POV Robin

La vida de Laurel nunca fue un cuento de hadas. Nada más nacer fue abandonada en el orfanato Deep Dream, y estuvo en ese infierno hasta los doce años. Ya os podéis imaginar la historia: sitio cutre con una mala regencia y tutores autoritarios.

Aunque nunca se los puso fácil. Era bastante revoltosa y a la mínima aprovechaba la situación para fugarse. ¿Qué quieren que les diga?, llevaba el deseo de la libertad en la sangre. Además no era muy popular y sus compañeros la odiaban, por eso pasaba más rato jugando a solas en el jardín del orfanato. Le gustaba hacer pasteles de tierra y fingir ser una violinista profesional. Pero lo que más la distanciaba de los demás era que veía cosas un poco raras. Bueno. Bastante extrañas.

Esas cosas eran unas pequeñas luces voladoras que revoloteaban a su alrededor y como descubrió, ella era la única que las veía. Se pasaba muchísimo tiempo escondida para poder hablar con ellas sin miedo a que pensaran que estaba como una cabra. Nunca entendió lo que le decían sus finas y agudas vocecillas. Pero le gustaba cuando cantaban, sus melodías dejaban en ella una sensación de paz y tranquilidad. Hacían que se sintiera… querida.

La situación fue relativamente soportable hasta que cumplió doce años. Todo se fue a la mierda cuando en una discusión con Michael, un chaval de trece años, la acusó delante de todos de que hablaba sola. Laurel, inocente e ingenua, le respondió llorando que eran sus amigas y que si se metían con ella, ellas les harían daño. Los superiores no se lo tomaron muy bien que digamos. Les preocupaba que los niños tuvieran miedo y espantara a los posibles padres adoptivos.

Por eso decidieron optar por la solución fácil: la echaron. Y ahora vosotros pensareis, ¿pero eso no es muy exagerado? Sí, sí lo era. Pero si vivías en la ciudad más pobre de Estados Unidos, dar de comer una boca menos era un gran alivio. Al salir del orfanato, Laurel solo tenía treinta dólares y el corazón partido, y comprendió rápidamente que la vida no iba a ser tan maravillosa como pensaba.

Las primeras semanas estuvo mendigando y viajando por Brownsville. Texas era un sitio difícil para buscarse la vida y tuvo que hacer cosas de las que no está orgullosa.

Afortunadamente conoció a María, una amable mexicana. La acogió y cuidó como su propia hija, y ella la quiso como la madre que nunca tuvo. Su familia era muy numerosa y la mayoría eran hombres, por lo que mi llegada era como ella dijo "una amapola entre cactus". No es que no les quisiera pero tenía muy mal genio y una presencia femenina era gratificante para ella.

La familia estaba compuesta por su esposo Edgar, un fornido hombre de 38 años que siempre tenía una gran sonrisa; Luis, un alto y moreno joven de 16 años: Ezequiel, un niño de mi edad con ojos risueños y una bonita sonrisa; y dos pequeños mellizos de cabellos y ojos oscuros, Adrian y Florence. Ellos la aceptaron rápidamente como una más de la familia y me dieron un nombre nuevo, Robin, debido a su anaranjado cabello.

Aunque ellos hablaban perfecto inglés, Robin les pidió que le enseñaran español. Los primeros meses le costaba vocalizarlo pero con el tiempo lo hablaba perfectamente. Nunca había sido tan feliz, tenía una familia que la quería, un hogar, iba a la escuela (bueno, eso no le alegraba tanto) y amigos que la aceptaban.

Pero su secreto se le clavaba como una espina en el corazón. Tenía pánico que si lo descubrían, haría que la repudiaran y la abandonaran. Sin embargo con el paso del tiempo fue cada vez más difícil. Las voces gritaban más fuerte y a veces Robin entendía los que le decían. "Déjalos", "te van hacer daño", "vete", "haz que desaparezcan"…

Llegó el momento en que no lo aguantó y se lo contó a María. Todavía recordaba como ella desvió la mirada y permaneció en silencio durante unos segundos. Un nudo se formó en su garganta y se preparó para la negativa. Pero María cogió sus manos y mirándola fijamente a los ojos, dijo:

"No tengas miedo, pequeña Robin" mientras grandes lagrimas salían de sus castaños ojos. Mirándola a los ojos, se quitó el anillo del anular y se lo entregó. "Te protegerá de todo lo malo del mundo"

En ese instante la abrazó con fuerza y se prometió que las voces no contralarían su vida.

María y Edgar la llevaron al médico y este, a un psiquiatra profesional. Nunca que le gustó estar ingresada pero le consolaba mirar el anillo de María. Después de unos meses haciéndole análisis, le diagnosticaron esquizofrenia paranoide y con ello le medicaron antipsicóticos. Luego de eso, las luces se fueron. Nunca se había sentido tan aliviada pero en el fondo notaba que había desaparecido una parte de ella.

Con el paso de los años consiguió cumplir su sueño de ser violinista. María se sentía muy orgullosa de ella y siempre alardeaba de que tocaría en las mejores orquestas del mundo. Si hace unos años, cuando la echaron de Deep Dream, le hubieran dicho que acabaría siendo tan feliz, no lo habría creído.

Pero los buenos tiempos siempre acaban. Diagnosticaron a María un cáncer de pulmón, que acabó con su juvenil y activa forma de ser. Cuando llegó el momento… Robin no fue capaz de permanecer con ella. Salió corriendo y se escondió para llorar de forma desconsolada. Se odiaba por su cobardía pero era incapaz de ver como una de las personas que más amaba se desvanecía delante de sus ojos para no volver. Mientras lloraba, sintió una presencia y al alzar los ojos vio a Ezequiel. En el momento que iba a disculparse por su miedo, él la abrazó con fuerza.

"Escúchame bien, Robin. Yo te voy a proteger, siempre, nunca lo olvides." Dijo mientras las lágrimas surcaban sus mejillas. "Tú eres más fuerte que ellas".

Cuando entendió la referencia lloró con más fuerza y se agarró a la camisa de Ezequiel.

"Y-yo soy más fuerte" gimió. Entretanto, él le acariciaba la cabeza con suavidad.

Nueve años más tarde

Corría con toda la velocidad que sus piernas le permitían pero llegó el momento en el fallaron y cayó al suelo. Oía como su perseguidor se reía en la oscuridad para después emitir un escalofriante aullido. El corazón cantaba en sus oídos. Pum. Pum. Pum.

Intentó levantarse pero las fuerzas le fallaron y dio unos traspiés.

"Sabes que no puedes huir de mí" dijo mientras salía de la negrura y mostraba una sonrisa lobuna. "Tú eres mía" susurró y le dedicó una profunda mirada con sus brillantes ojos rojos. En ese momento vio cómo se preparaba para saltar encima de su cuerpo. El resto fue oscuridad.

Gritó con todas sus fuerzas e intentó levantarse pero se golpeó la cabeza contra el techo del avión.

"¿Se encuentra bien?" preguntó alarmada la azafata al ver su extraño despertar.

"Sí, sí… No se preocupe. Solo fue una pesadilla" Contestó mientras se masajeaba la dolorida cabeza.

Robin se volvió a sentar e intentó fingir que no sentía las sorprendidas y extrañadas miradas del resto de los pasajeros. "¡Maldita sea!, todavía no he llegado y la gente ya me mira raro."

Había tenido esos sueños desde hace meses y siempre terminaba igual. El acosador con los ojos escarlata saltando encima de ella. Lo que más recordaba eran esos extraños y hermosos ojos de brillo antinatural… "¡Mierda! ¿En serio, Robin? ¿Sueñas que te ataca un loco y dices que sus ojos son bonitos? Dios… compresible que no tenga novio" pensó.

Miró hacia fuera del cristal para así dejar de pensar en él. Las nubes cubrían gran parte de la tierra, así que lo dejó y suspiró. Con discreción encendió su móvil y comenzó a escuchar música, y entre tanto miraba antiguas fotos. Se detuvo para observar una foto donde salían María y ella. Una triste sonrisa se formó en sus labios para después besar discretamente la pantalla del móvil. La muerte de su madre fue un golpe muy duro pero gracias a la familia había conseguido seguir. Ezequiel fue su bastón y ella fue el suyo.

Se mudaron a Frankfort, Kentucky, pero así alejarse de los dolorosos recuerdos. Edgar inicialmente se opuso a la idea pero gracias a Luis y Ezequiel, consiguieron hacerle cambiar de opinión. No tenían mucho dinero pero con los ahorros y el nuevo trabajo de Luis, poseían el suficiente. Robin siguió con los estudios de música y consiguió un trabajo a tiempo parcial. Con el tiempo la vida volvió a su curso pero su ausencia seguía.

Parpadeó para evitar llorar y traer tristes pensamientos, y volvió a mirar por la ventana. Su reflejo mostraba un rostro cansado de haber pasado muchas horas dentro de un avión. Tenía la sensación de estar mirando a una desconocida. Sus ojos color avellana estaban enrojecidos por la falta de sueño y su pelo cobrizo totalmente despeinado. "Vaya pintas de loca…" pensó mientras intentaba peinar el salvaje cabello.

Al pegarse más al cristal, vio la difusa pista de aterrizaje y dio gracias por haber llegado. Guardó el móvil y esperó impaciente por tocar suelo firme. Viajar siempre le había gustado pero pasar tantas horas en un sitio quieta me molestaba.

Cuando sus pies tocaron el suelo, respiró hondo para sentir la humedad del aire y el olor a tierra mojada. Le encantó el aroma y se quedó embobada hasta sentir como un hombre chocó contra su hombro.

"¡Espabila!" gritó mientras se aleja malhumorado.

"Sois más amables de lo que me habían dicho" dijo con sarcasmo en voz alta.

Cogió la maleta y fue tranquilamente a la cinta del equipaje. "Vaya, es más grande de lo que pensaba" pensó nerviosa mientras caminaba por el enorme aeropuerto. Emocionada, vio a personas de diferentes nacionales, tiendas… Pero se detuvo cuando percibió un rápido destello de luz.

Su corazón se detuvo un instante y recordó que debía tomarme la pastilla rápidamente. La última vez que no la ingirió le dio un ataque de pánico al ver las luces. Después de salir del baño más tranquila por los efectos de la pastilla, decidió coger un taxi.

"¿Hacia dónde, señorita?" preguntó el taxista.

Miró la dirección apuntada en papel.

"Beacon Hills, California" Respondió mientras se recostaba en el sillón y bostezaba.

Otra vez soñó lo mismo, pero esta vez notó una diferencia. El recorrido por donde huía estaba iluminado por pequeñas luces y vio que era un bosque de grandes árboles. Cuando su perseguidor iba a realizar el ataque, notó que el coche se detuvo y se despertó sobresaltada.

"Ya hemos llegado. Son 30 dólares"

"¿Qué?, ah, sí claro. Tenga". Robin le dio el dinero y salió con su maleta.

El frío se caló rápidamente en su piel y un gran vaho salió de la nariz. "La madre que lo… Me muero de frío". Fue corriendo hacia la acera y se tropezó al intentar subir.

"¿Por qué nada me sale bien?" lloriqueó en voz baja al tiempo que se limpiaba las medias. "Bueno, al menos no me he roto los zapatos".

Siguió caminando, intentando reconocer la calle de su nuevo piso. La noche estaba iluminada por la luna llena, así que no necesitaba la luz de las farolas. Mientras andaba, comenzó a emocionarse con la idea de empezar a dar clases en el instituto de Beacon Hills. Nada menos que profesora de música, con un sueldo aceptable y un piso en centro. Saltó de alegría por el subidón de energía y optimismo. Pero su estado de felicidad se fue al garete al darse cuenta que no sabía dónde estaba. "Mierda, he salido de la calle principal". Miró alrededor y no pudo evitar dirigir mis ojos al bosque. Como si su cuerpo se guiara solo, caminó hacia la espesura.

Aunque la noche estaba bien iluminada por la luna, el interior del bosque casi no se veía. Despertó del letargo al sentir como un escalofrío le recorría la espalda. Desconcertada se masajeó el entrecejo y dio media vuelta. Oyó un crujido a sus espaldas y después pisadas. Con los ojos abiertos de par en par, giró la cabeza lentamente. En la oscuridad del bosque no se percibía nada hasta que aparecieron dos puntos rojos. Su boca se abrió para emitir un pequeño gemido y sintió como la sangre abandonaba su cara. El sujeto cada vez estaba más cerca y gruñó con una voz ronca.

Un chillido salió de su boca y huyó hacia la carretera principal. Durante la fuga soltó la maleta y maldijo en voz baja. Tras recorrer una gran distancia, redujo la velocidad y miró hacia atrás. No vio nada y suspiró aliviada pero al girar la cabeza hacia delante, chocó contra algo duro. Por la fuerza de la colisión perdió el equilibrio y cayó de espaldas. Pero una mano rápidamente le agarró el antebrazo y ayudó a sostenerla. Mientras respiraba asfixiada, alzó la cabeza para ver su cara.

Era un hombre de más o menos 25 años, ancho de hombros y musculoso, cabello negro, tenía una barba de cuatro días y los ojos verdes más bonitos que había visto en su vida. Sentía como su boca se abría lentamente para dejar una estúpida y graciosa expresión en su cara. El misterioso hombre le miró con cara interrogante y curiosa.

"¿Te encuentras bien?" Preguntó soltándole con lentitud el antebrazo.

"Sí, yo…esto…" Giró la cabeza para mirar el bosque "¿Aquí no habrá animales gigantes con ojos rojos como linternas?"

"Perdón, ¿qué?" Dijo mientras le dedicaba una mirada incrédula. "El animal más grande que hay aquí son las ratas de la alcantarilla" Comentó dedicándole una sonrisa y enseñando sus dientes blancos y perfectos.

Robin rió aliviada y se mordió el labio, como siempre hacía cuando estaba nerviosa. Mentalmente contó hasta diez y se inclinó para coger la maleta. Entró en pánico al recordar que la había soltado al salir corriendo.

"¡Mierda, mi maleta!" Gritó y se dirigió indecisa al bosque.

"No será esta, ¿verdad?" Al tiempo que levantaba el equipaje con su atlético brazo.

Su cara se iluminó con una sonrisa y corrió hacia él.

"¡Gracias!" Se quedó un momento dudativa. "Pensé que la había dejado al borde del bosque"

"Vi que saliste corriendo y la cogí" Dijo con total tranquilidad. "¿Hice algo malo?".

"¡No, no, no!" Respondió para quitarle importancia. "En realidad me has salvado la vida" Y le miró con la mayor gratitud de su ser.

No podía evitar quedarse otra vez atontada mirando sus ojos. Alzó los brazos para que le entregara su maleta y esta se resbaló de sus manos para caer encima del pie izquierdo. "¡Madre mía, qué vergüenza!" pensó mientras cojeaba dando vueltas.

"¿Estás bien?" preguntó alarmado con los brazos extendidos para evitar que se cayera por su extraño baile.

"Si, no te preocupes. Ser torpe es natural en mí" Dijo mientras intentaba contener las lágrimas y apoyó su mano en el hombro del joven para mantenerse en equilibrio.

El hombre suspiró profundamente y le ayudó a ponerse recta. Robin se sintió rechazada pero intentó fingir que no le importa. Recogió el equipaje del suelo y se despidió de él. Tras unos pocos pasos, se detuvo pensativa.

"No sabes a donde tienes que ir, ¿no?" Oyó a sus espaldas.

Asintió avergonzada y se mordió el labio. Notó que el hombre soltaba una pequeña risa para después poner la mano en su hombro y guiarla.

"¿Dónde vives?"

Abrió la boca para contestarle pero pronto la cerró y arrugó el entrecejo.

"¿Puedo fiarme de ti?" Preguntó desconfiada.

"Te he devuelto tu maleta" Dijo mirándola con cara inocente y levantado los hombros.

Le miró a los ojos para después sacar un papel de su bolsillo y entregárselo. "Espero que no sea un psicópata. Bueno… Al menos es guapo".

El hombre observó el papel fijamente y se lo devolvió.

"Tienes suerte. No está muy lejos de aquí".

Dicho eso, comenzó a caminar. Lo miró un momento para después correr a su lado. Durante el viaje estuvieron en silencio y Robin se sentía un pelín incómoda. No todos los días se encontraba con un bombón de tío, que después de ver su forma de ser, no saliera corriendo. Empezó a jugar con su cabello y a ponérselo de lado. Pero dejó de hacerlo al sentir su penetrante mirada en ella. Cuando él vio que Robin se había dado cuenta, se rascó la nariz y siguió caminando con normalidad. "No sé si es adorable o un acosador" meditó mientras se sonrojaba.

El hombre se detuvo y le señaló su nuevo hogar. Una parte de ella deseaba que el viaje hubiera sido más largo. Carraspeó y le dio las gracias, alejándose para que no viera su desilusión. Rápidamente subió hasta el portón, feliz de no haberse tropezado, y sacó las llaves para abrir la puerta. Vio cómo él se alejaba, pero a los pocos pasos se detuvo en seco y volvió.

"¿Cómo te llamas?" Preguntó con interés.

Sorprendida, le miró a la cara. "…No creo que me haga mucho daño decirle mi nombre".

"Robin" Y añadió señalándose al cabello. "A mis padres les parecía adecuado porque mi pelo es del color de los petirrojos". "¿Y tú?"

Le sonrió y dijo:

"Derek. Derek Hale".