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HARRY POTTER CONTRA EL CRÍMEN: LOS BUCANEROS MÁGICOS

Preludio

Punta Handfast. Dorset. Reino Unido.

Algie se inclinó ostentosamente hacia delante víctima de una nueva cabezada. La culpa era del sol, que templaba el ambiente asomando cada poco entre las nubes blancas. El mar, de un impenetrable gris, se mecía suavemente al son de aquella brisa de primavera mientras el sedal, tenso, parecía mas bien una eterna aguja que se introdujera por la piel del océano hasta las profundidades mas ignotas.

Le gustaba aquel lugar para instalar su vieja tumbona y lanzar su aparejo de pesca, horas por delante en aquel remanso, sin importar realmente que picaran. Además, aquella costa plagada de pequeños fósiles, era un lugar que había conocido la magia. El viejo Algie podía sentirlo en sus huesos, igual que notaba los cambios de tiempo en la rodilla mala, la que se quebró aquel día en que corría, varita en ristre, tras su cuñada Augusta para defender el castillo de Hogwarts de aquel chiflado y sus huestes... ¿Cómo se llamaba? Ya ni se acordaba. Cosas de la senilidad...

Algie suspiró. Comprobó que la caña seguía intacta. Se pasó la lengua por los labios resecos y un pañuelo por las comisuras y volvió a colocarse el sombrero, presto a echar otro sueño. Ya empezaba a amodorrarse cuando el suelo comenzó a temblar. Al principio hizo caso omiso, pensando quizás que se trataba de un pequeño seísmo. O unos Inefables haciendo quién sabe qué cosas en las proximidades. Pero cuando la ola lo cubrió por completo no pudo evitar dar un salto impropio de sus ciento diez años.

-¡Por las barbas de Merlín! ¿Pero qué...?

Algie se quedó de pie, con los ojos abiertos como platos y paralizado por la impresión. Hasta la fecha había creído que las historias que se contaban sobre las rocas, conocidas como Old Harry, eran rumores sin fundamento. Viejas historias de brujos de mala muerte para aterrorizar incautos en antros como el Cabeza de Puerco. O cuentos para asustar a los niños.

Cualquier otro se habría Desaparecido antes de que el pasillo evanescente entre los dos pilares se hubiera abierto por completo. Pero Algie era un Gryffindor, así que permaneció clavado en aquel lugar, la caña perdida entre la hierba y la varita en ristre, blandiéndola con un ligero temblor fruto de la edad, presto a hacer frente a lo que saliera por aquella enorme boca mágica.

Tragó saliva cuando alcanzó a percibir una sombra enorme, blanca y verde, aproximándose amenazadora hacia el exterior. ¿Sería un dragón? Apretó aún mas fuerte su varita y se inclinó un poco, reminiscencias y vestigios de viejas formalidades duelísticas, de moda a principios del siglo XX, cuando no era mas que un pipiolo dispuesto a comerse el mundo.

Y ya estaba presto a lanzar el primer hechizo cuando la "cosa" traspasó con estrépito y otra enorme oleada el canal dejándolo, literalmente, sin palabras.