Advertencia: Reinado de Nyo's y 2P's.

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Are You Dead Yet? – Children of Bodom

Enemigo, mírame bien.

Erradica lo que siempre serás.

Carne contaminada, alma contaminada.

Contemplo a través de un espejo.

Lanza un golpe; fragmentos sangran en el suelo. Me destrozan, pero ya no importa.

Debo lamentarme, o debo preguntarme…

¿Estás muerto ya?

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Febrero, 2012

Llovía, con el cielo nublado y gris, sin que pareciera que el agua fuera a dejar de caer pronto. El ambiente no animaba el panorama del hospital principal de la ciudad. Dentro, junto a la recepción, se encontraba el lugar de una joven enfermera, de cabello rubio casi plateado, rostro amable, y figura muy bien formada, destacando su muy prominente busto. Se encontraba arreglando unos papeles, cuando una voz familiar la llamó alegremente.

—Hola Katy~

—¡Eli! Hola… te perdiste de algunas cosas —Dijo Yekaterina, sonriéndole ligeramente.

—Eso me pasa por cambiar de turno —Respondió Elizaveta, reacomodando sus cosas para ponerse en su lugar— ¿Qué ha pasado?

—No sé bien qué decirte...

—Anda, tu cuenta, lo que sea —Sonrió Eli, sentándose a su lado.

—No sé si lo hayas escuchado ya… ¿recuerdas a los Kirkland?

—Ah… ¿los rubios con lindas cejas? ¿Los que hablan con el aire, y de los que el señor había venido por violencia familiar? —Dijo la pelicastaña algo divertida.

Sin embargo, Yekaterina perdió la sonrisa, y apartó la mirada levemente.

—Bueno… ahora ya no vino solo uno a quedarse, toda la familia vino a parar aquí.

—¿Eh? —Elizaveta la miró— ¿Qué les pasó?

—Tuvieron un accidente automovilístico.

—Ay…

Las dos mujeres intercambiaron una mirada entre compasiva y preocupada. La familia llevaba mucho tiempo pasando por ahí, por una razón o por otra, y no podían evitar sentirse mal por ellos. Pero ninguna dijo nada más, cuando alguien se les acercó a preguntar por una habitación, a lo que Yekaterina respondió de la manera más amable posible. Segundos después, el teléfono sonó, y Elizaveta contestó, un poco menos cordial como le era usual:

—Hospital de Gaillimh, ¿en qué puedo servirle?

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Septiembre, 2014

—¿Lista, Alice?

—Si —Masculló la joven rubia, intentando cerrar el cierre de su mochila.

El maullido de un gato interrumpía su concentración, cierta mascota echada en la alfombra maullando penosamente al restregarse contra una bolsa llena de juguetes. Parecía que iba a aventarse dentro en cualquier momento.

—Cállate, por el amor de Dios —Soltó Alice, girándose para mirar al gato con reproche— Papá, ¿y Arthur?

—Que observadora me saliste, hija, si salió hace como dos minutos —Contestó el hombre, pintando en un lienzo bastante vacío aun. De no haber sido por el par de ojos azules, el rostro aun estaría vacío.

—Oh, demonios… es cierto —Dijo Alice, mirando un reloj colgado en la pared— Me voy… nos vemos. Y por favor, no olvides darle el desparasitante a Cejitas.

El gato maulló más ante la mención de su nombre.

—Si, como no —Rió ligeramente el señor Kirkand— ¡Que te vaya bien! Ah, y no tienes que ir tan rápido, por cierto; aún tienes tiempo de sobra.

—Lo dice quien llega tarde a todos lados —Rebatió Alice, abriendo la puerta principal.

—Hmnn —Peter iba saliendo de la cocina, con la boca llena de tostadas— O fuede ser que Arthrr y tú thean un par de ethtirados.

—Buen punto —Comentó el padre— Está de pensarse, ¿no crees?

—Olvídalo, papá —Alice negó con la cabeza, mirando mal a Peter con sus ojos verdes bien entornados— Primero acaba de desayunar, pareces el monstruo come galletas.

Peter medio contestó algo, y le sacó la lengua después de tragar la bola de comida. Alice, cerciorándose de que nadie la veía, le sacó la lengua igualmente; y salió de la casa. Resopló ligeramente, comenzando a andar hacía lo que sería su nueva escuela.

Las calles estaban bien cuidadas, y el día hubiera sido perfecto, alegre y todo, de no ser por qué estaba nublado.

Iba pensando en todo y en nada, distraídamente. Se sentía un poco alicaída, quizá por los nervios del primer día, aunque solo estaban ahí de casualidad. La escuela, por fortuna, no quedaba demasiado lejos. Sin embargo, mientras andaba, se desvío por una calle que no recordaba, distraída como estaba. Pero le pareció ligeramente familiar, y siguió. No era de extrañarse; ya había estado ahí antes, solo que había tenido un accidente peligroso, y no había podido incorporarse a la escuela a tiempo. Por lo tanto, tampoco había tenido tiempo de revisar más que un poco las calles.

Empezaba a temer perderse, cuando vio algo que le hizo detenerse.

Un cementerio.

¿Por qué llamó su atención? No sabía. Tal vez sonara mal decirlo así, pero simplemente le dieron unas repentinas ganas de caminar por la blanda hierba, y explorar un poco. Acercarse. A pesar de la tétrica bruma que se estaba formando alrededor. En realidad después de eso se le quitaron las ganas. Pero mientras escudriñaba las tumbas desde su sitio, ya a punto de irse, algo captó su atención. Su corazón dio un brinco, y luego se paralizó.

Una figura se movía entre las lápidas.

Segundos después, se calmó al ver que, al parecer, no se trataba de ninguna aparición. Era solo un joven. ¿O un viejo, de aspecto juvenil? En fin, no era muy buena idea juzgar la edad de nadie por su espalda, así que Alice se dispuso a alejarse de ahí. Se dio la vuelta, y había avanzado un poco, cuando se percató de que tenía una mirada encima, que casi le produjo un escalofrío. Giró únicamente la cabeza, perpleja, solo para volver a ver la misma espalda, inmóvil como estatua, y nadie más. Ladeó la cabeza, confusa, y se decidió a alejarse lo más posible.

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Cuando llegó a su salón, esperaba que pasara la típica situación en la que el maestro dice "Chicos, este es tal, y no pudo venir hasta ahora por que bla bla, y ahora está aquí, y sufrirá con ustedes el resto del año, así que bla bla bla a quien le importa, empecemos la maldita clase". Así que cuando la situación real se presentó, no supo si sorprenderse más por:

a) Conocer a la maestra, y darse cuenta de que era sumamente joven, y de aspecto muy dulce

b) Que nadie le dijera "Hola" ni cuando lo pidió la amable maestra

c) Que nadie la mirara, y mucho menos le hablara. Literalmente, nadie.

El resto de la clase se fue muy lentamente. Cuando la clase terminó la maestra se dirigió a ella. Lilli Vogel sonrió con un claro dejo de tristeza al despedirse de ella, y le dijo algo que parecía salido de, justamente, un cuento:

—Alicia en el País de las Maravillas es un cuento muy bonito, ¿verdad…? Todo tiene su razón de ser… incluso si no lo comprendes. Así que, por favor, pase lo que pase, se fuerte. …De ser posible, no me odies, y tampoco a tus compañeros. Aún más importante, no le hables a él. Es malo. ¿Entiendes… Alice?

Ella, atónita, fue incapaz de hacer algo más que asentir. Su nueva maestra suspiró, y salió del salón. Alice no olvidaría nunca aquellas palabras.

Serían el preámbulo de las tragedias que estaba a punto de presenciar y de ocurrirle.

Pero no, ni si quiera eso:

Su sentencia ya había comenzado desde antes.

.

—¡Estoy en casa! —Anunció Alice, limpiándose los zapatos en el tapete de Welcome antes de entrar.

—¡Buenas, hija! —Saludó su padre, escondiendo rápidamente algo bajo la mesa.

—No creas que no he visto eso —Replicó Alice, aproximándose a la mesa para tomar el periódico.

—Ah, bueno; menos mal —Dijo el señor Kirkland, sacando la botella de ron que acababa de ocultar y dándole un buen sorbo— Deberías echarle un vistazo a eso; Bryan ha salido bastante guapo. Bueno, creo que es Bryan.

—Muy gracioso —Alice se quedó mirando una foto que aparecía en el periódico, leyendo el artículo— Me alegro mucho por él. Pero, me ha nacido la pregunta de repente… ¿Por qué tuviste tantos hijos? —Preguntó, viendo la foto en la que aparecía uno de sus varios hermanos mayores recibiendo una medalla.

Su padre dejó la botella momentáneamente.

—Supongo que por qué es divertido hacerlos.

—Ya, ¿en serio? ¿Y mantenerlos?

—Pues eso no es tan divertido —Sonrió viendo la expresión de su hija, y tomó la delicada mano que sostenía el periódico con una de las suyas, en la que no traía la botella— Vamos, cariño, sabes que no hablo en serio.

—Tengo mis dudas —murmuró ella, antes de ser atrapada en un fuerte abrazo de oso-quebrantahuesos— Ay, papá, duele… oye, ¿y Peter? ¿No debería haber llegado ya?

—Se ha ido a casa de un compañerito —Rió— Tan pronto y ya haciendo migas.

En ese momento, la puerta de entrada se abrió, y Arthur entró, con cara de pocos amigos.

El señor Kirkland soltó del abrazo a su hija, y ambos se giraron para ver al recién llegado.

—Bienvenido —Saludó Alice, sonriendo incómodamente, y zafándose poco a poco de los grandes brazos que la aprisionaban (cariñosamente)

—¿Qué tal? —Dijo el patriarca, viendo como Arthur soltaba un gruñido.

—Fatal. Me ha detenido un idiota a la salida, y me ha manchado el sombrero de barro.

—No se le nota —Dijo el señor Kirkland— De cualquier forma, ya es color ca-

—Iba a esperarte a la salida, pero no te vi ni asomarte —Explicó Alice, interrumpiéndole a tiempo.

—Lo siento. No sucederá de nuevo. Odio a los yankies —Suspiró Arthur, encaminándose a las escaleras— Se creen que lo saben todo… ah, y creo que es de tu salón, Alice.

—¿Ah, sí? —Dijo ella. No quiso añadir que nadie en el salón le había dirigido la palabra ni por error. Y aun se preguntaba qué demonios significarían las palabras de la maestra.

"¿Pase lo que pase, se fuerte?" "¿No me odies, ni a mí, ni a tus compañeros…?" "¿Él?" ¿Qué rayos está mal en esta gente?

Lo viera como lo viera, las cosas no estaban tomando un buen rumbo.

.

Los siguientes días fueron un ciclo interminable para la desdichada Alice. Había perdido la cuenta de cuantas veces había intentado hablar con alguien de su salón. ¡Ni la maestra respondía! Era como si simplemente no estuviera. Llegó a preguntarse si no sería invisible. ¿A eso se refería la maestra con "no nos odies"? Aparentemente, así era. Pero esa no era la pregunta. La pregunta era, ¿Por qué diablos la ignoraban?

Afortunadamente, al pasar los días se percató de algo que podría darle una posible respuesta. Ocasionalmente un chico se unía a la clase, en completo silencio, sin un saludo. Sin saber la razón, llamó la atención de Alice: Le pareció familiar, como si lo hubiera visto en alguna ocasión y no lograra recordarlo. Era molesto no acordarse de dónde.

Pero era curioso que nadie del salón lo saludara. Como si tuviera un aura que lo alejara de los demás por default.

Como si no estuviera ahí. Como ella.

Alice era la única que le prestaba atención, curiosa. El inexpresivo joven, que se veía quizá un poco más grande que los demás, se sentaba en una esquina apartada, prácticamente al fondo, en un desgatado pupitre. No se movía de ahí, hasta la salida, y, a veces, en el receso. Los días en los que esto pasaba, nadie le hablaba tampoco. Alice no se atrevía a intentarlo aún, pero se moría de ganas de hacerlo. Solo necesitaba un pequeño impulso. Lo que fue la gota que colmó el vaso fue cuando accidentalmente escuchó la conversación entre un par de compañeras, hablando de "el chico extraño, el solitario". Pudo su curiosidad al sospechar de quien hablaban, y se detuvo antes de salir del salón, en silencio. Hasta se dio el lujo de asomar los ojos por el pasillo en cierto momento.

—…Por eso nadie le habla —Alcanzó a escuchar que decía una chica de su salón quedamente, con una sonrisa felina. Hablaba con otra chica, que contestó con sonrisa era igualmente felina.

La diferencia era que la que había hablado primero le ponía a Alice la carne de gallina, y la otra no.

—Podemos decir que es por eso. Pero… —Y al decir eso, su sonrisa desapareció, dando paso a una verdadera expresión tristona— Sabemos que no es así. No en nuestro salón.

—Calla, querida, es tabú mencionar eso en estos lares —La primera, de rasgos orientales, se giró al sentir una mirada. Alice se escondió a tiempo. Pero al volver a asomarse, se sintió un tanto perturbada al mirar desde su lugar los ojos de la primera chica. Un par de orbes rojo sangre, que no tenían pinta de pupilentes. Por fortuna, no volvió a mirar hacia allá, y le ahorró pasar vergüenza a la inglesa, que esperó a que se fueran para salir disimuladamente.

Al llegar al exterior, descubrió que lloviznaba. Arthur estaba esperándole, y se fueron juntos a casa. Charlaron un poco en el camino, pero la cabeza de Alice estaba en otra parte.

Ya lo había decidido; tenía que descubrir por qué el inexplicable desprecio de sus compañeros hacia ella.

Y para hacerlo, tenía que hablar con el otro marginado.

.

Sus planes se vieron un tanto frustrados, cuando notó que el-único-compañero-de-su-mismo-dolor no aparecía. Impaciente, Alice rumiaba las lecciones como podía, dado que no podía acudir a nadie para preguntarle, si llegaba a tener alguna duda. Bueno, sí; jamás había sido tan asidua de google.

Ya la siguiente semana de clases, cuando Alice, que iba por los pasillos cargando un montón de copias, chocó con una alta y algo voluptuosa figura, que casi le hace tirar lo que cargaba.

—¡Hey-!

—Hey —Dijo una conocida voz de mezzo soprano, que acalló a Alice rápidamente— Cuidado con eso.

Alice rodó los ojos, viendo de mala manera a la pelirroja.

—Podrías fijarte por donde caminas.

—Eso mismo podría decirte yo a ti —Contestó ella— Vaya formas de contestar a tu hermana mayor.

—Alison —Gruño la menor— Hoy no es un buen día.

—¿Desde cuándo tú tienes buenos días?

—¿Sabes qué? ¿Qué tal si te-?

—Tranquilízate, hermanita. Solo jugaba —Pero su sonrisa indicaba lo contrario a sus palabras— ¿Cómo está Peter, por cierto?

Alice la miró, confusa.

—¿Huh…? ¿Por qué? Está perfectamente, igual de activo y molesto que siempre.

—Bueno, es que hace rato que no voy a la casa —Contestó Alison, pensativa— Y como no te habías quejado de él aun, pensé que a lo mejor estabas siendo decente con él por qué estaba enfermo, algo.

—No soy tan mala —Rezongó Alice— He madurado.

Alison puso esa expresión de típica expresión de hermana mayor que significa "Como si fuera creerte, enana"

—Mira, estoy algo ocupada, ¿sí? Ya me voy; si no eres un tipo solitario, callado, y marginado, de cabello castaño rojizo en una coleta, no tengo mucho tiempo para hablar contigo.

Le dio la vuelta a su hermana mayor, decepcionada consigo misma, temiendo que el chico pudiera ya haberse dado de baja, cuando Alison le habló, con cierto tono de sorpresa y sospecha:

—¿Te refieres al español?

Eso indudablemente captó la atención de Alice.

—¿Es español? —Se giró, olvidándose por un momento hasta de lo que iba a hacer— Es decir, ¿Sabes quién es? ¿Lo conoces?

—¿Por qué? —Alison la miró escrutadoramente, con las cejas bien arqueadas, y una sonrisita burlona se formó en su rostro— ¿Te gusta?

—¡No! Por supuesto que no —Un leve rubor tiñó su rostro, mientras se esforzaba por fruncir el ceño furiosamente— Pero necesito hablar con él, de verdad. ¡Lo digo en serio!

Su seriedad medio logró apaciguar un poco a la pelirroja, pese a que aún le estaba mirando con sospecha.

—No sé por qué habrías de hablar con alguien como él. No te conviene.

—Te digo que no es por eso, dime, ¿sabes si va a seguir viniendo?

—Tendría que —Respondió ella, volviendo a alzar una ceja— Ya va dos años atrasado.

—¿Dos años? —Las sorpresas no dejaban de venir.

—Sí. Es el único que tiene diecinueve de por aquí.

—Por Dios, ¿Cómo haces para enterarte de todo eso?

Alison miró por encima del hombro de la menor, y le dio unas palmaditas en la cabeza, despeinándola, y dándole la vuelta.

—Solo soy una asistente de un maestro, pero me entero de muchas cosas. Me hablan, tengo que irme. Yo si trabajo —Sonrió, viendo como Alice intentaba alisarse el cabello nuevamente.

—Como digas —Repuso ella secamente— Gracias.

—Estudia —Se despidió la mayor, haciendo un signo de paz con los dedos al alejarse.

—Eso hago —Replicó la rubia, viéndola cruzar la puerta del salón en el que era ayudante. Se quedó de pie en el mismo sitio unos momentos, antes de bajar las escaleras. Al menos tenía la certeza —o, al menos, la esperanza— de que su única fuente de respuestas iba a regresar en algún momento dado.

Mientras bajaba las escaleras, el viento le revolvió los cabellos, de forma similar a su hermana.

No le gustó nada el notar que no había ni una sola ventana abierta, y se apresuró a salir del edificio.

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Gaillimh: Galway. Ciudad costera al oeste de Irlanda, ubicada en el condado de mismo nombre. Conocida por su ambiente bohemio, irónicamente.

Personajes poco usuales, merecían protagonizar algo por una vez.