Tabla: 30 leyes de Murphy
Tema: #2: El que duda, probablemente tenga razón.
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Nota: ¡Yerba mala nunca muere! Rin siempre vuelve. Esta vez, con un reto de la comunidad de livejournal 30vicios. Tomé la tabla de las 30 leyes de Murphy y las voy a aplicar a Detective Conan, específicamente a mi pareja predilecta, Shinichi y Ran. ¡Espero que les guste!
#2: El que duda, probablemente tenga razón
Cierra la boca y parece un idiota. Ábrela, y confírmalo.
Era de ese tipo de días en los que uno llega a pensar que Murphy era un optimista.
En ese momento, no se me ocurrió alzar la voz. Lo que quiero decir… No es que no pueda hacerlo. De hecho, mi voz se podría haber elevado algunas octavas más y, sin lugar a dudas, hubiera logrado que la clase me preste atención.
Pero siempre corría con la suerte de que, si abría la boca, era para equivocarme. Una, y otra, y otra vez. Esta no era la fortuita excepción, ni mucho menos.
– Cuarenta y dos – Respondió Sonoko, sonriéndome abiertamente. A modo de disculpa, claro. Porque la respuesta a la pregunta de la maestra estaba en mi cuaderno, y no en el de ella.
No, Ran. Violentarse contra una mesa está mal. Muy mal. Suspiré. Violentarse contra objetos inanimados es inútil. Violentarse contra seres humanos es ilegal.
– Correcto, Suzuki-kun – Murmuró la docente, mirando extrañada a Sonoko, acción que no era para nada cuestionable. Ella no solía prestar la más mínima atención a las clases de matemática. Probablemente Makoto-kun ocupara tres cuartos de su cerebro. El cuarto restante se lo atribuí a otros muchachos bronceados.
Bufé, pasando mis dedos por las hebras de mi cabello largo. No, yo no estaba molesta porque ella hubiera respondido correctamente a aquello que yo había resuelto, pero callé por miedo a parecer idiota. Yo estaba molesta porque aquel era un mal día para mí.
Es preferible callar y parecer un imbécil, a que hablar y constatarlo.
Y, como si de morfina se tratase, el timbre que indicaba el término de las clases colmó mis oídos y relajó mis músculos.
– ¡Ran! – Mi compañera apareció apoyando el rostro sobre mi hombro en el momento en el que yo estaba cumpliendo la importante tarea de ponerme los zapatos para largarme de allí y encomendarme al dios del término de los días. La medianoche, en ese momento, me pareció más lejana que la posibilidad de que el ser humano encuentre la respuesta a su existencia. Hago un inciso en este punto… No es como si en serio me importase la existencia humana. Quiero decir; cualquiera puede imaginar que las preocupaciones de mi vida no pasaban de la cena, los deberes, un amigo de la infancia desaparecido y un alcohólico padre detective. Nada más, claro.
Imaginen mi planificación de un día. Levantarme, cocinar el desayuno para un niño de primaria y para un adicto (nota al margen: No soy la madre de ninguno de ellos), ir al colegio, presenciar un crimen, volver a casa, ver uno o dos cadáveres, llamar a la policía, llorar, volver a casa, cenar, dormir (Con infinitas posibilidades de encontrar más crímenes y más cadáveres entre medio de cualquiera de estas actividades).
– Hoy no, Sonoko – sonreí – Tengo que ir a buscar a Conan a la casa de Ayumi.
– ¿La chica Yoshida? – ella bufó, poniéndome las manos en los hombros – Ran, te estás acortando los años de vida. No puede ser que te comportes como una madre con tu padre y con un completo desconocido.
– Que no es eso, mi padre no- Y el niño es pariente de Shinichi, te digo, que no- – balbuceé, intentando digerir las palabras de Sonoko, moviendo con torpeza mis manos frente a mi rostro, como si los gestos completaran las frases que yo, en mi nerviosismo, dejaba inconclusas.
– Como digas, Ran…
Es en ese estilo de frases cuando viene un pero.
– Pero…
Se los dije.
– Tendrías que replantearte ese… estilo de vida que llevas. Ran…
'Tenés 17 años, no podés…' repetí mentalmente, imaginando el siguiente diálogo.
– ¡Tenés solo 17 años! – se llevó las manos a la cintura, como increpándome. Yo alcé suavemente los brazos, colocando mis puños con lentitud en mi pecho, balbuceando negaciones varias. Sonoko sabía que esa conversación me incomodaba.
– Shinichi no sabe lo que se pierde. Nadie con DOS dedos de frente dejaría una mujer así—
– ¡Se me hizo muy tarde! ¡Nos vemos, Sonoko-! – Moví con torpeza mis manos para saludarla, caminando con velocidad a la salida de la habitación, buscando un lugar seguro; a un radio de veinte kilómetros de aquel marojo de reclamos apellidado Suzuki, nombrado Sonoko, que en su ambición de ayudarme, solo terminó hundiéndome en una depresión sempiterna.
Puse un pie fuera de la sala. Solo fue un pie.
– ¡Oi, Ran nee-chan!
– ¿Co—Conan-kun? – Pregunté más bien a modo de acto reflejo (¿quién más podía llamarme con ese tono de voz, con esas palabras y con aquel gesto?), pestañeando alrededor de muchas veces por segundo, como si eso fuera a lograr que mágicamente apareciera frente a mí la razón por la cual el niño estaba a mi lado, fuera de la entrada de mi instituto, y no en donde yo creí que iba a estar. – ¿Por qué-? ¿Qué estás-?
¿Desde cuándo yo tartamudeaba?
– Me perdí en el camino a lo de Ayumi-chan – mencionó, interrumpiendo el torrente de preguntas sin finalizar que le estaba tirando.
Mentía.
Me considero por sobre todas las cosas una persona muy perceptiva. Varias veces pude sentir cosas que iban a suceder: supe que cuando él se fue, no iba a volver por mucho tiempo. Supe que algo malo le pasaría.
– ¡Oi oi, Ran nee-chan! – El pequeño detective intentó llamarme la atención de muchas maneras, al ver que yo no respondía. Desde mover las manos frente a mi rostro, hasta colgarse de mi pierna.
El aura de ese chico… Su forma de hablar, de caminar, de pensar, de vestir, de actuar, de existir.
Yo creo que Conan es Shinichi.
Yo creo Conan siempre fue Shinichi.
Yo creo que lo supe desde el principio.
Apreté el puño con fuerza incontenida, ante la mirada atónita del muchacho.
– ¿R- Ran? – Preguntó, acercándose a mí al ver que mis ojos comenzaban a tornarse cristalinos. Caí de rodillas al suelo a su lado y lo tomé por los hombros. Lo miré por lo que a mí me pareció una eternidad.
– Shinichi. – suspiré luego de lo que a mí me parecieron horas. Él tenía un gesto horrorizado. Caminó tres pasos hacia atrás (sí, tres. Los conté), moviendo sus pequeñas manos frente a su rostro.
– ¿D—De qué hablás, Ran nee-chan?– llevó una mano a su nuca, rascándola en señal de incomodidad ante la situación. Un tic (de Shinichi) ante el nerviosismo. – ¿Pa-Pasó algo con Shinichi nii-chan?
Emané algo parecido a un gemido de frustración y me golpeé suavemente la frente.
No había forma de que ese niño fuera Shinichi. Era científica y técnicamente imposible. Y era mejor tragarse ese cuento científico y técnico que morir en la amargura de creerlo a mi lado como un niño.
– Por primera vez en mi vida, quiero equivocarme.
Conan pestañeó volviendo a su faceta de niño de primaria que a veces dejaba olvidada cuando la situación lo ameritaba. No comprendía del todo mi frase, y yo no pretendía que él la entendiese.
– ¿Curry para la cena? – sonreí, limpiando con la manga de mi blazer las lágrimas que caían por mis mejillas.
– ¡Yaaaay! – Festejó él, dando un salto y encaminándose a la puerta– gritó mientras extendía sus cortos brazos, como si fuera un avión y planeara hacia el jardín. – ¡El último es un huevo podrido!
No era Shinichi. Era un niño, y yo estaba lo suficientemente atormentada psicológicamente hablando como para pensar lo contrario.
La ciclotimia de mis pensamientos me estaba mareando. Y la vida me había enseñado que ante la duda, mejor ni pensar en el resultado.
No creo que él sea Shinichi.
