1.Ester I
Cuando amanecía, el bosque parecía que empezaba a ganar vida. No rápidamente, ni de golpe, sino lentamente de una manera casi perezosa y mágica. Algunos pensaban que la magia se hacía mejor en la noche, con el poder de la luna aumentando las fuerzas de la naturaleza y la oscuridad acobijando los secretos. Pero para Ester no había momento más mágico que un amanecer, el anuncio de un nuevo día, una esperanza.
Claro que podía ser una visión sesgada. El amanecer también era el momento en que se reunía con su amado Ansel. Con la excusa de recolectar hiervas y buscar un par de cosas necesarias antes de que los niños se despertaran Ester salía de la casa dejando a su familia atrás. No se reunía todos los días con Ansel, eso sería muy peligroso, pero ambos seguían cuidadosamente una rutina que les permitía "tropezar" de manera casual y aprovechar unos momentos a solas.
Cada vez que sabía que se iban a reunir se recogía el cabello en una trenza suelta, con las manos picando por intentar un recogido algo más elaborado y el corazón acelerado por la emoción del encuentro y el temor a que Mikael se enterará.
Eran un secreto, una traición. Lo suyo no debía ser: ella tenía esposo y tres… no, dos, hijos y él debía buscar esposa pronto, aunque fuera el más joven de sus hermanos. Lo suyo eran momentos robados, sonrisas fugaces y ternura desbordante. Sí, ternura. No era la pasión lo que la alejó de su esposo sino su indiferencia de este. Mikel podía cuidar de ella y sus hijos pero algo se había roto en su interior cuando perdió a su primogénita. Con Ansel se sentía de nuevo amada y querida. Volvía a ser feliz. ¿Y qué es la felicidad si no momentos robados?
No recordaba ser más feliz que cuando estaba al lado de Ansel. Todo parecía desaparecer a su alrededor cuando se besaban en un prado, consumando su amor a medida que la luz lo inundaba todo.
Fue un amanecer el momento en que concibió a Niklaus y también el momento en que nació. Niklaus significó la restauración de su familia rota, pero también el adiós a su relación con Ansel. No pondría en riesgo a su hijo. No perdería un hijo por segunda vez.
Mikael repentinamente le empezó a prestar más atención. Lo ve sonreír como no ha sucedido en mucho, mucho, tiempo. Había olvidado lo hermosa que era su sonrisa, lo suave que era su mirada cuando sostenía a uno de sus hijos (aunque Niklaus no es suyo, no realmente). A su amado niño le vienen otros más. Kol que nace en una noche tormentosa que sólo pudo haber sido convocada por el mismísimo Thor. El nacimiento de su hermosa Rebekah es una alegría y un dolor para ella y Mikael. Otra hija. Es hermosa, la niña más hermosa de todo el pueblo. Mikael la adora, dice que le recuerda a su hermana (y oh, como se sentirá tener una hermana a la que nombrar sin sentir miedo y rencor). La trata con una suavidad y le presta una atención que no dedica a ninguno de sus hijos. Al final parece que sólo Rebekah y Finn logran escapar de los estados de ánimo de Mikael.
El tiempo pasa, tiene la casa llena de niños y risa (y el mal humor de Mikael, pero es menos común ahora). Ansel se casó dos años después del nacimiento de Niklaus. Ella, como la esposa de uno de los hombres más poderoso del pueblo, tuvo que asistir. Se clavó las uñas en la palma hasta sangrar. El dolor casi la consume viva. Pensó brevemente en matar a la chica, una cosita delicada y bonita de piel oscura, perteneciente a uno de los pueblos nativos y no de los vikingos que siguieron a Mikael y varios de sus hermanos. Es un matrimonio por el bien de la paz y el comercio. No amor. Eso es lo único que le da consuelo.
A pesar de su promesa hay días donde se despierta antes del amanecer. Se arregla y sale, esperando conseguirse con Ansel. Él siempre está en su claro, no cambió su rutina.
Hendrik es el último de sus hijos. Ester piensa que es el más dulce de ellos, con un alma aventurera. Ella no estaba segura de si es hijo de Mikael o si es hijo de Ansel. Al final no importara.
Cuando Ester se entera de la muerte de su amado ya se encontraba en el Otro Lado. Estaba rodeada de oscuridad, aislada del resto de los seres sobrenaturales y de las otras brujas como castigo por su crimen. Las otras brujas gustan de mostrarle los horrores que cometen sus hijos, la culpan, le enseñan toda la destrucción y muerte que sus niños traen. Son una plaga. Son criaturas antinatura. Ella rompió el equilibrio y nunca tendrá paz. Su esposo al menos intenta corregir su error, le dicen un día, horas o siglos después. Ester no sabe si se siente aliviada o aterrada. Mikael siempre fue un buen cazador, ahora sus presas son sus propios hijos.
Todo eso la atormenta pero lo peor es la noticia de la muerte de Ansel. Se siente desgarrada, tanto que probablemente el dolor la hubiera enloquecido de haber estado viva. Pero no lo estaba, y tampoco importaba.
Tantos errores, tanto dolor y muerte. Su bebé, su Hendrik, muerto en una escapada con su hermano Niklaus, que no lograba ignorar sus instintos dormidos. Finn, Elijah, Rebekah y Kol, convertidos en monstros sin control. Mikael la odiaba por el engaño, pero odiaba más a su hijo bastardo, al cual le daría caza. Niklaus la aborrecía tanto que no entendía por qué tuvo que sellar su naturaleza.
El niño que le trajo luz y esperanza ahora era su asesino. Oh, que dolor, sus mayores alegrías, su Ansel, su Niklaus. Maldijo los instintos de lobo que empezaron este desastre.
Luchó con todo lo que pudo para mantener la familia que siempre quiso. Nada importaba. Acabó perdiendo a todos sus hijos y en la muerte sólo le esperaba tormento a manos de sus compañeras brujas.
Su mundo era cenizas en sus manos.
