Aquellos zapatos azules
No era posible, eso era inaudito, malditos aprovechadores… ¡Pagarían muy caro por tratarlo como a un sirviente! Desde que se había convertido en uno de los editores de la empresa Bleach's Editorial, los jefes lo trataban como a un sirviente personal; "Ichigo, ve y consigue más papel para la sección de fotocopias", "Ichigo, necesitamos la tinta del lugar más lejano de la ciudad" – bien, no lo decían de esa manera pero, vamos, mandarlo a la otra punta de la ciudad para conseguir la maldita tinta de origen turco… ¿en serio? – y lo más desquiciante, "Ichigo, ¿te molestaría ir de aquí a unas cuadradas y comprarme un late bien caliente?", si no fueran sus malditos jefes realmente los mandaría al diablo... pero necesitaba el trabajo. Ahora mismo se encontraba caminando hacia la tienda más cercana de Starbucks – llámese cercana a las quince cuadras que había de distancia entre su trabajo y la dichosa tienda. – para conseguirle al Jefe mayor su late con donas extra-grandes, cuando de repente cayó sentado en el suelo luego de ser atropellado brutalmente por otro imbécil.
– ¡Oye, fíjate por donde caminas, incompetente! – le gritó sin mirarlo, en su lugar revisaba que nada se le hubiera caído de los bolsillos.
– ¡Sí, bueno, lo mismo va para ti, descerebrado! – le gritó una mujer que estaba en el piso al igual que él. La observó, era bella pero estaba completamente desarreglada, su pelo negro corto hasta los hombros y completamente enmarañado, su cara pálida y sucia que opacaba los bonitos ojos violáceos que tenía y sus labios resecos tal vez por el frío de la estación, después de todo era invierno. Cuando se paró le extendió la mano para ayudarla pero ella lo ignoró maldiciendo por lo bajo mientras recogía todas las frutas que habían caído de su bolsa sucia y media rota; observó lo menuda que era, muy bajita en comparación con él o con el resto de la gente, sus ropas consistían en un pantalón holgado de color marrón y desgastado adornado con grandes bolsillos a sus costados, una remera negra ceñida a su cuerpo y con escote en V que le descubría bastante el cuello y hasta un poco más abajo, y una chaqueta, por suerte, bien abrigada, que llevaba abierta. Bajó la vista hasta sus pies y se sorprendió al notar que sus zapatos eran lo único de buen aspecto en ella, aunque no por ello acorde a su vestimenta, o a la temporada, eran ballerinas de color azul con un fino moño dorado adornándolo. – ¿Y bien? ¿Vas a dejar de observarme de arriba a abajo como si fuera un espécimen? No soy idiota, sé que me miras como si fuera una rara. – lo acusó con odio en sus palabras. Ichigo parpadeó varias veces al darse cuenta de que su manera de observarla era muy obvia, y se habría disculpado de no ser porque esa enana lo había tratado mal.
– Claro, como si yo fuera a fijarme en alguien como tú, enana. – le respondió con enfado y sin medir la magnitud de sus palabras.
– ¡Oh, cierto! Qué ingenua, por supuesto que alguien tan bien parecido como tú no se fijaría en alguien como yo. – escupió las palabras como si en realidad eso no le hubiera dolido, de todas maneras ya estaba acostumbrada a los insultos indirectos de la gente adinerada que se burlaba de personas como ella. Aun así, lo había alagado en cierta forma y se reprendía por ello pero no se arrepentía, tenía razón, él era muy bien parecido. Hombre alto, bien formado y vestido con un jean oscuro, saco y zapatos costosos, alrededor de su cuello reposaba una bufanda que parecía ser lo bastante calentita y además era muy linda; las facciones de su rostro eran dignas de una persona con elegancia como en las películas y sus ojos eran ocres y malditamente hermosos, sólo su ceño fruncido y su cabello de extravagante color anaranjado lo hacían ver como un patán y delincuente.
Ichigo se mordió la lengua al percatarse de su error, no había sido su intención herirla pero se había enfadado por el ataque de la chica, intentó disculparse pero nada salía de su boca en realidad.
– Tranquilo, si vas a disculparte eso ya lo he escuchado varias veces también. No necesito tus disculpas baratas y por compromiso. – lo siguió atacando.
– ¿Quién dijo que iba a disculparme? Sólo iba a decirte que fuiste tú quien se cruzó en mi camino, y ¿por qué demonios estás tan a la defensiva? Ni siquiera he dicho algo directo para molestarte. – le espetó con muchísimo más enfado que antes.
– Tsk, de todas formas no eres más que un… – se detuvo al escuchar los gritos de un hombre a lo lejos y policías que venían por detrás de él. – Demonios… – susurró al darse cuenta que era el vejestorio al que había robado minutos antes. Si la encontraban, esta vez seguro que iría a la cárcel. – ¿Sabes una cosa? No me interesa. Adiós. – Y dicho esto salió corriendo dejando a Ichigo confundido, vio con horror como la enana cruzaba la calle aun cuando los autos estaban en movimiento y se salvó de ser atropellada por uno. A los pocos segundos el hombre que había gritado antes le llamó la atención y le preguntó si había visto a una ladrona con las características específicas de esa chica.
– Como si de verdad prestara atención a las personas que corren a mi alrededor. No me moleste, no estoy de humor. – se descargó con el pobre tipo que lo quedó viendo confundido mientras retomaba su camino.
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Nuevo día, misma tortura. Nuevamente Ichigo se dirigía a comprar el almuerzo de su jefe, el muy idiota se la pasaba el día tomando café y café helado, eso le traería problemas en un futuro, y un respiro a él. Caminaba esta vez más tranquilo mientras escuchaba música con sus auriculares, al pasar por la plaza central vio de casualidad algo que no le gustó para nada, dos hombres acosaban a una menor de edad que se encontraba sentada en los columpios de allí. Se acercó decidido a defenderla pero antes de poder decir algo, una persona se le adelantó.
– ¡Homura! – se sintió el potente grito con la voz que nunca pensó volver a escuchar. Se giró para lograr ver a la misma enana del día anterior que llegaba agitada hasta la escena. – Desaparezcan de aquí, malditos bastardos, o llamaré a la policía. – los dos hombres rieron al escucharla decir semejante cosa, pues con su estatura era difícil tomarla en serio. Ichigo por su parte, sólo podía observar esperando el momento que le tocara participar de la contienda, ya que la pelinegra se había interpuesto entre la niña y esos sujetos adoptando una pose lista para atacar. – Hablo en serio, lárguense de aquí ¡ahora! – les gritó.
– No esperarás que tomemos en serio a una linda gatita callejera como tú ¿verdad? – le dijo con voz ronca uno de ellos.
– Sí, ¿por qué mejor no hacemos un trato? Tú jugarás con nosotros y entonces dejaremos a la niña en paz. – el otro tipo se había acercado peligrosamente a su rostro y ella no podía escapar, pues la tenía sujeta por la barbilla.
– Púdrete en el infierno. – le dijo escupiendo su cara. En un rápido movimiento, le dio un rodillazo en su entrepierna haciéndolo doblar del dolor. El otro sujeto, al verla, quiso detenerla pero ella fue más ágil y le dio un puñetazo a su estómago, cuando éste se dobló del dolor al igual que su amigo, aprovechó y le pegó un rodillazo a su cara, quebrándole la nariz. – ¡Corre, Homura! ¡Escapemos ahora! – le gritó a la niña. Ésta acató la orden y ambas comenzaron a correr por donde la pelinegra había aparecido, sin embargo no pasó mucho hasta que los otros dos hombres se levantaron y fueron en su búsqueda.
"¿Llamar a la policía o… ir corriendo detrás de ellos?" fue el pensamiento fugaz de Ichigo, y aunque de seguro luego lo lamentaría, se decidió por la segunda opción.
Cuando los encontró en un callejón a pocas calles de donde antes estaban, notó que ahora eran dos niños, la pelinegra y una mujer muy parecida a ella, "Debe ser su familia" pensó como primera opción. Los dos tipos lo sacaron de sus pensamientos, ya que observó cómo tomaban palos y fierros que estaban apilados a un lado del callejón.
– Pero mira a quién tenemos aquí, si no es más que la gata mayor de Hisana. – se burló uno, era bastante grande y de piel algo oscura, caracterizado más bien por su calvicie y su cola de caballo fina en la parte posterior de su cabeza.
– Así que tenías a esta replica de ti escondida ¿eh? Tengo una mejor idea, ¿por qué no jugamos los cuatro juntos? Una para cada uno. – siguió el otro más gordo y medio calvo con patillas tupidas y un ridículo copete casi detrás de su cabeza.
– ¡Mis hermanas jamás irían con ustedes, asquerosos cerdos inútiles! – le dijo con asco la niña de antes, de inmediato la pelinegra le cubrió la boca con sus manos y miró de reojo a esos tipos, estaban enfadados.
– Así que ¿asquerosos cerdos inútiles? Omaeda, creo que deberíamos tomarla a ella primero ¿tú qué dices? – le preguntó sin mirarlo mientras desnudaba a la niña con la mirada.
– Tsk, me da lo mismo si al menos así tengo entretenimiento por un rato, mi perfecto cuerpo lo necesita. – le respondió el gordo con lujuria.
Sin darles tiempo a sorprenderse, el tipo que respondía al nombre de Omaeda tomó a la niña por los hombros ignorando sus gritos de miedo. Ichigo vio como la pelinegra y la mujer idéntica a ella le suplicaban que la soltara pero el tipo ese no hacía caso, la niña comenzó a llorar y los dos despreciables sujetos a toquetearla, no lo soportó, aunque se arrepintiera de ello luego, ahora les iba a dar su merecido.
– ¡Escúchame bien, imbécil! – le dijo a uno de los dos tomándolo por un hombro y golpeándolo fuertemente en la cara. – Si una mujer te dice que la dejes, lo haces. – le asestó un golpe de igual magnitud al otro. – Y si una niña te teme, la dejas en paz. – tomó a la pequeña en brazos y se la devolvió a la pelinegra.
Antes de que esos tipos pudieran levantarse, él le pegó una fuerte patada a uno y se sentó sobre el otro para darle dos o tres golpes más, al fin dejándolo inconsciente. No pasó mucho hasta que lo dejó en el mismo estado a su compañero y luego llamó a la policía. Afortunadamente, su jefe le dio el permiso de tardarse el tiempo que lo requiriera para resolver ese asunto, Ichigo le había contado todo y él accedió sin problemas, "Lo único bueno que tiene como jefe" pensó para sus adentros. La policía terminaba de hacerle las corrientes preguntas a la familia y al final se despidió de ellos llevándose a los dos delincuentes casi a rastras.
– Gracias por la ayuda. – le dijo la pelinegra evitando mirarlo a los ojos. Ichigo suspiró y se llevó las manos a los bolsillos del pantalón.
– Ahora me debes una. – ella lo miró con el ceño fruncido, no podría estar hablando en serio.
– Ya me esperaba yo que fueras igual que esos tipos, desaparece de aquí antes de que agarre un palo y lo rompa en tu cabeza. – le dijo con odio en sus palabras.
– ¡Oye, no me compares con esos imbéciles, no me refería a lo que estás pensando! – le espetó con enfado y el orgullo herido.
– Y entonces ¿a qué te referías? – le preguntó dándose la vuelta pero sin acercársele.
– Quería invitarte a tomar un café. – soltó lo primero que se le vino en mente, en realidad decirle aquello era sólo una manera de coquetearle pero no sabía que se lo tomaría tan en serio como para pedirle que le dijera a qué se refería con ello.
– Un café. – pronunció sus palabras con ironía.
– Ahh… si quieres podríamos ir por un helado ¿Qué dices? – al escucharlo decir eso abrió los ojos mucho más y se lo quedo viendo. – ¿Qué pasa? – preguntó confundido por su expresión. Ella se giró para ver a sus hermanos y a su madre, ¿estaría bien ir? Además, tomar un helado era el sueño de sus hermanos pequeños, no el suyo.
– ¿Y si en vez de invitarme a mí los invitas a ellos? – le preguntó acercándose a él. Ichigo enarcó una ceja y volvió su vista hacia los niños que lo miraban a lo lejos.
– ¿Qué?
– Si, no me importa si no me lo invitas a mí pero preferiría que se lo dieras a ellos, por favor. – le pidió dejando a un lado su orgullo, pues si era por sus hermanos a ella no le importaba en lo absoluto. Ichigo lo sintió, lo poco que se importaba ella misma con tal de ponerlos a ellos primero. Se detuvo a observarlos una vez más, la mujer mayor era igual a ella, tal vez sería su madre; la niña de antes que al parecer se llamaba Homura y era rubia y de ojos verdes; y por último, el niño que parecía ser otro de los hermanos y era también pelinegro y de ojos color violáceos como ella.
– ¿Sabes una cosa? No te invitaré un helado. – la pelinegra lo miró confundida y algo decepcionada. – Se lo invitaré a los cuatro. – Rukia abrió los ojos de la sorpresa y sonrió más que agradecida.
Al poco tiempo Ichigo volvió al lugar con dos potes grandes de helado. La mujer mayor que respondía al nombre de Hisana lo hizo pasar a su humilde casa y así pudieron disfrutar todos juntos del helado.
– ¡Mami, esto está delicioso! ¿Así se siente comer helado? – preguntó Homura.
– ¡Se me congela el cerebro! – se quejaba el niño golpeándose la cabeza con ambas manos. Los tres más grandes rieron y siguieron comiendo alrededor de la mesa.
– Muchas gracias por todo lo que has hecho hoy por nosotros, Ichigo. – le dijo gentilmente Hisana. – Realmente no sé lo que hubiera pasado si no te hubieras interpuesto entre mi niña y esos bastardos. – su voz se quebró e intentó reprimir las lágrimas.
– No ha sido nada, señora, me alegro de que ya estén a salvo. – la mujer sonrió amargamente e Ichigo supo que no habían sido las palabras correctas, de seguro que su familia no estaría a salvo viviendo en un lugar así pero prefirió no decir nada para no incomodarlos más. – Lo siento pero debo volver a trabajar, ya me he tomado mucho tiempo y aunque me quisiera quedar a charlar, mi jefe podría despedirme si no vuelvo de inmediato.
– ¡Oh, claro! Qué desconsiderado de mi parte, lo siento. Rukia, acompáñalo un poco. – insistió a su hija que le dio una mirada confundida. Ichigo sonrió, ahora sabía que su nombre era Rukia. – No seas mala, después de todo él nos ha salvado hoy. – suspiró resignada y se levantó dirigiéndose a la puerta de salida.
– ¡Disfruten el helado, es un regalo de mi parte! – exclamó con una sonrisa haciendo saltar de alegría a los más pequeños.
Una vez fuera, ambos chicos caminaron en silencio unos cuantos pasos hasta que Ichigo decidió romper el hielo.
– Creo que…
– No creas que he cambiado mi opinión de ti. – lo cortó la pelinegra. – Sólo porque hayas salvado a Homura y hayas cumplido el sueño de Shizuku no quiere decir que me agrades. – Ichigo frunció el ceño al escucharla decir eso, ¿qué concepto se había formado de él y por qué? – No confío en gente como tú.
– ¿Gente como yo? ¿Qué es lo que te ocurre, acaso enloqueciste o algo así? No lo hice para agradarte sino porque quería hacerlo, no me iba a quedar ahí parado viendo como abusaban de esa pequeña, y sólo quería ayudar cuando les compré el helado. ¿Por qué siempre estás a la defensiva? Me atacas todo el tiempo y sin razón, ¿podrías bajar la guardia un momento? No te haré daño. – le dijo casi a los gritos, Rukia lo miraba aun con el ceño fruncido. – ¿Sabes qué? Déjalo así, no tiene caso, no tengo por qué darte explicaciones a ti. No nos volveremos a ver así que cuídate y cuida de ellos también. Adiós. – comenzó a caminar rumbo a su trabajo, no sin antes pasar por la tienda de comidas para tomar el pedido de su jefe, a esas alturas era en vano pero qué más daba, si no la quería entonces se la comería él.
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– Maldita enana con cara de… de… es una idiota. – finalizó al no encontrar un adjetivo hiriente para su cara. Habían pasado cinco días desde la última vez que la vio pero eso había sido suficiente para aumentar su mal humor por lo que restaba de la semana. Lo peor de todo es que la maldita no se dignaba a aparecer por ningún lado, y no es como si él la buscara en cada oportunidad que debía ir por el pedido de su estúpido jefe, no, claro que no.
Caminó hasta el condenado Starbucks de quince cuadras más allá del edificio de su trabajo, luego de tomar el pedido y de pagarle al empleado salió con su usual humor de perros que lo caracterizaba los últimos días – más que de costumbre. – y regresó a su trabajo. En el camino, iba mirando el suelo como si fuera lo más interesante del mundo y sintió su corazón palpitar con más fuerza en cuanto divisó entre la multitud a esas ballerinas azules con moño dorado, levantó la vista rápidamente pero grande fue decepción al percatarse de que no era la chica que esperaba ver, su frustración creció más.
– Idiota…
– ¡…suéltame o te dejaré estéril para toda tu vida! – Reconocería esa voz a kilómetros de distancia aun si así no lo quisiera pero al demonio con eso, él sí quería escucharla aunque fuera una última vez. Se apresuró a llegar junto a ella sólo para notar cómo los dos mismos tipos de la vez anterior estaban tratando de meterla a un auto por la fuerza.
– ¡Te dijo que la soltaras, maldito bastardo! – le gritó al momento que le arrojaba una piedra a la cabeza de uno y le asestaba un buen golpe al otro. La tomó de la mano aprovechando que esos sujetos estaban revolcándose del dolor y ambos escaparon lejos de allí. Llamaron a la policía y nuevamente los apresaron, esta vez se asegurarían de hacerlos aprender.
Pasaron toda la tarde juntos pero no en una cita, sino discutiendo quién había tenido razón la vez anterior cuando él los salvó y les compró helado. Al final, como era de esperarse, Ichigo fue suspendido de su trabajo a modo de sanción, agradecía a los cielos que su jefe no fuera tan maldito como él lo creía. Aprovechando el momento, se la pasó con Rukia y su familia la mayor parte del tiempo.
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Ya había pasado un mes y la relación entre ellos era más estrecha. Sí, ahora no sólo se trataban de discusiones verbales, también había golpes y patadas, nada personal. Ichigo fue readmitido y comenzó a trabajar como verdadero editor, por lo que ya no tenía mucho tiempo para pelear con Rukia. Habían pasado dos semanas más en los que ellos no habían tenido ni el más mínimo contacto, Ichigo estaba más irritado de lo normal y eso se debía a lo que había descubierto en esos días, estaba enamorado de Rukia. Le había dado vueltas al asunto una y otra vez, así que ahora se encontraba más arreglado que de costumbre y con una bella flor, silvestre, llamando por millonésima vez a la puerta de la casa de Rukia, la muy desconsiderada no abría la condenada puerta.
– ¡Maldición, Rukia, abre la puerta de una buena vez! – gritó desde afuera y pateando a la pared. – De-monios… – mala idea, el dolor de pie ahora lo ponía de peor humor. – Rukia, ábreme la puerta en este momento ¡o la tiraré abajo! – nada, nadie respondía. Miró a través de la rendija de la cerradura, todo estaba oscuro y no había movimiento, intentó abrir la puerta girando el pomo, se abrió sin esfuerzos. Nadie estaba allí.
"Lo siento, Ichigo. Debíamos irnos, no queríamos preocuparte. Muchas gracias por todo. Hisana."
Una segunda nota. "Oh, no" pensó resignado al reconocer los horrendos dibujos de Rukia.
"No nos extrañes, descerebrado. Te prometo que nos volveremos a ver en menos de lo que crees. Rukia."
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Seis años había pasado desde entonces y las notas de Rukia e Hisana seguían esperando pegadas en el refrigerador, al igual que Ichigo esperaba ver volver a esa enana molesta y enojona que se había llevado consigo su corazón. Sin quererlo, todos los días durante su hora de descanso se paseaba por los lugares donde alguna vez la vio estar, cada tanto pasaba por su casa y se quedaba parado largos minutos observando el ambiente terroso y anegado de telarañas. Todo seguía igual que la última vez que ellos estuvieron ahí, nada había cambiado porque él no quería cambiarlo.
– Ichigo, ya es hora del almuerzo, puedes ir a comer si quieres. – le dijo Renji desde el marco de su puerta. Ichigo se apartó de su computadora y se estiró en su asiento, ese día se había hecho particularmente largo y ni siquiera eran las dos de la tarde.
Tomó su abrigo y salió a caminar por la misma rutina de siempre, compró su café y se sentó un rato en el parque, jamás olvidaría la vez que ambos escaparon de esos tipos tomados de la mano y se pasaron la tarde entera discutiendo por una estupidez. Sonrió, ¿tal vez sería hora de olvidarla? ¿Olvidar aquella muchacha de ojos violáceos y zapatos azules con moño dorado? Tomó el último sorbo frío de café y lo arrojó al cesto de basura que había a un lado de la banca, ya era hora de volver al trabajo. Frotó sus manos en un intento de calentarlas entre sí y emprendió la vuelta cabizbaja y con la mirada perdida en el suelo. ¡Unos zapatos azules! Eran borceguíes. ¡Aquellos también…! Tenían tacón. Maldecía por lo bajo, ¿qué le estaba ocurriendo ese día? Juraba que veía zapatos azules mirara por donde mirara. Genial, otros zapatos azules… pero esos eran diferentes. Su corazón se aceleró a dos mil por hora, sentía que se saldría de su pecho y le jugaría una carrera; allí parado y sin nada que decir, fue levantando la mirada para confirmar sus débiles sospechas, pues tanto la había esperado que ya no quería hacerse falsas esperanzas.
Su estatura no había cambiado para nada, seguía siendo la misma enana que él conoció, llevaba puestos unos jeans oscuros y un tapado color violeta cubriéndola por arriba, su cuello era rodeado por una bufanda negra que le tapaba la boca y un poco de la nariz pero esos ojos… jamás olvidaría los ojos de Rukia, ni porque la cubrieran por completo y sólo le dejaran descubiertos los ojos.
– Rukia… – fue lo único que salió de su boca y ella bajó su bufanda mostrando una sonrisa ladeada.
No había duda. Era ella.
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Hola, holiwis! Muchas gracias por haber leído y si quieren pueden comentar qué les pareció y qué no, me agrada saber sus opiniones.
Por otro lado, úlitmamente estoy con ganas de escribir algunas historias cortas para publicar, así que si tienen alguna idea que quieran pedirme para que escriba siéntanse libres de decírmelo, haré lo posible por no defraudarlos. Sólo coméntenme con los nombres de los personajes que quieren, escena (lugar), situación (qué) y tipo de relación (no lemmon o incesto, lo siento... aún no me siento capaz de escribirlo :$)
Nos leemos pronto! Bye! O.-/
