¡Hola! Para contextualizarnos un poquito, les cuento que Sorg-esp, una ficker española, ha creado una expansión del Potterverso a la península ibérica. Sus historias están geniales, y me han inspirado a expandir aún más el Potterverso. Entonces, ¡a Latinoamérica se ha dicho! Más exactamente, a la estrecha franja que tierra en la que he pasado los últimos veintiún años: Chile.

Por supuesto, muchas gracias a Sorg por inspirarme con sus ideas y dejarme basar parte de mi mundo en el suyo.

La historia en general girará sobre seis personajes: Elisa, Gonzalo, Carmela, Benjamín, Blanca y Nicolás, su amistad y un poco sobre sus familias.

Ah, se me olvidaba, el título viene de un libro del padre Alberto Hurtado. Yo lo relaciono mucho con su idea de que una buena acción genera muchas otras. En el caso de los chicos, todos ellos son el fuego que enciende al resto en diferentes momentos de sus vidas.

Y eso.

Con ustedes: Elisa Correa Arteaga y la casa de locas.

Batallas fraternales

Provincia de Llanquihue, casa de los Correa-Arteaga. Junio de 1996.

—¡Mamáááá!

El chillido infantil obligó a Carolina a levantar la cabeza de la planificación de sus clases en la Academia. Reconocía perfectamente la voz de su benjamina. ¿Qué habría pasado ahora? Seguro que algo con Victoria. Esas dos se llevaban como el perro y el gato. Por el pasillo que llevaba a su habitación se escucharon pasos acelerados y una cabecita morena y despeinada se asomó a la puerta del dormitorio materno.

—¿Qué pasó, Elisa? —suspiró la mujer al ver que la niña no tenía heridas visibles. Al menos así descartaba una causa. Sin embargo, tenía la cara arrugada, como si en cualquier segundo fuera a estallar en una pataleta épica. Elisa siempre tenía ese tipo de pataletas, había que tenerle paciencia.

—¡La Vicky (1) me estaba molestado! —fue la respuesta de la niña mientras gruesos lagrimones empezaban a asomarse en sus ojos. La viva imagen del desconsuelo.

—¡MENTIRA! —Otra vocecilla chillona llegó desde el pasillo. La mayor de las niñas Correa llegó a la habitación de su madre a grandes zancadas. Carolina suspiró de nuevo. A esas dos no había quién las detuviera cuando se ponían a pelear por alguna estupidez. Victoria se dejó caer de espaldas sobre la cama de su madre, toda piernas y brazos larguísimos. Parecía que a sus ocho años estaba empezando a darse el estirón que a otras les venía en la adolescencia. Carolina ni siquiera quería pensar en lo que eso podía significar.

—¿Qué pasó exactamente, Vicky? —inquirió Carolina fijando la vista en su hija mayor. La mirada que sus tres hijas conocían como «quiero que me digas la verdad ahora-ya».

—Nada, mamá. Lo que pasa es que esta llorona —dijo la chiquilla apuntando a su hermana, que dejó escapar un sollozo trágico. Vicky le sacó la lengua antes de añadir—: no es capaz de compartir sus cosas.

—¡Hechizó a Teti! —gritó Elisa fulminando a su hermana con la mirada—. ¡Ahora tiene cuernos y es verde caca! ¡Y sacó su varita del colegio!

—¡María Victoria! —exclamó Carolina mirando a su hija mayor que le devolvió una mirada totalmente inocente—. Primero que nada, sabes que no tienes permiso para sacar la varita si no es para el colegio y segundo, sabes perfectamente que no puedes ir hechizando las cosas de tu hermana así como así. ¡No se hace! Además, tú eres mayor que ella. Deberías darle un buen ejemplo.

—Ay, mamá… —La niña rodó los ojos, pero se incorporó para entregarle la varita a su madre sin más discusión—. Al menos ese mono (2) feo es mucho menos aburrido. Acusete —añadió con los ojos entornados en dirección a su hermana.

La última frase provocó un nuevo estallido de llanto por parte de Elisa, que se había refugiado entre las piernas de su madre. Carolina tuvo que alzar la vista al cielo y contar hasta diez para contenerse de lanzarles a ambas un embrujo enmudecedor. Se repitió, como hacía en ocasiones, que no se debía hechizar a los niños como castigo, aunque a veces le pareciera que se lo estaban buscando. ¿Por qué esas dos tenían que pelear todo el tiempo? Silvia, la del medio, nunca daba esos problemas. Callada y tranquila, la chiquilla siempre se entretenía sola y nunca molestaba a nadie.

Justo en ese momento, Rosa Urrutia, abuela de las chiquillas, entró a la pieza.

—¿Qué está pasando aquí, Carola? Se escuchan gritos por toda la casa. Parece que estuvieran matando a un chancho —comentó. Ante esas palabras, la primera reacción de Victoria fue soltar unas risitas, mientras que su hermana fruncía el ceño y hacía pucheros que indicaban una nueva pataleta a punto de estallar.

Carolina se limitó a mirar severamente a la mayor y suspiró hondamente una vez más. A armarse de paciencia.

—La Vicky hechizó a Teti. Al parecer lo dejó verde y con cachos. —Pudo ver que su madre sonreía ligeramente y le lanzó una mirada de advertencia. No podían fomentarle ese tipo de conductas a ninguna de las niñas, por mucha habilidad mágica que demostraran con sus travesuras. Especialmente con Victoria, que recién estaba empezando a aprender magia. Afortunadamente, Rosa no tenía un pelo de tonta y comprendió perfectamente lo que su hija le quería decir.

—Qué mal, Victorita. Sabes que no puedes hacer esas cosas —comentó simplemente la abuela—. Caro, ¿por qué no conversas un poco con ella? Yo veré qué podemos hacer por el pobre Teti —añadió con un guiño dirigido a la nieta menor—. Quizás encontremos unas galletitas con chubis (3) por el camino.

—¡Oye, yo también quiero galletas! —protestó Victoria desde la cama de sus padres, donde seguía tirada de espaldas.

—Bueno, eso dependerá de si podemos cambiarle el color a Teti —fue la respuesta de su abuela con un guiño travieso. Le dio la mano a Elisa y salió de la habitación mientras le decía a la niña que harían todo lo posible por devolver el osito a su estado natural.

Carolina se mordió el labio. ¡Gracias a su santa madre por estar ahí para ayudarla! Si no fuera por ella, se volvería loca con sus retoñas, por más que las adorara. Su madre podría manejar a la menor sin problemas, a ella le tocaría ocuparse de Victoria y hacerla comprender que esas cosas no estaban permitidas en su casa. ¡A ver si lograba que aprendiera a dejar en paz a Elisa!


(1) Mis personajes son chilenos, y tenía que reflejar la forma en la que hablamos. Acá, en contextos informales es común hablar de "la fulanita" o "la menganita". En teoría, no se considera correcto hacer lo mismo con los hombres ("el fulanito"), pero en el caso de algunos sobrenombres ("el negro", por dar un ejemplo típico), vale.

(2) Mono: acá se usa para cualquier bicho, animal o personaje de TV.

(3) Dulces de chocolate recubiertos de caramelo, como los M&Ms, pero en versión nacional.


Primero que nada, no le tengan mucha lástima a Elisa. Esperen a que crezca un poco y ya verán como será otra la que tendrá que salir corriendo. Que la Elisa adolescente tiene muy mal genio y es un pelín vengativa, para qué mentir. Lo bueno es que tiene buen corazón y siempre está lista para ayudar a quién la necesita, especialmente a sus amigos y a su familia. ¡Que nadie se atreva a tocarlos, que muerde!

Y eso, espero que les haya gustado.

Muselina