Cosas que debes saber:

El poema Mar Adentro es de Ramón Sanpedro y sale en la película, con idéntico título, de Alejandro Amenábar.

Las canciones que aparecen son: Runaway de The Corrs, Cielo y tierra de Nek, I'm with you de Avril Lavigne, Como tú de Carlos Vives, Hacer por hacer de Miguel Bosé y de Ana Torroja/Mecano.

Parece que patrocine marcas de tomate o dentífrico como: Solís, Orlando y Profident, pero no gano un euro con eso.

Menciono, entre otras muchas cosas, a los dioses de Egipto, alguna cosa de su religión, a María Magdalena o a Carlos Sainz (famoso piloto de rally).

Este ff es un uber que relata la relación amorosa entre dos mujeres, adultas y responsables.

Los personajes principales están basados en Xena y Gabrielle que pertenecían a Renaissance Pictures.

Vídeo-resumen en youtube: watch?v=puG_dTD2F90


El sol se asomaba tímidamente entre las telas del mercadillo, que a esas horas de la mañana ya empezaba a entrar en ebullición, tanto como el calor sofocante que reinaría de un momento a otro.

La vida en el bazar empezaría a hacer acto de presencia en cuanto a una cierta personita se le antojase. Es que a Aycha se le pegaban bastante las sábanas y además, antes de llevar a cabo su trabajo como vendedora de espejos, alfombras y otros enseres, tenía que aplacar a la fiera de su estómago con un buen desayuno.

Esta linda muchachita de cabellos rubios como el trigo, de carita angelical y que rondaba los veintitrés, se desperezaba lentamente mientras arañaba los últimos minutos que le quedaban en el mundo de los sueños para, segundos después, levantarse de un salto y con una inusitada energía mañanera vestirse a todo correr con un conjunto de falda y top rojizos, resaltando así sus marcados abdominales para llamar la atención de los turistas.

Y vaya si la llamaba, no había nadie que se resistiese a pasar por la tienda, ya no tanto por las alhajas o los regalos típicos de la ciudad, si no por el encanto que desprendía ella y su tiendecita, a la cual, si no se daba prisa, no iba a llegar puntual.

Para Aycha esa tienda era su mundo, el de las alfombras (que no eran voladoras, por mucho que algún hechicero las intentase embrujar) y el de los espejos, que éstos al menos sí que tenían el poder de reflejar todo lo que uno deseaba ver en ellos.

Pero Aycha no tenía una vida aburrida, ni mucho menos, cuando se cansaba del trabajo (que últimamente era bastante a menudo) y ya estaba anocheciendo aprovechaba, y a cualquier descuido de los guardias de palacio, se colaba por la rendija que daba paso al alcantarillado. Le encantaba meterse por allí para indagar hasta que parte del palacio era capaz de llegar y así de paso reconocer y memorizar todas las compuertas que daban a los diferentes pasadizos, donde bien sabía ella, que en alguno de estos recovecos, se hallaba el fabuloso tesoro de la princesa Kashmir.

En un principio Aycha había sido bastante meticulosa y sólo se adentraba en las habitaciones de los guardias, consiguiendo así algunas espadas y sables, que luego había vendido como artículos de lujo. Pero su curiosidad gatuna pudo más con ella y noche tras noche se sumergía un poco más en las maravillas que le ofrecía el palacio, hasta que en una de sus escapadas nocturnas llegó finalmente a dar con los aposentos de la princesa.

Realmente había algo que le atraía hasta ese lugar y ya no sólo por "tomar prestado" algunos de los utensilios personales de la princesa, si no por la emoción que le embargaba al pensar que quizás algún día se pudiese topar con ella y poder admirarla.

Quería comprobar si era cierta la leyenda, que decían algunos, al asegurar que la belleza de Kashmir no sólo residía en su elevada estatura y en su precioso cabello azabache, sino, en la profundidad del azul del mar de sus ojos que, con tan sólo mirarlos, hombres y mujeres caían rendidos a sus pies.

A Aycha siempre le pareció que esa leyenda era como la de la medusa y quería averiguar hasta que punto ella podía también compararse a Perseo, claro estaba que ella no tenía intenciones de matarla y además sería incapaz. Ella sólo pensaba que, si tuviese la suerte de poder encontrársela y conseguía mirarla a los ojos, prometería dejar esa vida delictiva y dedicarse exclusivamente a su tienda.

Así fue como se lo propuso y hasta que no fuese capaz de conseguirlo no pararía, era bastante cabezota para este tipo de retos.

Aunque la verdad sea dicha los robos cada vez fueron disminuyendo, según le decía a su amigo Rahim para concentrarse exclusivamente en el tesoro del palacio, pero ella bien sabía lo que podía albergar y cosa curiosa ya no le interesaba en absoluto, excepto, claro estaba, el aposento de la princesa.

El día había empezado como cualquier otro para Aycha, o al menos eso parecía ya que, como todas las mañanas y después de despejarse con una carrera de obstáculos entre camellos y cestas de fruta, había llegado a la esquina de la Plaza de Oriente, donde se ubicaba su tiendecita. La tienda se apartaba un poco del resto de los tenderetes del bazar, pero suficientemente visible para los turistas que pasasen por allí.

El transcurso de la mañana lo pasó ordenando los últimos enseres que había obtenido de la princesa. Era extraño como últimamente le había atraído mucho más la aventura de llegar a los aposentos de Kashmir, que robarle sus pertenencias. Aycha sabía que era mucho más arriesgado de su parte llegar hasta Kashmir que a cualquiera del resto de las habitaciones de palacio, pero ella creía que el correr ese riesgo merecía la pena. Desde que tuvo la suerte de encontrar el aposento de la princesa no podía dejar de pensar en ella, y cada vez que recordaba la aventura de la noche anterior, no podía dejar de sonreír.

Y es que, en una de las últimas escapadas hasta palacio, había podido vislumbrar de manera muy tenue a Kashmir, pero lo suficiente como para quedarse anonadada ante el espectáculo de la belleza que contemplaban el verde-azulado de sus ojos.

Ahora que en esos escasos segundos la había visto, podía darle la razón a todos lo que habían hablado sobre su enigmática belleza y sobre la influencia que ejercía sobre todo aquel que la contemplaba, ya que ella en el instante que pudo observarla, se había enamorado perdidamente de esa mujer. Aycha no sabía decir el porqué de ese sentimiento, ya que su cerebro ya no atendía a razones y sólo podía escuchar los latidos de su corazón, que en ese momento galopaba como un caballo desbocado.

Tal fue la emoción de ese momento que sus piernas respondieron por ella y comenzó a seguirla y a punto estuvo de revelar su escondite a los guardias que vigilaban los aposentos de la princesa, pero gracias a la fortuna, esa noche estaban algo distraídos con sus juegos de cartas. Pero por suerte o por desgracia la princesa se giró y la miró sorprendida con el azul de sus ojos, fríos como el acero, para luego darle la sensación de calidez.

La había descubierto y no había otra salida que echar a correr, tan deprisa y sigilosamente como pudo, ya no sabía si por el hecho de que la hubiese descubierto o por no poder soportar una vez más la dulce mirada de la princesa.

"¿En qué estabas pensando Aycha?", pensaba y se recriminaba a sí misma, "por esta estupidez te ha visto, y como no te des prisa los guardias te van a meter en el calabozo en cuanto ella dé la orden. ¡Señor! Tiene unos ojos preciosos y parecía que me sonreían. ¡Vamos!, ¡quieres dejar de pensar en ella y correr!".

Pero, por alguna extraña razón, la princesa Kashmir se había quedado gratamente sorprendida, ya no sólo por el hecho de ver a una intrusa en palacio, si no por esa belleza que había contemplado fugazmente y que le había dejado sin habla momentánea. Se le formó una sonrisa boba y se empezó a ruborizar al pensar que la chica había llegado casi hasta sus aposentos y le embargó una mezcla de amor, deseo y comprensión.

Aunque eseguida rechazó la estúpida idea de que la chica misteriosa fuese a verla a ella. Pero, al fin y al cabo, pensó que la idea no era tan descabellada y que la intrusa tal vez hubiese intentado colarse en varias ocasiones, ya que ese conjunto que llevaba le dejaban ver unos preciosos abdominales que supuso eran por el ejercicio de esquivar las trampas de palacio.

"¡Dioses!", pensó Kashmir, "¿desde cuándo te gusta los abdominales de una completa desconocida, y encima mujer?". "Desde que he visto sus precioso pelo, cortito y rubio, y sus preciosos ojos, que juraría que eran verdes"-, se contestó a sí misma. Y pensando en la mirada furtiva que esos verde-azulados ojos le habían dedicado se fue a sus aposentos, haciendo planes sobre el futuro encuentro que tendría con la desconocida en cuanto averiguase un par de cosas.

Aycha, desde ese momento, cada mañana que iba a su tienda cogía uno de los espejos (el que tenía la propiedad de ver lo que uno deseaba), y se pasaba horas enteras contemplando embelesada el rostro de su amada Kashmir.

La amaba, si, aunque ella había conocido ese sentimiento hacia Rahim, su amigo y fiel ayudante de la tienda, nunca se había enamorado tan loca y perdidamente como en esta ocasión, nunca antes se había sentido atraída por una mujer, pero eso ya no le importaba, la amaba. Aunque tuviese que poner su vida en peligro cada noche por verla, sabía que le amaría el resto de su vida e iría a palacio furtivamente tan sólo a contemplarla, aunque Kashmir jamás se enterase de su presencia.

Estaba sumida Aycha en estos pensamientos cuando oyó un ligero tintineo que provenía del móvil que tenía en la entrada de la tienda, esto le indicaba que alguien acababa de entrar y debería estar admirando los artículos de la tienda ya que tardaba bastante en llegar hasta el mostrador donde estaba ella. No es que la tienda fuese muy grande, pero lo suficiente como para tener un pequeño almacén para que el espejo, y la caja con sus dinares, estuviesen algo apartados de los posibles saqueos que pudiesen llevar a cabo ladrones como ella.

Así que sin pensarlo dos veces Aycha salió del ensimismamiento que tenía delante del espejo contemplando el reflejo de la princesa y salió a la parte delantera para seguir soñando. Debía ser eso. No era posible que hasta hacía escasos minutos estuviese pensando en la princesa y ahora estaba allí en su tienda.

Agitando estos pensamientos de su cabeza se disponía a entrar de nuevo en el almacén cuando una voz cálida, como el murmullo de una cascada, le preguntó con algo de impaciencia.

-¿Señorita, es que acaso no me va a atender?

Aycha dio un respingo, "¡por todos los dioses de Egipto!", pensó, eso no podía estar pasando, debía ser producto de su imaginación, últimamente tenía fantasías en las situaciones más inverosímiles dentro de palacio para poder hablar con la princesa, pero ¿verla en su adorada tienda? Eso ya empezaba a preocupar a Aycha que pensaba que Kashmir era ya una obsesión.

-Disculpe señorita, ¿se encuentra bien?-, preguntó la princesa.

-Sss, sí-, logró contestar una tímida y sorprendida Aycha que no daba crédito a lo que veían sus ojos, incluso pensó que debía de haber muerto y estaba en el cielo porque estaba viendo a un ángel.

La princesa viendo que la dueña se había sorprendido con su visita y admitiendo que obviamente la había reconocido, se fue acercando a ella hasta quedar a escasos metros. Es que Kashmir, gracias a Rahim, su contacto con el gremio de artesanos pudo averiguar que la ladronzuela era amiga suya, que era buena chica y que últimamente sólo entraba a fisgonear en el palacio por diversión (si, es el mismo Rahim que es amigo de Aycha, que coincidencia, ¿eh?).

Aycha había muerto definitivamente, tenía a la princesa en frente de ella, "oh! Dioses!", pensó eufórica, "está en mi tienda, ¡mi tienda! ¡ahhhh, que emoción!, espera, espera, oh! oh! ¿No te acuerdas que te vio?". De repente cayó en la cuenta.

"¡Estúpida¡", se dijo a sí misma, "¿Qué pensabas que había venido a comprar algo o a verte a ti? Habrá venido a detenerme. Está bien cargaré con las consecuencias de ser una ladrona estúpida y enamorada de su princesa. Le preguntaré que desea y luego me entregaré".

Y dicho y hecho, Aycha se repuso como pudo de su estado de shock y su creciente rubor por la visita de la princesa, agachó la cabeza y haciendo una reverencia le dijo:

-Disculpeme princesa, no la había reconocido.

Kashmir se estaba divirtiendo de lo lindo viendo como la pequeña rubita, que rondaba el metro sesenta, se ruborizaba con su presencia. Sabía que ella le había descubierto la pasada noche en palacio y quería comprobar hasta qué punto se iba a disculpar por su comportamiento, sin duda alguna, la princesa iba a disfrutar con esa visita.

La princesa tan sólo sonrío y dijo -¿podría ayudarme a escoger un presente?.

"¡Alabada Isis! Esto no está pasando", se decía Aycha a sí misma, "analicemos la situación fríamente, acaba de entrar Kashmir en tu tienda, te está hablando, te ha disculpado de tu ignorancia al no reconocerla con una sonrisa preciosa y ahora quiere que le ayudes a encontrar un regalo. Creo que me esta entrando un sudor frío y una taquicardia que no es normal a mi edad, así que cálmate, vuelve a pedirle disculpas y atiéndela como la diosa que parece. No mejor dicho, como la diosa que es."

Después de respirar profundamente para serenarse volvió a hacer una leve inclinación de cabeza, y manteniendo la mirada baja para no encontrarse con la profundidad del azul de sus ojos dijo:

-Vuelva a disculparme princesa, no tengo el honor de tener una visita como vos todo los días en mi tienda-, e hizo una pausa para poder continuar -compréndalo mi señora, de verdad que no ha sido mi intención ofenderla con mi torpeza.

Anonadada. Kashmir estaba anonadada por esas palabras. Había escuchado plegarias y súplicas de guerreros, amantes, reyes y siervos, pero las palabras de esta chica eran de verdadera disculpa.

Más aún, le recorrió un escalofrío cuando la había llamado "mi señora", el sonido de su voz era poesía para la pobre Kashmir que intentaba soportar el juego de seducción que había comenzado sin intentar lanzarse a esos rosados y perfectos labios que tenía la necesidad de besar.

"¡Por Annubis Kashmir!", pensaba, "contrólate quieres y sigue con lo que tenías planeado, al menos hasta que te conteste algo que te dé pie a besarla y si la reacción no es la que te esperas siempre te puedes disculpar".

¡Hay madre!", se dijo, "yo, la princesa, ¡pensando en disculparme!, por Apis que debo estar muy enamorada de esta chiquita", se autodeclaraba Kashmir, "en tan sólo los escasos minutos que pude contemplarla esa noche en palacio, desde ese instante, la amo. Incluso me da esa sensación de haberla conocido en alguna vida pasada. Bueno, sea lo que sea, ya estás aquí en su tienda para comprobar si ese atisbo de amor que viste en sus ojos esa noche fueron imaginaciones tuyas. Primero sigue con lo que tenías pensado proponerle y luego ya verás si puede suceder algo entre las dos, o no".

"Además", se decía a si misma Kashmir, "suerte que la observé el tiempo suficiente para darle una descripción lo bastante detallada a Rashir. Qué casualidad que, por lo que yo le comentaba, él tuviese una amiga con la mismas cualidades físicas, a la cual quería proteger a toda costa hasta que yo le prometí que sólo le haría una visita de "cortesía" para hablar con ella. ¿Fue todo casualidad, caprichos del azar? Da igual, lo importante es que la he encontrado y aquí estoy para ver cómo se desenvuelve y ya veremos lo que nos depara el destino".

Así que la princesa, con toda la tranquilidad que podía, contestó:

-Estoy gratamente sorprendida por sus disculpas señorita, pero no la puedo perdonar del todo-, le mentía vilmente para seguir con su plan y ver la reacción al soltarle la noticia que iba a darle de un momento a otro. -Como usted se habrá imaginado no puedo perdonar la fechoría de la pasada noche en palacio, no hasta que me ayude a elegir el regalo que voy buscando y entonces, dependiendo de su actitud y complacencia hacia mi persona, la perdonaré, o no-, le dijo remarcando esas dos últimas palabras.

-¡Oh!-, se impresionó Aycha al escuchar estas palabras y abrió los ojos como platos, la princesa la iba a perdonar si la ayudaba a elegir un regalo. Estaba que no cabía de felicidad en esos instantes, así que se apresuró a darle las gracias por perdonarle la vida y se dispuso a atenderla, sacando lo mejor que tenía en la tienda.

-Muchísimas gracias alteza por la oportunidad que me está dando, no se arrepentirá, y tenga por seguro que no se volverá a repetir-, decía Aycha volviendo a inclinar la cabeza. - Y ahora si me permite, dígame lo que desea de esta tienda y su humilde servidora.

Kashmir estaba visiblemente emocionada por los halagos que estaba recibiendo. Ella, que había sido una princesa egoísta, vanidosa y caprichosa, que nada de lo que hacía su padre, el sultán Kiril, le había interesado lo más mínimo hasta que este falleció y tuvo que ocuparse de todos los asuntos políticos que podía sufrir su querida Bagdad.

Ella que se había codeado con gente de la alta alcurnia, ella que tantas batallas había ganado contra Damasco, ella que se había protegido de todo el dolor y el sufrimiento que podía contemplar detrás de las murallas, ya no sólo del palacio, sino también de su corazón. Nadie en sus veinticinco primaveras le había hecho sentirse tan fuerte y sensible, desprotegida y arropada al mismo tiempo, con la sencillez de las palabras y la calidez de una mirada, como la persona que tenía en esos momentos enfrente y que le iba a dar la valentía de declararse y, si se lo permitía, de estar abrazada a ella toda la eternidad.

Así que, decidida a mostrar sus sentimientos y con un tono de voz, quizá más grave de lo que pretendía, le dijo:

-Veamos que puedes ofrecerme.

Aycha ya no cabía en sí de las emociones tan enfrentadas que le hacía sentir esta mujer. Con el sólo sonido de su voz sentía la necesidad de correr, gritar y saltar. Sobre todo de correr para decirle a todo el mundo que la amaba desde la primera vez que la vio en palacio y que se sentía la mujer más feliz del planeta sólo con tenerla a su lado en esos momentos.

Además la princesa había dicho esa última frase de la manera más sensual y personal que Aycha había oído en la vida, así que decidió seguirle el juego. Poco a poco levantando la vista, como pidiéndole permiso a la princesa, fue subiendo su mirada para contemplar, con todo detalle, le deslumbrante belleza que desprendía con un precioso vestido largo y ceñido, de lino blanco con algunas incrustaciones de piedras semipreciosas, que remarcaba el color de la exuberante melena azabache.

Cuando por fin elevó la vista a sus preciosos ojos azules, Aycha no pudo más que sonreír ante ese efecto tan turbador que provocaba el brillo de sus ojos y ese toque sugerente que le daba su ceja enarcada y, aclarando su voz, le contestó:

-Veamos que es lo que desea la princesa-, le lanzó una mirada calida y continuó, con un tono de voz formal, como si estuviese haciendo negocios con ella.

-Mire alteza, aquí tiene algunas joyas y colgantes, aunque si me permite decirle, creo que la princesa tiene alhajas más que de sobra-, se permitió el lujo de bromear ya que, lógicamente, sabía que ella había visto sus pertenencias.

La princesa ante ese comentario no pudo disimular una carcajada y le contestó:

-Sí, tienes razón, veo que lo has comprobado muy bien.

Aycha, al ver que Kashmir no se molestaba, sino que incluso se reía y le guiñaba un ojo pensó "¡Sagrada Nut! tiene la risa más hermosa que he oído en mi vida, y ¿me acaba de guiñar un ojo? ¡Oh! por favor, que no sean imaginaciones mías y sienta lo mismo que yo. Si me concedes el honor de ser la persona que le haga reír así de esa manera, ya que con sólo escuchar el sonido de su voz soy la mujer más feliz de esta tierra, te estaré eternamente agradecida", le suplicaba a la diosa.

Entonces sólo sonrió y le dijo:

-Gracias por no tenerme rencor princesa, estaría muy complacida si hiciese el honor de coger estas vasijas de cristal de Bohemia, es un regalo para vos.

Y entonces la princesa, escuchando esa última frase, no se lo pensó dos veces y con un tono de voz de lo más sensual y mirándola fijamente a los ojos, le dijo:

-No estoy interesada en eso precisamente.

Aycha abrió los ojos como platos al oír esta respuesta, intentando asimilar las intenciones que llevaba la princesa. "¿Acaso está interesada por mi?", pensaba, "no te hagas ilusiones Aycha, ¿cómo va a estar interesada en ti la princesa?, si te acaba de "conocer"...quitando cuando te vio en palacio, que eso no cuenta... respira profundamente, eso es, y atiéndela, ¡vamos!", y tragó para que al hablar no le saliese un hilillo de voz, cosa que tampoco logró mucho.

-¿Y qué es lo que le podría interesar a la princesa?-, preguntó, ¿me permite una sugerencia alteza?-, le dijo Aycha bajando la mirada de nuevo.

La princesa sólo movió levemente la suya para indicarle que continuase con lo que iba a decirle.

-Discúlpeme de nuevo-, le dijo Aycha, -pero no creo que las alhajas que pueda encontrar en esta humilde tienda se pueda comparar con su belleza... con la belleza de sus partencias...-, y se quedó ruborizada y sin saber cómo continuar.

"¿Con su belleza?", pensaba, "Aycha por Bastis, ¡que te estás insinuando! y lo has conseguido arreglar un poco y te autoinculpas del robo, ¡otra vez! No sé que hubiese sido peor, dejar la frase declarando prácticamente tu amor o repitiéndole que ya has visto sus aposentos más de un par de veces. Que ya te ha perdonado por eso, no insistas, que al final se arrepentirá de haberte disculpado. ¡Aish! es que estás de un bobo subido ¿eh Aychita?, que se te cae la baba por la princesita, venga ponte el pechito, no te digo... ¡Qué espabiles!" se decía Aycha.

Y es que cuando le daba por conversar consigo misma no había quien la parara, bueno cuando le daba por hablar, en general, porque esta chica hablaba por los codos y era su gracia al discurrir lo que hacía que tuviese tanta afluencia de público en la tienda.

"¡Vaya!", pensaba la princesa, "así que piensa que soy hermosa" y sonrió sin darse cuenta, "y debe de haber entrado más de una vez a "revisar" los aposentos, por que ya van dos ocasiones en que se ha disculpado de los robos y eso que ya la había perdonado, jajaja, pobrecilla deben ser los nervios de tenerme aquí en su tienda, y está monísima ruborizada... huy! Kashmir, no empecemos, ahora es la oportunidad perfecta para decirle lo que tenías pensado, deja por un momento de pensar en lo guapa que es y dile algo amable por tu parte para que no se asuste, y acaba de explicarle tu propuesta", se decía la princesa, que también era dada a tener conversaciones consigo misma.

-No se preocupe señorita...-, la princesa lo dejaba en el aire por no quería que Aycha descubriese que Rashir también le había dicho su nombre

- Aycha-, le contestaba ésta.

-Bien entonces te tutearé si me permites. "¿Si me permites?, Kashmir por Isis que eres la princesa, que te puedes permitir el lujo de llamarla como te plazca y sin pedirle permiso, aish el amor lo que hace", pensaba Kashmir divertida por la última ocurrencia.

-En realidad tienes razón-, decía, -ya tengo alhajas de sobra.

Aycha sonrío al ver que Kashmir le perdonaba otra vez sus imprudencias y que le hablaba con toda confianza.

-Yo venía a proponerte un trabajo-, le decía Kashmir. -Trabaja para mí-, le dijo remarcando esa última palabra.

"¡Hay madre!, ¡Hay madre! me va a dar un infarto, ¿no estoy soñando verdad?", pensaba, "no, tranquila Aycha, ¡por Atón! No hagas un numerito y te desmayes o algo por el estilo, te está pidiendo que trabajes para ella, ¡para ella! jajaja, aish, ¡qué felicidad, qué gozo! Vamos, vamos, cálmate, no te hagas ilusiones antes de tiempo, que tú siempre te adelantas a los acontecimientos y te llevas disgustos, como te pasó con tu amiga Dya, así que agradéceselo mil veces si hace falta y pregúntale en que va a consistir ese trabajo ya de paso".

Así que, arrodillándose a sus pies, le dijo:

-No sé cómo agradecer la comprensión y la confianza que deposita en mi princesa. Después de lo que hice, no me lo merezco. Sólo le puedo dar las gracias otra vez y decirle que será un honor y un placer trabajar para vos alteza.

Kashmir, visiblemente emocionada por sus palabras y haciendo caso omiso de lo que le dictaba la razón y siguiendo a su corazón, levantó su mano derecha hacia el rostro de Aycha. La mano de la princesa se posaba dulcemente en su rostro cogiéndola de la barbilla, obligándola así a mirarla a los ojos y levantándola sutilmente hasta elevarla hasta la altura de su pecho, donde Kashmir se aproximaba peligrosamente a los hermosos labios sonrosados de Aycha y a escasos centímetros le dijo:

-El placer será mío, porque en lo que quiero que trabajes requiere atención... personal.

Aycha no podía moverse, ni articular palabra alguna, teniendo tan cerca el aroma intoxicante de Kashmir y su hermosa boca, y así se quedó mientras la princesa se alejaba pausadamente de ella acariciando levemente su rostro, ya que tampoco soportaba esa situación y necesitaba meter un poco de aire a sus pulmones que, momentáneamente, se habían llenado del perfume de Aycha.

-Lo que tendrías que hacer sería asegurarte de la seguridad en las instalaciones de palacio en vista que tú has podido colarte varias veces sin problema-, continuaba la princesa.

Aycha estaba intentando asimilar la nueva situación.

La princesa había vuelto a escasos metros de ella y actuaba como si nada hubiese estado a punto de suceder y no le importase lo más mínimo, algo que dejaba a Aycha bastante conmocionada pensando de que esta mujer parecía en un momento que le interesaba y, al siguiente, seguía con lo que había venido a decirle como si tal cosa.

Estaba bastante perpleja ante el comportamiento de Kashmir, pero lo achacó en que estaba jugando a la seducción con ella para ponerla a prueba, ya que en realidad la princesa no sería tan estúpida como para mezclar los negocios con el placer así que, sin pensárselo dos veces, le dijo:

-Estaré encantada de ponerme a su servicio alteza.

-Entonces recoge tus pertenencias que te vienes a palacio-, le dijo la princesa.

Aycha desapareció tras el mostrador y recogió un par de vestidos y otro conjunto de falda y top (que tampoco es que ella tuviese un gran vestuario), para volver al lado de Kashmir y disponerse a seguir a la princesa hasta el palacio.


Continuará ^.^