En la penumbra, una figura camina lentamente, ajena al frío, ajena a la lluvia que cae incesantemente sobre los adoquines gastados de las desiertas callejuelas

Hola

Aquí estoy, cumpliendo mis promesas. Esta historia es un regalo de cumpleaños para Arthemisa. (Aún falta casi un mes pero, o me quito el cuento de la cabeza, o me va a reventar. Y si no la publico, me reventará la propia Arthemisa, así que no hay mucho más de que hablar)

Hace tiempo que me ronda este episodio, de forma bastante inconexa, y un review de Arthemisa me dio la idea de cómo seguirlo. Es por eso que se lo regalo, no sólo por su cumple.

Este capítulo y el siguiente son más o menos la presentación, por decirlo de alguna manera. Tranquila, Arthemisa, querida. Pronto llegará tu oportunidad con quien tú ya sabes ;)

Prefacio.

En la penumbra, una figura camina lentamente, ajena al frío, ajena a la lluvia que cae incesantemente sobre los adoquines gastados de las desiertas callejuelas. Sus pasos resuenan en la piedra, rompiendo el silencio en un rítmico golpeteo, acompasado, decidido, como un contrapunto al sonido de las gotas en los tejados.

La oscuridad apenas deja ver su rostro, y una larga capa cubre las formas de su cuerpo. Pero sin duda es una figura masculina. Incluso bajo la pesada tela, se adivinan sus poderosos músculos. Camina altivo, arrogante, entre callejones inmundos llenos de peligros, que a él no parecen inducirle ningún temor. Algo en su forma de moverse, en el modo en que se desliza por las calles, hace pensar que tiene razón al comportarse así.

De entre todos los peligros de la noche, él es el peor...

Capítulo primero. El desconocido.

"Despierta ya, pequeña"

La voz resuena en alguna parte de su conciencia, arrancándola de las garras del sueño. Una voz que en los últimos días se ha ido convirtiendo en familiar. Lo único familiar que tiene ahora. La muchacha se revuelve en el lecho, intentando huir de la consciencia. Se siente mejor cuando duerme, incluso cuando se halla en ese estado entre la vigilia y el sueño, en el que todo parece posible. Pero despertar es duro. Enfrentar la realidad es duro. Y volver a sentir dolor es más duro aún. Como respuesta a sus pensamientos, un calambre recorrió su dolorida espalda. Gimió.

"¿Aún te duele?", pregunta la voz. "Aquí está tu medicina, y algo de caldo. Vamos, levántate"

A regañadientes, abre los ojos y se vuelve hacia la voz. Y una vez más, la belleza de su rostro la deja sin palabras. La ha despertado muchas veces en los días pasados. Pero siempre se sorprende al verla, como si no fuera real. Es la mujer más bella que jamás ha visto. Y si bien su memoria no está pasando por su mejor momento, sabe que si en algún momento hubiera conocido a alguien tan hermoso, no podría olvidarlo. Su rostro es ovalado y perfecto, sin ninguna marca, sin la menor imperfección. Sus ojos negros, almendrados y brillantes, con espesas pestañas oscuras de un largo imposible. La nariz recta, pequeña y graciosa. Los labios gruesos, sensuales, que ahora conforman para ella una sonrisa deslumbrante.

"Vamos, come. Te sentirás mejor"

La ayuda a incorporarse. Aguijones de dolor la recorren por entero con ese simple gesto. Tuerce el gesto, y vuelve a gemir con suavidad. El rostro de su ángel salvador la observa con el ceño fruncido. Estudia sus heridas, sus brazos vendados moviéndose con lentitud. Un susurro escapa de sus labios, tan bajo y breve que resulta casi indescifrable. Pero sabe lo que ha dicho. "Salvajes".

Y es que quien la ha dejado en este estado lamentable, medio muerta y sin memoria, abandonada a su suerte, no puede ser más que un salvaje. Si Milena no la hubiera encontrado. Si no se hubiera hecho cargo de ella... Sacude la cabeza para no pensar, y se concentra en la cuchara de espeso caldo que tiende hacia ella. Toma unos cuantos bocados, y finalmente tuerce la cabeza.

"Si no comes, no te repondrás jamás"

"¿Y para qué voy a recuperarme?", protesta. "No sé quien soy, no tengo pasado, ni futuro..."

Milena la mira con la desaprobación pintada en el rostro. De un modo que casi parece dolido. Y ella se vuelve atrás.

"Lo siento", se excusa. "He sido muy desconsiderada contigo. Y aún no te he dado las gracias por salvarme"

A cambio de sus disculpas, recibe una sonrisa que le alegra el día. Es tan hermosa cuando sonríe... No le sorprende que tantos hombres se desvivan por ella. No le sorprende que la colmen de carísimos regalos.

Oh, no es tan inocente. Sabe muy bien dónde está y a que se dedica esa bella mujer. Sabe que hacen todas esas muchachas, que duermen de día y viven de noche. Y sabe a qué vienen todos esos caballeros que ve llegar por la ventana de su habitación. Pero no le importa. Quizá en otra vida le importó. Quizá fue una joven dama que se escandalizaría al saber lo que sucede bajo ese techo. Pero hoy, ahora, lo único que importa es que nadie más que ella la había salvado. Le han contado que estuvo muchas horas bajo la tormenta, en un callejón. Que nadie la atendió, hasta que las chicas advirtieron a Milena. Ella la salvó. Y no le importa un infierno lo que haga para ganarse la vida.

Lleva mucho tiempo bajo sus maternales cuidados. Por las noches, cuando empiezan a llegar las visitas, Milena la hace quedarse en su habitación, escondida de miradas indiscretas. O quizá intentando salvaguardar sus virtuosos ojos de lo que sucede en los confortables salones de su casa. Pero ella siente curiosidad, y espía a menudo. Y sabe que su anfitriona jamás se acerca a las habitaciones. Sonríe, charla, coquetea con los hombres con una gracia que envidia profundamente, pero jamás cede a sus propuestas. Y nadie la toca. Jamás.

"Mañana, si todo va bien, quizá puedas levantarte y dar un paseo. Te hace falta algo de sol, muchacha"

Está a punto de responderle que no quiere salir. Que las calles le dan miedo. Que el enemigo invisible que la ha llevado a este lecho desconocido la aterroriza. Pero antes de que pueda empezar a hablar, la mirada de Milena se pierde en la distancia. Su rostro se vuelve concentrado, alerta. Y poco a poco, su boca empieza a dibujar una sonrisa. Deja el tazón con el que la ha estado alimentando, y se levanta de un salto. Sus ademanes, habitualmente serenos, en calma, se vuelven nerviosos, excitados. Jamás la ha visto así. Se dirige al espejo, y contempla su increíble imagen en él, con gesto desaprobador. Tuerce la boca, y se pellizca las mejillas. Se alisa el cabello con el cepillo, en varias pasadas rápidas y enérgicas, y comprueba y estira su vestido.

Se acerca a la puerta, y espera. Inquieta. Impaciente. Pocos segundos después, la puerta principal se abre con un golpe estridente. Es demasiado pronto para que empiecen a llegar los clientes. ¿Quién es el visitante, y porqué ha puesto a la serena Milena en ese estado?

La muchacha se sobresalta al escuchar una hermosa voz de hombre atronando en el salón.

"¡Milena! ¿Por qué diablos no sales a recibirme?"

Las palabras parecen un reproche, pero la diversión es evidente en la voz del desconocido. Milena vuelve a sonreír. Poco después se escucha una algarabía en el piso superior, y las chicas gritan alegres saludos. Milena abre entonces la puerta y sale al salón. En cuanto le da la espalda, la muchacha se arrastra fuera de la cama, muerta de curiosidad. No le importa el dolor de su cuerpo, lo ignora. La intriga es más fuerte que las hirientes punzadas de sus piernas y brazos. Llega a tiempo para ver a través de la cerradura como Milena se aproxima lenta y deliberadamente a un hombre condenadamente alto que aguarda en el mismo centro del salón, de espaldas a ella. No puede ver su rostro, pero si sus vestimentas. Parecen de buena calidad, pero están sucias y desgarradas. Está mojado de los pies a la cabeza, y su capa yace en el suelo, empapando la exquisita alfombra. Sus botas han dejado un reguero de barro y suciedad. Es un verdadero desarrapado. Muy diferente a los hombres que suelen frecuentar este local.

Cuando apenas faltan unos centímetros para que lo alcance, él se da la vuelta y, en un movimiento sorprendentemente veloz, la levanta del suelo, sujetándola por debajo de la cintura. Posando sus manos con juguetona violencia en las nalgas de Milena.

La muchacha espera la reacción de Milena conteniendo el aliento. Su anfitriona ha echado a hombres de su casa por mucho menos que eso. Ha abofeteado a dignos caballeros sólo por atreverse a rozarle los cabellos. Sea quien sea ese desconocido, se va a llevar un buen golpe.

Pero para su sorpresa, Milena se limita a reír alegremente, hundiendo sus manos en los dorados cabellos del hombre. Por toda respuesta, él entierra su rostro… ¡en sus pechos! ¡Y Milena vuelve a reírse!

Súbitamente lo comprende... Y no lo comprende. Ese hombre debe ser el amante de Milena. La razón por la que jamás cede a ninguna propuesta. Pero... ¿Ese hombre? ¿Ese… mendigo? Entonces, él la deja en el suelo, y se gira, permitiéndole ver su rostro. Y una vez más, ella se queda sin aliento. Es la belleza hecha carne. Tan perfecto que hace daño hasta mirarlo. Los dos juntos son una visión ultraterrena, casi mística. Tenía que haberlo imaginado. Por supuesto, una mujer como Milena, no podía tener por amante a cualquiera. Tenía que ser alguien tan extraordinariamente hermoso como él. No puede apartar la vista de ellos. Los miraría durante días, durante siglos, si fuera capaz de vivir tanto.

De pronto, el hombre vuelve la cabeza hacia su habitación, y sonríe. Una sonrisa irónica, perfecta... Ella contiene el aliento. ¿La ha visto? Imposible. La puerta está cerrada, y no puede saber que los espía a través de la cerradura a esa distancia. Aún así, reprime el deseo de saltar hacia atrás, y alejarse de la puerta. Esos ojos parecen clavados directamente en ella.

Después de unos segundos, el hombre vuelve a mirar a Milena.

"¿Tienes un nuevo juguete, querida?", sonríe.

Milena le dedica una mirada glacial, transformándose de nuevo en la mujer que ella conoce. Fría. Serena. Mortalmente controlada.

"No es lo que imaginas"

"¿Ah, no?", ríe. "Veamos entonces que es"

Deslizándose fuera de los brazos de Milena, el hombre recorre la distancia que lo separa de la habitación caminando con grandes y decididas zancadas. Sus botas continúan dejando un rastro oscuro en la alfombra, y su capa queda abandonada en el suelo. No parece importarle lo más mínimo. A Milena tampoco. Lo sigue con el mismo gesto de reproche que le dedicaría a un niño travieso, mientras la muchacha encerrada en la habitación ignora el dolor de su cuerpo para saltar de nuevo a la cama.

Apenas ha conseguido retreparse en ella, cuando el hombre entra en la habitación, y la contempla con curiosidad. Se detiene en la puerta, observándola. Es la criatura más hermosa que la muchacha ha visto jamás. Más bello aún que la propia Milena. En un gesto inconsciente, casi instintivo, ella busca las mantas para cubrir su cuerpo, para esconderlo del escrutinio del hombre.

"Ya veo...", murmura, entrando en la habitación.

Milena entra tras él, y toma asiento junto a ella en la cama, con ademanes protectores. Súbitamente, la muchacha siente miedo. Atracción, curiosidad. Pero también miedo. Miedo de ese desconocido que la observa como si fuera lo más interesante del mundo. Muy despacio, va corrigiendo su lugar en la cama, buscando refugio tras la espalda de Milena. El hombre sonríe. Una sonrisa divertida, casi sarcástica... Y tiende una mano hacia ella.

"Es un placer conocerte, mi joven dama. Leonardo Sforza a tu servicio", pronuncia, tomando su mano, y llevándola a sus labios en un gesto exquisitamente caballeroso. La muchacha se sonroja violentamente.

"Déjalo ya, Leo", masculla Milena.

Pero él no parece dejarse intimidar por ella, como todos hacen. Alza la vista hasta el sonrojado rostro de la muchacha, y sonríe de nuevo.

"Me parece que no he oído tu nombre"

"Artemisa", responde la muchacha, en un susurro casi inaudible.

Él enarca las cejas.

"La hija de Zeus. Muy apropiado", murmura, casi para sí mismo.

"No recuerda quien es, Leo. La llamamos así por un medallón con la imagen de la diosa que llevaba colgado del cuello"

Él se levanta bruscamente, y clava sus ojos en Milena. Después de unos segundos, se vuelve hacia la muchacha, y su cabeza se inclina, como si estuviera escuchando, o quizá barajando alguna idea.

"Alguien le había dado una paliza de muerte. Las chicas la encontraron, y la trajimos aquí. No recuerda nada. Ni su nombre, ni su vida. Algún desalmado la dejó a la intemperie para que muriera"

"Varios desalmados, de hecho", comenta Leo, distraídamente, sin apartar sus ojos de la muchacha. Ahora su expresión es calculadora. Ni rastro de diversión en ella. "No hay más que ver las heridas"

Milena frunce el ceño. Se levanta, y coloca una mano sobre el hombro de Leo. Él deja de mirar a la muchacha, y se vuelve hacia Milena. Y en su rostro no hay nada de la lasciva alegría con la que la miraba hace un minuto. Ahora parece... ¿molesto?

"Ve a bañarte, Leo. Hablaremos de esto más tarde"

"Ven conmigo", le susurra al oído, recuperando los aires de seductor.

"Ahora no"

"¿Prefieres a tu nuevo juguete antes que a mí, querida?", insiste. No parece enojado, sino más bien divertido.

"Hablaremos cuando te hayas dado un baño, y vuelvas a oler como un ser civilizado", replica cortante.

La observa durante unos segundos, y finalmente rompe a reír. Se dirige al piso superior caminando con sus grandes zancadas, y las chicas lo reciben con nuevas risitas tontas... Artemisa agradece no ver la escena que esas risas sugieren, aunque se ruboriza sólo de imaginarla.

Y hasta aquí el primer capítulo. Si la amáis, o la odiáis, dadle al Go.

O Arthemisa se quedará sin su regalo de cumpleaños!