Saint Seiya no es de mi propiedad. Danae sí es mía.

Femineidad

Para la escudera Danae no había nada más irónico que el que alguien la considerase femenina. Era algo a lo que no terminaba de acostumbrarse a sus veinticuatro años de vida. Llevaba desde su cumpleaños número quince cortándose el cabello al estilo de Shura. Al principio lo hizo como una forma de rebelarse contra el concepto de femineidad que tenían en el Santuario. También en ese entonces empezó a usar los vestidos de escudera a la rodilla. Los anteojos los usaba de toda la vida y le daban un aspecto de bobalicona, en opinión suya. Pero bueno… debía aceptar que en estos casi dos años que llevaba de amistad con Saga estaba reconciliándose con su lado mujeril.

—Soy una cursi de lo peor— Esto lo decía porque había decidido comprarse una peineta dorada, con el dinero que había ganado de una apuesta que había hecho cuando Saga, Kanon, Aiolos, Aiolia, Shura, Aldebarán y ella se pusieron a jugar póquer en una noche insomne del mes anterior. Mu simplemente miraba al grupo asombrado ese día. La chica les había vaciado los bolsillos limpiamente y ella nunca había jugado a las cartas en su vida.

—Suerte de principiante— dijo el capricorniano asombrado y enojado. Nunca le habían ganado una partida de póquer, y no esperaba que esa chica, que era más una intelectual que una jugadora, ganase todas las rondas.

—Debe ser mi mala suerte en el amor— dijo Danae, sencillamente en ese día. —Ya sabéis, caballeros: afortunada en el juego, desafortunada en los amores.

Saga la miró extrañado. ¿Acaso esta joven estaba enamorada de alguien? Y si ese era el caso, ¿de quién sería?

Claro… al mes siguiente, ella seguía sin enterarse de la extrañeza que habían provocado sus palabras. La escudera creía que su amor sin confesar era un secreto a voces, por más discreta que ella fuera y los cantos de amor que dedicaba a Saga, fueran canciones de guerra. Sí, nada había cambiado en dos años de amistad… seguía ocultando, callando y no tenía gran esperanza de nada. No, mentía. Se había conectado con ese lado de mujer que había creído inexistente por años, pero aún no estaba acostumbrada que le dijesen que era femenina.

De pronto se halló a sí misma comprando adornos para el pelo, collares e incluso unos anteojos a la moda. Pero claro, en el Santuario todo mundo creía que era una de sus etapas locas y que volvería a ser la misma muchacha irreverente que no le daba importancia alguna a su apariencia, ni a sus modales.

—Ni siquiera sé porque demonios me esfuerzo. Si soy femenina es malo, si no lo soy, también. Sigo siendo un bicho raro— dejó la peineta un momento, para luego volver a tomarla y ponérsela. —Bueno… tengo derecho a tener mi lado femenino y si a nadie le gusta, lo haré por mí misma. Aunque por lo que veo no pasa desapercibido… ha sido el mismo señor Saga quien me ha dicho que me veo femenina.

Una sonrisa franca dio a su rostro un aire travieso. Salió con la peineta puesta sobre su corto cabello y con un vestido que, si bien era a la rodilla, era bastante más femenino de lo que acostumbraba. No tenía algún plan establecido, solamente quería disfrutar de la ciudad esa noche de verano. Quería sentirse más cómoda con el hecho de haber nacido mujer.

Vuelve Danae a las andadas. Es un relato raro e incoherente, lo acepto, pero fue sumamente relajante escribir una cosa de este tipo. Tómese como el simple desahogo de una chiflada. De antemano, gracias por tomarse el tiempo de leer mis locuras.