No te olvides de venir por mí
Wanda acarició el rostro de su hermano por última vez. Hace tiempo que no lo veía tranquilo, silencioso y quieto. Para ella era normal verlo temblar por su emoción, o que desapareciera en un haz de luz que difuminaba su figura hasta que era imposible captarlo. Jamás creyó que alguno de los dos muriera antes que el otro. Era una promesa que como gemelos pactaron desde su nacimiento: debían morirse el mismo día.
No había a quien culpar: sólo al destino.
La habitación no ayudaba en el ánimo de la mujer, todo se veía reducido a camas metálicas y un frío molesto que le congelaba las yemas de los dedos. Pensó que igual estaba muerta en la mitad de su existencia, ya que la otra yacía sobre una camilla, con una sábana blanca a la mitad de su cuerpo desnudo. Una luz mortecina iluminaba la mitad del rostro de Pietro y le daba una apariencia de dormir profundamente. Wanda deseó que fuera uno de sus juegos, para luego salir disparado y regresar con algún objeto de un lugar distante. Entonces sintió como miles de agujas le atravesaban el pecho para desangrarle el corazón.
―No te olvides de venir por mí…― Wanda se acercó a la frente de Pietro y depositó un casto beso, que flotó húmedo por sus lágrimas.
Sus manos se elevaron, de ellas salió un brillo rojizo que se elevó sobre el resto de la sábana para cubrir la cara de su hermano. Se veía como los dedos vibraban en miles de preocupaciones y como el poder de Wanda acariciaba los cabellos platinados de quien no volvería a despertar.
―Te estaré esperando…― las manos de Wanda descendieron y se quedaron tensas a los costados de sus caderas.
Entonces, se limpió las lágrimas y se acercó a la puerta. La empujó con esa lentitud hipnotizante con la que se desarrolla su actuar, apagó las luces en un roce de dedos y la habitación quedó a oscuras.
Era una despedida temporal.
