Disclaimer: Nada me pertenece, todo es propiedad de la señora Meyer.
N/A: historia publicada en agosto 17 del 2010, editada y corregida en febrero 1 del 2015
La noche era fría, inusualmente fría, y desoladora, el único calor que tocaba mi cuerpo era la corriente de lágrimas que surcaban mi rostro, abriéndose paso por mis cetrinas mejillas, aún manchadas por la sangre, los moretones y el indudable dolor físico y aun mas punzante, el emocional.
Me desplazaba lenta y tortuosamente por las indiferentes calles de Volterra, con mis dedos apenas rozando los ladrillos de las pequeñas casas, de los laberintos que formaban la intrincada forma de sus calles, de mis labios salía una súplica insonora ("ayúdenme, por favor, ayúdenme"), sorda a los oídos de las pocas personas que aún caminaban por las calles, apuradas de llegar al resguardo de sus hogares, sin mirarme. Veía una pequeña exhalación de humo procedente de mi boca y de mi respiración mientras la noche caía cada vez más pesada, más fría, llego el momento en el que ni siquiera yo escuchaba mi patético lamento, ni el momento en el que mis piernas flaquearon y no pudieron sostener más a mi cuerpo, no sentí el momento en el que toque el piso, débilmente sentí el frio, casi placentero, que comenzaba avanzar por mis piernas, por mis manos desde la punta de los dedos, el dolor disminuía con el creciente entumecimiento de mis miembros, aleje los brazos de mi tronco, ya no me interesaba conservar el poco calor que me quedaba, incluso renuncie a el baño cálido de mis mejillas, todo lo que quería es que todo terminará, quería descansar y dejar de pertenecer a este podrido mundo, aquel que me había embriagado con su voluptuosidad, deseoso de mi juventud, de mi belleza, el mismo mundo que se deshizo de mis despojos cuando ya no le fue útil…
Del cielo caían diminutas gotas de agua, de una ventana salía el resplandor de una lámpara, dibujando la silueta del agua que, al final de su trayecto, tocaba parte de mi cuerpo disminuyendo el, hasta ahora, persistente aroma a hierro proveniente de mi sangre que manchaba el precioso vestido color crema con el que me había ataviado el día de hoy, sabía que este día sería uno especial, por fin dejaría de ser la amante de ese viejo aristócrata italiano y me convertiría en su esposa, podría gozar de toda la riqueza que había ido a buscar desde la pequeña villa en la que vivía, dejando atrás a todo lo que conocía y que alguna vez ame. Fui ingenua y estúpida, tire a la basura todo lo que era, lo corrompí con mi deseo y ambición y ¿de que sirvió? Solo para cavar mi tumba, pensaba que era merecedora de todo, él me confirmo por un tiempo que así era, me cubrió de joyas, vestidos, sirvientes y enormes banquetes privados, después de todo no era más que su amante, aunque solo era cuestión de tiempo en el que caminaría de su brazo a la luz del sol, el deseo de poder me extasiaba, incluso me hacía más llevadero el tener que soportar a ese hombre, el cual, siendo aún más ingenuo que yo, realmente pensaba que lo amaba….
La muerte estaba cerca, lo sentía en cada célula de mi agonizante cuerpo, la veía en una hermosa figura de tez clara, provista de dos grandes ojos color borgoña que me miraban fijamente, parpadee lentamente, preparándome para lo que seguía ¿será cierto lo que decía mi madre? ¿Todas las creencias a las cuales era devota eran verdad? De ser así tenía el infierno ganado, pequé de orgullo, vanidad, codicia, cientos de faltas más, pero ¿Qué más daba? El arrepentirme ahora no cambiaría nada. Reí, un silbido salió con lo que me quedaba de fuerza, sentí como mi pecho vibraba y me provocaba una intensa tos, de nuevo el sabor férrico y levemente dulce de la sangre inundo mi lengua.
Pobre creatura…no te preocupes, todo terminará rápido- escuche la voz proveniente de la misteriosa figura, ahora la veía completamente de frente mientras se inclinaba rápidamente y aspiraba el aroma de mi cuello – tan dulce, tan dulce- repetía una y otra vez, los ojos borgoña brillaban ahora en un mar negro, de pronto sentí dos cuchillas clavadas en la yugular, mi energía se esfumaba mientras la sangre salía de mi cuerpo, no me resistí, de cierta manera era delicioso, la forma en la que me estrujaba cada vez más hasta volverse doloroso. Lleve una de mis manos a su cabello, era grueso, suave y estaba levemente mojado por la llovizna, tome un mechón y lo estruje, de pronto se separó de mí, extrañe su roce en mi cuerpo ¿termino ya? ¿ya estoy muerta? No todavía, el dolor era prueba de ello, en cuestión de segundos comencé a sentir ardor, el frio era reemplazado por un intenso calor, ¡me estaban quemando viva! Quise gritar cuando el ardor se instaló en mi vientre ¿acaso era eso? Si, estaba muerta y viajaba a los infiernos por el más grande de los pecados que una mujer puede cometer, pero ¿Qué más podía hacer? La pobre creatura ya tendría que vivir siendo un bastardo, y cuando él se enterará que no era su hijo… ¿Qué pasaría?
El fuego me consumía totalmente, mi cuerpo que era como leña verde, a pesar del tiempo no aminoraba en lo más mínimo, sentía el impulso de gritar, suplicar perdón por todos mis pecados, pero no podía, dentro de mi mente una voz me repetía que sería inútil, tendría que lidiar con esto durante toda la eternidad.
No supe cuánto tiempo paso, cuando el calor se fue retirando de las puntas de mis dedos sentí un inmenso alivio, mi corazón latía cada vez más frenéticamente en una lucha contra el calor, como si tratara de expulsarlo de mi cuerpo lo más rápido posible, era una lucha que hasta poco parecía sin sentido, hasta ahora, el fuego se fue poco a poco, concentrándose en mi pecho y calcinando a mi cansado corazón, hasta que sin más ceso junto con el último latido de mis entrañas, por fin pude abrir los ojos y el mundo que se revelaba ante mí era completamente diferente, en ellos se abría algo maravilloso, cada detalle, cada mota de polvo flotando en el aire era perceptible para mí, me erguí, no conocía el lugar en el que me encontraba, mire a mi alrededor y lo único que estaba en la alcoba era un enorme espejo, no reconocí a la persona que estaba frente a mí, era hermosa, se movía de una forma tan suave, tan elegante que me causo una punzada de envidia, hasta que me di cuenta que mis movimientos eran los suyos, reconocí la seda de mi vestido en ella, de pronto, en un abrir y cerrar de ojos, me encontraba frente al espejo, esa persona era yo, lleve la punta de mis largos dedos hasta la piel de mi rostro, era perfecta, suave y sin imperfecciones, lo que más me sorprendió fueron mis ojos, dos enormes orbes color carmesí me miraban fijamente, coronadas por una espesa capa de largas pestañas, sonreí y una blanca dentadura se revelo. Era hermosa, más hermosa que cualquier creatura que hubiera conocido…y así sería para toda la eternidad, después de todo, la muerte no era tan mala como yo creía.
