Disclaimer: El universo de Haikyuu le pertenece a Furudate Haruichi.


A pesar de su personalidad agria un tanto retorcida, a Tsukishima le gustaba la comida dulce; no sólo por su sabor sino también por el aroma tan agradable que tenía cualquier panqué o pedazo de tarta. Le encantaba. No en exceso, pero sí lo suficiente para ser su favorita.

En su lonchera siempre iba asegurado un pudín para después del almuerzo en la escuela. Siempre tenía algún chicle o bombón con centro de jalea de fresas deliberadamente guardado en el bolsillo derecho de su pantalón, listo para cualquier sensación de antojo. Y era casi una ley que la nevera guardara porciones separadas de torta estrictamente exclusivas para la persona cuyo nombre estuviera escrito en la envoltura de cada una.

Si alguien tocaba alguna que no le pertenecía, la de Kei por ejemplo, quién sabe qué clase de monstruo sería liberado.

Así que su primer beso había tenido el sabor del algodón de azúcar que sostenía en la mano a medio comer, mientras observaba el pequeño escenario donde varias chicas con maquillaje de geisha y kimonos muy elaborados hacían un bonito espectáculo de baile, en aquella feria local a la que lo había ido a acompañar Kuroo en Miyagi.

Kuroo lo había llamado por su nombre, celoso de que sus ojos estuvieran viendo hacia otra parte tanto tiempo, y Kei se giró con la boca entreabierta para darle espacio a un bocado más de algodón que terminó siendo reemplazado por la lengua de Kuroo. No la sintió fuera de su boca hasta que el otro se hubo encargado de retirarle hasta el más mínimo rastro de dulce entre sus dientes y lo vio relamerse antes de guardar aquella lengua nuevamente entre sus labios.

Los tambores dejaron de sonar y la gente soltó los aplausos cuando Tsukishima decidió que no era un delito un beso más.

También en la segunda ocasión que se quedaba en casa de Kuroo, esa noche los dejaban solos hasta las 2am que avisó la madre del pelinegro que regresaría de su turno en la farmacia donde trabajaba. Tiempo suficiente para que ambos acordaran que (por fin) descubrirían cómo era tener sexo con el otro.

Lo que Tsukishima no se esperó fue que al salir de la ducha y entrara de nuevo en la habitación Kuroo lo estuviera esperando desnudo, con una sonrisa guasona y el olor dulzón de la crema batida viniendo de sus pezones. Éste agarró la sábana que lo cubría desde la cintura y la alzó sin destaparse.

— Adivina qué hay debajo.

El tic que atacó la fina ceja del rubio no fue suficiente para convencer a Kuroo de que esa no era una idea tan buena. Quizás lo que le hizo sospechar un poco aparte de la sonrisa claramente fingida de Kei, fueron esos afilados dientes que casi lo dejan sexualmente inútil.