Día 1

— ¿Qué tal la entrevista? —Su asistente le miró fijamente desde el asiento del copiloto mientras Joaquín conducía, con la vista fija en el camino y sin hacer ninguna señal que indicara que le iba a responder— La heredera de los Valentine tiene todo lo que se puede desear para tu futura esposa —Joaquín frunció ligeramente el ceño mas siguió guardando silencio— Y su familia tiene mucho que aportar para la tuya.

—Es una chica interesante —masculló por fin el rubio, sin despegar aún la mirada de la calle y sin deshacer su ceño levemente fruncido. Su asistente rió.

—Creo que deberías buscar mejores calificativos si quieres que tu compromiso con ella prospere…

—Carlos, cierra la boca –ordenó Joaquín antes de lanzar una maldición entre dientes y mirar de reojo a aquel que consideraba como su amigo más cercano y a quien podía confiarle no sólo sus negocios, sino la vida misma— Supongo que si mis padres la escogieron como mi futura esposa desde que éramos niños, por algo sería. Además, me prometí a mí mismo seguir con este compromiso a pesar de que ya ninguno de los dos esté vivo para ordenármelo: voy a seguir con su voluntad y listo; mi padre deseaba la unión de nuestras familias y yo voy a realizar dicha unión, además… es lo más cómodo.

— ¿Lo más cómodo? —Carlos se acomodó mejor los lentes y enarcó una ceja— Sí sabes que no estamos hablando de una cama o de un sofá, ¿cierto?

—Claro que lo sé —volvió a centrar su atención en manejar y lanzó un suspiro, apretando el volante con fuerza mientras trataba de mantener en orden sus pensamientos— ¿Pero qué quieres que diga? La chica es una extraña para mí. Sí, en nuestra infancia interactuamos muchas veces, pero ella ya no es la misma niña con la que jugué cuando tenía diez años…

—Y sí que ya no es una niña —le interrumpió el otro, con una sonrisa de lo más picaresca en el rostro.

—El punto es… —Joaquín le volvió a mirar de reojo al tiempo que le dedicaba una mirada amenazante con sus ojos verdes y hablaba de forma autoritaria—… que no conozco nada sobre ella.

—Bueno —Carlos se acomodó mejor en el asiento y colocó su portafolios sobre sus piernas— tendrás toda una vida para conocerla.

—Supongo... ¡Demonios! —frenó bruscamente, virando el volante rápidamente para desviar la trayectoria del automóvil. Las llantas rechinaron contra el asfalto mientras el carro se detenía en seco y cuando este se inmovilizó por completo, sólo en ese momento Joaquín se permitió volver a respirar, dándose cuenta hasta ese momento que había estado conteniendo el aliento en esos escasos segundos que le parecieron horas.

— ¿Qué sucedió? —Carlos, una vez recobrado de la sorpresa, comenzó a mirar a todos lados, totalmente alerta— Las bolsas de aire no se accionaron, por suerte ambos llevábamos el cinturón de seguridad —frunció el ceño de forma pensativa, sacando su lado analítico, como de costumbre, cuando la situación lo requería— pero de igual manera nos pudimos haber matado, deberíamos mandarlo a revisar y, si es posible, enviar una queja a la empresa donde lo adquiriste…

Joaquín sólo asintió, mas no le prestó real atención, y se quitó el cinturón con algo de dificultad antes de salir del auto y recorrer la escasa distancia que le separaba del frente del mismo. Una joven se encontraba sentada a centímetros de parachoques delantero, con ambas manos sobre el rostro y rezando entre susurros de forma desesperada, a la espera del golpe. El rubio ladeó el rostro y suspiró, aliviado, al comprobar que nada le había pasado, pero de igual manera deseaba corroborar que así fuera. Se inclinó levemente y extendió una de sus manos.

— ¿Te encuentras bien? ¿No te hiciste daño?

La chica lentamente descubrió su rostro y alzó su mirada hacia él, quien le miraba con seriedad y preocupación en sus ojos verde esmeralda. Asintió de forma casi hipnótica, sin poder despegar la mirada del contrario y, con una mano temblorosa, aceptó la que el desconocido le tendía para así poder ayudarse a poner en pie.

—Me alegra —el joven le dedicó una cálida sonrisa, aunque después frunció el ceño— ¿Segura que no necesitas que un doctor te examine? Los gastos corren por mi cuenta…

Morgan negó de un lado a otro con vehemencia.

—Estoy perfectamente —le sonrió de forma nerviosa. Ahora que la adrenalina ya había pasado, su cuerpo no podía dejar de temblar por el susto; cosa que el rubio notó— En serio estoy bien, mira —dio un ligero giro sobre sí misma y después le sonrió, una vez que lo tuvo de nueva cuenta frente así. — Me disculpo por esto, tenía demasiada prisa y no me fijé bien en la calle antes de cruzar… en verdad, lo siento mucho.

—No te disculpes, por fortuna nadie salió herido.

—Eso creo; tu carro… —Morgan señaló con el mentón al mencionado— ¿No le pasó nada?

Joaquín frunció levemente el ceño, sin comprender del todo la pregunta; pero al ver la preocupación en los ojos de color azul verdoso de la chica, no pudo evitar reír.

—Estuve a punto de atropellarte, ¿y sólo piensas en eso? En verdad que eres alguien especial… no cualquiera se preocuparía por algo tan insignificante.

La joven de cabellera castaña clara se sonrojó levemente, desviando la mirada a otro lado, cosa que aprovechó el otro para poder detallar su perfil mejor y no pudo evitar entrecerrar los ojos de forma pensativa al descubrir que se le hacía vagamente familiar. ¿Ya se habían visto en algún otro lado?

Estaba casi seguro de que así era.

—Disculpa…

— ¿Hay algún problema? —Carlos había conseguido salir del carro completamente ileso y miró a la chica con la expectación en sus ojos oscuros, tras el cristal claro de sus lentes— ¿No resultó herida en el percance? —La joven le miró por unos segundos, antes de negar levemente— Me alegra oír eso —se giró hacia Joaquín y le dedicó una mirada de soslayo— Acabo de marcar a la empresa para avisar que vamos retrasados y una limusina ya nos está esperando —señaló con el dedo pulgar por encima del hombro— deberías subir ya. —Joaquín asintió sin mediar una sola palabra y, tras dirigirle una última mirada a la joven, se encaminó con paso resuelto hacia el chofer que le esperaba con la puerta del enorme y lujoso auto abierta para él. Morgan se obligó a fijar su atención en el caballero de anteojos que se había quedado con ella y no en la ancha espalda del rubio— Esta es mi tarjeta, cualquier problema tanto médico como legal, me aseguraré de que sea resuelto —Morgan aceptó a regañadientes lo que le tendía el otro y alzó la mirada justo en el momento para ver como el pelinegro se despedía cortésmente, con un asentimiento de cabeza, y se giraba para alcanzar a su compañero.

Una vez que este subió a la limusina, el chofer se dirigió a la zona del volante y en unos segundos después el transporte se perdió calle abajo, dejándola de pie allí, completamente anonadada, al tiempo que algunos curiosos la observaban como si fuera un bicho raro. Contra penas si se percató que uno de los hombres de la limusina se había quedado allí para conducir el automóvil que unos minutos antes estuvo a punto de arrollarla y ambos habían desaparecida ya de la escena. Lo único que quedaba allí de aquel pequeño incidente era ella misma… y nada más. Como si aquello nunca hubiera pasado realmente y fuera parte de su imaginación solamente. Miró a su alrededor, consciente al fin de que era el centro de atención de todos los transeúntes que se encontraban a su alrededor y, con las mejillas completamente coloradas, comenzó a caminar con paso apresurado hacia su destino como había sido su intención original.

Pero ahora todo era diferente, pues en esta ocasión un apuesto rubio de ojos esmeralda invadía sus pensamientos sin que ella pudiera evitarlo.

—Nada ha cambiado desde aquella última vez, todo está tal cual como en mis recuerdos —la joven guardó silencio para darle oportunidad de responder a la persona que se encontraba al otro lado de la línea— Sí, justo estamos ya de camino a casa nuevamente —Marina miró de reojo a su guardaespaldas para cerciorarse de que estuviera escuchando y descubrir cuál era su postura ante aquella llamada; sin embargo él se mostraba tan imperturbable como siempre y su mirada se mantenía fija en la ventanilla polarizada del automóvil que los transportaba de regreso, por lo que la joven de ojos azules claros sólo pudo mirar parte de su perfil y nada más. En ocasiones como esas le encantaría poder mirarle directamente a los ojos grises y preguntarle qué era lo que realmente estaba pensando…— Perdón, papá, estaba distraída... ¿Qué dijiste? —Asintió levemente ante el comentario de su padre, a pesar de que él no pudiera verle, y le respondió: — No podría emitir un juicio en este momento… —fijó la mirada en la ventanilla que tenía a un lado y suspiró antes de interrumpir lo que seguramente se convertiría en un monólogo fastidioso— tengo en perfecta cuenta qué es lo que esperas de mí, pero no me pidas nada más por el momento. Vine a la isla para entrevistarme con él, como me lo pediste. Un paso a la vez, por favor —guardó silencio una vez más antes de volver a interrumpirle— Lo sé, lo sé, no planeo arruinar tus planes, es sólo que… —acalló cuando la severa voz de su padre se dejó oír al otro lado del teléfono y tragó saliva en seco. Cuando Facundo Valentine tomaba aquella postura tan irascible, no había quién le callara.

Dejó que este se desahogara contra ella como más le gustaba y convirtió la mano que tenía suavemente apoyada sobre su muslo en un puño, al tiempo que trataba de controlar las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos y mantenía la mirada fija en aquel oscuro vidrio que la separaba del mundo exterior. Era tonto el hecho de que ya tuviera veintiún años y aun así aquel hombre de cabello levemente canoso y mirada fulminante pudiera controlar sus emociones como más le convenía. Sabía que él la amaba, al fin y al cabo era su única hija y comprendía que sólo deseaba lo mejor para ella. Pero seguía siendo un hombre de negociosos.

—Lo comprendo —musitó con voz levemente contenida para evitar que esta reflejara los sentimientos mezclados que estaba experimentando en esos momentos. Al fin y al cabo ya se había hecho buena en eso. Escuchó a su padre por la bocina de su celular, de última tecnología, y miró de nueva cuenta por el rabillo del ojo a su acompañante— Sí, está a un lado de mí. Ya te lo paso —le tendió el celular a Niccolo y este lo tomó con suavidad antes de llevárselo al oído.

— ¿Sí? —No podía oír lo que su padre le decía, sin embargo era algo que no necesitaba mucha respuesta por parte del pelinegro, pues este se limitó a responder con monosílabos y a pronunciar sonidos de conformidad. Antes de que Marina pudiera darse cuenta de ello, el hombre se despidió y cortó la llamada— Tu padre dice que te quiere mucho y que tratará de ponerse en contacto contigo en la noche, en cuanto pueda.

Marina asintió y recibió con un murmuro de agradecimiento el artefacto que el otro le devolvía. No faltó mucho para que ambos volvieran a sumergirse en sus pensamientos, mirando a través de sus respectivas ventanillas. Era algo que sucedía siempre entre ellos y la joven estaba completamente acostumbrada al silencio que se creaba en el interior del auto. Sin embargo, en esta ocasión se sentía incómoda.

Y sabía perfectamente el porqué.

—Este… —volteó a mirarlo de nueva cuenta y él hizo lo mismo, fijando sus profundos ojos grises en ella de forma penetrante al tiempo que esperaba a que ella hablara— Yo… —le miró directamente a los ojos, pero estos eran tan insondables como siempre y no pudo evitar que sus manos temblaran levemente. Era una chiquillada, pero había sabido controlar sus emociones frente él todo este tiempo... Hasta que llegó el momento de que el compromiso con Joaquín se formalizara. Ahora no sabía qué esperaba con exactitud. Más que su guardaespaldas, era la persona en la que confiaba y precisamente por ello se había percatado de la tensión que se había creado entre ambos desde hacía una semana, cuando se enteraron que debían viajar a la isla para encontrarse con el heredero de la familia Lombardi. Niccolo siempre mantenía una barrera impenetrable para el resto del mundo, salvo para Marina. Ahora sentía que había creado una especialmente para que ella no pudiera traspasarla. Una muy alta, lejana y dolorosa— ¿Algo te ha estado perturbando en estos días?

—Nada en particular —el contrario se cruzó de brazos y fijó su mirada al frente, con el ceño levemente fruncido y con el flequillo rebelde de su cabellera negra cubriéndole parcialmente los ojos, haciendo imposible la misión de mantener contacto visual con él.

— ¿Qué es lo que piensas de todo esto? —Listo, ya lo había soltado.

—Creo que no te comprendo, ¿a qué te refieres con "todo esto"?

—Bueno… ya sabes —se aclaró la garganta y alzó la barbilla con dignidad— a mi compromiso con Joaquín Lombardi.

Un pesado silencio volvió a reinar de nueva cuenta, tan asfixiante que Marina estuvo a punto de llegar al límite de la desesperación y estuvo convencida de que él no le respondería.

—Sigo sin entenderlo, ¿debería importarme?

La chica apretó ambos puños con fuerza y desvió la mirada de su perfil a la ventanilla, deseando poder ser capaz de controlarse. ¿Por qué había sido tan tonta como para esperar algo diferente? Era imposible que la especial amistad y la confianza que había compartido con él tantos años fuera algo de importancia para el otro. Debió haber sabido que todo aquello nunca fue recíproco y para Niccolo, ella solamente era un trabajo más y ya. No había nada más que eso. Sólo alguien que cada día le hacía inmensamente rico con cada momento que pasaba vigilando sus alrededores para que nada malo le pasara, durante años.

Deseó poder enfrentarse a él y reclamarle, desahogar toda aquella desilusión y decepción que sentía al descubrir que la amistad más sagrada que había tenido hasta entonces, sólo ella la consideraba así. La frustración de saberse engañada todos estos años. Un engaño que ella misma se había creado. Pero sabía que no lo haría, no tendría el coraje necesario para hacerlo y a Niccolo jamás le importaría; se limitaría a seguir cumpliendo con su deber como lo estipulado en el contrato.

Esta vez no hizo nada por sacar plática y su guardaespaldas tampoco se mostró interesado en el asunto, por lo que viajaron en un apabullante silencio hasta que el automóvil frenó con severa sequedad, provocando que Marina gimiera por la sorpresa y si no dio a parar contra el asiento del frente, fue porque el brazo de Niccolo reaccionó en el momento preciso y se lo impidió, manteniéndola en su lugar.

— ¿Estás bien? —le dirigió una mirada apremiante, sin apartar su brazo del torso ajeno a pesar de que el auto ya se había detenido por completo y esperó impaciente por una respuesta de Marina. La joven le miró con la duda y asombro pintados en el rostro y asintió imperceptiblemente— ¿Qué sucedió? —le preguntó con voz serena al chofer y este se encogió de hombros, nervioso.

—Al parecer hubo un accidente justo enfrente de nosotros. Lamento la manera tan brusca de detenerme, pero de otra manera no hubiera podido evitar el impacto.

Niccolo asintió y apartó su brazo de Marina antes de abrir la portezuela y salir del auto.

—Iré a revisar qué está pasando.

— ¡Espera! Yo voy con…

—Quédate adentro —le ordenó antes de que ella pudiera terminar de hablar y, cerrando la puerta de nueva cuenta con un golpeteo sordo, rodeó el auto para llegar a la zona indicada, donde al parecer había acontecido una especie de choque.

Marina tragó saliva y fijo su mirada a la parte delantera, percatándose que también el cochero había salido del vehículo y se mantenía a un par de metros de este, observando con preocupación y curiosidad a la vez lo que había sucedido. La joven miró de uno a otro lado, intranquila.

Deseaba poder ser de ayuda, pero tenía claramente en cuenta que ninguno de los dos hombres le permitiría arriesgarse y, por ende, la mantenían allí mientras ellos se encargaban de investigar. Frunció el ceño con desagrado, dándose cuenta de lo realmente inútil que siempre resultaba para los demás. Ya estaba harta de aquella situación, estaba harta de tener que vivir como una Valentine bajo el yugo de su padre y la protección de un hombre al que tantos años consideró su mejor amigo y que acababa de descubrir que para él no era más que una fuente de dinero, cosa que no lo hacía muy diferente de todos aquellos oportunistas que deseaban sacarle provecho de una y otra forma por ser quien era. Poder librarse de aquel matrimonio arreglado que sólo le había traído desdichas y el cual no quería; que le restregaba en la cara una vez más que sólo era un objeto del poderío de los Valentine y que podía ser manejada a mejor conveniencia.

Pero sobre todo, deseaba ser libre, iniciar de ceros y poder ser ella misma sin que nadie le volviera a lastimar, como acababa de suceder con Niccolo, la persona más importante para ella…

Miró la silueta del susodicho a través del vidrio delantero y las lágrimas inundaron sus ojos azules, con leves matices verdosos, sin que ella pudiera evitarlo. Después viró parte de su cuerpo hacia la puerta de su lado y accionó la palanca para que esta pudiera abrirse sin dificultad. Salió al exterior y dio un par de pasos hacia la parte trasera, lado opuesto a donde el chofer y su guardaespaldas se encontraban, y miró por encima del hombro una última vez.

—Adiós, Nicco… —susurró, conteniendo un leve sollozo amargo, y, fijando de nueva cuenta la vista al frente y sin mirar atrás ni una sola vez más, echó a correr con todas sus fuerzas para alejarse de todo lo que hasta ahora era conocido para ella.

— ¡Maldición! —Morgan echó a correr cuando las enormes gotas de lluvia comenzaron a caer sin previo aviso, provocando que todos los que aún se encontraban en las calles buscaran algún refugio, o bien, aquellos pocos que traían paraguas, lo abrieran. Era evidente que la lluvia había agarrado por sorpresa a más de uno.

Alzó la mirada hacia el cielo, ya oscuro por la noche, y frunció ligeramente el ceño al observar las nubes de tormenta que cubrían al mismo. Nadie hubiera supuesto que de un momento para otro estas aparecerían tras una tarde tranquila y despejada. Aunque no tan tranquila para la chica de cabellera corta y castaña.

¿Quién sería aquel rubio chico? Definitivamente era alguien importante, o no tendría acceso a una limusina como si nada. Además de eso, su carro último modelo y su traje que seguramente le habría costado una fortuna le delataban por completo. ¿Sería miembro de alguna empresa corporativa de gran importancia en la isla? No podía saberlo, y muy probablemente jamás lo averiguaría.

—Concéntrate, Morgan Florent —se amonestó a sí misma en voz alta mientras no paraba de correr, con la lluvia acrecentando por momentos, y ansiosa por llegar al cobijo del porche del edificio donde se encontraba su hogar, que no estaba ya muy lejos. Pero por más que se decía eso, era consciente de que aquellos ojos verdes que la observaron con amabilidad y preocupación, cuando ella creyó que había estado a punto de morir, aún no desaparecían de su mente. Estaba segura que si cerraba los ojos, podría ver los contrarios tan nítidamente como si los estuviera observando en esos momentos— Pero no vas a cerrar tus ojos o te estamparías —masculló, molesta, y apremió el paso.

Una vez que cruzó el pequeño camino de entrada y se acercó al cancel que protegía la puerta principal de gente desconocida, se permitió amenorar el paso y respirar de forma entrecortada para recuperar el aliento. La vieja anciana, quien fungía como portera del lugar, le observó con asombro y curiosidad.

—Buenas noches, señora Corcuera —saludó Morgan con una sonrisa y la casera sólo negó de un lado a otro, con un gesto de su pequeña cabeza llena de canas plateadas.

—No tienes remedio alguno, niña —abrió el cancel por ella y le dedicó una sonrisa maternal al tiempo que se hacía a un lado para dejarla pasar, aunque sus ojos se quedaron fijos en un punto en específico del extremo izquierdo de la calle, haciendo que Morgan también volteara a ver por encima del hombro— ¿Y eso?

— ¡Oye! —la joven corrió de regreso a la calle, renunciando al amparo del edificio y adentrándose de nueva cuenta en la lluvia— ¿Estás perdida? ¿Podemos hacer algo por ti?

La joven que caminaba con paso desganado, completamente calada hasta los huesos por la torrencial lluvia y abrazándose a sí misma con la vana esperanza de conservar un poco el calor en su cuerpo, alzó el rostro y miró directamente a los ojos a quien le hablaba; con curiosidad, sorpresa y temor en sus ojos azules.

Morgan abrió los ojos de forma anonadada mientras observaba el rostro de la desconocida y reconocía en él muchas facciones que ella misma poseía. Incluso los ojos de la contraria eran muy parecidos a los suyos, sólo con un matiz más azul que los propios. La miró de arriba abajo, sin poder salir de su asombro, mientras detallaba su vestimenta costosa completamente arruinada por estar ya empapada, su larga cabellera castaña que se adhería al contorno de su cuerpo por la humedad y el flequillo de la misma enmarcando su faz pálida y asustada.

— ¿Quién eres tú?