Estoy un poco nerviosa por ésto. Hace mil años que no escribo nada, lamento haber desaparecido así y espero que alguien me recuerde. O no. Ésto puede ser un buen borrón y cuenta nueva.
Como sea. Me tiene nerviosa ésta idea porque no es nada parecido a las otras cosas que he escrito antes. Trata un tema un poco... controversial, si se quiere. O tal vez estoy haciéndome mucho lío de nada, lo que es 12318927 veces más probable.
En fin. Aquí estoy. Ralph vuelve a publicar.
INTRODUCCIÓN
En la privacidad de mi habitación era uno de los pocos lugares en los que podía ser quien era en realidad. Así había sido toda mi vida. Viviendo en el secreto.
Era injusto; nadie tendría que esconderse, esconder su verdadero ser, pero así era. Así era para la mayoría de los amigos que tenía en Essex. Era lo que conocía, y aunque veía a diario gente viviendo como era, no era una realidad que sintiera próxima para mí. Éstos estaban destinados a ser mis momentos de libertad, con mi habitación como cárcel. O escondiéndome en la oscuridad de la noche. Nunca podía plantarme frente a mi familia, por ejemplo, y decirles "Así soy yo".
Los tacones de mi hermana resaltaban mis largas piernas desnudas. Mis muslos, lisos, estaban al descubierto casi por completo, ocultos sólo en su parte más alta por una falda negra ajustada, de esas que las chicas ocultan en el fondo de sus roperos para que sus madres no las encuentren.
Tenía una remera sin mangas color fucsia, llamativa y con un escote casi obsceno con el ruedo metido dentro de la falda, y un cinturón completaba el atuendo. Mis clavículas se clavaban contra mi piel clara en una delgadez enferma que ya había aprendido a llamar mía.
Miré con orgullo mi rostro. Me había costado maquillarme bien, sin exceso pero sin que se notaran las manchas en mi piel, pero lo había hecho. La base le daba color a mi piel, la mascara un poco de vida a mis ojos casi muertos. La práctica hace al maestro. Finalmente, el pelo rubio de la peluca me daba un aspecto angelical que se contrarrestaba con lo sexy del atuendo.
Y es que era cierto. Por primera vez en mucho tiempo, si no en toda mi vida, me sentía sexy. Sentía que había razones por las cuales la gente podía sentirse atraída por mí. Al fin veía a mi cuerpo encajar con quien me sentía.
Pero era una mentira. La peluca era una mentira, la ropa, la sonrisa, una farsa. Mi pecho siempre iba a ser igual de plano, mi nuez de Adán siempre iba a estar ahí. Y por supuesto, la enfermedad no iba a marcharse así como así. No iba a marcharse y punto.
Ni todo el maquillaje del mundo la iba a hacer desaparecer.
Miré el reloj. Las ocho y cuarto. Mi madre iba a llegar en cualquier momento.
Suspiré y me quité los tacones. Era el momento de ser el hijo que ella quería, el que yo debía ser. Un hermano para Jazzie, un novio para alguna chica. Tal vez el padre de alguna criatura, si tenía la suerte de llegar a ser un adulto algún día.
Era el momento de ser Douglas Lee Poynter otra vez.
