Uno: Nacimientos.
26 de junio del 2006.
Londres, Inglaterra.
Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas.
Aquel día, la ciudad entera estaba siendo aquejada por una ola de frío intensa, lo que sumado a que era una mañana a principios de verano, lo hacía un acontecimiento fuera de lo ordinario. Los meteorólogos muggles decían que un frente frío proveniente del hemisferio sur era el causante del inusual fenómeno en la capital británica, pero aún así, no dejaba de ser extraño.
—Vamos, vamos… ¡Cuánto tardan!
En San Mungo, un hombre se paseaba con impaciencia por la sala de espera de la sección de Maternidad y Pediatría y quienes desfilaban por ahí, al ver quién era ese hombre, se alejaban a toda prisa.
Aquel personaje, que vestía una túnica negra de broches plateados y detalles en color verde oscuro era inconfundible por su cabello rubio platino, su porte altivo y su expresión desdeñosa, mezclada en ese momento con una pizca de desesperación. Ese hombre, de fríos ojos grises, era Draco Malfoy, hombre conocido en la comunidad mágica tanto por su apellido como por sus propios actos.
10:02 AM
Un berrido infantil llegó hasta los oídos del señor Malfoy, que se detuvo en seco a mitad de uno de sus paseos por la sala de espera, atento a cualquier movimiento. De repente, de unas puertas dobles cercanas, salió un mago de túnica color verde lima y gesto de cansada satisfacción, y caminó hacia el señor Malfoy.
—Felicidades, señor —soltó el mago —Ya es padre de una hermosa niña.
El señor Malfoy frunció el ceño por un segundo, como si aquellas palabras le hubieran molestado profundamente, para acto seguido sonreír con orgullo.
—¿Y cómo están las dos? —inquirió con cierta seriedad.
El mago sonrió un poco, con alivio.
—En perfectas condiciones, señor —respondió —Pronto podrá verlas.
El señor Malfoy asintió e ignorando al mago, siguió dando vueltas por la sala. El mago que le había dado las buenas nuevas, un sanador acostumbrado a toda clase de reacciones, se fue por donde había venido, algo contrariado.
Casi una hora después, el señor Malfoy fue conducido por una sanadora castaña al cunero, donde a través de un largo cristal, podían verse varios niños y niñas que mostraban los más distintos rasgos. Y el señor Malfoy fue de inmediato colocado frente a la cuna de una bebé con cabello rubio platino adornado su coronilla y sus claras cejas, las cuales enmarcaban unos ojos de un tono azul muy opaco, que se veía como gris. Al ver eso, el señor Malfoy sonrió con orgullo e increíblemente, con ternura.
Ternura que desgraciadamente, jamás volvería a demostrarle a su hija.
—Grant, ven rápido —llamó entonces una sanadora de cabello rizado, dirigiéndose a la que atendía al señor Malfoy —Una mujer con trabajo de parto acaba de llegar, ¡pero a que no adivinas quién la acompaña!
La otra bruja se disculpó apresuradamente con el señor Malfoy y siguió a su colega con prisa, dejando al rubio hombre en libertad de ir al cuarto de su esposa, si quería. Apenas se había decidido a hacerlo cuando algunas exclamaciones de júbilo e incredulidad fuera del pasillo llamaron su atención. Movido por la curiosidad, fue a investigar el origen del barullo, hallándose con que un grupo numeroso de personas ocupaba ya la sala de espera, entre hombres, mujeres y niños. El señor Malfoy distinguió varias cabezas rojas y rostros pecosos, así que se ocultó tras una pared a la vez que hacía una mueca de desprecio. Tal parecía que nacería otro Weasley.
—Cálmate, amigo, todo saldrá bien —le decía uno de los pelirrojos a un hombre joven, alto, de desordenado cabello negro azabache que en ese momento se retorcía las manos con nerviosismo —Ya verás que sí.
—Lo dices muy fácil, Ron —le soltó el hombre de cabello negro, sonriendo a medias y fijando en el pelirrojo unos ojos color verde esmeralda, radiantes de alegría contenida —Tú ya pasaste por esto.
El pelirrojo soltó una carcajada y se volvió hacia una mujer de melena rubia y ojos saltones de aspecto brumoso, que sostenía en brazos a una bebita de escaso cabello rubio rojizo muy rojo y la carita llena de pecas. La rubia sonreía con calidez, aunque su semblante en general le daba un aire inconfundible de chiflada.
—Sí, por eso mismo digo que todo saldrá bien —Ron sonrió ampliamente —Mira a mi Rosaline, ¡es una belleza! Por favor, cálmate, Harry.
El hombre de cabello negro sonrió un poco más tranquilo y se puso a pasear por la sala, presa de la ansiedad. Sus acompañantes lo veían ir y venir con sonrisa divertidas.
—Papá, ¿qué hacemos aquí? —inquirió una pequeña de cabello rojo, largo y rizado, y con grandes ojos verdes, al hombre pelirrojo y pecoso al que le tomaba la mano, que usaba unas gafas con armazón de carey.
—Acompañamos a un amigo de tío Ron, Penny —explicó el pelirrojo con una vaga sonrisa —La esposa del señor va a tener un bebé.
La pequeña Penny asintió en señal de comprensión.
Draco Malfoy, al darse cuenta de lo que significaba aquello, hizo una mueca de aversión peor que la anterior.
—¿Señor Malfoy?
El aludido se volvió y se encontró con el sanador que le había dado la noticia del nacimiento de su hija. Llevaba en las manos un sujetapapeles con pergaminos en él y una pluma de águila.
—¿Qué quiere? —inquirió con frialdad.
—¿Podría decirme el nombre completo de la pequeña, por favor? —el sanador se comportó de manera prudente, dada la actitud del señor Malfoy.
El rubio frunció el entrecejo. Ese detalle lo tenía pensado desde hacía mucho tiempo, tanto reviviendo una vieja costumbre familiar como darle un claro aliciente a su vanidad. Dado que su esposa había nombrado a su primogénito…
—El primer nombre será Danielle —indicó, viendo de reojo cómo el sanador lo escribía con sumo cuidado Sonrió maliciosamente antes de agregar —Y el segundo… el segundo será Eltanin.
El sanador detuvo su escritura.
—¿Eltanin? —repitió, extrañado —¿Cómo la estrella?
—Sí, sí, como la estrella —respondió Malfoy con voz cansina, aún sonriendo —Anótelo bien, ¿quiere? Mi hija se llamará Danielle Eltanin Malfoy.
El sanador asintió, tomó algunos datos más que eran de rigor y se retiró. Malfoy lo vio perderse de vista y dejó de sonreír con lentitud.
—Espero que me enorgullezcas, Eltanin —musitó con cierta satisfacción —Y que seas la primera en todo. Serás mejor que cualquier Potter que se te cruce enfrente. Aunque —hizo una mueca de desprecio —más te vale que ese bebé no nazca hoy.
¿Qué impulsaba a Draco Malfoy a decir eso? La sola idea de que él tuviera algo en común con Harry Potter, su némesis en su época de estudiante, le repugnaba. Así que, considerando que el alumbramiento de Danielle se había adelantado, le echaba la culpa a su pequeña de que ahora, al parecer, compartiría algo con el vástago de Potter. Algo tan ilógico como cruel, pero que era verdad.
Tan verdadero como que de Draco Malfoy podía esperarse eso y más.
&&&
10:02 P.M.
Tantas horas, tantos nervios y tantas tazas alternadas de té y café le habían puesto a Harry James Potter los pelos de punta, justo al escuchar un llanto de bebé proveniente de la sala de partos de San Mungo. Quienes lo acompañaban, todos buenos amigos desde hacía años, se quedaron inmóviles al oír eso, observando las reacciones del legendario Niño–que–vivió, ahora convertido en adulto. El silencio fue roto por una bruja de túnica color verde lima que salió a través de unas puertas dobles, suspirando con cansancio y con la cara colorada y sudorosa.
No era para menos. Además del esfuerzo realizado, había tenido que aguantar, con algunos colegas más, el brusco cambio de temperatura que se había dado a la mitad del día. De ser un día a principios de verano inusualmente frío, había pasado a ser una noche a principios de verano inusualmente caliente. Los termómetros rebasaban los cuarenta grados centígrados y varias personas afectadas por esa drástica alteración en el ambiente habían tenido que ser hospitalizadas. Los meteorólogos muggles decían que el frente frío del hemisferio sur había chocado con un frente cálido del hemisferio norte, el cual lo empujaba hacia el sitio del que había venido. Los meteorólogos habían concluido que tan extraño fenómeno provocaría tormentas en los próximos días.
Pero eso a Harry Potter no le importaba. Lo que ahora quería saber era algo mucho más importante, algo que ansiaba con el alma.
—Felicidades, señor Potter —le dijo la bruja de la túnica color verde lima con una gran sonrisa —Es usted padre de una hermosa niña.
—¡Niña! —susurró Harry, sin poder creer del todo aún lo que oía, para luego sonreír ampliamente y volverse hacia sus acompañantes —Amigos, ¡tengo una hija! —anunció a voz en cuello.
—¡Felicidades! —Ron Weasley se acercó a Harry de inmediato y le dio un fuerte abrazo —¿Lo ves? Te dije que todo saldría bien.
Harry asintió vagamente y comenzó a recibir elogios de todos los presentes. Él les agradeció su compañía y apoyo, lamentando que algunos de los Weasley que habían llegado con él al hospital hubieran tenido que marcharse por cuestiones de trabajo, con lo que se habían perdido el especial acontecimiento.
—Señor Potter —llamó la sanadora —En un momento podrá pasar a ver a las dos.
—Gracias —dijo Harry, sonriendo aún —Las dos están bien, ¿verdad?
La sanadora asintió antes de retirarse.
—¡Enhorabuena, socio capitalista! —le soltó Fred Weasley a Harry con expresión crítica —Ya pronto sabrás los pormenores de la crianza de infantes.
—Ojalá que tu hija no salga tan aventurera como tú, Harry, o manejarla te será tan complicado como yo la tengo con mis niños —comentó George Weasley.
Acababa de decir eso cuando dos sanadoras, cubiertas de pies a cabeza de vendas como si fueran momias a medio embalsamar, hicieron su aparición en la sala de espera. Cada una llevaba de las orejas a dos niños pelirrojos, un niño y una niña, aunque una pareja de ellos tenía una expresión falsamente inocente, mientras que la otra estaba entre aguantarse una queja o una carcajada.
—Señores Weasley —llamó una de las sanadoras, la que llevaba a la pareja de pelirrojos que casi se echan a reír o a refunfuñar.
Cinco adultos pelirrojos se giraron hacia ella al escuchar semejante llamado y al segundo siguiente, tres de ellos la ignoraron por completo.
—Ángel, Frida —Fred negó con la cabeza, sonriendo resignadamente —¿Qué les hicieron a estas amables señoritas?
En tanto, George se acercó a la otra sanadora con gesto severo, sin dejarse convencer por las caras aparentemente angelicales del otro par de pelirrojos.
—Gina, John, ¿en qué se metieron esta vez? —quiso saber.
—Estos niños, señores Weasley, se colaron a nuestro almacén y comenzaron a lanzar las vendas al aire como si fueran serpentinas —se quejó la sanadora que llevaba a Frida y a Ángel —Decían que era por el bebé del amigo de su tío Ron, ¡que hacían una fiesta! ¿Pueden creerlo?
Al oír eso, los gemelos Fred y George soltaron una carcajada, misma que fue secundada por los demás presentes en la sala de espera en cuestión de segundos.
—¡Ay, de verdad lo sentimos, señoritas! —logró farfullar Fred al dejar a duras penas de reírse —No podemos evitar que hagan eso, ¡son niños!
La sanadora le hizo un gesto de fastidio, empujó a Frida y a Ángel hacia Fred y se marchó, muy enfadada y quitándose vendas de encima. La otra sanadora, luego de un rato hablando con George, le dejó a Gina y a John para seguir a su colega.
—Te agrada ser padre, ¿no, Fred? —le preguntó otro hombre pelirrojo, de cara ancha y expresión bonachona.
Fred abrazó a Frida y a Ángel con cariño.
—La verdad sí, Charlie —Fred sonrió y se volvió hacia sus hijos —Niños, ¿qué les dije sobre jugar en el hospital?
—Estábamos aburridos —se quejó Ángel.
—Y las señoritas no se quitaron a tiempo —secundó Frida, haciendo un mohín.
Fred negó con la cabeza silenciosamente.
—No se vuelvan a ir de aquí sin avisarme, ¿entendido? —pidió.
Tanto Frida como Ángel asintieron con ganas.
Harry sonrió, pensando que pronto estaría en una situación similar con su hija. De repente, el pelirrojo que no había hablado, de túnica oscura y con una oreja perforada, como si antaño hubiera lucido un pendiente en ella, dejó el periódico que leía y miró a su derecha, donde dos niños pelirrojos mayores que Frida, Ángel, Gina y John, un chico y una chica, se entretenían jugando ajedrez mágico.
—Niños, ¿nos vamos a casa? —inquirió el hombre amablemente.
—Si tú quieres sí, papá —respondió uno de los niños, dejando la partida de ajedrez un instante para mirar al hombre con unos ojos muy azules.
—Yo quisiera ver a la bebé, papá —comentó la chica, de larga melena y ojos tan azules como su compañero de juego —¿Se puede?
—Tal vez en un rato más, Belle —contestó el hombre —Frank, ¿te importaría esperar un poco más?
—No, papá —respondió el niño de ojos muy azules —Si mi hermana quiere, nos quedamos otro rato.
La niña llamada Belle le dedicó una sonrisa. En ese momento, Charlie Weasley consultó su reloj.
—Lo siento, pero tengo que retirarme ahora —avisó —Mañana debo estar en Rumania. Sophie y los niños me esperan para irnos de vacaciones a India. ¿Me disculpas, Harry?
—No hay cuidado, Charlie —aseguró éste —Salúdame a tu esposa y a los niños… ¿Allyson y Samuel, cierto?
Con tantos hermanos Weasley, era evidente porqué Harry hacía tal pregunta. Llevar la cuenta de los nombres de los hijos de sus amigos era algo pesado.
—Exacto, Allie y Sam —corroboró Charlie —Buenas noches a todos —se despidió en voz alta, agitando una mano.
Los presentes le devolvieron la despedida antes de verlo desaparecerse.
—Ojalá veamos a Charlie pronto —comentó con cierto pesar una mujer pelirroja, pecosa y de ojos castaños, que sostenía a un pequeño de cabello rojo oscuro en brazos —Últimamente ha tenido mucho trabajo.
—Seguro vendrá a la reunión navideña, Ginny —le aseguró suavemente la rubia madre de la hija de Ron —Él y su familia nunca se la pierden.
—Es cierto, Luna —reconoció Ginny —Ahora solamente espero que regrese Neville. Dean se quedó dormido —observó un segundo al pequeño que sostenía —Quisiera llevarlo a casa.
—Señor Potter —llamó entonces una joven sanadora —Puede pasar al cunero.
Harry dejó temporalmente su conversación con Ron y siguió a la sanadora. Pronto estuvo ante la larga ventana del cunero, justo frente a una bebita un tanto morena, con poco cabello negro azabache adornando su cráneo y sus cejas. La niña giraba la cabeza de un lado a otro, como intentando verlo todo con su par de brillantes ojos castaños. Harry se conmovió mucho al percatarse de eso.
—Los ojos de su madre… —susurró, sonriendo —Como yo.
—¿Quiere pasar a ver a… la madre, señor? —inquirió la sanadora.
Harry asintió y se dejó guiar por el pasillo hasta una habitación algo retirada del cunero. La sanadora llamó y enseguida abrió la puerta, dejando entrar a Harry.
—Sólo cinco minutos —indicó la mujer, para luego retirarse.
Harry entonces pudo fijar la vista en la mujer recostada en la cama, de revuelta cabellera castaña y con semblante apacible, durmiendo luego de horas de trabajo de parto. Harry sonrió con ternura, se acercó y se sentó en un costado de la cama, para luego darle un beso en la frente a la durmiente castaña.
—¿Harry? —murmuró la mujer, abriendo los ojos lentamente —¿Eres tú, verdad?
—Claro que sí, Hermione —respondió él con suavidad —Lamento despertarte.
—No hay cuidado —afirmó la castaña, negando con la cabeza —¿Ya viste a la niña?
Harry asintió, esbozando una sonrisa orgullosa, y le tomó una mano a Hermione.
—Es… preciosa —comenzó, sin poder ocultar su emoción —Tiene tus ojos, Hermione, lo vi. Los ojos de su madre. Como me pasó a mí.
—Entonces seguramente tendré que aguantar a dos aventureros y fanáticos del quidditch —bromeó ella con una sutil sonrisa —Aunque espero que ella y yo tengamos algo más en común que el color de ojos.
—Lo tendrán, ya verás —aseguró Harry, besándole la mano que le sostenía —Ahora, señora Potter, dígame, ¿recuerda nuestro acuerdo sobre los nombres?
Hermione, sonriendo con un poco más de ánimo, asintió.
—Sí, lo recuerdo, y creo que la niña no podrá llamarse Lily —le hizo ver —Eso era si tenía tus ojos y no sucedió.
Harry rió con delicadeza.
—Lo sé, así que tendrá por segundo nombre el tuyo —Hermione arqueó las cejas —Vamos, cariño, prometiste que si tenía tus ojos, aceptarías que llevara tu nombre.
—Sí, lo recuerdo, y siempre cumplo lo que prometo. ¿Y cuál será su primer nombre? —quiso saber Hermione —¿Jane, acaso? —agregó, haciendo una mueca.
Harry rió con ganas, recordando que en una ocasión, Hermione le había comentado que su segundo nombre, Jane, le resultaba de lo más común.
—Tú eres quien se pasó leyendo libros con nombres para el bebé durante los últimos cuatro meses —le recordó —¿Cuál sugieres?
—Pues… ya que se parece tanto a ti… ¿Qué te parece Hally? Se parece a tu nombre y me recuerda al cometa.
—¿El cometa Halley?
Hermione asintió con convicción.
—Quiero que ella brille a donde quiera que vaya, haga lo que haga —comentó con una sonrisa soñadora —Y que brille por ella misma —añadió, tornando su sonrisa en un gesto de preocupación —No por ser la hija de Harry Potter.
Harry asintió, ligeramente incómodo.
—Le enseñaremos a hacerlo —prometió con firmeza —Le enseñaremos que si la quieren o la odian, tiene que ser por sí misma, no por el apellido que lleva. Se lo enseñaremos juntos.
Hermione volvió a asentir, en señal de acuerdo, sonriendo ante la férrea voluntad de Harry. En ese momento, llamaron a la puerta.
—Adelante —indicó Harry.
La sanadora que lo había llevado hasta esa habitación entró, llevando en las manos un sujetapapeles con varios pergaminos y una pluma.
—Disculpe, señor, pero necesitamos algunos datos para el registro de la niña —informó la mujer de túnica verde lima —¿Cuál va a ser su nombre completo?
Harry y Hermione se miraron por un segundo, antes de asentir silenciosamente.
—Hally —respondió Harry —Ése será su primer nombre.
—¿Como el cometa? —quiso saber la sanadora.
Hermione negó con la cabeza y selo deletreó.
—Ah, gracias —la sanadora terminó de escribir y prosiguió —¿Segundo nombre?
Harry, sonriendo con aire divertido, lo pronunció, para luego deletreárselo a la confundida sanadora, quien al terminar de anotarlo, sonrió con algo de malicia.
—¿Apellido? —preguntó —¿El paterno o el materno?
—Pues… —Harry fingió titubear antes de contestar —Para el caso es lo mismo, ¿no? El apellido de ambos es Potter.
Con semejante frase, la sanadora supo que había metido la pata y que los rumores eran ciertos: el famoso Harry Potter ya estaba casado. Luego de escribir el apellido en el registro, se retiró con la cabeza baja.
—Hally Hermione Potter… —musitó Hermione, pensativa —Ella no tendrá nuestras iniciales —notó de inmediato.
—Mejor así —Harry se encogió de hombros —No queremos que viva bajo mi sombra, ¿cierto?
Hermione no pudo estar más de acuerdo y Harry, al percatarse de su gesto, seguro y sincero, no resistió la tentación de darle un tierno beso.
Y dicha ternura no solamente se la daría a su esposa de ahora en adelante, sino también a su hija.
&&&
17 de Febrero de 2007. 2:25 P.M. (Hora de Aguascalientes, Ags. México)
¡Hola, gente bonita! ¿Cómo han estado? ¿Cómo estuvieron las fiestas decembrinas, y las de Año Nuevo, las de Reyes y las del día de San Valentín? Espero que todos se lo hayan pasado de maravilla.
Como pueden ver, vuelvo a la carga, ¡les agradezco infinitamente su paciencia! Hasta hoy (me refiero a la fecha y hora del inicio de esta nota de autora) pude acabar el primer capi de manera satisfactoria, por lo que espero que les guste. Es un poco más corto de lo que acostumbro últimamente, pero debido a la inspiración, es lo mejor que me salió. Aunque no crean, sé lo que quiero para lo que sigue. Solamente espero hacerlo pronto.
Veamos… Como pueden ver, aquí hay algunas cosas nuevas, como por ejemplo, que comenzara narrando algo del pasado del fic. ¿Saben qué? Nada más es para darles varios datos interesantes. Espero que me los adivinen, aunque cierta personita ya se sabe algunos, porque me los sonsacó por MSN. Lo que claro, considerando lo que me tardaba en publicar, no me extraña: quería unos adelantos. Pero bueno…
Ahora sí, me despido. Oigan, empecé la universidad apenas hace unas… ¿dos semanas? Válgame, tengo que hacer tarea (¿para qué me acordé? Ni modo, el deber llama, jajaja). Cuídense, vivan a lo grande y nos leemos pronto.
P.D. ¡Feliz día de San Valentín! Sé que es atrasadísimo, pero quise decírselos de todas formas. ¡Adiosín!
