NUNCA

Que sí. Que no. Que bueno.

Que tal vez luego. Que ya llegará.

Que algún día.

Nunca.

Una sentencia que se materializó y cobró vida propia en esa vida que le quitaron de las manos. Una condena que sintió injusta. Porque ella se lo merecía. Tras esperar tanto tiempo, tras intentarlo tanto, tras tantas peleas...

Su mayor deseo, otra vez desvanecido. El sueño truncado. Y otra vez, en su garganta, ese fuerte deseo de llorar que la quemaba por dentro y parecía hundirla cada vez más profundo.

Y él. Mofándose de su debilidad. Quebrándola. Arrastrándola al mismo pozo que él ya frecuentaba desde hacía años. Haciendo que por un breve instante sus dedos rozaran el cielo para estamparla otra vez contra el suelo. Y al pozo. Como para recordarle que en el fondo, aunque intentara negarlo, ambos eran iguales. Que tenían huecos en sus vidas que nadie llenaría. Que su destino era estar solos, seguir solos, ser miserables.

Nunca ser felices.

Miró por la ventana del frente y lo vio caminar hacia la moto sin siquiera haber llamado a la puerta. Cobarde, pensó.

Quizá en un arrebato de locura, como si hubiera caído la gota que colmara el vaso, inspiró profundo, extendió los brazos, cerró los ojos y gritó con toda la fuerza de sus pulmones. Pura catarsis, para sacarse el dolor del alma y convertirlo en algo externo, algo, en cierto modo, tangible, real y fácilmente disipable.

Cuando el último eco resonó en las paredes de la casa, abrió nuevamente los ojos. Y se topó de frente con la mirada azul de House, que alzaba las cejas en un gesto equidistante de la sorpresa y la curiosidad.

Lo miró tranquila, mientras ambos intentaban recuperar la respiración. Le sonrió; era divertido verlo así, desencajado, despistado. El hombre de las mil respuestas, totalmente sin habla y a la espera de una explicación.

Se acomodó en el sofá. Él apoyó una mano contra la pared para mantenerse estable; le faltaba el bastón. Sus miradas no se despegaban, pero sus cuerpos no se movían, y hasta luchaban por alejarse. Como si fueran cargas iguales, repeliéndose, y al mismo tiempo con una nota diferente que los mantenía a una distancia constante.

Seres iguales, pero con distintas visiones de su igualdad. Impidiéndoles alejarse o acercarse más allá de cierto punto.

- ¿Querías algo, House? – preguntó al fin. El nefrólogo desvió la mirada y comenzó a caminar hacia la salida.

- Iba a pedirte un polvo, pero no me gustan las putas tan ruidosas.

Áspero. Agudo. Doloroso. Y aún así, Cuddy supo que algo de verdad había en su respuesta.

Lo vio dirigirse otra vez a la moto. Esta vez arrancó y se perdió calle arriba tras una vuelta en U.

Había ido a buscarla a ella.

Suspiró una vez más y se levantó para irse a la cama.

Nunca un "nunca" le había parecido tan "algún día".

FIN