" Un hombre ideal para mi "

Prologo

- "Me estoy reservando para el matrimonio".- declaró Sakura casi sin pensar.

Aquellas palabras eran ya habituales en su conversación. Sakura Kinomoto, con una sonrisa angelical y satisfecha, tomó un trozo de pan y se la llevó a la boca. Su amiga Tomoyo Daidouji, sentada frente a ella en la mesa de picnic de Tomoeda Park, miró al cielo y comentó:

- "Bueno, y ahora cuéntanos algo que no sepamos, Sakura".

Meiling Ling, la tercera de las quinceañeras que formaba el trío de amigas, añadió apoyándose sobre la mesa:

- "Es cierto, Sakura, ésa no es ninguna novedad".

- "Lo es para Taro Sainako".- musitó Sakura mirando de reojo una cabeza rubia unas cuantas mesas más allá-. "No podríais creer lo que intentó hacer la otra noche cuando salimos juntos".

Tomoyo y Meiling intercambiaron una mirada cómplice. Sakura se ruborizó. Sus dos amigas tenían novio, y ambas se habían citado con chicos desde los trece años. Sakura conocía de oídas lo que ocurría cuando dos adolescentes salían juntos: el brazo por encima del hombro, las manos en los bolsillos del otro, las caricias, los besos y los arrumacos... Estaba segura de que sus amigas pensaban que era una mojigata.

La única razón por la que Taro le había pedido que salieran era porque era nuevo en la ciudad y no conocía su reputación, pensó. Pero la falta de experiencia de Sakura con el sexo opuesto no tenía relación alguna con ningún có­digo moral ni con una naturaleza sexual fría. Al contrario, a menudo yacía despierta por la noche preguntándose qué se sentiría, tratando de imagi­nar el contacto masculino sobre sus labios y su cuerpo, fantaseando sobre todas aquellas cosas es­candalosas que había leído en sus libros favoritos. Y cuando finalmente se quedaba dormida a menudo se veía embargada por sueños ardientes, sueños que la dejaban dolorosamente vacía al despertar.

A pesar de lo que sus amigas y vecinos de Tomoeda, pensaran de ella, Sakura tenía una cu­riosidad sexual y una libido perfectamente sanas. Simplemente quería estar segura del chico antes de llegar demasiado lejos, recapacitó. En una palabra, quería estar enamorada. Quizá aquello hiciera de ella una chica chapada a la antigua, pero desde luego no una mojigata, pensó.

- "Sí, pero él acaba de mudarse aquí" .- dijo Tomoyo encogiéndose de hombros-, "No sabe que eres una buena chica. Dale tiempo y verás cómo te deja en paz, igual que el resto de los chicos de aqui".

- "Sí, con un vistazo a tus dulces vestidos se olvi­dará de sus intenciones de tomarse libertades con­tigo. Y cuando descubra que eres la presidenta del Club Futura ama de casas saldrá corriendo".

- "No creo que sea malo pertenecer a una aso­ciación de futuras amas de casa". -afirmó Sakura mo­lesta.

- "Nunca he dicho que lo sea".- señaló Meiling -, "¿Pero qué chico piensa en fundar una familia a los diecisiete años?".

- "No te preocupes, Sakura".- intervino Tomoyo-, "Al­gún día encontrarás al hombre adecuado. Me pa­rece fantástico que hayas decidido esperar".

- "Sí, eres más valiente que yo".- confirmó Meiling.

Sakura sonrió, pero en su interior estaba tensa. Sabía que el hombre de sus sueños existía, que te­nía que estar en alguna parte, pero se preguntaba cómo llegaría alli donde se encontraba una pequeña ciudad de Tokio en la que nunca ocurría nada.

Habían asistido al tradicional Picnic Park, una fiesta que formaba parte del Cometa Festi­val, el festival dedicado al cometa Hoshi. En realidad el cometa tenía un nombre científico mucho más formal, Hoshirzynyckolonycki, pero como la gente era incapaz de pronunciarlo lo llamaban simple­mente Hoshi.

Hoshi era un visitante habitual, siempre pasaba exactamente por encima del cielo de la cuidad Tomoeda y los ciudadanos habían llegado a considerarlo suyo. A pesar de ser extraño que un cometa hiciera su aparición en los cielos con regularidad en térmi­nos de tiempo, longitud y latitud, Hoshi lo hacía. Cada quince años, como un reloj, volvía a la Tierra en el mes de septiembre. Y siempre lo hacía por encima de Tomoeda. De ahí que se celebrara el fes­tival.

Por alguna razón Hoshi se comportaba con una regularidad que confundía a la comunidad cientí­fica desde su descubrimiento, doscientos años atrás. Más aún, esa regularidad era la causa de que el cometa se hubiera convertido en algo mítico, algo mágico. Tomoeda había creado todo un in­menso festejo alrededor del cometa. Mucha gente decía que su retorno periódico era la causa del ex­traño comportamiento de los habitantes de la ciu­dad por esas fechas. Personas que por lo general te­nían un comportamiento lógico de pronto hacían cosas extravagantes y extrañas. Las mujeres mayores se ponían minifaldas ajustadas, los maridos se ofrecían para cocinar o planchar, con frecuencia, gente que ni se miraba al cruzarse por la calle caía profunda e irre­vocablemente enamorada.

Y, por supuesto, todos aquellos que gustaban del festival local y consideraban mágico al co­meta creían en el mito de los deseos. Era una idea ampliamente aceptada en la ciudad: todo aquél que naciera en el año del cometa tenía ventaja so­bre el resto de los ciudadanos. Se decía que si esas personas formulaban un deseo durante la se­gunda visita de Hoshi, al cumplir los quince años, entonces ese deseo se haría realidad en la si­guiente aparición.

Sakura, Meiling y Tomoyo habían nacido en el año del cometa. Y a los quince años, tumbadas so­bre la hierba del jardín de la casa de Tomoyo, habían formulado su deseo. Tomoyo había deseado que ocu­rriera algo excitante, algo fuera de lo normal. La vida rutinaria de la ciudad, en el medio de una cuidad de nada, le aburría. Sakura, en cambio, se sentía satisfecha de que en Tomoeda nada cambiara. Le gustaba su len­titud y su paz, y creía que era un lugar perfecto para fundar una familia.

Meiling había deseado que algún día su compañero de laboratorio, Ryu Kayazaku, tuviera su merecido. Era un deseo muy apropiado teniendo en cuenta que ambos se pasa­ban la vida peleándose, pensó Sakura.

Sakura también ella había formulado un deseo, un de­seo largamente acariciado. Le había pedido a Hoshi que le concediera un amor verdadero, de ésos que duran toda la eternidad. Deseaba encontrar algún día a un hombre que la amara para siempre, un hombre al que amar con todo su corazón. Forma­rían una familia y compartirían sus sueños.

Sakura estaba segura de que Hoshi concedía siem­pre todos los deseos, y pensaba que, al ser el suyo tan noble, el cometa respondería a sus plegarias.

Después de todo Hoshi era constante, se decía a sí misma, se podía confiar en él. Sakura celebraría su treinta cumpleaños casada y con hijos, estaba se­gura. Hoshi, pensaba, nunca había defraudado a na­die, siempre hacía los sueños realidad.

Continuara...

Nota de la autora :

Bueno aqui mi primer fic, espero que lo lean y me denjrn su comentario si sigo con la historia o la dejo.