Bueno, en realidad este fic debería haberlo subido para el cumpleaños de Milo el pasado 8 de Noviembre... Ciertos asuntos me imposibilitaron de terminarlo, pero bueno, mejor tarde que nunca ¿No?

Elegí esta vez utilizar a Milo LoS. Quizá a demasiadas personas no les gustó la película. A mí sí. Tardé en verle el lado positivo, si soy sincera, creo que la tercera vez que la vi me dije —Bien, esto no está mal como pensaba.

Como todos, puse el grito en el cielo cuando me entere que a mi amado Escorpión lo habían reemplazado por una mujer, pero después de ver la peli, no me desagradó en lo absoluto y creo que más allá de las apariencias, conservaron muy bien la esencia que todos conocemos del buen Milo.

Este fic no tendrá más de tres capítulos, en los que abarcaré varias vivencias de Milo junto a - como no podría ser de otra manera - Camus. Espero sinceramente que disfruten de la lectura, es algo relativamente nuevo para mí.

Disclaimer: Saint Seiya no me pertenece, es propiedad de Masami Kurumada, así como Legend of Sanctuary pertenece a Toei, Bandai y Keiichi Sato respectivamente.

Y la imagen de portada pertenece a miichan-yamagusuku (pueden encontrarla en tumblr es genial ^_^)


Creo en lo mejor de mí misma.

Atenea.


Era una mujer. Sí.

Y se supone que la única mujer en el ejército que velaba por la protección y tranquilidad en la Tierra, era Athena. Nunca le importó. Tampoco se amedrentó por todas las cosas que tuvo que padecer para que reconozcan que se había ganado su lugar.

Alrededor de treinta y dos años atrás, el destino quiso que sea ella y no otro quien custodiara al Escorpión celeste, una estrella iluminó se nacimiento, bendiciéndola con la protección de la más fulgoroza estrella de la Constelación de Escorpio, dejando en perfecta conmoción al Patriarca que en sus muchos años y en los interminables escritos de la historia de la humanidad, aquellos que hablaban incluso de cuando los Dioses caminaban en la Tierra, jamás una mujer había vestido el ropaje Dorado que le correspondía al Octavo Templo del Santuario: Escorpio. Ni a ningún otro, cabe decir.

Y en medio de todo eso creció Milo, una joven que vivió con el desprecio de su maestro, quien avergonzado por tal falta de respeto, descargó en ella su furia. Si en verdad Athena había volcado sobre su alma el poder del Cosmos, le haría padecer hasta hacerlo explotar, pues no había humillación más grande para el ruin hombre, que entrenar al sexo débil.

Poco sabía ese hombre, que la mujer que tenía frente a sus ojos, no era como otras. No era la que se arrastraba y agachaba la cabeza, no era la que callaba cuando le insultaban y miraba hacia otro lado cuando la injusticia decidía aparecer. No. Milo no nació para que alguien le dijera que era menos, que no era nada, y que con sus puños, jamás lograría derribar a un oponente.

En ella había un universo, uno tan grande como el de cualquier Caballero Dorado, mucho más grande incluso que el de su maestro y así se lo hizo saber. Jamás sintió arrepentimiento alguno por arrebatarle la vida aquel día en que la Armadura por fin la reconoció como su legítima portadora, a fin de cuentas, ese era su deber y principal objetivo. Y así era ella, una mujer de libertad y poder salvaje, inaudito para las huestes de Athena, que su sola presencia destilaba riesgo, peligro.

Ella era una guerrera... Un Caballero de Oro. Pese a quien le pese. Y jamás dejaría que nadie le permitiera bajar la guardia. Porque se sabía a sí misma una mujer de cabeza fría, lo suficiente para mantener la calma sea la situación que fuere, que nada ya podía llegar a quebrantarla y desterrarla de su círculo de inalterabilidad y sobre todo porque tenía la increíble facilidad de llevar cualquier situación a su terreno, una palabra aquí, una palabra allá, y la devastación era total y ahí no dudaba, no vacilaba y sus ojos brillaban, y sus enemigos temían... Milo estiraba su dedo y el veneno hacía el resto.

En ella, sus acciones y sus emociones estaban genuinamente sincronizadas. Como un reloj que sabía cuándo, cómo y dónde atacar.

Sí. Todo eso era ella.

Hasta que llegó al santuario y conoció a su talón de Aquiles.

Aquel Santo por el que su corazón terminaba desactivando su lado tosco. Ella era así, a fin de cuentas había sido criada y educada como un hombre más, nadie esperaba que fuera atenta, cariñosa o educada a la hora de entablar alguna conversación, algún entrenamiento o siquiera una cena con sus compañeros, todo su carácter la había orillado poco a poco a inmiscuirse con el resto de sus camaradas, y todos dejaron de verla como un par de tetas que conseguir, o una follada fortuita. Todos, menos uno.

Y no es que para Camus, Milo representaba solamente una follada y un par de tetas, no. El francés no era especialmente un hombre romántico, conversador, siquiera interesado en entablar relación con sus compañeros. En él había misterio, gallardía y sobre todo, frialdad.

Entonces, ¿cómo en todo el desinterés que le generaban sus compañeros, pudo deslumbrar algo más en la Arconte de Escoprio? Que no era sólo el hecho de ser una mujer. Las había más hermosas seguramente, mejores dotadas, más... femeninas. Y sin embargo ante sus hechizados ojos, esa aguerrida mujer, le parecía igual a la Venus que hallaran en la isla que llevaba – a mucha honra – en su nombre.

¿Cuántos años tenían por ese entonces? ¿Diecisiete, dieciocho?

Y ante los ojos de todos, quienes no entendían como un hombre de la estirpe de Camus podía entablar una amistad con aquella bruta, ellos se hicieron fuertes.

Le dolía ¡Mucho! no soportaba escuchar que ella no podía estar a la altura de Camus, que jamás la miraría con otros ojos que no sea de amistad y los más despiadados se aventuraban a decir que de lástima. Entonces callaba, y se tragaba todo lo que comenzaba a sentir por el galo, mientras sonreía y desafiaba a las burlas, cuando de pronto era ella quien le arrebataba una sonrisa al adusto hombre. Y lo amaba más, si se podía.

»¿No has escuchado de la nueva amante de Camus? Una doncella de Francia, de una familia distinguida...

El corazón pareció hacerse jirones dentro de su pecho, mientras levantaba una ceja y disimulaba con maestría. Camus había partido hacía una semana a una misión, justamente en su patria. Apretó los puños, y descargó su furia con el primer imbécil que tenía enfrente – para desgracia de uno y regocijo de ella – era DeathMask. Bien merecido se lo tenía por decir semejantes sandeces.

¿Y qué si su amigo deseaba una amante? A ella no le correspondía entrometerse entre los sentimientos del hombre, que en desgracia, amaba. Nunca hablaron de ello, tal vez considerando que en personas como ellos, esos sentimientos iban sobrando, que al decidir, al aceptar el destino de un Santo, debían despojarse de los sueños que el común de la gente tenía. El de una familia, un esposo, una esposa... hijos. Pero tampoco estaba prohibido, simplemente lo evitaban, convencidos que siendo Santos, la muerte llegaría más temprano que tarde.

Enamorarse no estaba prohibido.

Esa noche, fue la primera de las que le siguieron en soledad, que lloró. Se abrazó a sí misma en la soledad de su habitación, donde tenía la suficiente privacidad para dejarse mostrar como la joven de corazón roto que era. Lloró imaginándose en esos momentos al Santo de Acuario, cortejando a una esplendida mujer, de cabellos largos, quizá rubios, de ojos celestes, de curvas prominentes, de pechos y trasero perfectos, con un lenguaje y modales dignos de una Duquesa (y una zorra en la cama). Sí, seguramente esa era la clase de mujer que merecía Camus, la clase de mujer que cualquiera quisiera. No a ella, que era bonita, tenía finos rasgos en su rostro, unos ojos particulares y atrayentes, o eso le había dicho el galo en alguna ocasión... pero nada más. Y se sintió torpe, inculta, marimacho.

Horrible.

—Alguien no ha dormido bien—.Fue el comentario que escuchó apenas y pisó la arena del Coliseo.

Había reconocido la voz de Shura. El español que no disimulaba su interés por ella, y si fuera porque su corazón se empecinaba en amar a Camus – porque ese era otro de sus problemas, a Milo jamás le gustó perder – tal vez, y podría haberse fijado en el de Capricornio. Quizá comenzar una relación y experimentar lo que era sentirse amada. Porque Camus la quería, pero ella deseaba que la amara.

—He tenido noches peores—fue su huraño comentario—.Anda, ayúdame a quitarme este fastidio español—sonrió mientras tomaba su conocida postura de combate, y se enfrascaba en un entrenamiento con Shura.

Necesitaba dejar de pensar en Camus y su supuesta amante. Y sólo el combate lo hacía, cuando Milo se enfrentaba a un enemigo o simplemente entrenaba, dejaba escapar su verdadera naturaleza, y liberaba su felicidad, esa que la adrenalina de vencer a cualquier oponente que tuviera enfrente le provocaba, de sentirse invencible y respetada.


Sus ojos no se despegaron de la menuda figura que batallaba en la arena. Le pareció que Milo estaba distinta, que sus golpes eran más bruscos, incluso furiosos. Tomó asiento cerca del joven Santo de Leo.

—Buen día Camus—dijo el griego apenas notó su presencia.

—Buen día—saludó lacónico.

Aioria, que nunca supo cómo dirigirse hacia ese parco hombre, optó por un asentamiento de cabeza para dar por concluida la conversación.

¿Qué le sucedía a Milo?

Había notado que sus ojos brillaban de una manera irreconocible. Y no podía equivocarse, no con ella. Era tristeza, sus ojos estaban impregnados en una amargura que nunca le había visto antes. Deseaba con todas sus fuerzas que el entrenamiento concluyera para arrastrarla lejos de todos y preguntarle que le sucedía. Abrazarla. Quería abrazarla.

Y mucho más.

No previno lo que sucedería, no se imaginaba que Milo lo esquivaría, que pasaría a su lado como si de un montículo de rocas sin vida se tratase. Y tragándose el orgullo, le siguió los paso, caminó de prisa hasta adentrarse en el Templo de Escorpio, sin anunciarse, y la interceptó justo antes de que le cerrara la puerta de su habitación en la cara. Ingresó al cuarto, mientras ella la daba la espalda.

—¿Qué sucede?—preguntó acercándose unos pasos—Milo.

Milo suspiró mientras el nudo se formaba dentro de su gargantas impidiéndole el hablar. Quería gritarle lo ingrato que era, pero se sentía incapaz de reclamar algo que nunca había comenzado siquiera. Se giró para enfrentar al francés. Camus la observaba expectante, y notó que estaba ansioso, preocupado por sus acciones.

Y recordó quien era, y recordó que a ella, Milo de Escorpio no le gustaba perder, mucho menos sin haber luchado siquiera, sin haber entregado todas sus fuerzas y haber agotado todas sus posibilidades. Y quería a Camus, lo deseaba como hombre, ansiaba que la besara, que perdiera el respeto que le tenía y le arrancara la ropa, mientras le decía cuánto la deseaba. Quería que le hiciera el amor, quería entregarle todo a ese hombre... ser la zorra vestida de Duquesa.

Pero por supuesto que deseaba que Camus también fuera suyo, que nadie más besara lo que a ella le pertenecía. Deseaba una relación con el Santo de Acuario.

Y se lo dijo;

—Te amo, Camus... maldito tú que me arrebatas mi corazón y andas por el mundo con tu belleza, sin siquiera notar que te deseo como a nadie.

Apretó sus puños mientras sus ojos, ya de manera irreversible, comenzaban a largar esas lágrimas mitad frustración y mitad temor a no ser correspondida de la manera en que anhelaba.

Camus contuvo por un segundo el aliento. Quizá dos. Y después relajó sus músculos, mientras acortaba la distancia entre ambos y la abrazaba por fin. La arropaba entre sus largos brazos, mientras Milo hundía el rostro en su pecho y lloraba, aferrándose a su cintura.

Qué criatura más perfecta. Una mezcla exquisita de valor y belleza. De mujer y guerrero. Fuerte e implacable con los demás y frágil y cariñosa entre sus brazos ¡Y qué bien se sentía ser amado por ella! ¡Y qué bien se sentía la felicidad! Sonrió y acarició esos cabellos que alguna vez fueron largos, pero ahora no llegaban más allá de sus hombros.

Camus la apartó con suavidad, sintiéndose conmovido con la huidiza mirada de la griega. tomó su rostro, fino y tostado.

—Qué los Dioses sean testigos de que mi felicidad hoy por fin tiene nombre.

—Camus...

El francés siempre hablaba de una manera poética, algo que le encantaba si era sincera.

—Milo, no llores, no me había atrevido a confesar mi amor por ti, temiendo que lo tomaras como una falta de respeto... no sé muy bien cómo expresarme—sonrió—; pero espero que con esto puedas entender lo que con palabras no logro explicar...

Juntó sus labios, por primera vez. Diecinueve tenía él. Dieciocho ella.

La pequeña y roja boca de la griega recibió el beso y Milo cerró sus ojos ante todo el mareo de emociones que le produjo. Se dejó llevar, enseñar mientras disfrutaba de los increíblemente suaves labios de Camus y se elevó un poco más para colgarse de su cuello, y dejar que los brazos del francés le rodearan con ternura la cintura. Se apretó al cuerpo del joven, mientras sentía a su atrevida lengua juguetear con su par.

Fue Camus quien dio por concluido el beso, mientras recostaba su rostro en el espacio entre su hombro y cuello. Y el olor lo embriagó. Milo ya se había olvidado de la perfecta amante de Camus. No existía, de eso estaba segura.

—Disculpa por lo de hoy, te extrañé mucho y DeathMask había estado diciendo que te fuiste para cortejar a una mujer en Francia...

Camus largó una suave carcajada mientras la apresaba una vez más entre sus brazos y besando su cuello cariñosamente. Descubrió que le gustaba esa faceta celosa e infantil de su compañera.

—Fui a Francia por orden del Patriarca. En realidad debía reunirme con mi maestro, en unos años más comenzaré a entrenar a unos niños aspirantes a la Armadura de Cisne.

—¿Entonces no hay amante?

—Sí que la hay—dijo risueño y antes de que Milo lo golpeara se apresuró a terminar su frase—.Es una muchachita bastante impulsiva, de sangre caliente e increíblemente bella, se llama Milo, una griega que le patea el culo a cuanto hombre se le cruce enfrente.

Milo rió, era contadas las veces que había escuchado a Camus hablar tan suelto y hasta chabacano y era genial. No encontraba otra palabra.

—Creo que sabes que me vengaré por todas estas noches de angustia, maldito francés—dijo con desenfado.

—Permíteme compensarlo entonces.

Claro que Camus no tenía prisa, y tampoco quería llevar las cosas tan vertiginosamente. Pero no estaba mal por ese día, deleitarse en el cuerpo – aun si esta cubierto con sus atavíos – de Milo. Tendrían muchos días para conocerse en intimidad.


Notas: Y, ¿qué les pareció? Espero sinceramente que haya sido de su agrado.

Trataré de traer rápido la continuación. Sé que estoy atrasadísima con las actualizaciones de mis fics, pero espero que en cuanto algunos asuntos me suelten un poco, tenga el tiempo para ponerme al día.

Sin más, muchas gracias por leer. Será hasta el próximo capítulo.