Los personajes no me pertenecen, la historia sí.


Prólogo

Abrí los ojos asustada tras la pesadilla que había tenido. Empapada en sudor me senté en la cama apartando de un manotazo las sábanas revueltas y me pasé una mano por la frente mojada, intentando calmarme.

Las pesadillas me venían siguiendo desde aquél fatídico día en el que Dumbledore había sido asesinado. Aquél día en el que los mortífagos se había adueñado de Hogwarts y Snape se había autoproclamado director del colegio.

Aquél nefasto día en el que Voldemort había ganado la guerra.

Sacudí la cabeza, alejando esos funestos pensamientos de mi cabeza. No me gustaba pensar en ello, odiaba hacerlo, pero las condiciones en las que vivía en ese momento no me permitían olvidar nada.

Cansada por la mala noche que había pasado, me bajé de la cama, oyendo el ya tan familiar crujido de la madera vieja y el hierro oxidado, y salí de mi pequeña y simple habitación, la cual contaba con la cama, una pequeña mesilla de madera y un armario, de madera también, que albergaba las pocas ropas que poseía. Salí al salón, el cual tampoco era muy grande, lo justo para cobijar un sofá de tres plazas de color oro, algo viejo y roído, una mesa de madera en la que descansaba un jarrón con unas flores que nunca se marchitaban y una televisión muggle, que obviamente no funcionaba donde estaba.

Pasé de largo el salón y entré en aquél cubículo que bien podría llamarse cocina, aunque no lo pareciese.

Contaba con algunos muebles de un color celeste bebé en el que había metido la escasa comida con la que contaba en ese momento, cortesía de Molly Weasley en las limitadas visitas que se le permitía hacerme, y algunos utensilios de cocina. También tenía dos hornillas sobre la encimera, así como un grifo por el que salía agua sucia y no potable y una pequeña ventana que daba al exterior, con unas cortinas amarillentas.

Suspiré por tercera vez en esa mañana, y me dispuse a sacar una pequeña tetera para hacer té.

Mientras preparaba el té de forma muggle, por supuesto, me quedé mirando fijamente por la ventana, hacia el bosque, metida totalmente en mis pensamientos.

Aún me costaba creerme, después de más de un año viviendo allí, que realmente eso me estuviera pasando. A mí y al resto del mundo mágico.

Voldemort había creado el caos y el desastre en todo el mundo mágico inglés. Una dictadura en la que obedecías sus órdenes y le besabas los pies, o te torturaba hasta morir.

Muchas personas se habían puesto de su parte y, realmente, los entendía. Tan sólo querían salvarse el pellejo o salvar a sus familias, pero había miles de personas a las que él había asesinado.

Y obviamente, todo ser que se atreviera a ayudar a cualquier amigo de Harry Potter o a éste mismo, moriría independientemente de quién fuera.

Yo misma había vivido en mis carnes la amenaza de Voldemort cuando, delante de mí, había torturado a mis padres hasta matarlos por el simple hecho de haberme traído a este mundo.

Un sollozo se me escapó de la garganta ante el recuerdo. Aún me atormentaban las pesadillas en las que veía a mi madre llorando cubierta de sangre, afirmando una y otra vez que ella no sabía quién era Hermione Granger y que no tenía ninguna hija.

Los había hechizado antes de que la guerra empezase para que no recordaran nada y así protegerlos, pero había resultado aún peor.

Voldemort los había torturado de la manera en la que no había torturado a ningún rebelde jamás, diciendo que mis padres estaban engañándolo, aunque él supiese perfectamente que no me recordaban.

Sabía que los estaba mirando desde cualquier parte y disfrutó de ello hasta el final.

El pitido de la tetera me hizo despertar de mis pensamientos. Limpiándome las lágrimas que se me habían escapado, me serví té en una taza cascada y me senté en el sofá.

Me quedé mirando la televisión apagada, deseando poder encenderla y saber qué era del mundo muggle. Sabía perfectamente que allí nada nuevo había pasado. Sin saber por qué razón, Voldemort sólo había tomado poder sobre el mundo mágico, por ahora.

Necesitaba ver Londres, quería ver las calles llenas de gente e imaginarme caminando por Picadilly Circus rodeada de toda la gente que solía haber allí y que siempre me molestó. Quería tener algún tipo de contacto humano o me volvería loca.

Llevaba seis meses sin ver a ningún ser humano. A la última persona que había visto había sido a Molly Weasley que había conseguido escabullirse y venir a traerme algo de comida.

De eso hacía seis meses y yo ya empezaba a hablar con los animales que veía en el bosque.

-Voy a volverme loca- gemí, pasándome las manos por la cara, frustrada.

No sabía qué estaba pasando en el mundo, cosa normal, ya que estaba viviendo en una pequeña casa de madera aislada en medio de un bosque.

Los miembros de la Orden del Fénix habían decidido que cada uno de nosotros, los rebeldes, como se nos conocía vulgarmente, debíamos separarnos y vivir escondidos en distintos lugares de Inglaterra en los que nadie pudiese encontrarnos.

A mí me había tocado en el bosque de Sherwood, bien conocido por las leyendas muggles, pero desconocido para los magos. El bosque de Sherwood, situado en Nottinghamshire, era un bosque enorme y demasiado escondido para los magos. En el mundo muggle era un bosque protegido y muy famoso por el popular cuento de "Robin Hood", pero en el mundo mágico nadie sabía de su existencia.

No sabía donde se encontraban Harry ni Ron, ni tampoco Ginny ni Luna, ni Neville como tampoco sabía dónde se habría metido Hagrid ni ninguno de los demás.

El ministro de magia nos dijo nuestra localización a cada uno personalmente y nadie jamás podría saber dónde estábamos para no levantar sospechas ni dejar que nos encontrasen antes de que pudieran idear un plan para acabar con Voldemort.

Cosa de la que no sabía cómo iban ya que no sabía nada de ellos.

Tan sólo Molly sabía dónde nos encontrábamos, pero no podía quedarse mucho tiempo.

Así que, en resumen, estaba total y definitivamente sola.

Hasta nuevo aviso, claro.

Volví a mirar la televisión, deseando que se encendiese por arte de magia. Porque sí, soy una bruja con una varita escondida en el armario. Una bruja que puede hacer magia y hacer que la televisión se encienda y que la comida aparezca mágicamente en lugar de morirme de hambre durante días si no conseguía cazar algo en el bosque.

Porque tenía que cazar animales, al estilo muggle, para poder sobrevivir.

Y no podía usar la magia. Bajo ningún pretexto.

O me matarían.


Buenas! :D

Aquí vengo con otra historia, completamente consciente de que aún tengo que acabar alguna que otra, pero las ideas vienen y van y ahora mi mente se centra en ésta u.u

Los hechos contados aquí me los invento competamente y muchas cosas no coincidirán para nada con los libros. Obviamente.

En fin, espero que lo disfruten tanto como yo lo hago escribiéndola.

Besos. Freya-