Perder la cabeza
1
—Deberías disculparte con Yoichi. Sería un comienzo —le sugirió Hiragi Shinoa, con fría calma y los brazos cruzados pero aún con esa irritante superioridad que la seguía a todos lados.
Kimizuki Shiho casi no había dormido pensando en eso. Le dolían los ojos. Sus heridas escocían bajo los vendajes aunque ya casi estaban cerradas.
Aquello solo lo fastidió más.
—¿Estás bromeando?
Shinoa guardó silencio un instante, mientras que Shiho agarraba con su mano sana los lentes que se hubiera sacado para tumbarse en la cama y tratar de descansar, inútilmente.
Ver borroso no ayudaba.
—Él no lo admite, Kimizuki. Pero dentro suyo esperaba otra cosa. Deberías saber...—comenzó, como si Shiho no supiera.
Él puso los ojos en blanco.
Ella se acercó para ayudarlo a colocarse las gafas. Shiho lo aceptó con impotencia. Aún así, no cedió en sus argumentos.
—Era un vampiro. Hice lo que había que hacer. ¿Cómo iba a saber...?
—Yoichi nos dijo que Lacus había asesinado a su hermana.
—Fue hace mucho tiempo. Y sabes perfectamente que en ese momento en particular, yo no...
—Lo sé. Yo lo sé. A decir verdad, me llevó tiempo recordar. De no ser por lo abatido que él...
—¿Yoichi? ¿Abatido? —Shiho se echó a reír. No pudo evitarlo. Volvió a secarse las lágrimas. Buscó contenerse.
Shinoa se sobó los labios, pasó las manos por sus hombros pero Shiho alzó la mano sana para apartarse con dolorosa brusquedad.
—Ha sido duro para todos pero sabemos que tú, especialmente...
—Mirai era mi hermana, sí —gruñó Kimizuki, ahogando un suspiro—. Y tú no tienes ni la menor idea...
Shinoa lo interrumpió con los ojos, que refulgían de furia. Shiho recordó su propia situación.
—Sé más de lo que puedes imaginarte. Mi hermana mayor murió y ni siquiera le fue concedido el descanso de la tumba.
—¿Con eso quieres decir que me envidias? —susurró Kimizuki, con desdén. Quería desquitarse con quien fuera. Shinoa se había arriesgado al tomar ese turno para velar a su lado.
Ella temblaba. Él podía suponer que deseaba golpearlo pero se contenía por las heridas.
Y su moral.
—Hemos organizado un pequeño...acto. Por Mirai. Mii está convenciendo a Yoichi de acompañarnos. Si pudieras pedirle disculpas...
Shiho jadeó. Estaba demasiado indignado.
—¿No crees que estaré más ocupado velando a mi hermana? Siempre es sobre alguna de sus mierdas. No puedo...
—Yu está triste. Se siente culpable. Esto sucedió porque perdió el control.
...Eso lo cambió todo.
—Bien. Haré lo que pueda —aseguró, siquiera solo para que ella se fuera por fin.
2
Porque Yu estaba angustiado, se tomó la molestia. Hizo un esfuerzo. Grande.
Sin importar la gravedad de sus heridas, se le iba el alma del cuerpo pero no por el dolor de moverse. Arrojó palazos de tierra húmeda sobre el cuerpo deformado.
Lo llamó con el nombre de su hermana. Pero por mucho que le doliera, eso que dejó atrás había dejado de ser Mirai hacía mucho.
Sus amigos lo acompañaron de todos modos.
Yu trató de pedirle disculpas. Mika, el joven vampiro que le hubiera robado todas las atenciones de Yu, también se acercó a darle el pésame.
Shinoa y Mitsuba dejaron de ser sarcásticas y Kimizuki mismo de provocarlas a la violencia. Narumi, el casi adulto extraño, le acarició el hombro. Incluso los ajenos vampiros, terribles Progenitores, lo acompañaron con sus expresiones cínicas, ahorrando sin embargo los comentarios irrespetuosos.
Yoichi fue el que no estuvo, pretextando malestares. Kimizuki sabía por qué pero no tenía tiempo ni energía para reclamarle.
Con gran furia, Shiho clavó la cruz con el nombre de su hermana tallado, sobre la tierra que se comiera sus cenizas hechas cuerpo.
—Díganle a Guren que se joda, si lo ven —les pidió con desdén, ayudando a sus amigos más tarde a cargar el equipaje para cuando partieran.
Porque todos se irían a continuar la travesía. Solo él se quedaría. Entre Shiho y Yoichi heridos, a duras penas hacían un solo ex soldado de la Fuerza de Exterminio Vampírico.
—Cuando lo encontremos, volveremos a buscarte, pequeñín. Por eso debes cuidar a Akane. Hasta que sea seguro transportarla al Laboratorio Ichinose para su Resurrección —le explicó Férid, el Progenitor alegre, interviniendo en la conversación con una sonrisa de dientes afilados.
—Creo que eso es deber del que está adentro de tu mansión —lo corrigió Crowley, el Cruzado, corpulento e imponente, aún más que Shiho, el adolescente inseguro que lo observó con desconfianza.
—No reviviremos a Akane. Pero debemos saber a ciencia cierta qué sucede, de acuerdo al principal responsable —explicó Mika, con saña.
Narumi no estuvo más feliz que Shiho al tomar el mando del vehículo que usarían para viajar.
Las chicas sí que subieron a despedirse de Yoichi. Yu y Mika lo habían hecho anteriormente. Shiho trató de no odiarlos. Le estaban dando algo así como vacaciones forzosas hasta que el mundo exterior se estabilizara.
...Lo cual era improbable. Al menos sus amigos lo intentaron.
El único inconveniente empezó a hacerse tangible al día siguiente, cuando Yoichi bajó de la habitación a cenar y hacerle compañía.
Pero no solo.
3
No se disculpó. No tenía por qué.
Le importaba, sin embargo, el estado de Yoichi.
Estar a solas en esa casa comenzaba a destrozarles la sanidad mental.
La mansión era de un estilo falso victoriano. Tenía un sobrecargo que irritaba a Shiho, chico pobre de una metrópoli ya destruída. Múltiples habitaciones y salones sumidos en la tenue luz de velas que nunca se consumían. Solo utilizaban dos, tres ambientes. Era como vivir adentro de un dragón dormido, que había engullido en mejores épocas candeleros y platos de oro, cortinas y manteles bordados para una misa satánica.
El olor a la seda no era diferente del de la sangre seca. Ellos eran comida, del mismo tipo que llenaba las alacenas.
—Quisiera irme. ¿En cuánto tiempo?
Shiho se sacó las vendas pronto, antes de lo esperado. Y él era el más herido, físicamente hablando.
—Dijeron que lo sabríamos. Cuando dieran la señal. Entonces tomaremos el otro coche y los buscaremos.
Yoichi lo decía con naturalidad. Para él todo era de lo más normal. Le hablaba con esa cosa en un frasco, apoyado el mismo en sus rodillas. Lo decía con una sonrisa de satisfacción. Estaba convencido.
Asquerosamente.
—No parece molestarte.
—Me lo tomo como unas vacaciones. ¿No te gusta, Shiho? Puedes cocinar como quieras. Y aunque te quejes, es más seguro que vagar.
...No iba a admitirlo.
En especial con...
