Disclaimer: ni Digimon, ni el libro Momo me pertenecen.

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Para asondomar, un pedacito de mundo de un pedacito de mí. Los cuentos no lo son hasta que no se cuentan, las personas (importantes) no lo son hasta que no se encuentran.

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~ Irisados ~


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«Entonces le parecía que estaba en el centro de una gran oreja, que escuchaba el universo de estrellas. Y también que oía una música callada, pero aun así muy impresionante, que le llegaba muy adentro, al alma». Momo, Michael Ende

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Prefacio

Los juguetes con los que no se podía jugar

o

El mundo de corazones parlantes

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En los tiempos viejos, las personas eran personas, y eso no ha cambiado. Sonreían si estaban contentas o si querían esconder la tristeza, lloraban por pena o por felicidad, distinguir entre una y otra a veces era complicado. Sus ojos hablaban más que sus labios en algunos momentos, sus gestos guardaban más emociones que pensamientos.

De emociones y pensamientos, de eso están hechas las personas. Juntas forman los sentimientos, se complementan con recuerdos. Todo ello es algo propio, de uno solo, que nadie más tiene por qué conocer.

Pero, desde tiempos viejos, hay quienes quieren compartir emociones y pensamientos. Y, más importante aún, conocer los de los demás.

Nuestra historia comienza no muy lejos en las épocas ni lugares, no si se compara con la distancia a la que vemos las estrellas. Frente a un escaparate, había un chico de melena y ojos oscuros y azulados. Se llamaba Ken Ichijouji, era policía y escondía tras sonrisas amables pozos y pozos de sentimientos. Le gustaban las canciones de soledad, la comida algo picante y dormir con un pie fuera de las sábanas. Se consideraba diferente a los demás, pero solo porque su mente y corazón no parecían encajar del todo en ningún lado.

Eso estaba a punto de cambiar, mientras miraba los juguetes de aquel escaparate, en aquel barrio cualquiera, una tarde no distinta de las demás.

—¿Qué piensas? —preguntó alguien de pronto.

Él se giró, sorprendido. Encontró una amiga de la infancia llena de preguntas en los ojos y una sonrisa de emoción.

—¿Hikari?

Esa era ella, Hikari Yagami. Profesora de pequeños que aprendían a base de colores y canciones, fanática de todo lo que gustase a pocos, soñadora a destiempo. Otra de esas personas a las que se les llaman raras, porque veía el mundo de forma distinta a lo normal, apreciando cada bello y cruel matiz.

—Cuánto tiempo. Desde… ¿agosto? Creo que fue la última vez que todos nos reunimos. —La joven sonrió, enseñando un poco los dientes—. ¿En qué pensabas?

—Nada importante.

—Por favor.

Ken pareció contrariado. Se rascó la cabeza y volvió a mirar al escaparate. Sus ojos se suavizaron.

—Pensaba en que yo no sabría jugar con eso —explicó, señalando un tanque a control remoto—. Antes… no sé, antes se jugaba con otras cosas. Más simples, sí, pero por eso podías hacer con ellas lo que quisieras.

Hikari sonrió de manera más amplia. Él volvió a incomodarse.

—Te dije que era una tontería.

—No lo es. Tienes razón, antes la imaginación importaba más, y divierte más. Ken, ¿has leído Momo?

—No, ¿es un libro? No lo conozco.

—Sí, de Michael Ende. Lo que has dicho parece sacado de sus páginas. Lo he leído tantas veces que me lo sé de memoria. Deberías leerlo. Pero despacio y con corazón.

—¿Cómo se lee con corazón?

—Ya lo descubrirás.

Ken asintió con la cabeza, más por cortesía que otra cosa. Aunque sí se había quedado intrigado. Y a veces es suficiente con sembrar una pequeña duda para que la semilla germine.

Surgió un silencio entre ellos. Mientras, la ciudad estaba en plena ebullición, de cláxones, de griterío, de vapores de muchos tipos. Desde arriba, podían verse los edificios nuevos y viejos, las personas minúsculas que batallaban por llegar de un lugar a otro, las nubes de lluvia y contaminación que sobrevolaban aquel cielo. Y en algún punto perdido, entre calles llenas de vida y otras vacías de amor, había una acera donde un escaparate de juguetes modernos había hecho que dos personas se encontraran. Quizá, para no volver a perderse.

—Debe ser la primera vez que estamos solos —dijo ella.

—Bueno, nunca hemos sido muy cercanos. —Él pareció sorprendido por sus propias palabras, la miró con arrepentimiento—. Lo siento, he sido descortés.

—No te disculpes, me gusta que seas sincero, deberías serlo siempre. Todos deberíamos serlo.

—No se puede siempre. Porque a veces se herirían sentimientos de los demás. Hay que ser correcto.

—Eso está mal. —Hikari arrugó la nariz, mirando aquellos juguetes que no servían para jugar—. Deberíamos poder hablar de lo que sentimos sin tapujos. No puede ser incorrecto, porque no es algo que controlemos.

—Tú tampoco eres sincera todo el tiempo.

—No, solo digo que deberíamos.

El joven imaginó por unos instantes un mundo en el que hablar y pensar no tuvieran que ir de la mano, en el que el corazón podía tomar control de las cuerdas vocales y escuchar a alguien significaba oír sus latidos. Era un lugar agradable.

—Tienes razón, sería liberador… —Ella lo miraba fijamente, con alguna emoción indescifrable revoloteando en las pupilas.

—Ken, ¿harías algo conmigo?

—Depende, ¿el qué?

—Quiero conocerte de verdad y dejar que me conozcas.

—Está bien —respondió, tras algunos largos instantes de silencio, sintiendo que estaba entregando una llave que nunca había mostrado a nadie. Había algo en los ojos de la chica que le incitaba a hacerlo—. ¿Quieres que vayamos a algún sitio a hablar?

—No —dijo Hikari, riendo—. Quiero que escribas, como si lo hicieras en un diario. Las tonterías que pasen por tu cabeza, pensamientos o sentimientos sueltos. A mano, por mensajes, me da igual. Hagamos eso durante una semana y luego nos lo damos todo. Somos más sinceros cuando no tenemos a otros delante.

—Pero también podemos pensar más lo que decimos, ocultar verdades o esconderlas entre buenas palabras.

—¿Qué importa? Solo quiero escuchar a tu corazón.

Él contuvo el aliento, porque parecía que estaban en sintonía, que ambos habían imaginado un mundo de corazones parlantes. Y si ella quería hacerlo realidad, ¿por qué no intentarlo?

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No esperes una gran historia, no lo es, solo trata de pensamientos y emociones sueltas, pero le he puesto mucho corazón. Han sido unas semanas de trabajo (en los ratos que he podido) leyendo Momo e ideando este fic, que quizá no llegue a lo que quería pero se intenta. Quedan unos días aún, pero el final será en el día que toca. Así que no te felicito hoy por haber nacido, pero sí por ser una persona tan especial. Espero que disfrutes este regalo.

Y espero que todos los que lo lean, lectores fantasma incluidos, también disfruten :)