Dreaming with touching you

¿Qué es la vida sino una serie de encuentros inesperados?

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El sol se colaba despreocupadamente por el ventanal de aquel costoso departamento, iluminando con sus primeros rayos aquella pulcra habitación, pasando desde los costosos muebles, el lustroso piso, las finas sábanas hasta dar de lleno en el rostro terso y acanelado de aquel hombre durmiente. Era realmente una escena de ensueño. Todo se encontraba en relativo desorden, pero siempre manteniendo un aura de lujo. Las paredes estaban pintadas de un color celeste pastel muy bajito; el ropero, aunque abierto y con unas cuantas prendas colgando, tenía un color y diseño propios de aquellos muebles costosos que se adquieren sólo por catálogo en tiendas famosas y a precios ridículamente excesivos; el escritorio, de un color similar al guardaropa, no se quedaba atrás, brillosamente barnizado y con amplios compartimientos para guardar cualquier cantidad de papeles; una portátil de última generación encima de éste último, de esas que salen al mercado sólo para que jóvenes adinerados o prestigiosos empresarios puedan adquirirlas y presumirlas en su círculo social bajo la excusa de modernidad y utilidad; un piso de madera tan lujoso como cualquiera de los implementos en aquel cuarto, brillante de limpio, de una forma tan excesiva e increíble, que sólo se consiguía puliéndolo con esmero y con ceras especiales; una cama, de un tamaño innecesariamente grande para una sola persona, revestida con elegantes y exquisitas sábanas, probablemente tejidas con seda importada y finalmente una almohada grande, aterciopelada y blanda, rellena de extravagantes plumas de ganso y que se acoplaba perfectamente a la forma de la cabeza de aquel sujeto de cabellos castaños que recién parecía percatarse y molestarle la luz proveniente del astro mañanero.

- Ngh… – soltó un vago quejido mientras se daba vuelta, descubriendo parte de su espalda tostada.

El silencio volvió a inundar aquel lugar, sintiéndose únicamente la respiración acompasada de aquel ser.

Al encontrarse en un área más bien céntrica, rodeado de edificios, oficinas y hoteles, con escasa vegetación en las aceras, los trinos de aves o cualquier ruido de mamífero típico de los suburbios era escaso. Sólo se oían los bocinazos de los automóviles o el hablar de la gente, y a esa hora, donde el día recién despertaba, todo se encontraba en un estado casi sepulcral.

Bueno, casi.

Bip, bip, bip.

Una melodía molesta, al principio moderada pero volviéndose cada vez más aguda con el pasar de los minutos, se hizo presente.

Un gruñido irritado, proveniente de en medio de las sábanas, resonó en toda la habitación.

Con pesadez, el castaño estiró el brazo, tanteando la extensión de la cama y encontrándose sólo con la suave textura de la tela. Volvió a refunfuñar, esta vez con más molestia. Se arrastró hasta el borde del lecho y volvió a repetir la acción, buscando un mueble imaginario que evidentemente no estaba allí.

- Mierda… – murmuró malhumorado – ¿Por qué carajos no compré una mesita de noche? – habló para sí mismo, a pesar de conocer la respuesta.

Resignado, soltó un suspiro y con parsimonia, se irguió, sentándose en la cama y sobándose los ojos en un intento algo infantil de borrarse el sueño.

Cuando se encontró más despierto, miró con indiferencia hacia la ventana, era enorme y abarcaba lo que sería la pared de ese lado, ofreciéndole a cambio una vista privilegiada de la ciudad, el cielo y los otros edificios aledaños. Volvió a suspirar. El sol le lastimaba, ya que pesar de ser comienzos de otoño, el muy maldito seguía siendo potente, negándose a dejar que la temperatura se redujera a los grados entre tibios y frescos que se esperaban por esa temporada. Finalmente, después de unos cuantos segundos mirando sin ver realmente, se levantó. Una vez parado, se estiró, importándole poco o nada estar desnudo, total, que él supiera, no tenía vecinos que le pudieran espiar.

Con lentitud se encaminó hasta su escritorio, donde un odioso celular Samsung S4 seguía tocando la irritante alarma. Lo tomó y con un par de acrobacias con los dedos, lo apagó; aún era temprano, recién las seis de la mañana, pero probablemente Mikasa no tardaría en llamarlo para desearle buenos días… siempre era así.

Se palmeó la cara, quitándose los restos de adormilamiento que le quedaba y se metió en una puerta blanca que estaba un poco más allá del mueble.

Una vez dentro dio un par de pasos a su derecha, hasta quedar enfrente de un bonito lavamos blanco con detalles plateados, tomó su cepillo de dientes y depositó una buena cantidad de pasta dental. Se cepilló robóticamente, viendo su reflejo en el espejo colgante en la pared, analizándose inconscientemente. Después de unos tres minutos, cuando ya consideró sus dientes lo suficientemente limpios, se dio vuelta y metió a la regadera, tomó la pila y reguló el agua hasta que el tibio líquido cayó, empapándolo complemente. Allí estuvo otros buenos minutos, tocando los azulejos celestes con diseños blancos, como perdido en sus pensamientos, mirando fijo a la nada…

Pestañeó repentinamente cuando salió de su momentáneo estupor y suspiró. Tomó el shampoo que reposaba en un estante a un costado y echó una buena cantidad en su palma para después proceder a juntar ambas manos y llevarlas a la altura de su cabello, masajeándolo y creando espuma. Realizaba todas estas acciones como un autómata, todo producto de la costumbre… siempre había sido lo mismo, y aunque ese día fuera especial, ello no influía en sus rituales de limpieza.

- Al final… – pensó en voz alta – todos estamos atados a la rutina…

Después de enjuagar su cabello, enjabonarse bien el cuerpo y pasar la esponja por sus extremidades, se quedó un rato largo debajo del chorro de agua, dejando que, aparte de sus impurezas, el líquido arrastrase también sus ganas de morir.

No es que fuera en serio y quisiera pegarse un tiro para acabar con su vida, no, pero desde hacía aproximadamente un año, justo cuando iba en la mitad de su residencia en un hospital público, en el último paso antes de lograr su título y salir como uno de los neurocirujanos más jóvenes del país, una profunda depresión le invadió. No de esas que se notan, que se desbordan de tus poros y se hacen públicas, sino de aquellas que te matan por dentro, silenciosamente, arrebatándote las ganas de hacer algo, convirtiéndote en un robot más de la sociedad, que vive por vivir, sin sueños o esperanzas, atormentado por el aburrimiento y la monotonía del día a día.

No sabía el porqué de aquello ni tampoco lo había comentado con nadie, ni siquiera con sus amigos más íntimos: Armin y Mikasa. No, él continuó como siempre, trabajando y destacando en lo que hacía, no dejando que aquel vacío en su pecho le impidiera ser un profesional respetado ni que tampoco interfiriera en la realización de su labor… un segundo de duda podría costarle la vida a uno de sus pacientes (aunque realmente no había participado en muchas operaciones en ese lapso y cuando la hacía nunca era como médico principal, sino de respaldo), pero aún así él se lo tomaba en serio, después de todo ese era el trabajo para el cual tenía vocación… aunque no motivación en esos momentos.

Con un nuevo suspiro, salió por fin de la ducha, agarrando dos toallas del colgador al paso y enrollando una en su cintura y la otra en su cabeza.

Cuando cruzó el blanco marco y se encontró a nueva cuenta en su habitación, se dirigió hasta el armario, buscando la indumentaria apropiada para usar ese lunes, su primer día como doctor neurólogo y neurocirujano en la clínica de su padre.

A decir verdad ese no fue el futuro que se imaginó mientras estudiaba, él siempre había creído que con sus dotes y cualidades en la carrera le lloverían ofertas de empleo, cosa que fue en parte cierta, pero no de la manera que él imaginaba. Eran pocos los hospitales en esa ciudad que contaban con un área solamente especializada en la neurología y los pocos que lo hacían ya tenían sus doctores fijos, con años de experiencia; un joven genio prometedor como él, por más que tuviera la capacidad necesaria para graduarse tan prematuramente y con honores, no era rival para ancianos con hasta décadas ejerciendo la labor, por lo que sus únicas opciones eran en otras ciudades más pequeñas y alejadas o en hospitales públicos con un sueldo miserable. Él siempre había soñado con trabajar hasta en el exterior, conocer otros países, que su profesión se lo pagara… por eso quedó algo decepcionado, y al finalizar sus prácticas y ganarse oficialmente su título, aceptó la siempre presente propuesta de su padre de trabajar con él en la clínica familiar.

Suspiró nuevamente, ése se había vuelto su pasatiempo favorito cuando nadie le veía; desinflarse a suspiros.

Tomó una camisa manga corta blanca, una corbata negra y un pantalón jean del mismo color. Una tenida casual para su primer día, pues supuso que no haría mucho. Se vistió apresuradamente y salió del cuarto.

Al otro lado de la puerta se encontraba otro ventanal enorme, con una vista igual de agradable que la de su habitación. Más allá, había una enorme Tv. de plasma de unas aproximadamente 50 pulgadas y un sillón bastante amplio para dos personas, forrado en cuero negro y con almohadones de terciopelo blanco. También había dos puf al lado, uno rosa pálido y otro amarrillo bajito. En la esquina contraria a donde estaba parado el castaño, había una pequeña barra de mármol, dos asientos altos y una vitrina detrás de la barra, llena de todo tipo de licores, vasos y mezcladoras, como para preparar una amplia variedad de tragos Enfrente de ese minibar y antes de un pequeño pasillo que acababa en las escaleras al primer piso, había una mesita de caoba oscura con un bol de cerámica gris donde reposaban unas llaves. El castaño caminó hasta allí y las cogió para luego, de tres zancadas recorrer el pequeño espacio antes de las escaleras y bajar hasta la primera planta.

Su departamento constaba de dos pisos y estaba ubicado en uno de los complejos más caros de aquella ciudad, conocido por ser el ambiente propicio para la mayoría de los solteros adinerados. Los suyos eran el 11avo y 12avo piso, allá justo en la punta de aquel edificio, por sobre él sólo estaba la terraza, que era pública prácticamente, pues si uno de los inquilinos quería usarla, debía pedirla con una semana de anticipación, de lo contrario todos tenían libre acceso, ya sea para ventilarse un rato o por la hermosa vista estrellada que ofrecía en ciertas noches despejadas. A él en particular jamás le había interesado, por lo que jamás había ido; si se trataba de conquistar, bastaba con mostrarle a la damisela en cuestión su hermoso y bien cuidado Camaro negro seguido de unas palabras vacías pero "llenas de sentimiento" y ya. Esa era toda su fórmula secreta para conseguir sexo casual y sin compromisos.

Ese era otro punto que tenía en contra, nunca en sus casi 24 años de vida había logrado tener una relación seria con ninguna mujer. Nunca. No sabía por qué, ni se mortificaba por ello tampoco, sólo era algo que no se le daba y pensaba, cambiaría con el tiempo… pero luego de que esa depresión atacó, perdió cualquier esperanza o interés siquiera en buscar una pareja, se limitaba a satisfacer sus necesidades biológicas de cada tanto en tanto yendo a bares y buscando encuentros de una noche. Así sobrevivía.

Cuando volvió en sí de sus cavilaciones, se percató de que estaba en la cocina.

Sacó el celular del bolsillo de su pantalón, al parecer lo había puesto allí cuando se cambiaba, lo prendió y esperó. Marcaban las que el tiempo volaba cuando uno divagaba.

Se calentó un poco de leche y se preparó un sándwich con lo primero que encontró en su refrigerador. Su despensa estaba llena, lo cual no era para menos ya que dos veces a la semana (miércoles y domingo) Mikasa se pasaba por allí a hacer algo de aseo y proveerle de comida.

Nunca se acostumbró a esa clase de sobreprotección de parte de su "hermana", pero no se quejaba, al menos le ahorraba el hecho de tener que contratar una sirvienta, realmente no le hacía gracia que una completa extraña tocara sus cosas, peor arriesgándose a que le robaran algo; todo lo que poseía fue pagado por su padre, y aunque ese hombre jamás se lo echaría en cara, él planeaba devolverle cada cosa, departamento incluido, cuando pudiera independizarse y vivir de su propio sueldo sin ayuda, aunque fuera de manera modesta en alguna zona menos privilegiada… esa era su mayor aspiración por el momento, aunque la determinación y fuerza necesarias para ello se habían desvanecido desde esa repentina ola de monotonía y conformismo.

Con un nuevo suspiro dejó los trastos sucios en el lavaplatos y se encaminó hasta la entrada. Ese piso constaba de una cocina bastante amplia, toda el área forrada con mosaicos verde clarito con diseños en relieve de frutas distintas, una moderna cocina eléctrica de cuatro hornillas y un horno adjunto, un lavaplatos automático con una mesilla alargada de mármol, para cortar o rebanar alimentos, una alacena de madera blanca con leves toques de pintura verde pálido, en combinación con los azulejos, un refrigerador grande de dos puertas, plateado con detalles negros e hielera y finalmente un comedor mediano de fino roble, con cuatro sillas (aunque originalmente era para seis). El suelo, al igual que en el piso de arriba, era de madera lustrosa, sólo que con un diseño natural diferente.

Más allá y separado por una media pared, estaba una amplia sala de estar, con una Tv de plasma un poco más pequeña y dos sofás, de tres personas cada uno, igual forrados en cuero negro y con varios almohadones redondos de color blanco y textura suave.

También, a un costado había una silla huevo bastante grande y acolchonada junto a un estante de cuatro niveles con toda variedad de libros; se podría decir que ese era todo un "rincón de la lectura", al menos a juzgar por la apariencia.

Pero todo eso él ya lo sabía de memoria, después de todo llevaba casi tres años viviendo allí.

Tomó las llaves y antes de abrir la entrada de su "casa", se detuvo un momento. Inhalo profundo y exhalado, luego plasmó una casual sonrisa en su rostro. Abrió la puerta, cerró con cuidado y se condujo por ese estrecho pasillo hasta el elevador. Presionó el botón hasta la base e ingresó, nunca borrando esa falsa mueca de sus labios.

Una vez abajo, saludó al guardia de seguridad y siguió su camino. El hospital no estaba más que a cinco cuadras de su complejo, y como aún era muy temprano, decidió ir a pie.

Durante el transcurso del recorrido, veía sin ver, poca gente pasaba a su alrededor y el ruido proveniente de los camiones y automóviles era mínimo, sin embargo poco a poco comenzaba a surgir el bullicio propio de las grandes ciudades, más aún si se veía en el concurrido centro. Por suerte llegó antes de que todos hechos alcanzaran a molestarle.

La clínica "Jaeger" era muy conocida, no sólo por sus prestigiosos médicos y fiable atención, sino porque también era una de las más costosas. Si bien ciertamente la calidad del servicio prestado lo valía y los empleados, desde el más pequeño barredor hasta el mismo director, tenían generosos sueldos y bonificaciones, a Eren se le hacía un mal sabor de boca al pensar que, quizás, mucha otra gente enferma que realmente necesitaba la atención de especialistas calificados, no podía costearse siquiera una consulta en aquel lugar.

Suspiró nuevamente. La vida era así… injusta…

No había caminado ni un paso para dirigirse a la entrada del gran edificio blanco cuando una voz conocida lo interrumpió.

- ¡Eren! – le llamó una pelinegra con rasgos asiáticos – Tenías tu celular apagado…

- Buen día, Mikasa – saludó afable el castaño.

- Buenos días, Eren… – habló la mujer, con un ligero sonrojo en las mejillas - ¿Listo para el primer día?

El ojiverde miró de pies a cabeza a la mujer, estaba usando una sencilla blusa de botones blanca y unos pantalones sueltos del mismo color, calzaba unas bailarinas impecables y por sobre la tenida, su típica bata de doctor, abierta. Un credencial a la altura de su pecho marcaba su nombre y especialización: Mikasa Ackerman, cirujana plástica.

Pensó que en un par de minutos él también tendría que usar un uniforme y credencial similar.

- Sí… – respondió neutral luego de la corta examinación – ¿Grisha está en su oficina?

- Papá… – le corrigió la pelinegra – y sí, te está esperando.

- Hablamos luego, suerte en tu día – cortó la conversación mientras se dirigía hasta la entrada de vidrio de la clínica.

- Hasta luego, Eren – murmuró la mujer con una sonrisa apenas perceptible.

Tras cruzar el umbral, un fuerte olor a ambientador y medicamentos inundó las fosas nasales del castaño. Aspiró profundo, en realidad le gustaba ese aroma.

- ¡Eren! – llamó su atención un joven con la cabeza rapada y ojos oliva.

- ¡Oh! Hola Connie – dijo Eren acercándose a la barra de recepción – ¿Turno tan temprano?

- Hehe, si, algo así… – respondió Connie – en realidad cubro a Sasha… tú sabes, su día no comienza antes del desayuno…

- Ya veo… espero que te lo agradezca siquiera – comentó el castaño sin saber exactamente qué decir.

- Lo hará, seguramente con comida, pero lo hará… como sea, toma Eren – dijo extendiéndole una bata doblada y un credencial – ten un buen primer día.

- Gracias Connie, igualmente – replicó el ojiverde mientras tomaba ambas prendas.

Con ellas en las manos, Eren siguió su camino por aquel extenso y amplio pasillo, la oficina de su padre se encontraba al final del mismo, antes de un corredor que tenía unas cuantas habitaciones más, otros pasillos derivados y las escaleras al segundo y tercer piso, justo al lado del ascensor.

Aquella clínica contaba con tres pisos bastante grandes; en la primera planta se encontraban los consultorios de los doctores generales y especialistas, pediatra, otorrino, oculista, etc.; en el segundo nivel estaban las salas para las operaciones, eran seis y dos laboratorios, todo altamente equipado para atender toda clase de emergencias, cirugías y análisis, allí ingresaba sólo el personal autorizado; finalmente, en el tercer piso estaban las habitaciones para los internados, se separaban en distintas áreas, desde los más delicados en cuarentena hasta los que se recuperaban después de alguna intervención quirúrgica. También tenían un área especial para los pacientes con cáncer o en coma. Había igualmente un sótano, donde estaba una pequeña morgue y el estacionamiento. No era el lugar más acogedor y en general no hacían más que preparar los cadáveres para que los familiares los retiraran, no tenían siquiera un médico forense y era más que nada porque no se permitían perder ningún paciente… pero siempre hay casos que por más que se luche no se puede ganar porque o llegan en un estado terminal o son demasiado graves, por ello era necesaria la morgue. Estaba separada del estacionamiento por unas cuantas paredes y unas rejas. Claro que también tenían un parqueo afuera, al aire libre alrededor del edificio, pero era más que nada para las tres ambulancias que poseían y para los autos de los familiares o visitas. Se podría decir que el estacionamiento interno era para los vehículos de los doctores y personal.

Después de recordar todo esto, Eren se vio frente al consultorio y despacho de su padre. Llamó a la puerta con dos golpeteos y un "adelante" con tono ronco se escuchó desde adentro.

- Hola hijo – saludó el hombre de lentes cuando Eren hizo acto de presencia en la habitación.

- Grisha – respondió el castaño algo seco.

- ¿Por qué tan duro con tu padre? – preguntó con voz dolida – como sea, ¿listo para tu primer día?

- Todos me preguntan eso… ¿es que acaso hay alguna trampa oculta detrás de todo esto? ¿Es una advertencia o una amenaza? – soltó con algo de molestia el ojiverde.

- No, para nada, sólo nos preocupas – descartó inmediatamente el padre.

- ¿Por qué les preocupo? Ya soy un adulto, sé lo que hago, tengo plena confianza en mí mismo y en mis decisiones – dijo a la defensiva el joven.

- No te alteres, Eren, mejor, ven. Te presentaré con tus colegas, les advertí que llegaran temprano – y sin más el Jaeger mayor se levantó de su silla y se acercó hasta su hijo, poniendo una mano en su hombro y guiándolo al exterior.

De nuevo se internaron en esos repetitivos pasillos, su padre presentándolo a cada persona que se topaba, desde enfermeras hasta otros médicos. Eren ignoraba todo esto, respondiendo con monosílabos o su nombre, una que otra estrechada de manos, pero nunca más allá. A él no le importaban esas personas, sabía que allí trabajan Armin y Mikasa, además de Connie y Sasha, no necesitaba más conocidos aparte de ellos cuatro, era innecesario crear más lazos con cualquiera de esa gente.

Para cuando se dio cuenta, la ola de presentaciones había acabado y ahora estaban en el ascensor rumbo al tercer piso.

- Hay más, pero ya los conocerás con el pasar de los días – hablaba Grisha – ahora, hijo hay alguien especial que quiero que conozcas.

- ¿Tienes novia? – preguntó tratando de bromear pero arrepintiéndose de inmediato al ver la mirada afligida de su progenitor – Era broma… ¿a quién te refieres?

- Eren, tú sabes que desde que tu madre… – iba a empezar, pero fue cortado por el castaño.

- Lo sé… lo siento… ¿pero a quién te refieres? Me has dado curiosidad… – soltó con una sonrisa falsa pero que fue lo suficientemente real para el de lentes.

- Se trata de Hanji Zoe, ella es neurocirujana como tú – empezó a explicar el hombre – La doctora Zoe tiene un caso muy especial del cual quiere que te encargues…

- ¿A qué te refieres? ¿Caso especial? – indagó poco convencido el más joven.

- Bueno, tú sabes que aunque pocos, los casos en neurología son complejos, la doctora Zoe tiene bajo su cargo tres pacientes actualmente, pero hay uno en particular que ha pensado que sería mejor relegarte a ti – indicó seriamente Grisha.

- ¿Por qué?

- Porque ella no ha podido encontrarle una solución…

- No entiendo… ¿el paciente va a morir?

- Lamentablemente, eso parece… la doctora ha estado investigando seriamente su caso, e incluso se ha tratado de intervenir quirúrgicamente pero… bueno, mejor que ella misma te lo explique.

Sin percatarse, se habían detenido en una de las puertas del tercer piso, donde reposaban los pacientes. En medio de la madera blanca colgaba el número 135.

Con un muy suave "clic" de parte del pomo, la puerta se abrió, revelando una modesta habitación, del mismo color neutral, con costinas celestes, cerradas, dos sillones individuales y una cama personal donde reposaba el paciente.

Al comienzo, Eren no pudo ver muy bien al hombre descansando en aquel lecho, la espalda de su padre le tapaba la visión, pero en cuanto Grisha se hizo a un lado, yendo a saludar a la doctora, fue como si el tiempo se hubiera detenido.

Todo a su alrededor se volvió nada, sólo eran él y el ser durmiendo entre las sábanas.

El hombre tenía un corte militar algo disparejo, piel tersa blanquecina, quizás demasiado pálida, una nariz fina y respingada, labios delgados algo decolorados, fielmente cerrados en una línea recta. A la nariz se conectaba un tubo con dos tubitos, llevando oxígeno a sus pulmones. Bajó la vista desde aquel cuello de apariencia suave, pasando por el pecho cubierto con la bata de paciente, las cobijas que le cubrían y así hasta llegar a su mano, llena de tubos, tanto del suero que colgaba en el soporte como del monitor que mostraba su bajo ritmo cardiaco.

Su bajo ritmo cardiaco… el respirador artificial… esa área específica del tercer piso… algo no estaba cuadrando allí…

- ¿Eren? – llamó una voz algo cantarina.

El susodicho salió entonces del trance, percatándose de que no estaba solo en aquella habitación, de que había otras personas allí.

- Mi nombre es Hanji Zoe, soy tu colega – se presentó con una sonrisa una mujer de cabellos rojizos y lentes raros.

- Eren Jaeger – respondió el castaño, estrechando la mano de la doctora.

- Encantada de conocerte, espero que podamos entendernos y ayudarnos mutuamente – prosiguió la pelirroja.

- ¿Quién es él? – preguntó, directo al grano, el ojiverde.

- Bueno… es una historia algo larga… – empezó a explicar la mujer mientras que su voz perdía el entusiasmo y se bañaba con más bien melancolía – Pero en resumen él es Levi Rivaille… él…

Pero Eren sólo escuchó hasta Levi Rivaille, porque en ese momento, su vista se posó en una presencia detrás de la de lentes. Abrió los ojos sorprendido.

Allá, en uno de los sillones personales estaba sentado un hombre con las piernas y brazos cruzados, mirándolo fijamente. Era exactamente idéntico al ser que reposaba en la cama conectado a los tubos, sólo que éste tenía unos profundos y afilados ojos azul grisáceo y su rostro presentaba un poco más de color.

- ¿Quién eres? – murmuró bajito el castaño sin despegar la mirada de aquel sujeto.

- ¿Eh? – le miró confundida Hanji – Ya te dije… soy la doctora Han…

- ¡No! – chilló Eren perdiendo un poco la compostura – él… – aclaró señalando hacia el asiento.

Tanto Hanji como Grisha se voltearon confundidos hacia donde apuntaba el muchacho.

Allí, el hombre copia del paciente, lo veía impávido, sin inmutarse en cambiar aquella faceta de indiferencia que sólo quebraban sus ojos retadores.

- Eren… cariño… – susurró su padre con preocupación - ¿De qué estás hablando?

- ¡De él! – volvió a chillar, esta vez abriéndose paso por entre los dos y acercándose al sofá, dispuesto a zarandear a aquel hombre que le veía con suficiencia.

Pero en cuando trató de posar su agarre en el hombro del sujeto, su mano pasó de largo, dando de largo contra el cojín.

Trastocado, el castaño alzó la vista, topándose con aquellos orbes entre azulados y grises, buscando una respuesta lógica para lo sucedido.

- ¿Eren? – dijo su nombre esta vez la pelirroja - ¿estás bien?

- Sí… – exhaló en un apenas perceptible hilo de voz – yo… necesito ir al baño un momento – se excusó mientras retrocedía sin romper la conexión visual con aquel… ser…

Cuando chocó contra la puerta, reaccionó y con una fingida sonrisa de "todo está bien" salió de la habitación.

Una vez del otro lado, corrió por el pasillo. Ya había estado en esa clínica antes, podría decirse que gran parte de su adolescencia la pasó allí, visitando y cuidando a su madre, por lo que conocía de memoria cada cuarto y su función.

Cuando llegó a los lavabos se dirigió de manera automática hasta el lavamanos, abrió la llave y juntó una abundante cantidad de agua entre sus palmas para luego echársela de lleno al rostro.

Respiraba agitado, tanto por correr como por la excitación.

Hacía tanto que no veía uno…

Miró su reflejo en el espejo y se percató de que tenía la credencial torcida.

- Eren Jaeger – murmuró mientras la enderezaba – Neurocirujano… capaz de ver fantasmas*…

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Hola :D

Adsagresgaseaghfsasartyarav ustedes no saben la emoción que me da al final acabar éste, el prólogo por así decirlo, de esta nueva historia.

Llevaba como dos meses con la idea rondándome la mente (desde diciembre) y al fin, AL FIN, puedo traerla a las letras.

Primero que nada, no soy doctora, ni estudio medicina xD así que he tenido que investigar un poco antes de lanzarme a escribir este fic… por eso, si hay alguna cosa que como que no funca o no es lógica, lo dejen pasar D: es decir, tampoco les complicaré la vida a todas ustedes que saben menos, tanto o (ok más no xD) que yo.

Segundo, eso de los fantasmas*… bueno, Levi está en coma (por si no quedó claro) y lo que ve Eren vendría a ser algo así como su espíritu o su alma (bien ñoña)… bueno, aparte Eren igual puede ver toda clase de espíritus, hay gente así que es susceptible a esas cosas (yo no, pero ojalá) y… y… eso D;

¿Qué más? Bueno, espero poder romper el corazón de alguien c: (con mucho amorsh) y ehm, evidentemente, esto NO va a tener sepso como la gran mayoría (todos) mis otros fics tienen… éste bebé ha sido creado con el fin de romper corazones/ovarios/etc.

Y… y… eso c: para las actualizaciones ni idea (como siempre), lo único bueno que tiene este bebé es que prácticamente se escribió solo xD la inspiración está siempre presente y ahjfashtarstfagsharftyartauata *corazón gay*

Anyway, nos vamos leshendo y nuevamente, si eres doc y/o sabes de medicina, charlemos, corrígeme, dame amorsh (?) y te daré una gasheta ;D

Taus~