Auru podía soltarse de ese modo, entonces él le respondía que ella lo había hecho bien y que su padre estaba realmente orgulloso de ella. Y de esa forma se quedaba más tranquila. Pero Auru ya no estaba, se había ido. Y ahora ella estaba sola, o eso pensaba.
Link siguió alternando su mirada entre el espejo, viendo a Zelda, y la carretera. Le había sorprendido mucho la forma de describir su esfera social, siempre había pensado que todos ellos eran arrogantes y estúpidos, pero en este caso había visto como ella no era de esa calaña. No, ella parecía ser una persona normal. Quizá ese brillo de inteligencia que había visto en sus ojos podría ser algo más que una simple ilusión. Pero en ese momento sus ojos sólo reflejaban tristeza, lo cual despertó una extraña sensación en Link. Necesitaba consolarla, quería borrarle esa mirada de tristeza de su rostro. No quería volver a verlo en ella, y no sabía por qué. Pero se le ocurrió una idea. –Oh, ya veo, princesa –dijo alegremente, llamando la atención de Zelda. –Pero tranquila, tengo la solución para que no tengas que volver a ir a esas reuniones. –Y con una bonita sonrisa, que, esta vez sí encandiló ligeramente a Zelda, viró con tranquilidad a la izquierda, acercándose peligrosamente al quitamiedos.
–¡No! ¿Pero qué haces? ¿Acaso quieres que nos matemos? –gritó ella con miedo. No solo tenía un día de mierda, sino que encima el nuevo chófer estaba loco.
Link devolvió el coche a su rumbo inicial con una carcajada. –Oye, que yo solo quería lo mejor para ti, para que no sufrieras más con tanto hipócrita –respondió realmente animado–. Ya, sabes, el héroe siempre se preocupa por su princesa.
–¡Imbécil! Es el caballero el que cumple sus deseos, el héroe se preocupa de que siga viva –contestó aún alterada por la acción del chico–. ¿Cuándo has visto que un héroe deje a nadie espachurrado en una cuneta?
Ante el insulto de Zelda, Link apretó con fuerza el acelerador, haciendo que el coche ganase unos 40 km/h de forma casi instantánea, presionando a ambos ocupantes contra el respaldo del asiento.
–Oye, no vayas tan rápido o pagarás tú la multa –amenazó Zelda viendo como el chico no soltaba el acelerador y cogían una peligrosa velocidad.
Link se dio la vuelta, perdiendo contacto visual con la carretera para mirarla con intensidad. Por un momento ella se perdió en sus azules orbes, eran preciosos. –A ver si te aclaras, ¿no querías llegar rápido a casa? –le reprochó tratando de sonar molesto, pese a que se estaba divirtiendo bastante contemplando las distintas expresiones que se formaban en el rostro de la chica. Lo cierto es que todo lo que quería era que olvidase el mal rato que debía haber pasado en esa estúpida reunión.
–¡Vale, vale! Pero haz el favor de mirar adelante que nos vamos a matar –suplicó Zelda, con el corazón desbocado.
Link se volvió a colocar correctamente en su asiento y pasó al carril de la derecha, para ir algo más despacio. Después pulsó la radio y puso algo de música clásica. Una relajante pieza de piano comenzó a sonar por los altavoces, haciendo que Zelda se reclinara en su asiento, apoyando la cabeza y cerrando los ojos. Así estuvo el resto del tiempo hasta que casi llegaron al destino. La mente del chico en cambio seguía funcionando a toda máquina. «¿Por qué he tratado de consolarla? ¿De hacerla olvidar? Todos los de su calaña son iguales, solo juegan con las palabras, usándolas a su favor.»
Cuando un semáforo se puso en rojo, Link aprovechó para mirar por el retrovisor con dureza el rostro de la chica que aún descansaba. –Despierta, princesa. Ya llegamos –dijo mientras apagaba la radio, tratando de despertarla sin demasiado tacto.
Zelda abrió perezosamente los ojos y se estiró un poco. Bostezó profundamente, haciendo que se le saltasen unas lágrimas, a lo que Link no pudo evitar soltar una risita. –Que no me llames princesa.
–¿Y cómo quiere que la llame, señorita Hyrule? –preguntó él, recordando el mensaje del recepcionista. Lo cierto es que no sabía su nombre de pila, solo su apellido, el apellido de su padre.
–Zelda, me llamo Zelda… –dijo desperezándose del todo mientras Link volvía a mirar a la carretera cuando el semáforo se puso en verde y avanzó con suavidad. Al ver que él no se presentaba Zelda lo presionó. –¿Tú cómo te llamas?
–Yo soy el chófer, Zel. Con eso te basta por ahora –respondió con un tono impertinente, haciendo que ella levantase una ceja.
Chasqueó la lengua y preguntó molesta. –¿Zel? –Eso sólo podían decírselo personas de confianza. Pero su pregunta se quedó en el aire cuando el coche frenó con suavidad y quitó el contacto. Habían parado en una gran mansión, en la puerta de la verja realmente. Link tendría que devolver el coche a la cochera así que no vio necesario entrar para luego salir, no era eficiente.
Se desabrochó el cinturón. –Ya hemos llegado, Zelda. –Ambos se quedaron mirando por un momento. Link abrió ligeramente los ojos. –¿Necesitas que te abra la puerta? –preguntó con incredulidad.
Zelda bufó y abrió la puerta con desgana. –Adiós, chófer –se despidió, resaltando la palabra chófer. Y antes de que él pudiera despedirla oyó como cerraba la puerta de golpe. Link suspiró cansado y llevó el coche a la cochera, después tendría que coger un taxi o algo para recoger su moto, la cual había dejado una manzana detrás del edificio Agitha.
Un pensamiento se cruzó por la mente de ambos chicos según arrancó el coche. «Es insufrible».
NA: Este capítulo, al igual que los 8 que vendrán a continuación, sufrieron una leve reedición. En éste en especial no cambié demasiadas cosas aparte del diseño de los diálogos y las edades de nuestros protagonistas. Sí, hice a Zelda ligeramente más mayor que Link porque en los juegos también me da esa sensación.
Por otro lado intenté que al principio Link y Zelda no se llevaran muy bien, porque los roces suelen ser divertidos, pero admito que no me salió muy bien, aunque su relación cambiará según avance la historia a mejor... o a peor.
Aparte de eso, poco más. Si alguien no terminó de entender el sistema de las Trifuerzas que me he inventado, que pregunte en una review o algo xD
