Nicolo Vertet
Por Itsaso Adhara
Ya saben, mis títulos y yo… esté es de una pieza de violín exquisitamente interpretada por Nicolo Paganini, ¿Por qué Paganini? Quizás no vean el simil, pero creo que Sherlock Holmes era parecido a él, además se dice que aquellas personas que tocan violín son personas con emociones intensas es decir temperamentales.
Este fic participa en el Baker Slash Fest 2015.
Prompt: A John no le gusta la música clásica, pero las melodías del violín del misterioso y excéntrico compositor, "S. Holmes", son tan maravillosas para sus oídos que no puede evitar adorarlo. Sin embargo, al músico nadie lo ha visto nunca, pues se rehúsa a enseñar su rostro en escena, tocando detrás de una mampara y evitando al máximo la cantidad de apariciones. Un día, John conoce a Sherlock mientras este revisaba uno de los CD's de Holmes en una tienda y el fan no puede evitar comenzar a hablar de lo mucho que lo ama, sin saber que en realidad, esa persona es de hecho el misterioso autor de dicho CD.
Preferencias/Observaciones: Puede ser tanto adultos como adolescentes, realmente lo dejo con lo que se sientan más cómodos e inspirados. El nombre artístico de Sherlock se los dejo a uds, utilicen algo más original, a mí no se me ocurrió nada mejor que su mero apellido.
Nota de la autora: Dirigido a quién envió el prompt. Por favor nena o ¿nene? Bueno, quien haya sido, me gustaría me mandaras un comentario respondiendo las siguientes preguntas…
1.- Te gustó si o no
2.- ¿Qué te gustó?
3.- ¿Qué no te gustó?
4.-¿ Que le hubieras puesto?
5.- ¿Qué le quitarías?
6.- ¿El escrito en realidad cubrió tus expectativas? O ¿se quedó cortó o las superó?
Quedo esperando tu respuesta… Saludos…
Itsaso Adhara…
El pastel de calabaza es lo mejor de la vida… hasta que encuentras otra cosa que te gusta más…
John Watson desde temprana edad estuvo consciente de que los gustos por ciertas cosas se desarrollan tarde o temprano como por ejemplo: el pastel de calabaza. A sus seis años lo odiaba, porque para él era demasiado seco y siempre le daba mucha sed cuando lo comía, a sus diecinueve años, lo adora, es uno de sus postres favoritos; quizás influyó mucho que en la cafetería de la universidad a la que asistía, la cocinera era muy diestra y le daba un toque de miel que lo hacía alucinar y casi gemir de manera sexual. Cada vez que iba a comer, lo pedía, claro siempre y cuando también su presupuesto lo permitiera.
Presupuesto… cierto, el presupuesto que mensualmente le daban sus padres para sus gastos en la universidad, a parte de la mitad de la colegiatura porque afortunadamente tenía la otra mitad con beca, lo que implicaba trabajar en los laboratorios del hospital de San Barts, cada fin de semana (viernes, sábado y domingo) en el área forense un día, otro asistiendo a los médicos de guardia en la clínica y el otro también asistiendo en urgencias; por suerte estos últimos siempre habían sido muy tranquilos e incluso hasta aburridos, porque pasarse limpiando material y acomodando cosas no era muy entretenido, una que otra ocasión una sutura en caso de accidentes menores o un vendaje a un niño que siendo travieso era traído por caídas. No se podía quejar era algo relativamente tranquilo, no así cuando de pronto la parca se ponía a jugar, cuando eso sucedía (solo un par de ocasiones afortunadamente), había sido sacado de su sueño y de su clase por emergencias que a veces pensaba eran exageraciones al grado de subirlas a la categoría de emergencia nacional. De acuerdo, casi lo eran, un atentado en una plaza comercial con diez muertos y cincuenta heridos de gravedad y otros cien no tan graves, pusieron a casi todo el sistema nacional de salud en jaque.
Fue en la última "emergencia nacional" que descubrió en la cafetería de la esquina, un postre "celestial" el strudel de mango, una postre de fruta exótica así considerado en su país, pero que gracias al comercio abierto que tenía la Unión Europea con América, podían ya disfrutarlo en toda Inglaterra o por lo menos la mayoría y según se informó en internet (bendito internet, que llegó a salvarlos muchas ocasiones de ir a la biblioteca) era prácticamente ya un postre nacional. Ahora todas las mañanas al pasar por su café americano pedía su strudel tropical —así lo nombraron—… de acuerdo, igual que el pastel de calabaza lo compraba si su presupuesto lo permitía.
Fue debido a tanto postre que comenzó a desarrollar una "ligera" curvatura tanto en el vientre como en su trasero, sintiéndose alarmado una mañana de primavera cuando estaba en su cuarto semestre y sus pantalones del uniforme formal no le cerraron. No es que fuera presumido, ni vanidoso, mucho menos pero un médico o futuro médico debe ser el ejemplo a seguir en cuanto a salud y físico. –algo que los médicos de la antigua escuela, sinceramente no hicieron caso— pero finalmente decidió dejar de comer postres durante una temporada y beber café americano solo. Si; solo, sin una pizca de azúcar. Resultado: tres meses después, solo había bajado dos kilos y sus pantalones seguían sin cerrar del todo. Así que decidió salir a correr todas las mañanas –que así lo permitieran sus tareas y labores cotidianas, dígase escolares y de internado— ¡Bendito sea el señor! Tres meses después sus pantalones finalmente habían cerrado, pero no podía volver a descuidarse de esa manera, por lo cual restringió los postres una vez al mes y/o en su defecto que hubiera algo grandioso que celebrar en su vida.
De cómo unos gustos (vicios) son cambiados por otros.
Muchos de sus amigos en la escuela le habían recomendado que si finalmente logró bajar esos kilos de más no debía confiarse, que si bien a veces no le daba tiempo de hacer su rutina de salir a correr, entonces cuando sintiera necesidad de comer, se bebiera un vaso de agua –algo malo si lo ven desde el punto de vista médico, porque podía surgir la necesidad imperiosa de ir al baño en medio de una práctica o peor en medio de una cirugía, aunque solo estuviera ahí como instrumentista.
Entonces llegó el buen amigo Mike Stanford que a él no le importaba mucho eso del peso pero al menos intentaba no sobrepasarse tanto, así que el mismo le recomendó que comprara Disc—Man, y fuera a la tienda de discos a escuchar música hasta que encontrara una en particular que le agradara y al escucharla solo pensara en esta y no en comida.
Quizás fue un momento de ociosidad pero estaba ahí en la plaza comercial que más cerca estaba de San Barts, ese fin de semana que salió pronto de cirugía y se aseó, su intención era clara de irse a correr, así lo hizo, pero en lugar de tomar su ruta habitual en el parque cercano, cambió de sitio y lo hizo por calles poco transitadas, así fue como llegó al pequeño centro comercial de la ciudad y por azares del destino pasó frente a una tienda de discos… HMV, bastante popular y se jactaba de tener el más grande surtido de música, su lema: para todos los oídos y todos los gustos.
Entró a curiosear, no es que llevara gran cantidad de dinero pero si lo necesario para regresarse incluso en taxi si ya se sentía demasiado cansado; paseó sección por sección deteniéndose en las islas de estantes que tenían audífonos con el disco que estuviera promocionando la sección. Pareciese que el destino lo llevó hasta ahí, porque llegó a la sección de música clásica, había escuchado a un par de compañeros también decir que si deseaba concentrarse más al momento de estudiar debía escuchar música barroca como a Handael, Bach o Mozart.
Tenía prácticamente en sus manos uno de los discos de estos compositores cuando le llamó la atención la portada del disco que estaba puesto en una de las islas para escuchar. La caratula era oscura como el cielo nocturno pero lleno de estrellas, su curiosidad fue mucha porque se dio cuenta que alejándose daba la impresión de dibujarse una silueta masculina que… ¡sostenía un violín!
Sin más se acercó y se puso los audífonos, para presionar su número favorito, el diez, la misma calificación que esperaba obtener mañana en su examen de Anatomía Respiratoria.
Comenzó un sonido nada especial, bueno era un piano, mejor dicho un antecesor de este porque no podía catalogar ese sonido como propio de las teclas de uno, si le dirán a él que su abuela lo obligó a estudiar piano durante cinco años, hasta que pudo librarse del yugo de las clases porque entró a jugar rugby, pero aun así no se le olvidó casi nada. En el fondo estaba el violín, fue después del primer minuto cuando este último destacó de una manera impresionante sobre el otro, quien lo estuviera tocando debería ser un prodigio porque pocas veces un músico podía reflejar tantas emociones con un solo instrumento.
No supo cuánto tiempo pasó, pero cuando acabó esa melodía sintió que solo había pasado un minuto, pero no era así, sino fueron once minutos y medio. Entonces le dio continuar a la siguiente pieza… Sacó la caja del disco inmediatamente, la portada no decía absolutamente nada, pero al reverso vio la lista de piezas. Algunas las reconoció porque encontró un par que a su abuela le gustaban demasiado y el resto al parecer eran composiciones del propio violinista.
Sacó el folleto del disco y finalmente encontró el nombre del intérprete Nicolo Vernet, pero aparte del nombre solo venía una reseña pequeña de solo unos tres renglones donde lo describía como un niño prodigio que al momento contaba con diecisiete años de edad, ¡Apenas tenía la mayoría de edad!
Acercó y alejó varias veces la portada del disco para percibir la silueta, si tenía dieciocho años era alto y delgado, solo podía distinguir unas cuantas características más, su cabello aparentemente en rulos ligeros y al parecer un rostro ¿anguloso?
Fue amor a primer oído… o eso pensaba a cinco años después cuando ya finalmente estaba en el internado obligatorio de todo buen pasante de medicina, algo necesario para comenzar a pensar en que iba a dedicar su futuro. Su sueño era convertirse en cirujano militar y ya había investigado los requisitos, estaba luchando por obtener un mejor promedio y así poder entrar de manera directa sin tener que pasar por tanto examen, claro el de condición física era innegable que debía tenerla así que ahora ocurriera lo que ocurriera, él salía a correr aun acompañado por sus viejos Disc—Man, incluida la vieja cangurera donde los ponía, junto a otros dos mini disc donde almacenaba las melodías que más le gustaban de Nicolo Vernet su artista favorito desde la primera vez que lo escuchó.
De cuando encuentras a extraños en la tienda de discos o de como una persona adulta se puede convertir en un fan adolescente, cuando le preguntan de su artista favorito.
Así es durante esos cinco años, él no había perdido disco que sacara, incluso buscó los anteriores que lanzó sin mucho éxito, encontrándolos en tiendas de discos exclusivos de música clásica, guardando dinero durante el año para que al momento de sacar otro pudiera comprarlo sin demora y claro, aun no olvida la ocasión en que se enteró que en Londres tocaría en el Wilton's Music Hall, prácticamente suplicó a medio mundo para poder tener ese fin de semana libre y poder ir a escucharlo en vivo y lo logró después de prometer a Anderson cubrir sus guardias de días festivos el resto del año.
Cuando llegó estaba tan emocionado, incluso para esa ocasión se vistió con lo más formal de su guardarropa, que consistía en un par de pantalones de vestir de color negro, una camisa blanca con su corbata negra y un saco gris oscuro.
Para cuando llegó a la sala había una fila enorme para entrar, así que tuvo que esperar al menos una hora para ingresar, algo tedioso, pero para él no, porque tuvo tino de llevar sus viejos Disc—Man y ponerse a escuchar lo que pronto oiría en vivo y a todo color. Pero a partes iguales fue su emoción y decepción.
Emoción porque el sonido en vivo era más exquisito y sublime que en un reproductor y decepción porque únicamente pudo ver la silueta de Nicolo tocando el violín y por los comentarios que escuchó era algo típico de él. Es más se dio cuenta que si daba al menos tres conciertos por año eran muchos y no siempre en Londres sino en otras ciudades, incluso países, eso le entristeció demasiado, porque sería la primera vez que lo escuchaba y esperaba no fuera la última, pero no pudo verlo físicamente.
Cuando finalizó el concierto junto con los otros espectadores aplaudió de pie durante varios minutos, pero él jamás salió. De lo único que pudo darse cuenta es que sus formas adolescentes estaban dando lugar a una figura más madura y que su rostro era más bien ligeramente anguloso con pómulos altos, si, se había fijado en todo lo que pudo a través de esa mampara.
Y ahora corriendo por esas calles, iba directo a la tienda de discos donde por primera vez compró un álbum suyo, para adquirir el último que había sacado y que titulaba según había leído en internet "Remember… the sadness" ¡vaya!
Llegó casi sin aliento y uno de los chicos que llevaba ahí trabajando años, lo saludó y le indicó con la cabeza que sí, el nuevo álbum estaba ahí. Contento se dirigió a la sección y ahí estaba; el mismo empleado le ofreció sacarlo de su funda, porque sabía que pasara lo que pasara se lo llevaría, así que no tendría problemas.
Tomó el nuevo disco con reverencia mientras escuchaba las melodías, se dedicó a observar la portada, nuevamente el color negro predominaba, pero una luna azul estaba en el cielo estrellado y por primera vez al girar dio un salto su corazón, se veía claramente la espalda de él, de Nicolo, ¡Eso era sensacional!
Durante media hora se dedicó a escucharlo, ¡Ese hombre, cada álbum superaba al otro! Ahora estaba interpretando a Paganini y lo hacía ¡Estupendamente! Aun no olvidaba la primera melodía que le escuchó "La Fiolla" y ahora melodías del maestro de maestros, junto con unas composiciones exclusivas de él, así como un par de melodías famosas tocadas exclusivamente con el violín, era toda una proeza. Si debía admitirlo quizás no conociera tanto de música clásica por su artista favorito se ponía a leer gustoso.
Escuchaba una pieza con ritmo moderno que no quitaba la belleza de la melodía original, así que se puso a mover la cabeza, mientras tenía los ojos cerrados, de pronto los abrió porque se sintió inquieto y así era, estaba siendo observado por un tipo raro, bueno raro de acuerdo a los estándares que superan su estándar de rarezas.
Era delgado, con cabello perfectamente peinado y engominado, llevaba una sudadera gris y uno pantalones de vestir junto con tenis blancos, ese chico, porque si, no debía superar los veinte años, o quizás un poco menos. Lo estaba mirando fijamente mientras en sus labios se formaba una sonrisa ligeramente burlona y sin más se le acercó. Suspiró con pesadez, dispuesto a ser objeto seguramente de broma de un joven que se comportaba como adolescente y él como el adulto hecho y derecho que era, debería estar a la altura. Detuvo el reproductor.
Guardó el disco en su funda tranquilamente sin dejar ver que estaba sintiéndose intimidado por esa mirada penetrante que parecía leer todo en él. Se quitó los audífonos y los colocó en su sitio, dirigiéndose a la caja, pero para su mala suerte el pasillo era reducido y tendría que pedirle permiso si quería salir de ahí, pero si iba a ser médico militar, ante todo debía tener valor, así que fingiendo que no pasaba nada, se dirigió hacia él, quien sin decir palabra se hizo a un lado, algo que agradeció internamente porque alguien así, podía llegar a intimidarlo un poco, era más alto que él al menos le sacaba más de media cabeza, de piel muy blanca y delgado.
Pagó el disco y con una sonrisa se despidió de James, el empleado de la tienda que tan amablemente le atendió. Se dirigió a la cafetería más cercana y cuando entró pidió una taza de chocolate caliente con un strudel tropical, si, tenía un dinero extra y podría ponerse a escuchar tranquilamente el nuevo disco mientras disfrutaba su cocoa y su postre favorito, que mejor para poder relajarse un poco antes de ir a dormir, un pequeño capricho una vez al año no le hacía mal a nadie. Cerró sus ojos mientras bebía un poco después de haberle dado una mordida al hojaldre y un sorbo a su bebida… ¡Era el paraíso! Y así hubiera seguido siendo si no fuera porque cuando abrió los ojos para colocar de nuevo su taza, el chico que vio en la tienda estaba sentado frente a él, con un vaso de café negro, observándolo fijamente de nuevo.
Alzó una ceja de manera inquisitiva, el otro solo le dio una sonrisa ladeada. Rodó los ojos, al toro hay que agarrarlo por los cuernos.
—¿Por qué me estas siguiendo?— cuestionó directo y sin adornos.
El tipo acentuó su sonrisa.
—¿Te burlas de mí?— otra pregunta directa no le gustaba dar rodeos. Si buscaba pelea él respondería. Cuando lo hizo, solo provocó que un ligero temblor lo recorriera de pies a cabeza.
—¿Acaso tengo cara de perseguir gente? ¿Psicópata? ¿Acosador?— la voz era profunda y grave. Demasiado varonil para su gusto.
—No, solo de perseguidor— intentó quitarle un poco de incomodad a la escena.
El otro chico estaba ya acomodado en la silla, con la pierna cruzada y mirándolo nuevamente como si estuviera intentando leerle el pensamiento.
—Es decir que si me consideras un acosador, ya que perseguidor es sinónimo de este apelativo— Dándole una sonrisa cínica.
¡Oh, no! Un tipo "culto y letrado" aparentemente. Suspiró ruidosamente.
—No deberías sentirte intimidado, finalmente a un interno de medicina no debería de preocuparle alguien como yo, fácilmente podrías vencerme, ya que tus entrenamientos de defensa personal los practicas constantemente—. Abrió los ojos sorprendido intentó abrir la boca pero no emitió ni una palabra porque el otro continuó hablando como si no lo hubiera interrumpido.
—Las guardias en San Barts deben absorberte toda tu energía aun así te entrenas, porque seguramente intentas mantener tu condición física, lo que me indica que eres una persona dedicada a su apariencia, pero no lo creo por como vistes y además que estás comiendo al menos el triple de calorías que gastaste para llegar aquí. Compraste un disco que aparentemente es de tu artista favorito y para celebrarlo viniste aquí para escucharlo a gusto y disfrutar de otras dos cosas que te gustan.
—¿Cómo?— tartamudeó
Para ese instante, el extraño había capturado toda su atención.
—¿Cómo sabes eso?— preguntó
—Porque estaba en la tienda de música cuando llegaste corriendo, tus tenis están bastante usados, así que eres un estudiante becado de medicina, lo de medicina lo supe por tus manos, a pesar de lavártelas te quedaron cuarteadas por el talco de los guantes. Y el disco lo has tomado con demasiado cuidado como si fuera algo demasiado frágil, lo que me queda claro que o eres muy quisquilloso con tus cosas o eres uno de esos fans radicales que es capaz de poner en un altar cualquier cosa de su artista favorito, en tu caso… Nicolo Vernet— le dijo señalando el disco, el cual instintivamente protegió.
—¡Sorprendente!— alcanzó a decir.
—¿En serio?— lo miró escéptico.
—Sí, así es. ¿Qué te dicen generalmente cuando haces esto?
—¡Vete a la mierda!
Ambos echaron a reír, terminando así con la su tensión ante un desconocido. Cuando terminó, le sonrió de manera sincera.
—¿Entonces acerté?
—Sí, así es… celebro el nuevo álbum de Nicolo Vernet.
—¿Por qué te gusta?, eres demasiado joven para ese tipo de música.
—Nunca se es demasiado joven para escuchar una buena melodía, excelente intérprete y extraordinario compositor.
—Vaya, cuanto halago sale de tu boca para una persona que nunca has visto— Y acabando extendió su mano para atraer el disco, provocando que John se sobresaltara. –No le haré nada, solo quiero verlo—. Lo examinó detenidamente, frunciendo el ceño al ver la portada, abrió el disco para comenzar a revisarlo, mientras John continuaba hablando.
—Sí, él nunca se ha dejado ver— espetó con pesar.
—Eso debería ser considerado una gran grosería ¿No te parece?— picó un poco el amor de John por su artista.
—¡No por supuesto que no!— la vehemencia con que respondió, hizo que su interlocutor ampliara su sonrisa, cayendo en cuenta.—¡Te estas burlando!
—Solo deseaba confirmar lo que sabía de antemano, eres todo un fan…
Suspiró pesadamente derrotado. –Sí, lo soy. Pero nunca se tiene la suficiente edad para dejar de ser uno, cuando el artista es… extraordinario.
—¿Qué tantos elogios suprimiste bajo esos segundos de silencio?— El chico era muy persistente. Suspiró frustrado, esa mirada podía hacerse muy pesada e insistente.
—Demasiados, pero todos ellos en algún momento se me hacen inútiles, no acabaría de poder describirlo.
—Oh, ahora sí estoy intrigado— espetó aparentemente sincero.
—¿Acaso su música es única?
—Para mí sí. —calló unos segundos, cuando volvió a hablar lo hizo como si estuviera relatando un cuento. —Desde la primera vez que la escuché no pude evitar sentirme transportado a otro mundo, donde únicamente era su música y yo, sus melodías hablan de emociones diversas, te narran una historia, te transportan a un mundo ideal, pero no el suyo, sino el de uno mismo, donde puedes ser todo y nada a la vez porque te envuelve de una manera que no puedes escapar, pero a la vez tampoco quieres hacerlo; cada álbum tiene un sentido emocional distinto, supongo que compone según su estado de ánimo. El primero que escuché "Deduction", eran piezas compuestas por él, bueno no todas. —sonrió soñador— pero la mayoría de estas si, de la cual te hablo estaba llena de misterio, como si relatara una aventura, donde el protagonista desea resolver algo…un rompecabezas y sí, las notas son así, pedazos inconclusos que va acomodando de diversas maneras hasta que encajan a la perfección y el resultado es asombroso porque es como si finalmente hubiese armado una pintura de arte… perfecto.
—¡Vaya! A mí no se me hubiera ocurrido jamás comparar la música a ese nivel—. Su sonrisa era ligeramente burlona. —¿Una aventura? ¿De qué tipo?—pregunto casi genuinamente curioso.
—Una aventura como de detectives, llena de sus momentos de misterio, angustia, pesar, ansia y finalmente felicidad. Supongo que por eso me gusta tanto, incluso las escucho cuando tengo que estudiar, porque me ayudan a concentrarme bastante bien.
—¿Concentrarte?
—Por supuesto, soy un estudiante de medicina tengo que aprenderme demasiadas cosas sobre el cuerpo humano, las manifestaciones de las enfermedades, como pueden variar, todo eso no se almacena fácilmente en mi reducido cerebro—. Bromeó consigo mismo. Ganándose una ceja alzada del otro.
—Si has llegado ya a ser prácticamente un interno, dudo que tu cerebro sea tan pequeño, además no importa el tamaño sino la capacidad de las conexiones neuronales lo que hace inteligente o imbécil a un ser humano—. Y ahí estaba nuevamente mirándolo fijamente se sintió incomodo ante tal escrutinio, jamás alguien lo había visto así, como si fuera un ¿rompecabezas? Sacudió su cabeza era absurdo.
—A todo esto, ¿Cómo te llamas?, al menos sabré el nombre del detective que me está interrogando— Chanceó John, mientras reía ligeramente ocultándola detrás del último sorbo de su cocoa caliente.
El aludido se quedó desconcertado por un segundo, para responder en el siguiente. –Mi nombre es…—trastrabilló ligeramente– Sherlock, Sherlock Holmes.
—Vaya nombre peculiar. —dijo John sin ocultar su diversión.
—No me parece que mi nombre deba causarte gracia. —espetó molesto el chico.
—Oh, no, no me malinterpretes, no me estoy burlando, sino que es curioso como los padres buscan los nombres más originales para sus hijos porque para ellos son únicos y deben sobresalir por sobre todo.
—Tú te llamas John, un nombre bastante común.
—¿Cómo sabes mi nombre? —cuestionó alarmado, ¿Acaso si era un acosador?
—Porque este café personaliza sus pedidos y tu taza trae tu nombre, a menos que hayas dado uno falso ¿Me equivoco? –señalando con un dedo las letras en su recipiente.
Sonrió apenado, tenía razón, la taza tenía su nombre.
—¿Tus padres decidieron ponerte solo John? —volvió a cuestionar el joven Sherlock.
—No, tengo dos nombres.
—¿Cuál es el otro?
Con un resoplido indignado, respondió. –Hamish. Me llamo John Hamish Watson. Un placer— dirigió su mano hacia el otro, quien se la quedó mirando intrigado, tardando unos segundos más de lo correcto en responder el gesto.
—Sherlock, William Sherlock Scott Holmes. —mencionó como si nada.
—¡Tres nombres!, ¡Oh! Eso sí es toda una hazaña, arreglar tres nombres para que no suenen mal, sino todo lo contrario, son… elegantes.
—Supongo eso fue un cumplido. —casi preguntaba.
John le dio una mirada divertida. Mientras soltaba su mano un poco de mala gana, ese chico tenía las manos de un músico, porque sus dedos eran largos y estilizados, con uñas recortadas, con una buena forma y limadas, blancas y tersas, es decir suaves al tacto, casi como las de una persona que no hace esfuerzo físico alguno ni trabaja con ellas en absoluto. Una sonrisa afloró en su rostro, era un atenido seguramente, porque no parecía un chico cualquiera, a pesar de vestir casual con pantalón de vestir con una camisa purpura y un abrigo azul, era innegable que eran de buena hechura y eso costaba, seguramente era un chiquillo aburrido, pero le comenzaba a agradar.
De pronto miró su reloj, debía acabar esa conversación si quería llegar a dormir al menos unas buenas cuatro horas para poder funcionar más tarde. Pero antes de poder siquiera decir algo, Sherlock, estaba llamando a la camarera para pedir dos tazas de té Earl Grey, anexando una canastilla de galletas caseras.
Extrañado lo miró.
—Yo invito, te estoy quitando tu tiempo para dormir, aunque si te fueras ahora sería inútil, toda esa cantidad de dulce que consumiste difícilmente podrá hacer que concilies el sueño. Así que, quédate un rato más para que el té te relaje y puedas soñar en cuanto llegues a tu cuarto.
—No, creo que… —pero fue interrumpido.
—Ya que admiras a Nicolo Vernet platiquemos un poco más, por cómo te habrás dado cuenta en mis manos soy estudiante de música, estoy aprendiendo a tocar diversos instrumentos porque algún día quiero ser director de orquesta.
—¡Oh! ¿Dónde estudias?
—En el conservatorio de música de Londres.
—¿En serio?, ¡entonces debes ser un prodigio!, porque según he escuchado aceptan únicamente a los chicos genio a nivel mundial. Incluso ahí mismo estudió Nicolo Vernet. ¡Quizás hasta lo conoces!— espetó esto último con excesiva emoción.
El otro sonrió de lado, burlándose. –Todo un fan.
John se recompuso, un poco, mostrándose avergonzado, sus mejillas se colorearon un poco. –No te burles—. Le reprochó.
—Es que seguro, si pudieras serías uno de esos fans acosadores, que es capaz de hacer fila desde una semana antes fuera de las taquillas del concierto.
—No es cierto. —protestó John. El otro lo miró alzando una ceja, John tenía que aclarar. –No una semana, tan solo un día.
—¡Ja!, no me equivoqué— mientras se reía por primera vez.
—Solo he ido a un par de conciertos y en uno ya no alcancé boleto.
—Y por eso seguramente estuviste frustrado por meses.
—No tanto, tan solo un par de meses.
Sherlock rió con más fuerza. Sus tés llegaron así como su canasta de galletas, John tomó la taza entre sus manos para calentarlas. Miró su disco nuevo y lo envolvió en el celofán para evitar que maltratara un poco.
Estuvieron unos minutos en silencio disfrutando el té, fue Sherlock quien agarró la primera galleta, indicándole que podía hacer lo mismo, entonces John hizo lo mismo y comenzó a degustar su té con esas exquisiteces, debería grabarse el nombre, aparentemente ya podría decir que tenía otro postre favorito.
Estaba a la mitad de su té, cuando Sherlock volvió a cuestionarle.
—Tu afición por este músico es un poco tonta ¿no lo crees?
—¿Por qué lo dices?
—Porque hasta donde sé nunca ha sido visto en persona, ni siquiera sabes cómo es, cuando mucho sus admiradores solo tienen una sombra como su máxima representación, en los conciertos toca tras una mampara, lo cual se me hace grosero de su parte.
—Eso no influye en absoluto en la admiración que siento por él.
—Si lo vieras y se pareciera al jorobado de Notradame ¿Seguirías admirándolo igual?
—¡Por supuesto que sí! —John respondió de inmediato, defendería siempre a Nicolo a capa y espada.
—¿Seguro? —inquirió burlón.
—Claro que sí, Nicolo es un extraordinario compositor, además él hace música para los oídos no para la vista, si quisiera una imagen sería fan de cualquiera, de ese tipo de artistas de plástico que lo único que hacen es mostrar su figura para vender, no así él, que su música es para tu alma prácticamente, admiro la belleza de esta y a él como artista increíble, no me importa su apariencia y a sus demás seguidores tampoco, porque no nos interesa hacer fila durante un día para poder escucharlo.
La pasión de la voz de John, provocó que le otro le diera una mirada indescifrable y muy aguda.
Sherlock inclinó su cabeza y le sonrió tranquilo. –Dime John ¿Cuál sería el deseo que más anhelarías que tu artista favorito podría hacer por ti?
—¡Oh! —comenzó a reírse fuertemente. El otro lo miró intrigado. –Ok, ok, me río porque me parece imposible esa situación, pero en el caso hipotético que así fuera, no sé, tal vez… —calló por un par de minutos, intentando encontrar ese deseo que podrá cumplir ese hombre. –Humm… tal vez... ¡Ya se! Mi mayor deseo sería escucharlo y verlo tocar el concierto para violín de Tchaikovsky y que me compusiera una canción—. De nuevo comenzó a reír con fuerza, porque sabía que era solo un deseo casi infantil, pero se sentía bien poder externarlo.
—¿Tchaikovsky? ¿Por qué esa melodía? —inquirió intrigado.
—Capricho mío, quizás—. Le dio la mirada de "no te creo" movió la cabeza negativamente y respondió. —No, no es cierto, solo que esta pieza es una de mis más favoritas de toda la vida, desde que era niño, la escuché y jamás he podido olvidarla—. De pronto se dio cuenta que estaba por soltar cosas de su pasado. Pero Sherlock frente a él no parecía quedarse con la duda y él tampoco deseaba callarse, que vaya ese chico le inspiraba confianza y algo de ternura, con todos esos gestos infantiles que hacía.
—Esa melodía era la favorita de mi abuelo paterno porque según él, fue con la que conoció y se enamoró de mi abuela. No me preguntes esa historia porque lo único que nos contó a sus nietos es que ambos pertenecían a la misma orquesta local y fue mi abuela la que interpretó está melodía en su entrevista.
—Entonces ahora veo que tu gusto por la música clásica viene de familia, por eso no es raro que te guste el género. —espetó a la vez que colocaba sus manos en forma de pirámide encima de la mesa y ponía su barbilla sobre esta. –Si cumpliera tu deseo, Nicolo Vernet, ¿Qué harías?
—Creo que en ese momento, al escucharlo interpretar a Tchaikovsky me enamoraría irremediablemente de él, seguro me haría llorar de emoción y si me compone una melodía entonces le juraría mi amor por toda la eternidad.
—¿Aunque se parezca a Cuasimodo? —le dijo puntilloso Sherlock.
Rodó los ojos. –Sí, aunque se parezca a Cuasimodo—. Afirmó convencido del todo. —Yo creo que la belleza no tiene nada que ver con el exterior.
Le dio el último sorbo a su taza. El té finalmente se había acabado, de pronto sintió una tristeza inundándolo, era extraño, sacudió su cabeza para alejarla. Alzó la mano para llamar a la camarera, pero antes de que pudiera preguntar el costo, Sherlock sacó unos billetes y se los dio para que se cobrase, era lo suficiente.
—Invito yo, la próxima lo harás tú. —dijo indiferente.
—Habrá entonces una próxima. —afirmó. —De acuerdo, gracias, entonces me retiro, el té, finalmente creo hace efecto porque comienzo a sentirme somnoliento.
La chica llegó con el cambio y le daba una sonrisa coqueta a Sherlock, el cual ni siquiera se inmuto. Se levantó también y se colocó a su lado. John se sintió nervioso.
—Te acompañaré, por si en el camino colapsas de sueño—. Espetó firme Sherlock.
Accedió y el camino estuvo lleno de pláticas sobre Sherlock aunque no soltó mucho sobre sí, a nivel personal supo lo indispensable, tenía dos hermanos, se estaba especilizando en instrumentos de cuerda, que desde que los tres tocaban instrumentos desde pequeños, pero únicamente él seguía en la senda. En si era una enciclopedia andante de conocimientos muy puntuales, como cuando comenzaron a hablar sobre violines, aun recordaba lo dicho.
En cuanto al secreto de la sonoridad típica de los violines realizados por las familias Stradivarius y Guarneri, existen diversas hipótesis que, más bien que excluirse, parecen sumarse; en primer lugar se considera que la época fue particularmente fría, motivo por el cual los árboles desarrollaron una madera más dura y homogénea. A esto se suma el uso de barnices especiales que reforzaban la estructura de los violines. También se supone que los troncos de los árboles eran trasladados por ríos cuyas aguas tenían un pH que reforzaba la dureza de las maderas; también influyó un comprobado tratamiento químico (acaso más que con el objetivo de la sonoridad, el de la conservación) de los instrumentos, que reforzó la dureza de las tablas. Por último, ciertos violines Stradivarius tienen en sus partes internas un acabado biselado de los contornos en donde contactan las maderas, el cual parece beneficiar la acústica de estos violines.
El camino se hizo muy cortó, ese chico realmente era muy interesante y mirándolo fijamente bastante atractivo o al menos eso vislumbraba para cuando alcanzará la madurez total. John era más bien bisexual, aunque siempre con preferencia por las chicas, solo un par de chicos habían llamado su atención pero nunca llegó a concretarse nada, así que si tuvieran que ponerle una etiqueta sería de hetero, pero eso no importaba.
Llegaron al campus de la universidad y finalmente al edificio de los cuartos. Donde finalmente tuvo que despedirse de Sherlock, el cual le dijo solo.
—Hasta pronto. —y giró para salir casi corriendo del campus.
John suspiró, deseaba ir a dormir únicamente y como pocas ocasiones, pudo hacerlo contento.
De cómo la curiosidad a veces es útil y otras ocasiones es provocadora de desastres.
Durante un par de meses las pláticas con Sherlock se volvieron comunes, al menos una vez por semana, parecía saber todos sus horarios porque de pronto se lo encontraba en una de las bancas sobre la calle principal del campus, donde pasaba todos los días.
Solo un par de ocasiones se lo encontró en la cafetería cercana a San Barts. De naturaleza un poco confiada, no quiso pensar mal, pero hubo una ocasión en que le cuestionó en medio de una broma, obteniendo una respuesta un poco inquietante.
—Los seres humanos son animales de costumbres, así que si una persona quisiera saber sobre la vida del otro, bastaría con seguirle un par de días para saber muchas cosas sobre esta, aunado a que si se revisa la basura, puede obtener sus hábitos de muchas índoles. Al finalizar, le dio una sonrisa bastante inquietante. Sacudió su cabeza no quería pensar, porque para John, Sherlock se había convertido en el amigo que necesitaba, uno con el que podía platicar de otras cosas sin nada que ver con el estudio o el internado, solo estaba ahí para escucharlo, porque si, se dio cuenta que la mayoría de las ocasiones él era el único que platicaba, mientras que Sherlock solo se dedicaba a dar sí, no, o piénsalo mejor.
De las pocas cosas que podía saber era que sus padres seguían vivos, tenía un hermano en el gobierno y otro que trabajaba a su temprana edad. Cuando le cuestionó sobre sus estudios en Londres, él dijo, que como era alumno ya adelantado, generalmente tenía mucho tiempo libre.
Craso error, John sabía que había algo raro en Sherlock pero no sabía dilucidar que era, por lo cual empezó a fijarse más en su actitud, costumbres y comportamiento con él y sin él.
Un par de meses de haber comenzado su amistad, llegó el primer indicio y no le agradó en absoluto. Durante tres semanas no se lo había topado al pasar por la calle principal como era costumbre, entonces comenzó a pensar donde quizás encontraría a Sherlock y así fue, inició a caminar y sus pasos lo llevaron fuera del campus hacia una zona un poco deshabitada.
Ahí encontró un grupo de vagabundos, cuando se fijó bien, eran… oh, drogadictos, estaban inyectándose a plena luz del día y nadie se los impedía, sus ojos recorrieron al grupo, cuando estos se abrieron a lo más posible, ese abrigo lo conocía a la perfección, era de… Sherlock, lo llevaba uno de estos chicos, sin más se acercó.
—¿De dónde tomaste ese abrigo?
—¿Qué diablos quieres?— gritó uno de ellos. —¡Lárgate!
—No hasta que me digas ¿Quién te dio ese abrigo?— dijo señalando al otro chico, flaco, casi esquelético y con la mirada perdida. Sin poder soportarlo más, lo agarró de las solapas, para empotrarlo contra una pared. Temía por la vida de Sherlock.
—¿Qué diablos te importa?
—Porque ese abrigo pertenece a mi amigo Sherlock.
—¿Tu amigo? ¿Lock es tu amigo?— Comenzó a reír con ganas el tipo. –Ese psicópata no tiene amigos, así que no me engañas, ese…— no pudo continuar porque recibió un golpe que lo dejó sin aliento, cuando lo recuperó, lo miró un poco asustado. Sus otros amigos no intervinieron, al ver tan furioso a John. –Está en los túneles— dijo finalmente.
—Enséñame— exigió.
—No, estás loco.
—¡Enséñame!— ordenó.
El chico tembló y comenzó a caminar, se metieron por una abertura pequeña demasiado reducida casi tuvo que entrar en cuatro, pero pasó y entonces comenzaron a caminar por los diferentes túneles de desagüe, eso era una cloaca, pero al parecer a ellos no les importaba, finalmente llegaron a una zona donde se veía con colchones viejos y casas de campaña improvisada. Buscó con la mirada, pero todo estaba muy oscuro, hasta que vio una pequeña fogata, tomó un madero que le ayudó a alumbrar.
Caminó revisando las casas, hasta que finalmente lo vio, estaba ahí dormido como si nada. A su lado había unas jeringuillas, no pudo evitar un gesto de asco. Tiró la tea que prácticamente se estaba consumiendo ya, para agacharse y tomarle todos los signos, aparentemente estaba dormido pero su pulso estaba más que acelerado y sus ojos vidriosos, al parecer no se había bañado en días incluso su cabello era un desastre. Se giró para buscar al otro chico.
—¡Ayúdame!— le mandó.
Sin otra opción, lo hizo, el viaje de salida fue peor que el de la entrada, por el peso que sumaba Sherlock el cual a pesar de su constitución delgada era musculo y pesaba. Finalmente lograron salir, entonces tomó un taxi, para llevarlo a San Barts. Cuando llegaron lo ingresó con ayuda de Mike, el cual lo miró interrogante y solo dijo… es mi amigo.
Llenó el formato con lo poco que sabía de él, afortunadamente tuvo tiempo de registrarle las bolsas de los pantalones y encontró su móvil. Estaba totalmente sin batería, así que mientras lo instalaban y comenzaban a darle glucosa por vía intravenosa, estaba descompensado; buscó a una de las enfermeras amigas suyas para que le prestara un cargador, cuando lo logró, comenzó a buscar los contactos, no tenía ninguno un nombre, solo números, así que sin más sacó el suyo y comenzó a marcar.
Los dos primeros que eran los últimos que marcaron resultaron ser de un par de proveedores de droga, colgó de inmediato, tan solo al escuchar. –Lock, tengo un nuevo embarque que llegó y es de la mejor, no está cortada, así que espero la disfrutes…—
La tercera fue la que un hombre con hablar muy formal respondió.
—Vaya hermanito, finalmente te reportas ¿Por fin se te acabó el dinero?, no creas que voy a darte nada, mamá está muy preocupada por ti, así que regresa a casa— ¿Por qué colgó?, no lo supo a ciencia cierta, pero lo hizo. Fue el cuarto número cuando otra voz masculina se filtró.
—¡Sherlock! ¿Dónde diablos has estado? ¿Te encuentras bien?— Era la voz correcta, de alguien de verdad que se preocupaba por este.
—Mi nombre es John, John Watson, ¿Con quién tengo el gusto de hablar? ¿Es usted familiar de Sherlock?
—¿Por qué tiene su teléfono? ¿Le pasó algo? ¿Dígame dónde está?— la voz al otro lado adquirió un tono ansioso.
—No, no, soy amigo de Sherlock él se encuentra dentro de todos los términos "bien" pero si necesito contactarme con alguien para que pueda venir por él.
—Mi nombre es Gregory Lestrade y soy su representante, así que dígame donde está, para poder ir a buscarlo.
A grandes rasgos le contó lo sucedido y finalmente quedaron que el tipo llamado Lestrade estaría ahí en unas horas. Se giró para ir por unas galletas a la máquina expendedora. Para después ir a reportarse a la estación de internos, comenzaría más temprano su turno, así podría vigilar un poco a Sherlock.
Pasaron al menos un par de horas para que un hombre alto de porte y vestimenta excesivamente elegante llegara a la recepción cuando él estaba por ahí y preguntara por Sherlock Holmes, antes de que pudiera responder la enfermera encargada, se adelantó.
—¿Es usted Gregory Lestrade?— le inquirió.
Primero el hombre lo miró de arriba abajo, haciéndolo sentir desnudo, al fin respondió. —¿Quién pregunta?
—Soy John Watson, amigo de Sherlock—. A lo que el hombre alzó una ceja en claro gesto de incredulidad, pero John continuo hablando, al creer que era el representante de Sherlock. —El médico de guardia me dijo que está bien, solo un poco deshidratado y desnutrido, pero que con una noche de reposo total y si no se presenta ninguna complicación podría darle de alta, pero le gustaría hablar con usted, porque necesita contactar a unos familiares.
—¿Qué haces aquí, Mycroft?— una voz detrás suyo lo sobresaltó, girándose miró como un hombre ya mayor con cabello entrecano se dirigía a ellos. Vestía sencillo pero llevaba una gabardina. El otro aludido hizo un gesto altivo.
—Vine por mi hermano por supuesto, lo llevaré de regreso a casa donde lo mantendré mejor vigilado, porque aparentemente tú no puedes hacerlo bien, se supone es tu trabajo— espetó soberbio.
—¡Basta!, Mycroft, tú sabes perfectamente que incluso a tu guardia de la reina se le escabulle Sherlock, entonces no esperes que yo esté prácticamente cosido a él, porque es absurdo—. La mirada dolida del otro, le hizo sentirse mal por él, así que debía hacer algo.
—Por favor caballeros, esto es un hospital, no pueden estar discutiendo porque interrumpen la tranquilidad de otros pacientes.
Ambos hombres de pronto parecieron avergonzados. Se hizo el silencio que fue roto por el vestido elegantemente.
—Necesito ver a mi hermano.
—Yo igual necesito ver a Sherlock— casi dijeron al mismo tiempo.
—Entonces síganme, está en el décimo piso.
Cuando llegaron Sherlock ya estaba despierto. El gesto que tenía en el rostro era de total disgusto en cuanto los vio entrar.
—¿Qué diablos haces aquí Mycroft y tu Lestrade?— gruñó.
—Lo que se supone debo hacer— dijo tranquilo el primero. –Vine para llevarte a casa a Londres, como de costumbre te sentiste sobrepasado y dejaste todo tirado, para volver a tu vicio—. La voz del hombre elegante había subido unos decibeles claro manifiesto de su enojo, pero de pronto se tranquilizó y siguió hablando tranquilamente. –Cuando lleguemos a Londres te ingresaré a una clínica.
De pronto John se sintió de más, en ningún momento Sherlock lo miró, fue como si no existiera. Lo que le hizo sentirse deprimido momentáneamente. Salió y se quedó fuera en el pasillo pegado a la puerta.
—Sherlock, debes entender que es por tu bien, esto no te llevará a nada— continuó el otro hombre, con voz más apacible.
—Deja de comportarte como mi niñera que no lo eres Lestrade, solo déjame en paz, quiero estar solo.
—Se supone ya lo habías dejado y esto es una recaída.
—No es ninguna recaída, lo tengo todo controlado.
—Sí, se nota— el sarcasmo era evidente en esa voz. –Por eso te sacaron de los túneles, deshidratado y desnutrido.
—¡Eso no es de tu incumbencia!— gritó y si no fuera por sus amarraduras seguramente ser iría encima de sus visitantes. Ese comportamiento le causaba escalofríos.
—Lo es, cuando eres mi hermano y no hay nada que puedas hacer, te llevaré a casa, ya están haciendo los arreglos necesarios.
—No puedes obligarme.
—Pruébame, sabes que soy capaz y que tengo muchas maneras de hacerlo, ¡No me retes!
—¡Estúpido gordo, el hecho que estés al mando de esos pusilánimes del gobierno no te hace el gobierno británico!
—¡Basta ambos!— finalmente la voz de la razón, se escuchó. –Dejen de pelearse como cuando eran infantes. Sherlock debes entender que es por tu bien, así que tendrás que hacer lo que se te diga.
—Ya soy mayor de edad, puedo hacer lo que se me venga en gana.
—No tienes ningún derecho de adulto cuando eres un drogadicto reincidente.
—¡Que no soy…!
El teléfono de Mycroft sonó y lo respondió, escuchó decir. –Ya está todo arreglado, el director ya firmó el alta, llegará el helicóptero en cuestión de minutos, así que nos iremos en cuanto arribe. Espero Gregory que hayas traído auto.
—Sí, lo traje… gracias por la invitación. —eso último fue sarcasmo puro.
Eso fue lo último que supo de Sherlock durante un largo, largo tiempo. Ni una llamada, aunque muchas veces intentó marcarle, porque en el hospital con el celular de este se auto llamó para registrar el número en el suyo. Pero aunque contestaban ni una palabra salía de este, haciéndolo deprimir más.
