Capítulo 1

A finales del invierno de mi decimoséptimo año, mi madre decidió que estaba deprimida, probablemente porque rara vez dejaba la casa, pasaba la mayoría del tiempo en cama, leía el mismo libro una y otra vez, comía infrecuentemente y dedicaba bastante de mi abundante tiempo libre en pensar sobre la muerte.

Cada vez que leas un libro o página web sobre cáncer, o lo que sea, siempre la depresión esta enlistada entre los efectos colaterales del cáncer. Pero, en realidad, la depresión no es un efecto colateral del cáncer. La depresión es un efecto colateral de morir. El cáncer también es un efecto colateral de morir. Casi todo lo es, en realidad. Pero mi mamá creía que requería tratamiento, así que me llevó con mi médico de cabecera, Jim, quien estuvo de acuerdo en que estaba navegando en una paralizante y totalmente clínica depresión, y que por lo tanto, mis medicinas se debían ajustar y también debería asistir a un grupo de apoyo semanal. Este grupo de apoyo presentaba un reparto rotativo de personajes en varios estados de malestar impulsados por tumores. ¿Por qué rotaban? Un efecto colateral de morir.

El grupo de apoyo, por supuesto, era tan deprimente como el infierno. Se reunían todos los miércoles en el sótano de una amurallada Iglesia Episcopal en forma de cruz. Todos nos sentábamos en círculo, justo en el medio de la cruz, donde las dos tablas se encuentran, donde el corazón de Jesús hubiera estado. Noté esto porque Will, el líder del grupo de apoyo y la única persona por encima de los dieciocho años en el recinto, hablaba acerca del corazón de Jesús en cada bendita reunión; todo sobre como nosotros, jóvenes sobrevivientes del cáncer, estábamos sentados justo en el precioso corazón sagrado de Jesús y lo que sea.

Así que, aquí está como fue todo en el corazón de Dios: los seis, siete o diez de nosotros caminamos/rodamos, pastamos en una selección de decrépitas galletas y limonadas, nos sentamos en el Círculo de la Confianza y escuchamos a Will contar por enésima vez la historia de su deprimente y miserable vida; como tenía cáncer en sus bolas y pensaron que iba a morir pero no murió y ahora es, un adulto ya crecido en el sótano de una iglesia en la ciudad número 137 más bonita de América, divorciado, adicto a los video juegos, sobre todo sin amigos, ganándose la vida mediante la explotación de su cancerígeno pasado, trabajando lentamente su camino hacia un título de maestría que no va a mejorar sus perspectivas de carrera, esperando, como todos nosotros lo hacemos, porque la espada de Damocles le dé el alivio que se le escapó, esos muchos años atrás cuando el cáncer tomó sus nueces, pero salvo lo que sólo el alma más generosa llamaría su vida.

¡Y TÚ TAMBIÉN PUEDES SER MUY AFORTUNADO!

Luego nos presentamos: Nombre. Edad. Diagnóstico. Y como estábamos hoy.

Soy Quinn, había dicho cuando llegaron a mí. Dieciséis. Tiroides originalmente, pero con unas impresionantes y duraderas colonias satélites asentadas en mis pulmones. Y estoy bien.

Una vez que estábamos alrededor del círculo, Will siempre preguntaba si alguien quería compartir. Y entonces comenzaba el tonto círculo de apoyo: todo el mundo hablando de luchar, y batallar y ganar y encogerse y explorarse. Para ser justos con Will, nos dejaba hablar de morir, también. Pero la mayoría de ellos no estaban muriendo. La mayoría iba a vivir hasta la edad adulta, así como él.

Lo que significaba que había un buen montón de competitividad al respecto, con todo el mundo no sólo queriendo vencer al cáncer en sí mismo, sino también a las otras personas de la habitación. Es como que, me doy cuenta de que esto es irracional, pero cuando te dicen que tienes, por ejemplo, una probabilidad de 20 por ciento de vivir cinco años, las matemáticas se activan y te imaginas que es uno de cada cinco... por lo que miras alrededor y piensas, como cualquier persona sana haría lo siguiente: tengo que durar más tiempo que estos cuatro bastardos.

La única faceta redentora del grupo de apoyo fue esta chica llamada Brittany; cara larga, flaca, con cabello liso y rubio, el fleco echado sobre un ojo azul. Y sus ojos eran el problema. Tenía un cáncer en el ojo increíblemente improbable. Uno de sus ojos le había sido cortado cuando era niña y ahora llevaba un tipo de gafas de gruesos cristales que hacía que sus ojos, tanto el real como el de vidrio, fueran inexplicablemente enormes, como si toda su cabeza fuera, básicamente, sólo el ojo falso y el verdadero mirándote.

Por lo que pude obtener en las raras ocasiones cuando Brittany compartió con el grupo, una recurrencia había puesto al ojo que le quedaba en peligro mortal.

Ella y yo nos comunicamos casi exclusivamente a través de suspiros. Cada vez que alguien discute las dietas contra el cáncer o hasta inhalar tierra de la aleta de un tiburón, o lo que sea, me echaba un vistazo y suspiraba muy ligeramente. Yo sacudía la cabeza microscópicamente y exhalaba en respuesta.

Así que el Grupo de apoyo explotó, y después de unas semanas, actuaba a regañadientes sobre todo el asunto. De hecho, el miércoles que conocí a Rachel Berry, había intentado mi mejor hazaña para salir del grupo de apoyo al estar sentada en el sofá con mi mamá en la tercera etapa de una maratón de doce horas de la temporada anterior de America's Next Top Model, el cual en realidad ya había visto, pero aun así.

Yo: Me rehúso a ir al grupo de apoyo.

Mamá: Uno de los síntomas de la depresión es el desinterés en las actividades.

Yo: Por favor sólo déjame ver America's Next Top Model. Es una actividad.

Mamá: Ver televisión es pasivo.

Yo: Ugh, mamá, ¡por favor!

Mamá: Lucy, eres una adolescente. Ya no eres una niña. Necesitas hacer amigos, salir de casa y vivir tu vida.

Yo: Judy por favor, no me digas Lucy, y si quieres que sea una adolescente, no me envíes a grupos de apoyo. Cómprame una identificación falsa para poder ir a clubs, beber vodka y tomar marihuana.

Mamá: No tomas marihuana, para empezar.

Yo: ¡Ves! esa es la clase de cosas que sabría si me consiguieras una identificación falsa.

Mamá: Iras al grupo de apoyo.

Yo: UGGGGGGGGGG.

Mamá: Quinn, mereces una vida.

Eso me calló, a pesar de que no veía cómo ir al grupo de apoyo cumplía con la definición de vida. Sin embargo, acepté ir, después de negociar el derecho de grabar los episodios de ANTM que me faltaban.

Fui al grupo de apoyo por la misma razón por la que alguna vez permití a enfermeras con tan sólo dieciocho meses de educación de postgrado envenenarme con productos químicos de nombres exóticos: quería hacer felices a mis padres. Sólo hay una cosa en este mundo peor que tener cáncer cuando tienes dieciséis años, y es tener un hijo con cáncer.

Mamá se estacionó en el camino de entrada, detrás de la iglesia a las 4:56. Pretendía jugar con mi tanque de oxígeno por un segundo para matar el tiempo.

— ¿Quieres que lo cargue por ti?

— No, está bien —dije. El tanque verde cilíndrico sólo pesaba unas pocas libras y tenía este carrito de acero con ruedas para arrastrarlo detrás de mí. Me proporcionaba dos litros de oxígeno cada minuto a través de una cánula, un tubo transparente que se separaba justo debajo de mi cuello, envuelto detrás de mis orejas, y luego se reunía en mis fosas nasales. El artefacto era necesario porque mis pulmones apestaban siendo pulmones.

— Te quiero —dijo mientras salía.

— Yo también, mamá. Nos vemos a las seis.

— ¡Haz amigos! —dijo a través de la ventana mientras me alejaba.

No quería tomar el ascensor porque tomarlo es como una actividad de los últimos días en el grupo de apoyo, así que tomé las escaleras. Tomé una galleta y un poco de limonada en un vaso de papel y luego me di la vuelta.

Una chica me estaba mirando.

Estaba casi segura que no la había visto antes. Baja y delgadamente muscular, hacia lucir pequeña la silla plástica de escuela primaria en la que se sentaba. El pelo caoba, recto y largo. Parecía de mi edad, quizá un año mayor y se sentaba con su coxis contra el borde de la silla, su postura agresivamente pobre, una mano medio metida en el bolsillo de sus vaqueros oscuros. Aparté la vista, de repente consciente de mis innumerables carencias.

Llevaba jeans viejos, que habían sido alguna vez ajustados, pero ahora se hundían en lugares extraños, y una camiseta amarilla promocionando a una banda que ya ni siquiera me gustaba.

Además, mi pelo: tenía este corte de pelo estilo bob (es un corte femenino y recto que se extiende hasta la mandíbula y el cuello al que regularmente se le agrega un flequillo)y no me había molestado en, tú sabes, peinarlo.

Además, tenía unas gordas mejillas de ardilla, un efecto secundario del tratamiento. Lucía como una persona normalmente proporcionada con un globo por cabeza. Esto no era ni siquiera mencionar mis "pantobillos". Y sin embargo, le di una ojeada, y sus ojos estaban todavía en mí.

Se me ocurrió por qué lo llaman contacto visual. Entré al círculo y me senté junto a Brittany, a dos asientos de distancia de la chica. Miré de nuevo. Todavía estaba mirándome.

Miren, déjenme decirles: ella era sexy. Una chica o chico que no es sexy te mira implacablemente y es como, en el mejor de los casos, extraño y, en el peor, una forma de asalto. Pero una chica sexy... bueno.

Saqué mi celular y lo toqué para que mostrara la hora, 4:59.

El círculo se llenó con los desafortunados chicos "de los doce a los dieciocho" y luego Will comenzó con la oración de la serenidad: Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo y la sabiduría para reconocer la diferencia.

La chica seguía mirándome. Me sentí un poco sonrojada. Finalmente, decidí que la estrategia adecuada era mirarla también. Las personas en general no tienen un monopolio en el negocio de mirar fijamente, después de todo. Así que la miré mientras Will reconocía por enésima vez sus no-bolas, etc. y pronto se trataba de un concurso de mirada fija. Después de un rato la muchacha sonrió y, finalmente, sus ojos café brillantes miraron hacia otro lado. Cuando volvió a mirarme, subí las cejas para decir, gané. Se encogió de hombros. Will continuó y finalmente llegó el momento de las presentaciones.

—Britt, tal vez te gustaría ser la primera. Sé que te estás enfrentando un momento difícil.

—Sí —dijo Brittany—. Soy Britt. Tengo diecisiete. Y parece como que tengo que someterme a una cirugía en un par de semanas, después de la cual estaré ciega. No es por quejarme ni nada porque sé que muchos de nosotros pasan por algo peor, pero sí, me refiero, estar ciega como que apesta. Mi novia me ayuda, sin embargo. Y amigas como Rachel—asintió hacia la chica, quien ahora tenía un nombre—. Así que, sí —continuó Brittany. Estaba mirando sus manos, las cuales había doblado entre sí como la parte superior de un tipi—. No puedes hacer nada para evitarlo.

—Estamos aquí para ti, Britt —dijo Will—. Vamos a dejar que Brittany nos oiga, chicos.

—Y luego todos, en una monotonía, dijimos: —Estamos aquí para ti, Brittany.

Michael fue el próximo. Tenía doce años. Tenía leucemia. Siempre ha tenido leucemia. Estaba bien. O eso decía. Había tomado el ascensor.

Marley tenía dieciséis y era lo suficientemente bonita para ser el objetivo de los ojos de la chica sexy. Era una paciente habitual, en una larga remisión por cáncer apendicular, el cual yo no sabía que existía previamente. Dijo, como lo había hecho alguna que otra vez cuando había asistido al grupo de apoyo, que se sentía fuerte, lo cual se sentía como si estuviera presumiéndome, mientras las mangueras de oxigeno me hacían cosquillas en las fosas nasales.

Hubo otros cinco antes de llegar a ella. Sonrió un poco cuando su turno llegó. Su voz era baja, vaporosa y extremadamente sexy.

—Mi nombre es Rachel Barbra Berry—dijo—. Tengo diecisiete... tuve un pequeño toque de osteosarcoma hace un año y medio atrás pero estoy aquí hoy, a petición de Britt.

— ¿Y cómo te sientes? —preguntó Will.

—Oh, estoy genial —Rachel sonrió con la comisura de sus labios—. Estoy en una montaña rusa que sólo va para arriba, mi amigo.

Cuando llegó mi turno, dije—: Mi nombre es Quinn. Tengo diecisiete. Tiroides con metástasis en los pulmones. Estoy bien.

La hora avanzaba a pasos acelerados: las luchas se recontaron, batallas ganadas en medio de guerras que seguramente se perderán, aferrados a la esperanza, las familias fueron elogiadas y denunciadas, se acordó que los amigos simplemente no entendían, lágrimas se derramaron, comodidad fue ofrecida. Ni Rachel Berry ni yo volvimos a hablar hasta que Will dijo:

—Rachel, tal vez te gustaría compartir tus temores con el grupo.

— ¿Mis temores?

—Sí.

—Le temo al olvido —dijo sin ninguna pausa—. Le temo como el proverbial hombre ciego que tiene miedo de la oscuridad.

—Demasiado pronto —dijo Britt, esbozando una sonrisa.

— ¿Fue eso insensible? —preguntó Rachel—. Puedo ser bastante ciega a los sentimientos de otros.

Britt se estaba riendo, pero Will alzó un dedo un dedo en forma de reprensión y dijo:

—Berry, por favor. Volvamos a ti y a tus problemas. ¿Dijiste que le tenías miedo al olvido?

—Así es —respondió Rachel.

Will parecía perdido. — Alguien, eh, ¿alguien quiere hablar de eso?

No he estado en una escuela adecuadamente en tres años. Mis padres eran mis dos mejores amigos. Mi tercer mejor amigo era un autor que ni siquiera sabía que yo existía. Era una persona bastante tímida; no del tipo de levantar la mano. Y aun así, sólo esta vez, decidí hablar.

Medio alce mi mano y Will, con un evidente placer, dijo inmediatamente:

— ¡Quinn! —estaba, estoy segura que asumió, la apertura. Pasando así a formar parte del grupo.

Mire a Rachel Barbra Berry, que me devolvió la mirada. Casi podías ver a través de sus ojos, eran tan brillantes.

—Llegará un tiempo —dije—. Cuando todos nosotros estemos muertos. Todos nosotros. Llegará un tiempo cuando no quedaran más seres humanos para recordar que alguna vez existimos o que nuestra especie alguna vez hizo algo. No habrá nadie que quede para recordar a Aristóteles o a Cleopatra, por no hablar de ti. Todo lo que hicimos, construimos, escribimos, pensamos y descubrimos será olvidado y todo esto —hice un gesto describiendo—, habrá sido inútil. Quizás ese tiempo venga pronto o quizás este a millones de años de distancia, pero incluso si sobrevivimos el desplome de nuestro sol, no sobreviviremos para siempre. Paso mucho tiempo antes que los organismos experimentaron la conciencia, y habrá tiempo después. Y si la inevitabilidad del olvido humano te preocupa, te animo a que lo ignores. Dios sabe que eso es lo que hacen todos.

Aprendí esto de mí, antes mencionado, tercer mejor amigo; Peter Van Houten, el recluido autor de

An Imperial Affliction, el libro que era lo que cercano que tenía a una biblia. Peter Van Houten, la única persona que había encontrado jamás que parecía (a) entender lo que es estar muriendo, y (b) no haber muerto.

Después que termine, hubo un periodo bastante largo de silencio mientras miraba una sonrisa propagarse a través de la cara de Rachel; no la pequeña sonrisa torcida de chica tratando de ser sexy mientras me miraba, sino su sonrisa real, muy grande para su cara.

—Maldita sea —dijo Rachel tranquilamente—Tú eres algo más.

Ninguno de nosotros dijo nada por el resto del grupo de apoyo. Al final, todos juntamos las manos y Will nos guió en una oración.

—Señor Jesucristo, nos hemos reunidos aquí en tu corazón, literalmente en tu corazón, como sobrevivientes de cáncer. Tú y solo tú nos conoces como nos conocemos a nosotros mismos. Guíanos a la vida y a la luz a través de los momentos de pruebas. Oramos por los ojos de Brittany, por la sangre de Michael y Jamie, por los huesos de Rachel, por los pulmones de Quinn y por la garganta de James. Te pedimos que nos podamos curar y que podamos sentir tu amor, y tu paz, que sobrepasa todo entendimiento. Y nosotros recordaremos en nuestros corazones a esos que conocimos, y amamos que se han ido a casa contigo: Maria, Kade, Joseph, Haley, Abigail, Angelina, Taylor, Gabriel y…

Era una larga lista. El mundo contenía a bastante gente muerta. Y mientras Will estuvo horas con el mismo discurso, leyendo la lista de una hoja de papel porque era muy larga para memorizarla. Mantuve mis ojos cerrados, tratando de pensar en la oración, pero sobre todo imaginando el día cuando mi nombre encontrara su camino a través de esa lista, justo al final cuando todos hubieran parado de escuchar.

Cuando Will había terminado, dijimos este estúpido mantra juntos "VIVIENDO NUESTRA MEJOR VIDA HOY" y terminó.

Rachel Berry se empujó fuera de su silla y camino hacia mí. Su paso era torcido como su sonrisa. Le llevaba unos buenos 10 cm, se acerco, pero mantuvo su distancia, así no tendría que estirar el cuello para mirarme a los ojos.

— ¿Cuál es tu nombre? —preguntó.

—Quinn.

—No, tu nombre completo.

—Um, Lucy Quinn Fabray —Estuvo a punto de decir algo más, cuando Britt se acercó.

—Espera —dijo Rachel, levantando un dedo y se giró hacia ella—. Eso fue, en realidad, peor de lo que lo hiciste ver.

—Te dije que era poco prometedor.

— ¿Por qué te molestas con eso?

—No lo sé. ¿Ayuda de algún modo?

Rachel se inclinó pensando que así no le escucharía.

— ¿Es una regular? —No pude escuchar el comentario de Britt, pero Rachel respondió—: Yo diría—Apretó a Britt en ambos hombros y después tomo medio paso lejos de ella.

—Cuéntale a Quinn sobre la clínica.

Britt inclinó una mano contra la mesa de aperitivos y enfoco sus enormes ojos en mí.

—Está bien, así que fui a la clínica esta mañana y estaba diciéndole a mi cirujano que prefería ser sorda que ciega. Y él dijo, "No funciona de esa manera," y yo estaba, como, "Sí, me doy cuenta que no funciona de esa manera; sólo estoy diciendo que preferiría ser sorda que ciega si tuviera la opción, que me doy cuenta no tengo," y él dijo, "Bueno, la buena noticia es que no serás sorda," y yo estaba como, "Gracias por explicarme que mi cáncer en el ojo no me dejaría sorda. Me siento tan afortunada que un gigante intelectual como usted se digne a operarme."

—Suena como un ganador —dije—. Voy a tratar de obtener algún cáncer en el ojo así puedo conocer a este tipo.

—Buena suerte con eso. Está bien, debería irme. Santana está esperando por mí. Voy a tener que verla mucho mientras pueda.

— ¿Contraguerrillas mañana? —preguntó Rachel.

—Definitivamente —Britt se giró y corrió escaleras arriba, subiendo dos a la vez.

Rachel Berry se giró hacia mí.

—Literalmente —dijo.

— ¿Literalmente? —pregunté.

—Estamos literalmente en el corazón de Jesús —dijo—. Pensé que estábamos en un sótano de la iglesia, pero estamos literalmente en el corazón de Jesús.

—Alguien debería decirle a Jesús —dije—. Quiero decir, tiene que ser peligroso, almacenar chicos con cáncer en tu corazón.

—Le diría yo misma —dijo Rachel—. Pero desafortunadamente estoy literalmente atorada dentro de su corazón, así que él no será capaz de escucharme —me reí. Sacudió su cabeza, sólo mirándome.

— ¿Qué? —pregunté.

—Nada —dijo.

— ¿Por qué me estás mirando así?

Rachel medio sonrió.

—Porque eres hermosa. Y disfruto mirar a personas hermosas, hace tiempo decidí no negarme los más simples placeres de la vida.

Un breve silencio incómodo se produjo. Rachel se abrió paso:

—Quiero decir, sobre todo teniendo en cuenta, como deliciosamente lo mencionaste, que todo esto terminara en el olvido.

Casi me burlé, suspiré o exhalé de una manera que fue vagamente como una tos y después dije.

—No soy hermo...

—Eres como una milenaria Scarlett Johansson pero con cabello corto como chico. Como la Scarlett Johansson en The Avengers .

—Nunca la he visto —dije.

— ¿En serio? —preguntó—. Hermosa chica, aunque no rubia, que odia la maldad, esas cosas, es fuerte y sexy. Es tu autobiografía, hasta donde puedo ver.

Cada silaba seducía. Honestamente, más o menos me encendió. Ni siquiera sabía que las chicas podían encenderme; no en la vida real.

Una chica joven paso cerca de nosotros.

— ¿Cómo estas Alisa? —preguntó. Ella sonrió y masculló—: Hola, Rachel.

—Gente del Memorial —explicó. Memorial era el mayor hospital de investigación—. ¿A dónde vas?

—Al Children´s —dije, mi voz más baja de lo que esperaba que fuera. Asintió. La conversación parecía haber terminado.

—Bueno —dije asintiendo vagamente hacia las escaleras que nos llevaban fuera del, literalmente, corazón de Jesús. Eche a andar el carrito y empecé a caminar. Se acercó cojeando a mi lado.

—Así que, nos vemos la próxima vez, ¿quizás? —pregunté.

—Deberías verla —dijo—. The Avengers, quiero decir.

—Está bien —dije—. La buscaré.

—No, conmigo. En mi casa —dijo—. Ahora.

Paré de caminar.

—Apenas te conozco, Rachel Berry. Podrías ser una asesina en serie.

Asintió.

—Es cierto, Quinn Fabray —pasó junto a mí, sus hombros llenando su camisa verde tejida, su espalda recta, sus pasos pausados ligeramente a la derecha mientras caminaba firme y confiada en lo que había determinado era una pierna ortopédica. El osteosarcoma a veces toma una extremidad para probarte. Después, si le gustas, toma el resto.

La seguí por las escaleras, perdiendo terreno mientras hacia mi camino lentamente, las escaleras no eran un campo fácil para mis pulmones.

Y después estábamos fuera del corazón de Jesús, en el estacionamiento, el aire frío de primavera de la manera perfecta, la luz del atardecer celestial en su nocividad.

Mamá no estaba ahí todavía, que era inusual, porque estaba casi siempre estaba esperándome.

Miré alrededor y vi que una chica más baja que ella, curvilínea y morena, tenía a Brittany fijada contra la pared de piedra de la iglesia, besándola de una manera bastante agresiva. Estaban lo suficientemente cerca de mí como para escuchar los extraños ruidos de sus bocas juntas, y podía escucharla diciendo, "siempre," y ella diciendo, "siempre," de regreso.

De repente, parada cerca de mí, Rachel medio susurró.

—Son grandes creyentes en las manifestaciones públicas de afecto.

— ¿Qué hay con el "siempre"? —los sonidos de succión se intensificaron.

—Siempre es lo suyo. Siempre se amaran a pesar de cualquier cosa. Yo de forma conservadora he calculado que se han enviado mensajes de texto con la palabra siempre como cuatro millones de veces en el último año.

Otro par más de autos llegaron, llevándose a Michael y Alisa.

Éramos sólo Rachel y yo ahora, mirando a Brittany y Santana, quienes avanzaron a un ritmo acelerado, como si no estuvieran recostados contra un lugar sagrado. Su mano llegó hasta su pecho, sobre su camisa manoseándolo, mientras con su mano quieta, sus dedos se movían alrededor. Me pregunté si eso se sentía bien. No parecía como si lo fuera, pero decidí perdonar a Britt en base a que iba quedar ciega. Los sentidos se deben aprovechar mientras todavía hay hambre o lo que sea.

—Imagina tomando ese último viaje al hospital —dije tranquilamente—. La última vez que manejaras otra vez un auto.

Sin mirarme, Rachel dijo:

—Estas matando mi vibra aquí, Quinn Fabray. Estoy tratando de observar el amor joven en su más multi-esplendorosa torpeza.

—Creo que está lastimando su pecho —dije.

—Sí, es difícil de determinar si está intentando estimularla o hacer un examen de seno —después Rachel Berry metió la mano en su bolsillo y sacó, de todas las cosas, un paquete de cigarrillos. Lo abrió y coloco un cigarrillo entre sus labios.

— ¿Es en serio? —pregunté—. ¿Crees que eso es genial? Oh, Dios mío, acabas de arruinar toda la cosa.

— ¿Qué cosa? —preguntó, girando hacia mí. El cigarrillo sin encender colgando de su boca, sin sonreír.

—Toda la cosa donde una chica que no es poco atractiva o poco inteligente, o aparentemente de alguna manera inaceptable se me queda mirando y me señala el uso incorrecto de literalidades, me compara con las actrices y me pide que vea una película en su casa, pero por supuesto ahí siempre hay una hamartia y la tuya es esa oh, Dios mío, incluso aunque TUVISTE EL MALDITO CÁNCER le das dinero a una compañía a cambio de la oportunidad de adquirir TODAVIA MÁS CÁNCER. Oh, Dios mío. ¿Déjame asegurarte que no ser capaz de respirar? APESTA. Totalmente decepcionante. Totalmente.

— ¿Una hamartia? —pregunto, el cigarrillo todavía en su boca. Apretó su mandíbula.

—Una falla fatal —expliqué, girando lejos de ella. Caminé hacia la acera, dejando a Rachel Berry detrás de mí y después escuché un auto empezar a bajar por la calle. Era mamá. Había estado esperando a que hiciera amigos o lo que sea.

Sentía esta extraña mezcla de decepción y rabia dentro de mí. Ni siquiera sabía que sentimiento era, en serio, sólo que ahí había un montón de ello, y quería golpear a Rachel y también reemplazar mis pulmones con pulmones que no apestaran y fueran simplemente pulmones. Estaba parada con mis zapatos deportivos en el mismo borde de la acera, el tanque de oxígeno con bolas y cadenas en el carro junto a mí, y justo mientras mi mamá se estacionaba, sentí una mano agarrar la mía.

Aleje de un tirón mi mano pero me giré hacia ella.

—No te matan al menos que los enciendas —dijo mientras mamá se estacionaba en la acera—. Y nunca encendí uno. Es una metáfora, ves: colocas la cosa dañina justo entre tus dientes, pero no le das el poder de hacer daño.

—Es una metáfora —dije dudosamente. Mamá estaba sólo parada.

—Es una metáfora —dijo.

—Eliges tu comportamiento basado en función a resonancias metafóricas… —dije.

—Oh, sí —sonrío. La gran, torpe y real sonrisa—. Soy una gran creyente de las metáforas, Quinn Fabray.

Me giré hacia el auto. Toqué la ventana. Y bajo.

—Voy a ver una película con Rachel Berry —dije—. Por favor graba los siguientes episodios del maratón de ANTM para mí.