Capítulo uno
Se armó de paciencia y se paró frente al espejo. Nunca se preocupó de su cabello durante su adolescencia, siempre solía mantenerlo atado porque le molestaba al realizar deporte. Pero cuando quería llevarlo suelto, era una total odisea controlar el maldito frizz y lograr que su cabello se quedara en su lugar sin cobrar vida propia.
Lo peinó con cuidado con el cepillo de madera que Phoebe le había regalado, viendo satisfecha que su reflejo le devolvía una cabellera rubia ligeramente ondulada.
Atrás había quedado el moño rosa; dejó de usarlo cuando pasó a preparatoria. Su única ceja también sufrió un cambio en su adolescencia, gracias a Olga. Ahora dos finas cejas perfilaban sus ojos azules.
Sus rasgos ligeramente más maduros le devolvían la imagen de una mujer de veinte años.
Se había mudado con su mejor amiga a un modesto departamento poco después de terminar la escuela. Había realizado varios trabajos de medio tiempo en Hillwood para poder independizarse, y ahora tenía algunos cerca de su residencia.
Aunque Bob de vez en cuando le enviaba dinero.
—¡Helga!
Una hermosa joven de rasgos asiáticos se asomó por la puerta de su habitación. Iba descalza, con unos shorts negros que se ajustaban a sus caderas y un sujetador azul que cubría su torso.
La aludida alzó una ceja.
—Sé que prometí no comentar tu vestimenta, pero creo que deberías ponerte algo encima para ir al cine.
—Aún no termino de vestirme —objetó haciendo un mohín.
La rubia sonrió de medio lado, burlona.
—Si quieres mi opinión, creo que el sujetador rojo-
—¡HELGA! —cortó su amiga, desesperada.
Alzó sus manos frente a su cuerpo en modo de defensa. En ocasiones consideraba seriamente que le había transmitido algo de su carácter gruñón a Phoebe. Aunque las quejas en ella no se veían amenazantes; su amiga era demasiado adorable para asustar a alguien.
—¿Qué pasa? —cuestionó, al ver que la morena jugaba nerviosa con sus manos.
—Gerald me acaba de llamar —comenzó a explicar, soltando un suspiro— y dijo que consiguió una reservación en Shojo para esta noche.
Helga perdió todo rastro de humor. Frunció el ceño y maldijo al cabeza de espagueti. Sabía que su amiga llevaba días melancólica por su país natal. Sus padres habían viajado a Japón a una reunión familiar y ella no había podido asistir porque sus exámenes se aproximaban. Aun cuando habían realizado una video-llamada por Skype, sabía bien que Phoebe deseaba compartir con ellos.
Bien jugado, Johanssen, pensó.
—Helga, lo siento mucho… Sé que esperabas desde hace meses el estreno de esta película y habíamos acordado ir jun-
—Descuida, Phebs —interrumpió ella, sacudiendo su mano para restarle importancia.
—¡Pero! —espetó con su rostro lleno de culpabilidad.
La rubia sonrió con sinceridad. Sabía bien lo importante que eran para su amiga los momentos con su novio. Después de todo, debido a su agobiante vida universitaria, apenas tenía tiempo para salir con Gerald. Y ellas se veían todos los días, ya que vivían juntas.
—En serio, no te preocupes —comentó, guiñándole un ojo—, veré si consigo otra víctima para no perder la entrada.
Los ojos de Phoebe se aguaron; acortó la distancia entre ambas y se lanzó para abrazar a la joven.
—Ya, ya.
Helga palmoteó la cabeza de la morena. Muchas cosas podrían haber cambiado, pero ella aún no se sentía cómoda con los abrazos.
—¡Prometo compensarte!
Rodó los ojos al pensar qué se le ocurriría a su amiga.
—¡Ponte el sujetador rojo! —gritó antes de verla desaparecer de su habitación.
Soltó una carcajada al escuchar la maldición que Phoebe lanzó desde la sala. Definitivamente, algo de sus mañas le había pegado.
Volvió su atención al espejo nuevamente, observando su vestimenta. Unos jeans azules y un jersey rosado cubrían su figura; unas zapatillas que se hallaban junto a su cama completarían su atuendo. Nada de joyería ni maquillaje.
Llevó su mano hasta su barbilla, pensativa. Luego cogió su celular y tecleó unas cuantas palabras en uno de sus chats de WhatsApp.
«Nos vemos a las 8 pm en Regal.»
Se quitó el jersey y buscó entre sus cajones de ropa para reemplazarlo por una polera de tirantes negra que se apegaba a sus curvas. Los jeans también desaparecieron y en su lugar cubrió sus piernas con unas pantis negras y se puso un short azul desgastado encima. Guardó sus zapatillas y escogió unos botines cafés con ligero taco.
Su celular vibró sobre su cama, anunciando un mensaje. Lo tomó de inmediato para leerlo.
«¿Phoebe te plantó?»
Ignoró olímpicamente la pregunta, y en su lugar escribió:
«Tú compras las palomitas.»
Completó su vestimenta ataviándose un top rosa con mangas y se miró al espejo.
Sonrió. Ahora sólo le faltaba su delineador y un labial. Buscó dentro de un estuche mientras ignoraba el sonido de su celular vibrando. Se acercó nuevamente al espejo y terminó de alistarse.
Descolgó un bolso negro de la manilla de su puerta y guardó su cartera, su estuche de maquillaje, un libro y en último lugar cogió su celular, desplegando la conversación anterior mientras salía de su habitación con los botines en su otra mano.
«Ok, nos vemos.»
Guardó su celular junto a sus otros artículos personales y tomó su llave del mueble junto a la entrada del departamento.
—¿Ya te vas?
Volteó, encontrándose a Phoebe que ahora vestía un jersey rojo.
—Sí, pasaré a devolver un libro a la biblioteca —comentó, mientras se calzaba los botines.
—De acuerdo. Disfruta la película. —Se despidió con la mano, sonriente—. Y saluda a Arnold de mi parte.
Helga casi se tropieza al salir. Phoebe rió divertida.
No se molestó en llamar cuando llegó al cine. Simplemente se adentró al recinto y se dirigió al mesón donde había mucha gente comprando. Entre ellos, le fue fácil distinguir a un joven con cabeza de balón.
Llevaba unos jeans azules y su típica camisa a cuadros sobre su camiseta verde, con una mochila colgando al hombro. Atrás había quedado el gorro azul, su rubio cabello estaba peinado ligeramente hacia un lado.
Lo esperó de pie, a un lado de la gran fila, observando el pedido que realizaba de unas palomitas y dos bebidas. En cuanto terminó de pagar, volteó y sus ojos se encontraron. Él sonrió ampliamente; ella sonrió de medio lado, burlona.
—Qué patético no tener planes un viernes en la noche. Viniste corriendo cuando te dije. —Fue el saludo de Helga en cuanto tuvo al rubio frente a ella.
—A ti te plantaron, ¿no?
Le lanzó una mirada fulminante. Pero poco le duró, porque luego comenzó a reírse sin pudor y él la siguió segundos después.
Arnold le hizo un gesto con la cabeza para indicarle que se formaran en la fila antes de que llegara más gente. La mujer le hizo caso pero antes de dirigirse a la entrada de la sala, le robó el paquete de palomitas tamaño jumbo de la bandeja, dejándolo sólo con los bebestibles. Se llevó un puñado a la boca mientras el joven negaba con la cabeza.
—Así que… —comentó con diversión— ¿Shojo?
Helga frunció el ceño.
—Ese estúpido cabeza de espagueti —refunfuñó—. Jugó la carta de la melancolía, ¿sabes?
—Sí, bueno, algo me comentó días atrás que Phoebe se veía un poco triste.
La rubia estrechó la mirada, dirigiéndole toda su atención.
—¿No habrá sido tu idea, Arnoldo?
—¡No! —Se defendió de inmediato, temiendo que lo empujara y derramara las bebidas en su ropa—. Juro solemnemente que no tuve nada que ver en esto.
—Querrás decir esta vez, George Wesley.
No pudo evitar reír ante la referencia, provocando que Helga alzara una ceja.
—¿Te parece gracioso que mi mejor amiga me haya plantado por su novio?
—Gerald también me ha plantado por Phoebe. —Sonrió para consolarla—. Tristemente ya me acostumbré, pero hoy cuando le pregunté por qué no me había dicho su plan, me dijo: «Viejo, si te comentaba algo, le habrías dicho a Pataki y ella le habría comentado a Phoebe. Quería que fuera una sorpresa».
—¡Qué zopenco! —reclamó indignada.
—Sí, me dolió saber que mi mejor amigo ya no confía en mí, no pensé que-
—¡Yo SÉ guardar un secreto!
—¡Helga!
Le dirigió una mirada molesta. No sabía por qué aún después de años le contaba sus problemas a la rubia, sabiendo que ella los ignoraba o les restaba importancia. Pero aun así, continuaba buscándola para desahogarse en asuntos que incluso no se atrevía a hablar con Gerald.
—¿Qué? —cuestionó con tono inocente— Sabes muy bien que me habrías contado; eres un metiche.
Su ceño se mantuvo fruncido, provocando que la joven rodara los ojos.
—A ver, Shortman —dijo, armándose de paciencia—. En décimo grado, ¿quién le dijo a Phoebe que Johanssen le pediría al fin una relación seria?
—Stinky —respondió de inmediato Arnold, recordaba claramente que Gerald dejó de hablarle durante un mes al muchacho.
—La fiesta sorpresa de sus diecisiete años, ¿quién le dijo sobre el autógrafo de su cantante favorito que le costó tanto conseguir al cabeza de cepillo?
—Eh… ¿Sheena?
—No, fue Eugene —corrigió—. Cito textual: «Me encantaría tener un novio como Gerald, ¡no puedo creer que haya conseguido el autógrafo!»
—Ah, cierto.
—Y qué bueno que Eugene no sabía el nombre del cantante, sino te aseguro que Phoebe habría chillado histérica al enterarse.
Para esas alturas de la conversación, Arnold ya había relajado su ceño y sonrió al recordar anécdotas de su adolescencia.
—El día de la graduación, ¿quién le dijo sobre la velada romántica?
—Rhonda —respondió, negando con la cabeza al recordar que Helga insultó como nunca a la morena por su descuido.
La rubia sonrió traviesa, seguramente recordando algo más.
—¿Sus entradas? —interrumpió un empleado del lugar.
No se habían percatado que la fila había avanzado hasta dejarlos a ellos adelante. Helga sostuvo el paquete de palomitas con su mano izquierda y con la derecha buscó en su bolsillo trasero para mostrarle las entradas al pelirrojo que atendía.
—Sala 7, al fondo a mano derecha.
—Gracias —dijo Arnold, tomando el trozo de papel que le devolvían, en vista de que la rubia se había adelantado.
—Arnoldo. —Volteó Helga, sonriendo victoriosa—. ¿Quién le dijo a Phoebe sobre las flores y el resto de la cursilería que le esperaría al salir de sus clases el mes pasado?
Se detuvo a mitad del pasillo, pensativo.
—¿Ethan? —mencionó al compañero de clases de la morena, a quien Helga había contactado porque insistió en que sería muy sospechoso si ella misma le preguntaba por su horario de clases.
La rubia alzó una ceja, sin quitar su sonrisa.
—Espera… —susurró, cuando un flash le vino a su mente y revocó la escena en su cabeza.
Había estado trabajando durante días en un informe que representaba un gran porcentaje de su calificación final en una asignatura. No había dormido bien, estaba totalmente perdido en la fecha y sólo recordaba el día de entrega de su trabajo. Cuando Phoebe lo llamó preguntando por Gerald, él había soltado un: «¿No está contigo? Te iba a esperar a la salida de tu clase».
No tardó en darse cuenta de su error, disculpándose mil veces con la morena. Por fortuna su mejor amigo no se enfadó con él.
—Exacto, cabeza de balón —coincidió ella, al notar el suspiro que profirió el joven—. Tienes suerte que Phoebe haya fingido demencia, y que tu amigo sea tan idiota que no se dio ni cuenta.
Ah, pues por eso Gerald no le había recriminado nada.
Gracias Phoebe, pensó. Habría sido incómodo tener que sobrellevar la ley de hielo que le habría aplicado el moreno por al menos un mes.
Ya llevaban casi dos años desde que se habían ido a vivir juntos lejos de casa; para ambos había sido duro separarse de su familia. Los Johanssen le habían dado la oportunidad a Gerald de estudiar lejos ya que Jamie O se había asentado en Minnesota y su abuela había sido un gran apoyo para financiar la educación de su nieto favorito.
Por otro lado, para Arnold había sido realmente difícil dejar la ciudad. La preocupación por sus abuelos le hizo casi quedarse a estudiar en Hillwood. No obstante, sus padres insistieron y finalmente decidió irse y comenzar su educación universitaria.
Por supuesto que viajaban cada vez que podían a ver a su familia.
—¿Entendiste ahora, cabezón?
Arnold pestañeó repetidamente, observando el ceño fruncido de Helga.
—¿Qué?
La mujer se dio un palmazo en la frente con su mano libre. La otra seguía sujetando las palomitas que se había adueñado.
—Olvídalo Arnoldo, la película ya va a comenzar.
Se encogió de hombros, resignado de volver al tema. Al fin y al cabo ya había olvidado de qué estaban hablando por perderse entre sus pensamientos.
Siguió los pasos de la joven hasta llegar a la sala siete, donde se adentraron y buscaron sus asientos. Una vez acomodados, él le entregó su bebida y reclamó un puñado de palomitas.
La sala estaba llenísima. Se trataba del estreno de una película de terror. Había sido el tema de conversación de Helga en más de una ocasión y ya todo su círculo sabía que estaba ansiosa de verla.
Fue por eso que Arnold no dudó en cuanto Gerad le dijo que saldría con su novia. Supuso que la rubia buscaría con quien ir para no perder la entrada, así que se alistó y ya iba camino al cine cuando Pataki le mandó el mensaje. Hubiera sido penoso que no lo invitara, pero estaba seguro que era su primera opción, así como ella sería la de él si el caso se hubiera dado a la inversa.
Después de todo, sus mejores amigos eran novios desde los quince. Habían desarrollado una relación única durante su adolescencia, que se mantenía hasta hoy.
—Por cierto —comentó Helga una vez las luces se apagaron, anunciando el inicio de la película—, ¿el cabeza de espagueti dijo algo de llevar a Phoebe al departamento luego?
—De hecho, sí —respondió, terminando de tragar unas palomitas—. Al nuestro.
Helga tomó un sorbo de su bebida.
—O sea, que te quedaste sin alojamiento.
—¿Qué? —soltó el joven, más alto de lo que creyó.
«Shhh», fue la respuesta al unísono de la sala.
La rubia ahogó una risa.
—Helga, no es gracioso —susurró avergonzado.
—Para ti.
La pantalla grande comenzó a mostrar las primeras imágenes de la película, dando a conocer el escenario en que se desarrollaría la historia.
—Puedes quedarte en mi departamento —sugirió la rubia, tomando un puñado de palomitas.
Arnold sonrió de medio lado.
—Gracias.
Comenzó la trama de la película y ninguno habló más, salvo para comentar las estupideces que cometían algunos de los personajes. De vez en cuando, gritos se dejaban oír de las personas sentadas a su alrededor. Las escenas de suspenso eran las que más saltos provocaban a los espectadores.
Al finalizar la película, un gélido silencio se formó entre la audiencia. Incluso algunas adolescentes estaban llorando, abrazadas entre ellas.
No era la primera vez que Arnold se quedaba a dormir en su departamento. Ella también se había quedado en el suyo un par de veces para darles privacidad a la pareja de novios.
En cuanto entraron, ambos se quitaron los zapatos; costumbre que Phoebe había establecido, influenciada por su ascendencia japonesa. A Helga fue quien más le costó acostumbrarse y constantemente recibió regaños de su amiga por utilizar zapatos dentro de la vivienda. Finalmente, logró habituarse a no utilizar los zapatos y a ir descalza; a pesar de que la morena había comprado zapatillas de suela ligera para andar por la residencia.
—En serio, ¿no viste la cara de las niñas sentadas frente a nosotros?
Durante todo el trayecto, la malvada mujer estuvo burlándose de las múltiples reacciones que habían presenciado en cine. Más de alguna persona había terminado traumada por la película y Arnold podría jurar que varios tendrían pesadillas. Si la rubia no lo hubiera torturado desde su adolescencia con infinidad de maratones de terror, estaba seguro que él se incluiría dentro de las víctimas esta noche.
—No —respondió por cuarta vez—, pero ya te he dicho que es grosero burlarse del sufrimiento ajeno.
—¡Oh, vamos! —espetó la joven— ¿Me vas a decir que tampoco viste al chico que gritó de miedo y se abrazó a su novia? Si quería hacerse el valiente, debió pensarla dos veces antes de entrar al cine.
Soltó un suspiro de cansancio. Definitivamente Helga G. Pataki nunca dejaría de encontrar regocijo en la agonía de otros.
Se dirigió mejor a la cocina y sacó de la nevera dos latas de cervezas. Volvió a la sala y le entregó una a Helga, quien seguía despotricando contra el mundo.
—No recuerdo que te burlaras de quienes lloraron en la película que fuimos a ver el mes pasado —interrumpió, sonriendo con diversión—. De hecho, tú también lloraste.
—¡Porque la adaptación del libro fue pésima! —se defendió ella.
—Claro, y la muerte de Charlotte no tuvo nada que ver.
Bufó totalmente ofendida, dándole un trago a su cerveza y recostándose en el sillón con los pies sobre una mesita que tenía al frente y la cabeza colgando hacia atrás en el respaldo. Arnold se sentó a su lado, sin quitar la sonrisa de su rostro. Pocas veces se le daba la oportunidad de molestarla y sinceramente, le encantaba.
—¿Sabes, Helga? —habló, riéndose cuando notó que la joven chistó en respuesta— No debes avergonzarte por mostrar tu lado sensible.
—Tú sí deberías avergonzarte de ser un metiche.
Rodó los ojos, pero no se rindió antes de dar pelea. Tomó un trago y volvió al ataque.
—Creo que si dejaras de estar a la defensiva todo el tiempo, serías más popular entre los chicos.
Arnold temió por su vida cuando la rubia enderezó su cabeza y lo fulminó con la mirada. Pocas veces la había visto así de seria y se preguntó si había cruzado alguna línea invisible con sus palabras.
—No me interesa salir con nadie —declaró con acidez—, y si quieres preocuparte de la vida amorosa de alguien, empieza por la tuya.
El miedo fue reemplazado por la indignación. Los insultos había aprendido a manejarlos, pero cuando Helga atacaba con toda la intención de herir para callar, se tenía que repetir muchas veces que ella no lo hacía adrede; sino que se trataba de su máscara para no ser lastimada.
Se lo repitió varias veces en su mente, pero finalmente terminó cediendo a la provocación.
—No hay nada de malo con mi vida amorosa.
La carcajada se oyó por todo el departamento, provocando que el joven frunciera el ceño.
—Sigue repitiéndolo y quizás te lo creas. —Se burló sin culpa—. ¿Alguna novia te ha durado más de un par de meses siquiera?
—Al menos he tenido novia, Pataki.
Ahogó otra carcajada al notar que no negó su acusación.
—No quieras comparar relaciones, Shortman, porque saldrás perdiendo —advirtió con seriedad, para luego volver a su tono burlón—. Deberías pedirle consejo al cabeza de cepillo, quizás tus citas se aburren.
Se bebió el resto de su cerveza de un tirón y tiró la lata a la basura.
—Mis citas están bien —dijo mientras se levantaba para dirigirse nuevamente a la nevera.
—Sí, claro —ironizó ella, siguiendo al joven para coger otra lata—. ¿En alguna cafetería después de clases? Si el presupuesto alcanza, unos bombones y flores. Si la chica te gusta mucho, haces el esfuerzo y compras de las dos.
No le refutó de inmediato. Le entregó otra cerveza y cerró el frigorífico.
—No siempre es en una cafetería —masculló.
—¿Has llevado alguna chica a tu departamento?
—¡Helga! —exclamó abochornado, cubriéndose el rostro con la mano en un intento de recuperar la paciencia.
—¿Lo ves, Arnoldo? —continuó sin piedad— Necesitas ser más osado.
—¿Osado?
—Osado, atrevido, intrépido, audaz. Tú elige.
Su enojo fue desapareciendo al ver entretenido cómo la rubia movía la lata de cerveza en todas las direcciones posibles para dar énfasis a su discurso. En el idioma Helga, ya no se estaba burlando, sino que le estaba dando un sincero consejo.
Raro, pero también lindo.
—¿Qué más? —La animó a continuar, sonriendo de medio lado.
Ella pestañeó al darse cuenta que tenía la completa atención del joven. Detuvo su acción de abrir la cerveza y en su lugar la dejó sobre el mesón. Lo rodeó hasta llegar junto a él y siguió con su explicación.
—Debes mirar a la chica con pasión. Nada de tartamudeos, ni miradas al piso, ni tampoco rascarte la nuca o el brazo. —Con ambas manos le presentó a la lata en el mesón, indicándole que el objeto era la ejemplificación de su chica soñada—. Acércate a ella, sedúcela y cuando la tengas cautivada, recién ahí invítala a salir.
Helga apoyó una mano en su hombro y asintió convencida. Luego, volvió a rodear el mesón y cogió el envase dispuesta a abrirlo.
—Sal conmigo.
Sonrió ante el tono seguro del rubio y alzó el pulgar en señal de aprobación.
—¡Eso! Exactamente…
Perdió la energía de su voz al encontrarse con el semblante serio de Arnold. En escasas ocasiones era testigo de aquella expresión de determinación en su rostro.
—Sal conmigo, Helga.
—¿Eh?
¿QUÉ?
—Tengamos una cita.
Sus neuronas tuvieron un dramático final y su cuerpo se paralizó. La lata de cerveza entre sus manos cayó y su boca se entreabrió levemente sin dar crédito a lo que sus oídos escuchaban.
Hola!
Hace semanas que comencé a escribir este fic, que según yo sería un one-shot... Bueno, fallé estrepitosamente. Así que decidí dividir lo que llevo en capítulos.
Espero haya sido de su agrado esta primera entrega. Todo comentario es bien recibido para saber si les va gustando la historia :)
Nos leemos!
