Pulsó la cuerda de la guitarra por última vez antes de dejar aquella estrofa por imposible de momento y se echó hacia atrás la

Pulsó la cuerda de la guitarra por última vez antes de dejar aquella estrofa por imposible de momento y se echó hacia atrás las rastas que caían lacias y húmedas sobre sus hombros.

"maldita sea Tom" murmuró a media voz "cuando no es tu día no es tu día".

Se dejó caer en la cama con un suspiro de resignación. Se sentía tan inútil en días como aquellos en los que nada parecía salirle a derechas. Bill no tenía días de aquellos; a él siempre parecían irle bien las cosas.

Un polvo. Necesitaba un polvo…un buen polvo. Tal vez podía bajar al bar a ligar un rato, o salir en serio por ahí, aunque lo de ir solo no le atraía mucho.

Se quitó la zapatilla y la arrojó con fuerza contra la pared que tenía enfrente. Era el muro que separaba su habitación de la de su gemelo y aquella era la señal. Repitió el gesto con su otro zapato implorando porque el menor no estuviera conectado a sus auriculares dando saltitos a ritmo de Nena y le hubiese oído. La puerta no tardó en abrirse para dar paso a una cabecita teñida de negro que le miraba sin acabar de entrar.

-¿Te apetece salir de fiesta?-el menor movió la cabeza en negación.

-Estoy muy cansado hoy- entró para echarse junto al mayor de un brinco- ¿Por qué no llamas a Georg…el seguro que ni lo duda.

-Na. No es divertido beber si no puedo verte borracho- se ganó un par de golpes de Bill, nunca fuertes por decir aquello, que detuvo entre risas y mas puyas.

-Solo quieres burlarte de mi- puso un puchero y se cruzó de brazos con gesto indignado.

-Quiero beber- el menor le miró condescendiente.

-Siempre hi cuando no tengamos que salir de casa y llames tú a Gustav y Georg para que traigan el alcohol podemos beber aquí.

No lo tuvo ni que repetir. Tom se alejó a la carrera dejando a su hermano ahí, tirado en la cama chillando no se que de pizzas para coger el teléfono que colgaba de la pared y marcar los números de teléfono dispuesto a no aceptar un "no" por respuesta.

Había un espejo frente a él; se colocó las rastas bien, apretando la coleta. Aquella noche sería fantástica.

ooooooooooOOOOOOOOOOOOOoooooooooooooo

Gustav colgó el teléfono. Ir a beber a casa de los gemelos. Por un lado le apatecía tanto como que le dieran una maldita patada en las tripas pero por otro no había podido negarse. Hacía dos días que no le veía; lo necesitaba. Era una sensación extraña y contradictoria. Cuando no le tenía ante él, moría por verle. Era como en las malditas novelas románticas. Él era la primera persona en la que pensaba por la mañana y la última que habitaba su cerebro antes de dormirse. Y cuando estaba ante él no pensaba más que en huir. Escapar de todo aquello que le hacía sentir, porque dolía. Dirigió sus ojos hacia la estantería. La última fiesta la habían montado en su casa y allí estaba todo el alcohol que había sobrado. Con eso y cerveza que seguro traería Georg podrían pillar una buena borrachera.

Suspiró abatido, cansado, jodido mientras pensaba en qué demonios cenar y en como excusarse para no beber demasiado alcohol aquella noche. Se temía a si mismo. Temía sus posibles actos nublados por el alcohol cerca de la persona que se había convertido en objeto absoluto de su deseo desde hacía ¿Cuánto? Ni siquiera sabía.

O temía (era lo peor) estar sobrio y que la sola imagen de verlo en garras de la lisérgia alcohólica le hiciera sacar sus instintos más bajos y aprovecharse de él, haciendo que le odiara de por vida.

Se dejó caer en el sofá. Sabiendo que tenía que cargar las botellas en bolsas y comenzar a ir. Pero sentía miedo. Era como un presentimiento. Un sexto sentido lejano y enfermizo que le decía que algo ocurriría.

-Venga- murmuró dándose ánimos para levantase del sofá.

Cargó las botellas en su mochila verde y salió sin hacer demasiado ruido con un sándwich de algo en la mano y la extraña energía que proporciona la desesperación amorosa.

Tom. ¿Por qué precisamente él? Había pensado incluso al principio que tal vez y siemrpe desde un punto objetivo, habría entendido amar a Bill que era como una dulce nenita…pero ¿Tom? ¿Aquel encantador niñato que se las daba de casanova con más cara que espalda?

Suspiró en la negrura de la noche. Solo tenía que llegar y sentarse entre Bill y la pared mientras el de rastas hacía es idiota con Georg, como siempre.

Sin embargo estaba convencido de que algo iría mal. Como si hubiese una ley cósmica, un enorme dedo espacial que le señalaba mientras una voz de trueno retumbaba en la inmensidad del universo entonando un burlón "la cagarás".

Miró hacia el cielo. Que fuera lo que tuviese que ser…