¡Hey, volví yo! Sí, con otro Naraku/Kagura que se sale del margen. Es preciso que sepan que esto es como una proyección luego de mi one-shot "La mantita de Naraku" Pero no es muy imprescindible, así que no se molesten en leerlo (Bueno, salvo si quieren)

Advertencias: Posibles muertes (Nada seguro)


InuYasha no me pertenece es propiedad de Rumiko Takahashi.


Kagura se maldijo una y mil veces cuando revisó sus manos en el lavado, se las había pinchado tantas veces que ardían al contacto con el agua, todo eso solo para que "Saru-chan" estuviera como nuevo y ella pudiese recuperar sus hermosos pendientes. Naraku se las tendría que pagar alguna vez y, cuando ese momento llegase, lo disfrutaría como nunca.

Alzó la vista para admirar los colgantes de jade que enmarcaban su rostro, podía decirse que complementaban su belleza contrastando los tonos verdosos con el rojo intenso de sus ojos. Como adoraba aquella majestuosa combinación que le daba un aire de misterio. Tomarse esas molestias para recuperarlos, bien valían la pena.

— ¡Kagura! ¡Sal ya, llevas una eternidad encerrada! —Y allí estaba de nuevo Naraku, arruinándoles sus pocos instantes de calma.

Maldito pedazo de escoria, que lindo momento para aparecer. Pensó, girando levemente la cabeza hacía la puerta.

El estado de turbación que tenía Naraku esa mañana era alto, su madre no paraba de acosarlo con preguntas acerca del paradero de la manta, obviamente él no podía decirlo, se pondría en burla si llegaba a hacerlo. Además, tenía que correr a cada segundo para taparle la boca a su hermano antes de que empezara a insultar. Todo parecía ir de mal en peor y con Kagura encerrada en el baño, parecía que todo se ponía en su contra.

Cuando Kagura por fin salió, el muchacho ya se daba golpes de pecho por las tonterías que de vez en cuando realizaba. ¿Cómo podía el gran Naraku necesitar de una vieja manta? «No es simplemente una vieja manta» se dijo «Es el mejor amigo que he tenido y el regalo más decente que me han dado»

Convencido de que este día sería mucho mejor que los anteriores, teniendo un poco que ver el que fuese enviado a ver a su tío Onigumo al hospital, se despojó de la ropa y preparo la bañera. No sin cuestionarse la posible opción de decirle a su madre que le compraría una nueva manta a su hermano, con la mesada que ella le daba, para mantener con él a "Saru-chan".


—Querida Kagura —Le habló su tía, cuando la encontró unos minutos después en el living—, menos mal y te encuentro antes de que me valla.

A la muchacha no le gusto para nada ese meloso tacto con que le estaba hablando la hermana gemela de su madre, conocía bien esos gestos que Yami y Yuki Shuriken utilizaban para persuadir, pero, que por una extraña manía del destino, solo surtían efecto en sus esposos.

—Mi querido hermano mayor, tu tío Onigumo —Prosiguió sonriente, arreglando un poco su cabello frente a un pequeño espejo—, me ha pedido que le lleve a Akago para conocerlo, dice que no puede morir sin conocer a su ultimo sobrino. Yo le mencione que viniste a pasar vacaciones, así que también pidió verte.

—Así que quieres que lleve a tu moco… digo, bebé, al hospital donde tienen internado al tío —Kagura se atropelló a si misma al pensar decirle mocoso a su primito, que por cierto debía estar jugando con Hakudōshi.

—No querida, que ingenua eres —Corrigió su tía, pareciendo divertida—. Naraku debe ir con el pequeño. Descubrí anoche que mi pequeño bebé ya sabe hablar —El tono de confidencialidad y la alarmante manera en que lo susurraba, daba a entender que tenía planeado algo como eso—, y ha mencionado el nombre de su hermano mayor toda la mañana. Creo que si pasan juntos más tiempo sería beneficioso para Akago.

Sí, como no. ¿Qué pasará después? Naraku será director del Kinder Garden.

— ¿De qué te ríes, querida? —Preguntó Yami, observando con sorpresa la sonrisa abierta en el rostro de su sobrina—. Estoy segura de nunca haberte visto sonreír de esa manera.

Y no era exagerar, la máxima expresión de felicidad que el rostro de Kagura podía mostrar era la pequeña deformación que hacía esta al estirar un poco la comisura derecha.

—Nada tía, solo imagine una estupidez, ya sabes como soy.

La señora siguió preparándose para su salida. Era una de esas madres ocupadas que solo se hallaban en casa en las primeras y últimas horas del día, pero que pese a ello sabían dónde estaban sus hijos en cada minuto con una precisión milimétrica, dándoles un mínimo margen de escapatoria con actividades lúdico-educativas que, según su concepto, los preparaban a la perfección para un mundo de ocupaciones y retos, como lo era la actuación, carrera a la que se dedicaba. A su esposo poco se le veía en casa, aunque ejercía una notable influencia sobre sus hijos, pues todos habían heredado su apariencia sombría y su lúgubre humor, su nombre era Asashi Tsumi, un productor musical que mantenía en su casa el mismo orden que en su oficina bajo la frase: Se hace lo que yo diga, cuando lo diga.

Bajo esta notable influencia era normal que Kagura de vez en cuando compadeciese a sus primos, excepto a Naraku. Su pensar fue siempre, que debería tener a Kanna y Hakudōshi como hermanos en lugar de Byakuya, a quien odiaba en el mismo rango que ha Naraku.

Pocas veces todos los integrantes de la familia estaban juntos, por lo general Kanna y Byakuya eran los acompañantes de sus madres en los viajes, así que tenían un mínimo contacto con el resto de sus hermanos y primos, excepto con Kagura, que en aras de no querer permanecer en el mismo espacio de Naraku, optaba por visitar a su madre y a su tía en las vistosas locaciones mundiales donde generalmente trabajaban. Mientras que Hakudōshi secundaba a su hermano mayor en toda clase de locuras y excentricismos.

—Madre, no te has ido —Dijo Naraku al bajar las escaleras con Akago en brazos, preparándose para visitar a su tío. Parecía llevar prisa, había mal vestido al bebé y le sorprendió mucho ver a su madre todavía en casa.

—Pues te estaba esperando —Le anunció Yami, desviando ligeramente la mirada del espejo, para enfocarla en su bebé—, tengo que decirte algo. Pero, ¿no has encontrado la manta de tu hermano?

—No —Le contesto con una naturalidad irreprochable, asunto que asombro a Kagura, cómplice del escondite.

— ¡Que buena noticia! Por fin pude deshacerme de ese trapo viejo. No sé por qué permití que mi hermano te diese ese horrendo regalo —Confeso alegre la señora Tsumi, dirigiéndose hacia sus dos "retoños"—. No te enojes amorcito, es la verdad —Le reprochó a Naraku, observando con desgano como su cara empezaba a formar un gesto de enojo.

¿Amorcito?, ahora si estoy convencida de que la falta de cordura es algo de familia.

La mujer tomó a su pequeño en brazos y forzosamente arregló la facha en que Naraku lo había convertido con ese kimono. La desmoralizo tanto que no pudo evitar dar una pequeña plegaría al cielo pidiendo por sus futuros nietos.

Decir que Kagura disfrutará estar relegada a segundo plano no sería un criterio exacto, lo que si disfrutó fue el claro gruñido de su primo al ser enterado de que ella sería su acompañante en la visita, medianamente social, que realizarían al psiquiátrico local. Afortunadamente, para todo el mundo, cuando se aproximaba a lanzar una sarta de reproches y causas por las cuales no debía ir con Kagura; Kanna y Hakudōshi entraron corriendo en la sala, empapados de pies a cabeza.

—Madre, Kanna ha intentado ahogarme en la alberca —Se quejó el pequeño de ojos violeta, señalando a su hermana que mantenía su inusual y distante mirada.

—Solo quería saber que tanto tiempo le toma a una persona perder la conciencia a falta de aire —Explico la pequeña, manteniendo su tono de voz y su mirada en un estado tan neutral que ni siquiera parpadeo al agregar—. Pensaba hacerlo con una almohada, pero había el peligro de que muriese, mientras con el agua podría darle respiración boca a boca cuando se desmayase.

— ¡Que loca estas hermana!

Kanna tenía, por lo visto, un bonito futuro como antropóloga forense, o como asesina serial, lo importante era que Hakudōshi, haciendo uso de su fuerza, la había arrojado al agua en cuanto previo las intenciones de su melliza. No confiaba mucho en ella, tendía a no apreciar mucho la vida de las personas, así que se mantenía alerta a cualquier movimiento.

— ¡Tontos! —Gritó alterada Yami, tomando molesta las manos de sus pequeños—. Ustedes dos me acompañaran, luego serán castigados y ya no verán al tío Onigumo, esperaran a que llegue Byakuya.

Ambos niños siguieron con displicencia a su madre, lanzando esporádicas mirada hacia atrás, buscando alguna salvación en los dos adolescentes que se preparaban para salir.

Kagura por su parte no encontró nada reconfortante la noticia que había dejado escapar su tía y mando al caño la satisfacción de arruinarle la tarde a Naraku, mudando ese sentimiento por el coraje. Si su hermano iba a ir allí ella volvería a casa, no quería toparse con él, menos cuando Naraku estaba presente, eso siempre la convertía en el blanco de sus bromas.

Sintiéndose más acosada que en cualquier momento apresuro su salida hacía el hospital, buscando no toparse con él.

El hospital al cual se dirigían era especial, un psiquiátrico recién construido que albergaba pacientes con graves antecedentes penales, como era el caso del señor Shuriken. Él estaba postrado a una cama debido a las graves quemaduras que se provocó en un laboratorio, desde el cual buscaba la cura para cierta enfermedad del cerebro que padecía, convencido de que tomar ciertas sustancias combinadas con una descarga eléctrica aliviaría su trastorno. No puedo asegurar que lo haya hecho, pero desde ese entonces la manía de hablar sobre conspiraciones jamás volvió y sus sentido común rejuveneció a un punto casi clarividente. Sustituyendo, claro está, sus antiguos malestares por una serie de alucinaciones en las que creía poder manipular el mundo a su antojo, tanto los objetos como las personas, llegando a creer que podía hablar con seres de otras dimensiones.

El tío Onigumo era uno de esos hombres extraños que solo atraen gente extraña, por lo que no sería raro mencionarles que fue él quien cuido de Kagura y Naraku cuando eran pequeños. Los instruyo, como salía decir él, en el antiguo arte de la rebeldía y la originalidad propia de la mente; en resumidas cuentas, les guío por el camino de la locura y el raciocinio extremo. Causando un efecto poco favorable en los dos infantes, enemigos jurados desde el mismo instante en que habían salido del vientre materno.

Naraku jamás lo creyó un loco, ni cuando intentó matarlo a él para probar que los fantasmas existían y convivían junto a los humanos sufriendo de los mismos males. Le parecía tan divertido jugar con ese maniático desequilibrado hasta el punto de hacerle creer de vez en cuando que él era el demonio en persona, cosa que Kagura no ponía en duda. La muchacha estuvo convencida de que algo de ese genio delirante había sido desmigajado en la siguiente generación dándole a ella, a su hermano y a sus primos distintas variedades de locura.

Habían nacido y crecido en casa de locos.

Sus madres, gemelas descontroladas, fundamentaron sus vidas en el más estricto control de su alrededor, siendo maniáticas en el uso del tiempo y las habilidades, dedicándose Yami a la actuación y Yuki a la exploración, cosas que las obligaron a dejar a sus hijos mayores al cuidado de Onigumo, mientras sus esposos las seguían por medio mundo evitando que hicieran tonterías.

A pesar de ello los dos mayores se divertían a lo grande en medio de aquel descontrol, aprovechándose de los continuos cambios de vivienda a los que eran sometidos. No vivieron juntos más que cinco años, con el tío Onigumo, en una vieja mansión de Kioto, herencia milenaria de la familia. Fue cuando Naraku cumplió nueve y Kagura siete, ambos descubrieron en ese instante que no se soportaban, pero que su amor por aquel viejo loco les podía otorgar una relativa tregua, por ello cuando iban a visitarlo jamás se propiciaban injurias ni se atrevían a hablar mal el uno del otro.

— ¡Naraku, mi diablillo! —Exclamo el viejo al ver a su sobrino traspasar la puerta de la habitación— ¡Ese debe ser Akago, que bribón tan sombrío! ¡Igual a todos en la familia! , ¡Pero si ahí está Kagura, tan "encantadora" como siempre!

—Podrías no pensar que somos críos —Pidió ella, acercándose a la cama—. Hace mucho que crecimos.

—Bueno, sí, pero este loco siempre los recordará como los niñitos que corrían por la biblioteca lazándose libros a la cabeza —Recordó cálidamente, utilizando el botón más próximo para reclinar la cama—. Aunque debo confesarles que también aprecio no tenerlos más a mi lado, tengo suficiente con el fantasma de mi primera esposa revoloteando de aquí para allá. Sigue sin creerme que yo no la maté —susurro divertido.

—Sí, claro —Espeto Naraku sorprendido, en boca de su tío el más extraño disparate parecía real—. Mejor mira a Akago y dinos que morirá pronto, sí. Estoy harto de hacer de niñera y compartirle mis cosas.

—No sé de qué me hablas, si lo quieres muerto, pues mátalo —Resolvió sensatamente Onigumo, tomando al niño con sus maltratadas manos—. Tú no eres de las personas que soporta mucho la presión, si en realidad lo quisieras muerto lo harías tú mismo, es tu hermano, y aunque lo niegues te parece simpático… Esta pesado y tiene una mirada igual a la de tu padre, pobrecito. Eso le causará grandes problemas, siempre estuve en desacuerdo con esa boda, pero que se le va a hacer, las mujeres de la familia son tercas como ellas solas.

Kagura tomo asiento en un sofá próximo a la pared izquierda, entreteniéndose en escuchar la conversación de los dos hombres; era la única oportunidad en que Naraku trataba a alguien con igualdad legítima, sin fingir.

Siéndose sincera, la conversación no era nada interesante, y en cierta parte hasta era fastidiosa, pero estaba esperando por el regalo, costumbre que el viejo siempre tenía con todos sus sobrinos, en cuanto los conocía les hacía un regalo; a Naraku le había dado su manta con forma de mandril; a ella, los pendientes de jade; a Kanna, un raro espejo banco, de no sé qué mago antiguo; a Hakudōshi, un artilugio con forma de caballo que expulsaba un fuego chispeante por los ojos y la boca y a Byakuya, no recordaba que le había dado a su hermano, lo quería tanto.

—Kagura, cuéntame ¿Cómo se está portando este mal nacido? —Preguntó Onigumo, apuntando directamente a Naraku—. Escuche por ahí que pelean más de lo normal.

—Se porta como un crio, sobrepasa el límite de la idiotez y nunca para de atormentarme; si es lo que quiere saber —Respondió con acoplada dignidad la peli negra, manteniendo el filo natural de sus palabras.

—Eso está muy bien, Naraku. No hay nada mejor que demostrarle al mundo quien manda, aunque a Kagura deberías tratarla mejor, es la única en que debes confiar… No, no me mires así, la hice venir con la única intención de que ambos escuchen lo que tengo que decir. Moriré pronto y son ustedes las únicas personas en las que confió, así que espero se lleven bien para que puedan cumplir mi última voluntad.

Las palabras del viejo hicieron estallar en risa a Naraku, quien creía imposible la muerte de este. Akago se mostró tan implausible como siempre y se distrajo observando las vueltas del ventilador de techo, mientras su prima trataba de controlarse por solemnidad con su tío, le parecía bastante inapropiado reírse de la muerte.

—Bien Naraku, si no quieres dinero, puedes irte —Aconsejo el mayor, sin ocultar lo mucho que le divertía el estado de su sobrino.

— ¿Dinero? —Decir que sus ojos crecieron al tamaño de platos sería misericordioso.

—Sí, niños, dinero. Primero debo advertirles que le dije a sus madres de la existencia de ese dinero, pero como todos me consideran loco nadie fue por él. Ahora que me doy cuenta de la proximidad de la muerte he pensado que lo mejor es que ambos compartan mi pequeña fortuna. Siempre y cuando estén dispuestos a compartirla, de otra forma no saldrá de mi boca ni una palabra.

Los dos jovencitos se miraron inquiridoramente, había mucho que pensar y "dialogar" sobre esa cuestión. Además podía tratarse de otro delirio faraónico de los que sufría el viejo, en los que llegaba a afirmar que poseía dominios en todo el orbe y que a su servicio estaban más de un millar de personas, pero, por otro lado, estaba el viejo dicho de que los locos y los niños son los únicos que dicen la verdad. Podían hacer, fácilmente, una pequeña tregua en pro de una fructuosa búsqueda que podría ayudarlos, monetariamente, a no versen nunca más en sus vidas o, por el contrario, a juntarse sin objetivo alguno y recibir no pocas burlas de sus familiares y conocidos.

—Correremos el riesgo —Aseguro Kagura, quien tenía la misma manía de Naraku, al parecer hereditaria, de poner el dinero muy por encima de muchas cosas.

Onigumo miro a su sobrino, que asintió con confianza; analizando las posibles oportunidades de las que podría sacar provecho para que su ganancia fuera mayor. No tuvo más opción que soltar la lengua y contarles.

—Como quizá imaginen, yo no pago cárcel por ser precisamente un buen ciudadano —Empezó el viejo, empleando un tono vago y retrospectivo—. Cuando tenía su edad trabaje muchos años para la mafia, los Jakusa me utilizaban como punto de entrada al gobierno de Kioto, en ese entonces era un muchacho despreocupado y solo quería salirme con la mía, la situación de nuestra familia me favoreció bastante. Al ser hacendados antiguos de la región gozábamos del favor de muchas de las prominentes familias de las que nos rodeábamos y la mansión me servía como mesa de encuentro para los políticos que podían hacerse de la vista gorda si se les pasaban un par de billetes bajo la mesa.

»Durante una de las transacciones más importantes hubieron problemas, alguien nos delato y el dinero americano e inglés fue escondido allí (Que utilizábamos para evadir las sospechas sobre liquidaciones fraudulentas y dejarlo todo con la apariencia de importaciones delicadas). Yo no me enteré del asunto y después de pasar unos cuantos años en prisión —Mi condena se redujo porque confesé todo y eche al agua algunos peces gordos— regresé a casa como el hijo prodigo esperando utilizar ese dinero.

En ese punto la historia se ponía interesante y Naraku trago en seco debido a la excitación, empezaba a convencerse de que no era otro delirio fantástico de su tío, él conocía muy bien ese antecedente familiar y todo lo relacionado con el caso. El tesoro era real y sabía cómo llegar. El único problema que seguía cuestionándose era el acompañamiento tan poco favorable y bastante frívolo de su prima.

—Mi padre, próximo ya a morir, sabía de aquello y lo escondió en la mansión. Al principio me encolerice por la desconsideración con que creí que me trataban, pero luego, al ver el valor de cambio de ambas monedas, creí que mientras esos mercados no se recuperarán, dejaría que mi padre se quedase con el secreto.

»Antes de morir me dejo una carpeta con algunas pistas sobre al paradero de la fortuna. Mis hermanas, claro está, creyeron que yo me había deschavetado del todo y prohibieron que escavará o realizará alguna actividad de esa índole en la propiedad, aunque en los años que ustedes se quedaron conmigo aproveche para hacer mis investigaciones. No encontré nada, pero deseo que ustedes tengan más suerte que yo y aprovechen ese dinero. La carpeta aún está en la casa y en vista de que nadie la ha visitado en años, espero que siga puesta en la biblioteca, aunque…

—Señor Suprimen —Habló una amable enfermera desde la puerta. —, lamento informarle que es hora de la terapia con el psiquiatra, sus sobrinos deben irse.

—Sí, claro —Comprendió, atisbado una mirada de sorpresa en los ojos de los jóvenes, por lo que agrego—. Solo cuídense de ir sin acompañantes, sus padres estarían felices en poner sus manos sobre la fortuna de este loco —Puso a Akago en brazos de su sobrina y se despidió con una sórdida sonrisa, le divertía bastante la expresión incrédula en los dos pares de ojos que lo observaban

Dejo que la enfermera se lo llevará del cuarto, sin comprender, ni interesarle, la magnitud de la incertidumbre en que había dejado a sus sobrinos, a dos segundos de matar a la enfermera y obligarlo a decirles donde estaba el dinero o, al menos, de que monto se trataba.

—Vamos Akago —Rompió con el silencio Kagura, captando la atención de Naraku—, te dejaremos con una niñera o con mi hermano. El dinero nos espera, si te portas bien y no dices nada te traeré unos cuantos yenes.

—No hagas promesas tontas —Replico Naraku enojado, no sabía porque, pero el tono caritativo y, casi, bondadoso de Kagura le producía nauseas.

—Imbécil —Contesto Akago molesto, abrazándose fuerte al pecho de su prima para resistir al agarre de su malvado hermano.


Como ven no era necesario mucho del otro fic, solo un evento aislado bastante vergonzoso.

Creo que en realidad me excedí un poco con lo de Kanna, pero no me arrepiento, fue divertido imaginarla queriendo ahogar a su hermanito :P

Siendo eso todo, no me gusta dejar mucho como notas de autor, los espero para la proxima :D

Erly Misaki. Cambio y fuera.