Parece ser que he aceptado que hay más series que las americanas y me estoy adentrando en la ficción inglesa cada vez más. Empecé con Sherlock (Lo de los dos años de hiatus es una broma ¿no?) y ahora estoy inmersa en Doctor Who (Ya voy por la sexta y sigo sin aceptar lo de Rose y Doomsday y que se haya ido Tennant y bueno, mejor no hablemos de ello que me pongo sensible) Así que bueno, por aquí os dejo este fic.
Por lo que veo Sherlolly lo shippeamos cuatro gatos y en el fandom español pues aun menos, así que si has llegado hasta aquí y vas a leer el fic, muchas gracias de verdad. Tiene tres capítulos que iré subiendo (están escritos, que si no luego dejo historias a la mitad como de costumbre)
Madre mía, soy una charlas.
Molly Hooper observaba atentamente en el microscopio unas muestras que le había dejado el forense al mando de su departamento. Pensaba. Pensaba sin más. La mayor parte de su vida la pasaba entre cadáveres y lo único que podía hacer era reflexionar. ¡Vaya desastre de vida que llevaba! Sus dos últimas relaciones personales terminaron en desastre mundial. Al menos una de ellas, literalmente. Había sido con Jim Moriarty y mejor ni mencionarla. La otra había sido con Tom. Tom, ese chico de rizos y ojos azules que había moldeado a su gusto. Había conseguido que fuera como su sociópata predilecto pero sin serlo. Y naturalmente había terminado mal. Porque Molly Hooper era una chica corriente, o eso creía ella, pero tenía las expectativas en su vida demasiado altas.
El silencio y sus pensamientos se marchitaron cuando su nombre empezó a dispersarse por la sala de boca de alguien conocido.
"Molly, Molly, ¡Molly!"
Sherlock Holmes irrumpió en la sala violentamente mientras tiraba su abrigo a un lado y cogía aire por un segundo.
-Molly, te necesito –
La patóloga le observó con detenimiento. Parecía preocupado, y esa no era una emoción que se viera reflejada en el detective muy a menudo. El abrigo yacía en una esquina y se podían ver los desgarrones y las manchas de sangre en él. Molly se asustó.
-¿Qué ocurre? Tu abrigo, tu… - La forense miró la cara del detective consultor y se fijó en el corte de su pómulo.
-Se te va a infectar esa herida, tenemos que curarla o si no va a…-
Sherlock interrumpió bruscamente a la chica mientras esta se alejaba lentamente. No controlaba la situación ni lo que ocurriría después y tenía miedo.
-Escucha Molly, esto es importante, tienes que esconderme, ¡Tienes que esconderme o me cogerán! – Recitó el detective con la voz entrecortada todavía.
Unos pasos atropellados sonaron al final del pasillo que pararon en seco acompañado de susurros.
-¡Son ellos! Tienes que esconderme, ahora mismo, ¡Molly! ¿Dónde puedo ir? No hay un armario, ¿Otra puerta? …-
La forense se dio cuenta de lo desesperado que estaba. Nunca le había visto así. Y entonces ella empezó a perder la calma. Comenzaron a mirar, no había lugar donde esconderse, las mesas tenían paneles que bloqueaban su interior, los armarios eran demasiado pequeños y no había salida.
-Me van a coger. Y por mi culpa también te involucrarán a ti –
Estaba asustada. Muy asustada. No entendía nada de lo que estaba sucediendo y definitivamente iba a tener consecuencias para ella. Cerró los ojos y respiró hondo. Los pasos cada vez estaban más cerca e iban acompañados de golpes secos que iban abriendo las puertas del pasillo. Entonces vio una bata apoyada en una esquina.
-¡Póntela! ¡Póntela Sherlock! Ponte la bata y esconde el abrigo –
Sherlock no lo discutió. Metió el abrigo en armarito y se puso la bata. Le quedaba lo suficientemente grande como para que su figura se distorsionara por detrás.
-¿Y ahora qué? ¿Me siento en una silla y espero? – Susurró el detective.
La puerta de al lado se abrió bruscamente y se escucharon gemidos de desaprobación.
La patóloga se apoyó contra la pared y miró la puerta atentamente. Su pulso se elevó a un nivel que no era consciente que existía y sentía como el corazón iba a salir estallado de su pecho en cualquier momento. Entonces la mirada de Sherlock cambió un instante y Molly se dio cuenta que había tenido una idea.
El detective consultor se acercó a la patóloga y dándole la espalda a la puerta, se puso frente a ella.
-Ahora me vas a tener que besarme – Susurró el detective como si hubiera comentado en día lluvioso que había amanecido.
-¿Perdón? – Molly Hooper pensó que Sherlock había perdido definitivamente el juicio
-Si si, Molly, en cuanto abran la puerta tienes que pegarte a esa esquina y besarme. Así verán mi espalda y pasarán de largo. ¡Ah! Y pon las manos, así en mi pelo, para que no me reconozcan. –
La forense no contestó. Aquello parecía una broma pesada del universo y ella ya tenía suficiente con lo suyo. En ese momento un golpe brusco abrió la puerta y sintió como los labios del mismísimo Sherlock Holmes aprisionaban los suyos con fuerza, intentado encoger todo su cuerpo hacia ella.
Era cálido. Siempre pensó que besar al detective debería sentirse como si fuera hielo. Que toda esa frialdad y rectitud que le perseguían donde fuera se trasladarían a sus labios. Pero era cálido. Perdió sus manos en el pelo del detective y se alegró de que él se lo hubiera pedido. Lo hubiera hecho de todas formas. Después de un incómodo silencio y unos pasos aventurados, al fondo se escuchó la risa nerviosa de una mujer y un "lo que hay que ver" por la parte de un hombre. Molly Hooper escuchó como la puerta de cerraba y abrió los ojos. Pero el detective no parecía tener intención de parar. Ella se dejó llevar, esas oportunidades no las tenía todos los días.
Se separaron unos milímetros para coger aire pero ninguno de los dos abrió los ojos. Los segundos eran galaxias y las galaxias infinitas. La patóloga sintió como una mano se deslizaba por su cintura y sintió como las mariposas de su tripa habían muerto de tanto bailar. Sabía que todo aquello no era más que un juego y que iba a acabar perdiendo, pero no quería hacer otra cosa que continuar.
A la mano de la cintura se le unió otra y antes de que se diera cuenta, el detective consultor tenía cogida a Molly Hooper en alto mientras las piernas de esta se entrelazaban en la cintura de él.
Sherlock Holmes había perdido la noción del tiempo y de sus actos. El beso había empezado como una forma de salvar su vida totalmente racional y todavía no había acabado. No era capaz de ello. Movió a la patóloga y la sentó sobre una de las mesas de acero mientras se hundía en su cuello. Olía a manzana. Escuchó la risa nerviosa de la chica y volvió a besarla. Ni el mismo entendía muy bien lo que estaba ocurriendo. Esta vez fue un beso más desesperado, más rápido, más ansioso. El detective llevó la mano a la camisa de la forense y abrió el primer botón cuando paró en seco y quedaron las respiraciones entrecortadas suspendidas en el aire:
-Esto así no, no está bien – Dijo Sherlock mientras salía corriendo de la habitación.
Molly Hooper y sus labios hinchados soltaron una lágrima después de conseguir reaccionar.
