Todos los días era la misma y rutinaria historia. Necesitaba algo de emoción a su vida, habían pasado casi cien años desde la última vez que recordara haberse divertido. Dando un suspiro Taimu comenzó a peinarse su larga cabellera plateada observando la nada en aquel inmenso bosque que había elegido al azar para realizar esa tarea, ser una diosa inmortal tenía sus desventajas cuando se estaba sola.

Taimu sintió en ese momento la presencia de alguien acercándose y sin angustiarse se quedó en su posición viendo a un chico de no más de doce años caminando directo a ella. Invisible para los mortales, creía que si observaba al chico por un rato lograría divertirse un rato a cuestas de él.

– Por más que me lo expliquen jamás entenderé que fue lo que mi papá le vio a mamá…

El tono de queja era inconfundible provocándole a Taimu una sonrisa, esa sin duda eran las preguntas que solían hacerse los chicos enamorados y al mirar atentamente a aquel joven de cabello negro sintió que descubrirlo sería divertido.

– Yo puedo responder a tu pregunta.

Dijo haciéndose visible para Shikamaru justo cuando estaba a solo milímetros enfrente de él para luego darle un dulce beso en la frente sumergiéndolo inmediatamente en un estado de somnolencia. Con cuidado, Taimu elevó su mano derecha al cielo para detener el tiempo y lentamente comenzar a retrocederlo hasta que estuvo contenta con la época.

Atando uno de sus cabellos a la muñeca del semiconsciente Shikamaru se aseguraría de tener la diversión que buscaba, por ahora todo lo que tenía que hacer era desaparecer y observar.


Mareado y confundido, Shikamaru despertó sin poder recordar en qué momento se había quedado dormido. Estaba seguro de no haberse detenido a descansar en ningún sitio además de que ya estaba tarde, sus padres le habían encomendado una tarea con tanta insistencia que de no cumplirla de seguro terminaría castigado y por cómo estaban las cosas ya se demoró. Pero todos sus pensamientos se detuvieron al sentarse siendo incapaz de reconocer el lugar donde estaba y estaba a punto de indagar en ello cuando alguien lo golpeó por la espalda.

– Perdón, te confundí con alguien más.

Ante esa voz femenina no pudo sino fruncir el seño y levantando la mirada dispuesto a reclamar por el golpe sintió por segunda vez en menos de un minuto que algo definitivamente no estaba bien.

"¿Mamá?"

Fue todo lo que pudo pensar al ver a una muy familiar niña de catorce años enfrente de él.