Disclaimer: ni los personajes ni el universo SNK me pertenecen. Escribo por gusto y sin ánimos de lucro.
N/A: hablando con una amiga escritora -mira a Drekaas- surgió la idea de esta historia, agradezco profundamente a que me haya animado a escribirla, por lo que espero hacer justicia por algo en lo que no se ha explayado la historia original y que considero, está desaprovechado.
N/A2: este capitulo transcurre en Okinawa, 3 años despues de finalizada la guerra de Estados Unidos y Vietnam, aproximadamente en el '78. Para quien no sabe, la isla de Okinawa sirvió como base de operaciones americana aprovechando su cercanía con Vietnam, y la ocupación por parte de los soldados americanos se mantuvo hasta varios años pasada la guerra.
Espero y sea de su agrado!
Aclaraciones: —Diálogo
"Pensamiento"
Énfasis.
— Feliz cumpleaños a mi…—murmuró un muchacho al desprender cuidadosamente un reloj de la muñeca de aquel soldado americano que yacía muerto en la acera. Fue una grata sorpresa descubrir que el artefacto funcionara, y aunque pareciera una baratija, se veía bonito. Guardó el reloj en un bolsillo de sus pantalones y revisó con la vista al hombre que estaba en el suelo, tal vez podría llevarse otra cosa, pero no se convencía del todo. Sus botas le quedarían inmensas, su chaleco delataría que se lo había robado a un soldado y no le convenía que otros de su clase lo persiguieran, el casco era inútil, y si tenía algún arma ya se la había quitado otro antes que él. Al final decidió buscar en sus bolsillos, con algo de cuidado, tratando de ser respetuoso con el muerto aunque estuviera robándole y aunque no le agradaran los americanos. Del bolsillo superior de su chaleco sacó un encendedor metálico, bastante nuevo que tenía grabada una inscripción que no podía leer pues estaba en el idioma que hablaban los soldados y el difícilmente entendía. Lo encendió y admiró con una amplia sonrisa la flama, para luego soplar y extinguirla rápidamente, como si fuera una vela en el centro de un pastel. Guardó el encendedor en su bolsillo junto al reloj y se puso de pie, saludando al soldado de la misma forma que había visto a las tropas hacerlo antes, y se alejó de él tan rápido como pudo.
Hacía ya tres años que había terminado la guerra, pero la ciudad parecía mantener ese taciturno aire que era propio de los tiempos de conflicto. No era un chico tonto, se interesaba por saber que era lo que ocurría a pesar de ser tan joven, por lo que entendía bastante del asunto. Nació en tiempos de inestabilidad, con su ciudad ya atestada por soldados americanos, era evidente que se interesara. El mismo país que había atentado contra su nación durante los '40 ahora los utilizaba como base para atacar a otro que estaba cruzando el mar, en varias ocasiones había visto aviones de guerra surcar el cielo de la isla, sin mencionar al ejército patrullándola. Le situación no le gustaba en lo absoluto, pero no había mucho que hacer.
Deambuló durante horas sin rumbo fijo por las calles de Okinawa, sin ningún tipo de apuro, observando a su alrededor, todo estaba igual que siempre. Las pequeñas tiendas estaban abiertas, había gente en las calles, y a pesar que fuera algo melancólica, la vida no se detendría. Pudo ver a algunos niños con sus padres y sintió una extraña nostalgia por el recuerdo borroso de los suyos, ya había pasado algún tiempo. Recordar fechas o acontecimientos se le dificultaba un poco, y conforme pasaba el tiempo, simplemente se olvidaba de todo. Ni siquiera recordaba cuando habían muerto sus padres, o su primer día en el orfanato, el cual ya había abandonado.
No estaba prestando atención y no supo en que momento había comenzado a caminar por aquella calle que a ambos lados tenía vista al mar, sin darse cuenta había llegado a la bahía. El camino de asfalto se terminaba para dar paso a uno de tierra con un poco de césped, hierbas malas, y algún árbol pequeño. No tardó mucho en llegar al final de la pequeña península para encontrarse al mar frente a frente. Algunas formaciones rocosas se alzaban a un lado, mientras que el agua se fundía con la tierra a sus pies. Buscó un desnivel donde sentarse, y una vez que lo halló, se quitó los zapatos y dobló un poco hacía arriba el ruedo de sus pantalones, dejando la mitad de sus delgadas piernas al descubierto, junto con sus huesudos tobillos. Se sentó y metió los pies en el agua, aquello le produjo una sensación agradable.
Por poco y olvidaba los regalos del soldado por su cumpleaños, así que tomó de su bolsillo el encendedor y el reloj. Abrochó éste último a su muñeca izquierda y rió de buena gana por lo suelto que le quedaba, realmente debía empezar a comer un poco más. Volvió la vista al mar, la extraña tranquilidad del mismo lo inquietaba un poco, aunque fuera pleno verano, no hacía mucho calor y eso solo significaba que una tormenta se avecinaba. De haber comenzado en aquel instante se habría quedado gustoso, esperando a que una ola lo llevara hasta el océano y el desgano terminara por hundirlo al fondo del mismo, extinguiendo su aburrida vida.
Arrancó sin mucho ánimo unas hojas de césped a su lado, quemando las puntas con la llama del encendedor para luego apagarlas soplando suavemente. Una, dos, tres…no tenía la paciencia suficiente como para seguir con eso hasta llegar a las quince. No tenía la paciencia suficiente como para soportar otro año de aquella vida que llevaba, había perdido el gusto por vivir hacía ya algún tiempo, pero no podía morir. Había escuchado de otros chicos siendo arrollados por tanques americanos, algunos muchachos mayores asesinados a golpes por soldados en peleas, pero eso no le sucedía a él. Aunque no fuera a tomar nunca la decisión de quitarse la vida por mano propia, agradecería que ocurriera algún accidente, lo que fuera. Existir era agotador.
Sacó los pies del agua y dejó que el exceso de ésta goteara de vuelta al mar, luego apoyó sus pies sobre el césped, esperando a que la suave brisa los secara junto con sus tobillos. El frío lo hizo estremecerse más que sus pensamientos suicidas, que pronto dejó de lado cuando un barco pesquero captó su atención. Dar una vuelta en uno de esos era seguro algo divertido, salía de la rutina al menos. Se calzó los zapatos y desdobló el ruedo de sus pantalones para ponerse de pie. Movió el brazo enérgicamente saludando a la tripulación de aquella embarcación a lo lejos, seguro no acostumbraban a que un adolescente solitario en la bahía los saludara.
Caminó en círculos un momento, buscando otro lugar donde sentarse. Quebró algunas ramitas de unos arbustos, levantó algunas piedras para lanzarlas al agua, y se divirtió con eso por horas. Aún era un niño.
Dio un vistazo a su reloj, ya era hora de volver.
Era un tanto admirable como el tiempo parecía avanzar con tanta rapidez de día, aunque se la pasara de ocioso, las horas pasaban como minutos. Algo que no era igual de noche, con frecuencia se quedaba despierto hasta que veía el amanecer, incapaz de dormir. No sabía con certeza si alguna vez podría volver a tener un patrón de sueño normal, sin que le agobiaran las pesadillas o los sueños extraños.
Sus pies lo llevaron por el camino más seguro, como lo hacían siempre, pero intentó prestar atención al camino para cuando quisiera volver a la bahía. El cielo estaba nublándose, oscureciendo la ciudad aunque fuera media tarde. Pudo escuchar un estruendo que lo hizo levantar la vista, asustado. No era un avión como había creído, sino un trueno. Si no se apresuraba, llegaría tarde y tal vez mojado por la lluvia, por lo que apuró el paso.
El señor Nakano estaba esperándolo fuera de su pequeño bar. Desde la esquina de la cuadra anterior podía verlo, también se hacía una idea de lo molesto que iba a estar si llegaba tarde. Un camión pasó a su lado, lo reconoció de inmediato como el que solía ir cada dos días a dejarle las reposiciones de bebidas que le encargaban. Y aquel era su trabajo, ayudar a bajar cajas y cajas del camión, por lo que echó a correr para llegar con su jefe antes que aquel vehículo.
— ¡Hey chico, temí que fueras a llegar tarde de nuevo! —le dio unas palmadas en la espalda cuando estuvo a su lado, riendo al haberlo visto correr.
— Señor Nakano…podría haber llegado más tarde pero… —respirando agitado, tratando de recobrar el aliento, le mostró su muñeca izquierda para que viera el reloj nuevo que traía.
— Es bonito y te servirá, ¿de dónde lo sacaste?
— Regalo de cumpleaños de un soldado —dijo una vez que pudo librarse de su agitación. El mayor le sonrió y le revolvió el cabello con cariño.
— Cuando terminemos con esto, voy a invitarte tu primera cerveza, ¿qué tal?
Emocionado, asintió con la cabeza en lo que el camión se detenía frente a ellos. Aunque se divertía por ahí creyéndose un chico malo, peleando de vez en cuando, no había probado antes el alcohol, y apenas había fumado un par de veces. Posiblemente su cumpleaños no terminaría de forma aburrida como temía.
El señor Nakano era algo mayor, por lo que lo contrató para que lo ayudara con labores que requerían hacer algún tipo de fuerza. Era un muchacho delgado, casi esquelético, y aunque Nakano no creyera que pudiera levantar una caja con botellas, siempre lo sorprendía sacando fuerza de quien sabe dónde. No creía que se ejercitara por ahí, el chico era un tanto haragán para hacer algo así, pero sabía que de vez en cuando peleaba con otros jóvenes de su edad. Se había encariñado con el muchacho, pues le hacía compañía, y podía hablar con él como si fuera el hijo que nunca tuvo. Su trágica infancia también le daba algo de pena, y por eso se ofreció a dejarlo vivir en una pequeña habitación desocupada del departamento arriba del bar, cuando un día sin más el chico dijo que no volvería al orfanato, sabía que no tenía a donde ir. Eran tiempos difíciles y con los soldados patrullando la ciudad, no sobreviviría en la calle.
Su eficiencia lo sorprendió gratamente, pues tras un rato más corto que la última vez había logrado descargar la misma cantidad de cajas de aquella ocasión. Él se veía orgulloso, y tal vez estaba motivado por la promesa de una cerveza, o porque se creía más capaz al ser mayor. De una forma u otra, trabajaba bien y eso no se discutía. Sin que se lo dijera, se dispuso a meter la mercancía dentro del bar, pronto empezarían a llegar algunos clientes, y si llovía, alguien entraría a resguardarse tomándose una copa mientras esperaba a que el chaparrón parara.
Para cuando el camión se fue, el chico ya había terminado de meter las cosas y estaba sentado a la barra esperando por Nakano. Afuera ya había oscurecido, en parte el anochecer se había visto apresurado por las nubes de tormenta que cubrían la ciudad. El hombre mayor lo felicitó mientras servía un par de cervezas en unos vasos de trago largo para darle uno. La emoción en su joven rostro no podía ocultarse y torpemente brindó con él a salud de ambos, e hizo mala cara al sentir el amargo sabor de la bebida, haciendo reír al hombre mayor. En lo que bebían, los primeros clientes de la tarde cruzaron la puerta.
Aquellos hombres caían fácilmente en la categoría de peligrosos, acorde a lo que le había dicho Nakano. Eran solo tres, dos de ellos parecían ser de muy mal carácter, uno tenía incluso una cicatriz en el rostro, acentuando su rudeza. Estaban vestidos de forma medianamente decente, mientras el último que entró llevaba un traje claro, y como si eso no fuera suficiente para diferenciarlo de los otros, sonreía cálidamente y reía apenas, tal vez de como los hombres que lo acompañaban reñían entre ellos.
En su infantil curiosidad, se quedó viéndolos cuando pasaron a su lado para ir a sentarse a la mesa que estaba al final del lugar, por supuesto que ellos ni siquiera le prestaron atención. Nakano fue rápidamente a atenderlos, el tipo de la cicatriz habló con una voz potente exigiéndole una botella de sake, era imposible no escucharlo. Él y el otro con quien peleaba a la entrada habían dejado al medio al individuo de blanco, parecía ser alguien importante.
Temía estorbar en donde estaba, por lo que se bajó de su banqueta a la barra y se ubicó detrás de ella, como lo hacía Nakano siempre, desde ahí podría observarlos discretamente. El de la cicatriz en la cara llevaba el cabello algo largo y enmarañado, parecía ser el mayor de los tres, hasta su ropa era de hombre mayor, pues llevaba una simple camisa blanca bajo un saco raído. Seguro argumentaba con su edad, intentando sacarle ventaja al otro, con quien seguía discutiendo. Este otro era un poco más joven, y aunque fuera dudoso, creyó haberlo visto antes. De alguna forma reconocía la horrible camisa estampada que llevaba puesta, al igual que su corte de cabello, tal vez lo había visto anteriormente en el bar, en alguna tienda o en la calle.
Volvió la vista a quien había llamado su atención, el sujeto elegante. Llevaba un saco blanco, a juego sus pantalones, aquello lo hacía destacar increíblemente, y al estirarse un poco sobre la barra pudo ver que incluso llevaba una corbata negra, que resaltaba sobre su camisa roja. Era mucho más prolijo que sus acompañantes, pues tenía el cabello peinado perfectamente hacía atrás, salvo por algunos mechones de cabello sobre su frente. Fumaba tranquilamente y de tanto en tanto volvía a reír. Se veía demasiado inocente, como si no encajara con ellos dos, ni siquiera encajaba con la ciudad, pues no conocía lugar que mereciera la elegancia que manejaba. Posiblemente no era oriundo de su prefectura, tal vez venía de Tokio.
Conforme las horas pasaban, la gente entraba y salía del lugar, algunos mojados por la lluvia que se había decidido a caer, pero los tres del fondo no se iban. Le pidió a Nakano que le permitiera llevarles la segunda botella de licor que estaban pidiendo, pues quería verlos un poco más de cerca. El hombre accedió, aunque le recomendó que no fuera a decir nada, pues eran tipos peligrosos seguramente, que podrían reaccionar mal y hacerle daño. Asintió con la cabeza y de camino a la mesa con una botella en la mano, no podía imaginarse que podría decir para enfadar al afable tipo de en medio, pero no iba a arriesgarse.
— ¡Mira nada más! ¿Niño, no deberías estar haciendo tu tarea? —le dijo el tipo de la camisa horrenda al verlo dejar la botella en la mesa. Algo corto de paciencia e ignorando completamente el consejo de su empleador, puso mala cara y contestó de igual forma.
— Es un trabajo de crímenes de guerra contra Japón y voy a incluir ese harapo que traes puesto.
El tipo se levantó de golpe intentando intimidarlo, pero aunque lo hubiera asustado, mantuvo su postura mostrándose imperturbable. Se podía ver la furia en sus ojos al sentirse insultado por un niñato cualquiera, y en lo que se preparaba para contestarle o incluso darle un golpe, el hombre de en medio lo tironeó de la camisa, deteniéndolo.
— ¡Nishino! —habló con voz potente y severa, mirándolo con el ceño fruncido, había un dejo de molestia en sus ojos grises, o tal vez era vergüenza por la tonta reacción de Nishino frente a un niño. La verdad que había sido un tanto irrespetuoso al responder, pero era un chiquillo y todos son así, no había necesidad de hacer un escándalo.
— ¿Pero es que acaso…?
— ¡Basta! —ya estaba fastidiado. ¿De veras iba a discutir por una tontería así? Volvió su vista al culpable de aquel pequeño problema, y lejos de regañarlo o amenazarlo, le habló suavemente —: Disculpa a este idiota, que no tiene gusto por la ropa elegante —Nishino suspiró en evidente molestia, pero él no le prestó atención y continuó —, aunque te pasaste, no te asustó...
— ¡Disculpen, buenos caballeros, si está siendo una molestia! —exclamó Nakano, que había alcanzado a escuchar el ligero alboroto y, asustado, había corrido hasta la mesa para ver que sucedía.
— No pasa nada, somos buenas personas —dijo mientras encendía un cigarrillo con total parsimonia y luego sonreía de lado, casi como si estuviera mintiendo—, el muchacho es muy listo, no tema por él.
Que dijeran algo así de él le alegraba, lo llenaba de orgullo. Pero su euforia se interrumpió por el característico bullicio que los soldados americanos llevaban consigo a todas partes, y ahora perturbaban la calma del pequeño bar. Volteó a verlos con asco, realmente los detestaba, siempre con esa maldita actitud irrespetuosa, creyéndose dueños de todos, héroes inclusive. No pudo evitar protestar cuando el viejo Nakano tuvo que ir a ver lo que querían, o por lo menos a intentar entenderlos, la gran mayoría de los soldados apenas sabía cómo pedir comida, un trago o alguna prostituta, pero su acento era terrible y aunque conocieran las palabras correctas, se les complicaba comunicarse con los ciudadanos japoneses.
Eran un grupo de cinco soldados, de bajo rango seguramente, acompañados por un comandante, que hablaba con Nakano con bastante confianza, como si conociera bien el idioma. Cuando el viejo se regresó a la barra, el comandante fijó la vista en su dirección, e hizo un gesto con la mano como si fuera una pistola y les estuviera por disparar. Nishino reaccionó, por supuesto, y lo insultó sin levantarse de su silla, estaban separados apenas por unas dos mesas, por lo que posiblemente no lo habían oído muy bien. El chico volvió la vista a los hombres de la mesa junta a la que estaba de pie, los tres estaban riendo por lo bajo, y miraban con cierto desdén a los soldados. Nakano alcanzó a serviles una ronda de tragos hasta que la tranquilidad se extinguió, pues un soldado se levantó y comenzó a gritar en ese idioma raro suyo.
Los insultos en dos idiomas eran el principio de aquel choque cultural, que iba a acabar en una pelea, obviamente. Otro soldado les gritó desde la mesa, y en su verborrea alcanzaron a entender algunos adjetivos despectivos, bastante insultantes. Él era un niño y no tendría oportunidad contra seis hombres armados, por lo que le restó importancia aunque lo enfadara.
Pero ellos no, y entonces pudo entender que quiso decir Nakano cuando se refirió a ellos como peligrosos.
— Ishihara, fíjate del chico y aquel hombre —le susurró al sujeto con la cicatriz en la cara, mientras sacaba de adentro de su traje una pistola y le apuntaba al comandante— ¡La próxima vez, utiliza una de verdad!
Ishihara lo tomó por el brazo, y tironeó de él para arrastrarlo y esconderlo al final de la barra, un segundo después que pudiera ver como una simple bala le pegaba en la frente al comandante, matándolo al instante. Escuchó los gritos de las otras personas que también estaban en el bar, que ahora huían y con razón del enfrentamiento. Observó agazapado desde su lugar, admirando la puntería y determinación de aquel hombre, y aunque antes hubiera deseado por un accidente, ahora se veía incapaz de saltar a la acción a recibir un disparo. Nishino se levantó de golpe de nuevo, tirando la mesa consigo y sacó una pistola de entre sus ropas también. Aprovechándose de que los soldados estuvieran distraídos por la súbita muerte de su comandante, vació la recamara del arma en ellos, él no tenía tan buena puntería, pero había herido a algunos, y con suerte habría enviado al infierno a dos. Se irguió apenas para mirar por sobre la barra, preocupado por Nakano, quien pudo ver estaba agachado y cubriéndose la cabeza, prácticamente fuera de peligro. Respiró aliviado.
Ishihara fue por un lado, los torpes soldados ni lo habían notado al estar atentos al frente. Le dio un puñetazo en la cara al primero a su alcance, y golpeó con la botella que estaba en la mesa al que le seguía, que estaba cargando su rifle, ambos habían sido heridos por Nishino, que ahora estaba también junto a ellos. Ambos hombres rieron, dejando cualesquiera fueran sus diferencias que los hacían reñir de lado, para juntos golpearlos sin piedad. Los soldados ya estaban controlados, pero no se atrevió a salir de su improvisado escondite.
Los lamentos de los soldados y el violento frenesí de golpes se detuvieron a su señal de alto. Lo había perdido de vista un momento, por lo que no se percató cuando él se levantó con calma de su lugar y caminó hacia donde estaban sus compañeros. Apartó la mesa para que no le estorbara, y evaluó las bajas con la mirada. Tres heridos en el suelo, dos soldados muertos por heridas de bala, y su trofeo, el comandante.
— Con razón perdieron en Vietnam —dijo despectivo, haciendo que los otros dos rieran. Apagó su cigarrillo contra el orificio de entrada de la bala y sonrió perverso—. A ver si te gusta el tabaco japonés, basura —empuñando su pistola de nuevo, le dio otro tiro por mera diversión, y luego uno a cada uno de los soldados que estaban golpeados en el suelo. Eso les enseñaría, americanos estúpidos.
Dio un vistazo alrededor, y fue rápidamente a la barra seguido de sus compañeros, donde miró por encima y llamó a Nakano. Movido por la curiosidad salió de donde se escondía para acercárseles, quería escuchar que hablaban. El viejo dueño del lugar temblaba, mientras el aparente líder de aquel trío se inclinaba respetuosamente, pidiendo perdón por el desorden que habían causado. Nakano no se atrevió a rechazar sus disculpas, pero si el dinero que entre los tres insistían en pagar, que cubría, según ellos, lo consumido y los daños ocasionados, pero seguramente era mucho más que eso.
Se dio vuelta, cuando sintió que el niño le tiraba de la ropa. Y como seguramente todo el mundo hacía, revolvió su negro cabello, sonriendo algo apenado, pues el chico había presenciado toda esa violencia. Parecía sentirse como una especie de mal ejemplo, mala influencia, y lamentaba aquello incluso más que cualquier otra cosa.
— ¡Usted es increíble! —exclamó el jovencito para su sorpresa y la de Nishino e Ishihara también.
— Bueno…no tanto…ni siquiera un poco… —contestó casi con timidez, mientras se frotaba la nuca— Tu estuviste mejor con el chiste de la camisa de Nishino, eres listo y valiente… —lo miró, como si esperara que le dijera su nombre.
— ¡Ryuji! —contestó con ímpetu. Su ánimo lo hizo reír de forma encantadora, de verdad parecía ser un tipo muy bueno.
— Pues, joven dragón, yo soy Sorimachi, y estos mis amigos Nishino e Ishihara —ellos movieron la cabeza levemente al ser nombrados—, y aunque apenas nos presentamos ya debemos irnos, ¡lo lamento mucho! Hasta luego y gracias —concluyó, inclinándose apenas frente a él, e hizo lo mismo lo mismo frente a Nakano, que observaba en silencio, aun asustado. Sus compañeros hicieron lo mismo y lo siguieron al marcharse.
Estaba maravillado frente a lo que había visto, con su porte y autoridad, Sorimachi era increíble. Su forma de ver la vida había cambiado radicalmente, sentía que ahora tenía ánimos de sobrevivir, de crecer, de hacerse más fuerte, ansiaba algún día ser como él.
Y mientras se planteaba aquella meta con una sonrisa, el señor Nakano le empujaba una escoba contra el pecho, indicándole que se pusiera a limpiar un poco. Ya verían luego que hacer con los americanos muertos.
N/A: Si, es justo el cumpleaños de Yamazaki (8 de agosto) por eso quería publicarlo específicamente hoy :D
N/A2: Nakano, Nishino e Ishihara son personajes originales, no mencionados en la escasa historia oficial.
Hasta el proximo capitulo! Dejad review con cualquier critica, observación o sugerencia, se agradecería mucho :-)
