Título: Aprender a volar
Autora: Ceshire
Fandom: Candy, Candy
Pareja: Candy/Terry
Género: Angustia/Romance
Tipo de fic: Universo Alterno
Rating: K+
Disclaimer: Los personajes del universo de Candy, Candy pertenecen a Mizuki e Igarashi y han sido utilizados en este fanfiction exclusivamente por motivos de diversión y sin ningún fin de lucro.
Resumen: Cuando tu vida está llena de pérdidas y desgracias y solo quieres que el dolor se acabe, ¿te permitirías creer en milagros? ¿En la promesa de una desconocida que te asegura que estarás bien?
Nota de la autora: Este one-shot está basado en el libro Un monstruo viene a verme.
Dedicatoria: Canulita Pech, gracias por invitarme a esta actividad.
APRENDER A VOLAR
I want to hand you my heart
And let you carry the load
Nobody tells you anything you need to know
I need a friend
But a friend is so hard to find
I need an answer
But I'm always one step behind.
Terry secó el sudor nuevamente. Sobre la cama, una mujer de rubia cabellera parecía unida a la vida de una forma precaria, tanto que el joven castaño, temía que, al moverse de su lado, ella se iría en cualquier momento.
Eleanor, su madre, estaba en una condición crítica por un accidente de coche. Estaba bajo los efectos de las drogas que mitigaban su dolor y la mayor parte del tiempo estaba dormida.
Se había roto la espalda y dañado algunos órganos. Los doctores le dijeron que estaba sufriendo muchísimo y que quizá era mejor que finalmente pudiera descansar, pero Terry no lo aceptaba. Él no podía ser quien pusiera fin a la vida de su madre. No podía.
Su familia, en su mejor momento, fue adinerada. Los Granchester tenían algunas empresas que aseguraban una vida llena de lujos y riquezas. Pero aquello llegó a su fin cuando se descubrió que su padre era un estafador, que conseguía inversionistas para pagar las comisiones de sus demás empresas. Richard Granchester fue juzgado y sentenciado a prisión cuando Terry tenía 18 años y no le sorprendió saber que un guardia lo había encontrado ahorcado en su celda dos meses después.
Terry podía recordar el dolor de su madre al enterarse de la muerte de su esposo. El amor de su vida. Y, por si fuera poco, aquella secuencia de desgracias no había llegado a su fin todavía. Las propiedades y bienes fueron embargados y rematados para cubrir las deudas de Richard, dejándoles prácticamente en la calle.
Y aunque aquello había sido devastador, Terry era un sobreviviente, así que no se rindió ante la adversidad. Con una propiedad a nombre de su madre que el gobierno británico no pudo tocar, Terry compró un pequeño departamento en la ciudad y pago su colegiatura en Oxford. Unos años después consiguió su carrera de Programador sumergido en un montón de trabajos de medio tiempo que no le habían permitido tener verdaderos amigos o una vida social. Ya ni se diga una relación seria.
Terminó su carrera agotadísimo, pero satisfecho consigo mismo.
Sin embargo, el siguiente revés de su vida no se hizo esperar.
Nadie quiso contratarle. Con amargura descubrió que su apellido estaba enlodado. Los Granchester se habían convertido en una vergüenza. En escoria. Ninguna empresa le dio un voto de confianza para demostrar que él no era como su padre.
Terry tenía 22 años y estaba decepcionado de la vida, dolido con las circunstancias, pero siguió adelante. Su madre se convirtió en el motor para demostrarle a todos que él saldría a flote sin importar las barreras que le pusieran en el camino. Claro que sí.
Pero entonces ocurrió el accidente y aquello terminó por llevarlo a una debacle emocional.
La vida le estaba dando un golpe del que no podría recuperarse. Ya no. No más.
Y tuvo que volver a los miserables trabajos de medio tiempo que le otorgaran un seguro de gastos médicos. Y todo para nada. Su madre nunca se recuperaría. Pero Terry no quería aceptarlo, no quería ser el verdugo que la sentenciara.
Terry salió de la habitación de hospital para ir al baño del corredor. Se lavó las manos y se echó agua en la cara, algunas gotas salpicaron en el espejo, suspiró, pero ya no sabía si de frustración, cansancio o indiferencia. Contempló su rostro y vio aquellas enormes ojeras debajo de sus parpados. Acababa de cumplir 23, pero lucía mayor. Su rostro, alguna vez atractivo, estaba demacrado.
Bajo la vista, como si le avergonzara su aspecto y volvió a suspirar, pero al mirar nuevamente el espejo se sobresaltó. Giro el rostro, pero no había nadie. Quizá la falta de descanso empezaba a jugarle malas pasadas. Regresó a la habitación listo para acomodarse en el sillón reclinable que el hospital había provisto para él, sacó un libro de su mochila, se sentó y comenzó a leer en voz baja mientras velaba el descanso de su madre.
Terry salió al día siguiente después de tomar una ducha rápida en los vestidores de internos, dos meses viviendo en el hospital y explorando, le habían provisto de horarios para poder bañarse y comer algo, sin que lo descubrieran.
Volvió al cuarto de su madre para tomar su mochila, comprobó que todo seguía bien con ella y salió rumbo al trabajo.
Debía cruzar el puente de Londres para llegar a su destino. Era muy temprano, el sol todavía no hacía acto de presencia. El castaño miró por el barandal hacía abajo, las aguas del Támesis estaban tranquilas y casi en un punto de congelación. Aquel día de invierno era especialmente frío, pero carente de viento que meciera sus cabellos o su ropa y le provocara estremecimientos.
Giró el rostro a ambos lados, no había nadie, parecía que la vida le daba la privacidad que necesitaba. Terry se subió a la baranda, pensando que, si daba un paso más, todo terminaría. Solo tenía que atreverse. No tenía miedo, aunque eso fuera lo natural, estaba realmente cansado y deseaba no volver a sentir, sumergirse en una oscura tranquilidad que durara para siempre en algún lugar del mundo donde ya no existieran las preocupaciones, las tristezas o las tragedias.
Aquella era sin duda una promesa tentadora. Casi irresistible. Si moría, el hospital tarde o temprano desconectaría a su madre ante la falta del pago del seguro o qué sabía él sobre aquellos procedimientos, ya no sería su problema. Con un solo paso al vació podría cerrar los ojos y ya no despertar jamás.
¿Qué más le quedaba? Nada, ninguna razón a la que aferrarse a la vida. Solo el peso de una decisión a base de culpa. Así que no había motivos para continuar con aquella vida miserable y sola.
Se inclinó un poco hacía adelante, dispuesto a dejarse caer, cuando vio algo que le sobresalto por el rabillo del ojo. Giró el rostro en esa dirección y se topó con una figura femenina, delgada y vestida de blanco, con unos intensos ojos verdes, una cara redonda y bonita; y con un cabello largo y ensortijado de un dorado brillante. Parecía más joven que él.
Regresó la mirada al agua y resopló. Si quería podía saltar, pero, por muy absurdo que eso sonora, le daba vergüenza que alguien le viera quitarse la vida.
―¿Hola? ―dijo el joven.
La chica se acercó un paso y Terry le miró, intrigado cuando el sol se asomó de entre las nubes y se dio cuenta de que aquella extraña no era sólida, sino más bien incorpórea. Como los fantasmas de las películas.
―Espero que no te importe la compañía ―volvió a hablar la rubia, mirándolo, pero él desvió la mirada, ignorándola ―La vista desde aquí es asombrosa ―continuó ella sin perder su tono tranquilo y recargando los codos en la baranda.
Terry miró hacia adelante y entonces vio Londres a lo lejos, al otro lado del río. La ciudad era imponente y hermosa. Bajó del barandal e imitó la posición de la rubia, dejándose llevar por el paisaje frente a él.
―¿Sabes? ―volvió a hablar ella ―Me pregunto si realmente esto es lo que quieres ―dijo, mirando hacia abajo.
―No creo que sea de tu incumbencia ―no pudo evitar responder. En su fuero interno se maldijo por ello.
―Supongo que no ―Terry no daba crédito a lo que estaba pasando, aquella extraña sin nociones de parecer humana estaba de pie, frente a él, sin dejar clara su intención. ¿Lo quería detener o pretendía verlo morir? Tal vez debía hacerle caso a Albert y tomarse un día libre para descansar. Se frotó la cara con las manos, pero la figura rubia seguía ahí, junto a él, mirándolo con atención.
―¿Qué eres? ―quiso preguntar quién, pero el qué se le escapo sin que pudiera evitarlo.
―No estoy segura… Te vi y me dio grima ver en lo que te estás convirtiendo. Sin comer ni dormir.
―Tengo que estar al lado de mi madre ―la rubia se encogió de hombros, no se dijeron nada por un largo rato ―¿Eres un fantasma?
―Estoy en un plano dimensional distinto al tuyo. No estoy muerta, por tanto, no soy un fantasma.
―¿Otros pueden verte?
―¿Cómo podría saberlo? ―Terry se frotó la cara, nervioso. Él no creía en nada sobre planos astrales, reencarnaciones o vida después de la muerte ―Yo solo estoy aquí porque pediste una respuesta ―él frunció el ceño y estuvo a punto de halarse el cabello. Él no había pedido respuestas. No creía en milagros. ¿Convertir agua en vino? No se podía. No existía tal cosa.
―No hice ninguna pregunta.
―Tal vez no conscientemente.
Terry no quiso insistir, toda la plática lo estaba molestando, pero a pesar de su incomodidad, no podía negar que le agradaba la compañía.
―¿Tienes… un nombre o algo?
―Me llamo Candy ―sonrió la rubia.
El castaño se encontró con la intensa mirada de ella. Desvió la suya y observó de nuevo el agua correr mansamente en el río. Fría y tranquila, como invitándolo; la promesa de un muy ansiado deseo le esperaba ahí, y Terry lo quería desesperadamente. Pero ella seguía ahí, mirándolo y supo que no podría hacerlo.
―Tengo que ir a trabajar ―no sabía cómo despedirse, hizo un gesto con la mano. Ella caminó detrás de él y Terry se detuvo con tanta brusquedad que para su mala suerte chocó con Candy y él pudo notar que ella no tenía un cuerpo sólido, que la había traspasado, pero al mismo tiempo podía sentir el espacio que debería ocupar su cuerpo. Era raro. Pero no dijo nada, no quería volver a la conversación profunda. Se distrajo contemplando a la joven, de cerca sus ojos verdes eran más grandes y expresivos. Tenía unas pecas sobre la nariz. Viéndola así de cerca, sintió que la conocía, pero no estaba seguro si de verdad la había visto o solo era parte de un sueño olvidado. Ninguno intentó separarse, para Terry sentir la calidez de otro cuerpo le hizo darse cuenta de que hacía mucho que no había estado tan cerca de otro ser humano y aquella realidad se le antojo triste y muy patética. ―Tengo que ir a trabajar ―repitió él, dando un paso atrás ―¿Piensas seguirme y observarme?
―No tengo nada más que hacer ―respondió ella ―¿te molesta que te mire mientras trabajas?
Terry quiso decir que sí, que no necesitaba que un espectro o lo que ella fuera le siguiera por el resto de su vida, además, la presencia de la chica le ponía realmente nervioso, pero no de una forma agradable sino, más bien como… en realidad no sabía bien cómo debía sentir frente a ella. ¿Cómo pedirle que se fuera? No era como si ella fuera escucharlo de todas maneras.
―No, pero tengo que hacer muchas cosas y si nadie más puede verte, no puedo estar hablando contigo, así como así.
―Por mí eso está bien. Solo prométeme que hablaras conmigo cuando puedas hacerlo ―lo vio asentir. A Candy lo que le sobraba era tiempo y no carecía de paciencia.
Terry se enfrentó al último plato sucio reflexionando sobre lo mucho que odiaba ese trabajo. Tocar esa suciedad que alguien más había probado. Aunque, si lo pensaba detenidamente, había muchas cosas que odiaba de su trabajo como, por ejemplo, todas. El restaurante era un local horrible y mugriento, pero había sido el único lugar donde le habían contratado. Trabajaba ahí cuatro noches a la semana, ocho horas cada día, por 300 dólares que servían para sus gastos comunes. Los demás días por la mañana, iba a un pequeño supermercado capturando datos y poniendo al día el sistema de cómputo, ahí apenas y ganaba 150 dólares, pero tenía seguro y con eso le bastaba.
―Apúrate, chico. Todavía te falta barrer la cocina ―le dijo el dueño del lugar. Terry suspiró para sus adentros, pero haciendo lo que le mandaban.
Cuando terminó, preguntó si había algo más qué hacer y cuando le contestaron que no se dispuso a marcharse al hospital. Era casi la una de la mañana, el aire era frío y apenas había gente en la calle.
―¿No te has aburrido? ―preguntó solo por ser educado.
―Fue entretenido.
―Eres rara. ¿No hay nada más que puedas hacer en ese plano?
Candy notaba cierto resentimiento en sus palabras, como si le fastidiara realmente que existiera ese plano o ella.
―Sí, hay muchas cosas, pero ninguna como estar aquí. En compañía de alguien… no puedes imaginar cuanto lo valoro ―replicó ella y por un instante él pensó que se pondría a llorar.
Terry pateó una piedra y luego la recogió, se la aventó con fuerza a la joven.
―¡Ey! ¿Por qué has hecho eso? ―se quejó viendo la piedra que la había traspasado ―Por si no lo sabes, eso ha dolido. Espera a que pueda tener un cuerpo sólido y te devolveré el gesto justo en medio de esos ojos tuyos.
―¿Cómo podría haberte dolido? ―sonrió, sin querer, por una vez la veía romper su aparente calma.
―Ya te dije que no soy un fantasma. Los objetos pasan a través de mí, pero los siento, me lastiman. Por favor, no vuelvas a hacer algo así ―advirtió, cruzándose de brazos.
―Te prometo que no volveré a hacerlo ―Terry se detuvo, mirando hacía un edificio ―Haremos una parada en mi departamento.
Candy lo miró en silencio y cuando ella no lo siguió, Terry se giró.
―Me acabo de dar cuenta que no me has dicho tu nombre.
Terry quiso reírse, de veras que sí. ¿Acaso ella pensaba que planeaba hacerle algo indebido si subía a su departamento?
―Camina, Candy. Estarás a salvo ―casi sin querer, ella sonrió.
Terry se detuvo un segundo antes de introducir la llave. Era evidente que nunca había llevado a nadie a su casa, pero Candy era distinta, podía sentirlo. Había algo especial en ella y no era precisamente que fuera un fantasma o lo que sea.
Abrió la puerta del pequeño departamento, apenas compuesto por 47 metros cuadrados. Una habitación, una sala-comedor, la pequeña cocina y un baño.
Invitó a Candy a sentarse en el único sillón que había, mientras encendía la chimenea y, después fue a la cocina para calentar agua para un té. Abrió la vieja nevera que había comprado de segunda mano; no había mucho dentro, pero sí lo suficiente para preparar un par de sándwiches.
Sirvió el agua en dos tazas y llevó la comida a la sala.
―Eh… no estoy seguro, ¿tú comes? ―dijo señalando la bandeja.
―Claro, pero no esto.
―¿Es porque tiene jamón?
―No, no como sólidos.
―Tengo manzanas, podría hacer una papilla ―insistió el castaño.
―Es lindo verte reír, aunque sea a mis costillas.
Terry se acomodó en el mueble y no supo en qué momento se quedó dormido.
Despertó sobresaltado, Candy había tocado gentilmente su mejilla, su contacto era tibio y reconfortante, pero aun así echo la cabeza hacía atrás, alejándose de ella.
―¿Cómo dormiste? ― preguntó la rubia.
―¿Qué hora es? ―La rubia miró el reloj del horno de la estufa.
―Las 4:30.
―¡No puede ser! Tengo que volver al hospital.
―¿Por qué?
―Mi madre ―respondió sin pensarlo.
―¿Es grave? ―Terry no quería responder preguntas incomodas, pero tampoco podía decirle que se callara de una buena vez.
―Sí ―el castaño sintió deseos de llorar.
―Puedes llorar si lo deseas ―siguió ella. Lo vio tensarse. Él no solía llorar y mucho menos delante de otras personas. Además, sabía que, si lloraba, quizá nunca podría detenerse. ―Yo a veces lo hago, a veces ayuda a quitar un peso de encima.
Terry se mordió el labio. Sabía que no era verdad, su madre había llorado mucho con la muerte de Richard y jamás se volvió a sentir mejor.
―No funciona así, Candy. Mi madre está muy grave y no hay nada que pueda hacer para salvarla. ¿Tú… tú puedes curarla? Dijiste que eras la respuesta a mi pregunta. ¡Sálvala, por favor!
―No vine para salvarla a ella ―dijo Candy ―. Vine para salvarte a ti.
―¿A mí? ―Terry la miró, extrañado ―Yo no necesito que me salven. Mi madre es la que…
Pero no fue capaz de decirlo. Porque aunque lo sabía, no podría decirlo. No podía decir que su madre estaba…
Se paseó por la sala, enfurecido.
―Ayúdame ―pidió en voz baja, pero ella no respondió y de pronto sintió como si lo estuvieran rajando de arriba abajo, como si el cuerpo se le descoyuntara.
―Tu madre está sufriendo también ―continuó ―. Quiere irse, pero tú no la dejas ir. Tienes que dejarla ir, por favor. Déjala ir.
No podía.
―Sí puedes ―dijo ella ―Por eso quieres morir. Deja que se vaya. Termina con su sufrimiento.
―¡No puedo! ―gritó Terry con la voz quebrada.
―Sí puedes ―la pequeña figura de la rubia ahora era imponente, amenazadora, con la voz calmada, pero terrorífica ― ¡Acéptalo!
―¡No sé a qué te refieres!
―Sí lo sabes ―la voz femenina sonó amenazadora.
Y hubo un silencio repentino.
Porque sí, Terry lo sabía.
Siempre lo había sabido.
Quería renunciar, pero no podía.
Su vida se había convertido en un infierno.
Su madre sufría y él no quería dejarla marchar.
Se sintió un miserable, fracasado.
Había sollozado cada noche, en silencio, abrumando por todo el dolor y la culpa.
Quería que todo terminara. Que alguien se llevara su sufrimiento.
Pero no podía. Él no lo haría.
―No, no puedo hacerlo. No puedo.
―Sí puedes ―y hubo un cambio en su voz. Una nota de algo. De amabilidad.
―No, yo… ―se agitó el castaño ―Ella es todo lo que me queda en este mundo. ¡Yo la quiero, no quiero que se vaya! ¡No quiero!
A Terry se le llenaron los ojos de lágrimas, que se deslizaron por sus mejillas y no él no podía hacer nada para detenerlas.
―Esa no es la verdad ―Terry cerró con fuerza los ojos ―Sí así fuera, no intentarías suicidarte a la menor oportunidad.
Candy se acercó y se recargó en su espalda. Terry puso sentir el contacto, pero el vacío en su interior era más grande, la desolación lo consumía. Nunca se había sentido tan solo en su vida. Si su madre se iba, no tendría nada más, pero podría vivir, era una verdad demasiado dolorosa, demasiado cruel.
―Acéptalo ―repitió Candy.
―Decirlo me matara.
―Lo que te matará será no decirlo ―repuso ella. ―Su dolor es muy grande.
―¿Cómo podrías saber tú?
―Sufre cada día, cada minuto, es una agonía constante, pero soporta por ti, porque sabe que no la quieres dejar ir. Y ella te ama tanto que sigue resistiendo, pero ya no puede más. El dolor la consume. Dilo. Di la verdad.
Y Terry supo que debía aceptarlo. La verdad, él sabía por qué. Un gemido empezó a surgir de su garganta, un gemido que se elevó hasta convertirse en grito y él gritó y gritó, de dolor, de pena, de rabia.
Y dijo las palabras. Lo acepto.
―¡No puedo más! ―chilló desesperado ―No puedo seguir viendo así. Quiero que se vaya, pero no quiero ser yo quien la condene. No quiero soportar el peso de su muerte, aunque la desee desde que ella tuvo el accidente. Quiero… ¡Quiero que todo termine! ―Terry se esforzó por hallar las palabras siguientes: ―Siempre he sabido que ella no saldría adelante, casi desde que me dijeron del accidente. Pero me aferraba a que seguía respirando. Ella está viva. Está a mi lado.
―Pero te lastimaba ―dijo ella. Terry tragó saliva.
―Tenía ganas de que se acabara. Y si no podía terminar con su vida, terminaría con la mía. Es insoportable vivir así. No puedo soportarlo. Ya no quiero hacerlo. ―Empezó a llorar de nuevo, más de lo que creía haber llorado nunca.
―No quieres estar solo. Pero no puedes seguir así ―él asintió con la cabeza, incapaz de hablar.
―Su muerte será por mi mano, Candy ―La pena de Terry era algo físico, lo paralizaba. Apenas sentía fuerzas para respirar, se dejó caer en el sillón.
―Solo quieres acabar con el dolor. Tu propio dolor. Acabar con tu aislamiento. Es un anhelo muy humano.
―No sé si podré hacerlo.
―Lo harás, aunque no quieras.
―Estoy tan cansado ―dijo Terry recostándose más en el sillón ―. Tan cansado.
―Duerme ―sugirió ella ―. Aún hay tiempo.
―¿De verdad? ―ella asintió ―¿Estarás aquí cuando despierte?
―Sí. No temas.
―No quiero estar solo.
―No vas a estarlo.
―¿Cómo podrías asegurarlo?
―Porque te conozco ―él río sin alegría.
―Ni siquiera sabes mi nombre.
―Sé más cosas de ti de las que imaginas. Eres una buena persona, solo que has tenido muchas pérdidas en tu vida.
―Candy, ¿eres un ángel?
―No, no lo soy. Solo soy alguien que ha estado cerca, más cerca de lo que crees.
Terry se quedó dormido antes de poder pensar en las últimas palabras de Candy.
Despertó sintiendo los rayos de sol rodeándole. Frunció el ceño, de alguna manera ese sol lo tranquilizó.
―Tengo que irme ―dijo de pronto Candy y eso lo alertó.
―Quisiera que te quedaras conmigo más tiempo.
―No puedo. ¿Podrías… abrazarme? ―pidió ella. Él obedeció, abriendo los brazos y tratando de cobijar la pequeña figura de Candy en ellos. Sintió una resistencia como en el puente, como si el otro cuerpo le impidiera moverse, pero no lo suficientemente sólido para sentir el abrazo normal de otro ser, aun así fue placentero, en un modo que jamás hubiera creído: con una paz rodeándole, mezclada con la seguridad de la presencia de la rubia, aunque ella se fuera, estaba siendo una muy bonita experiencia. Y ambos alargaron el momento, el goce de estar juntos aunque solo fuera un instante de interminable existencia, una corta parada en el camino para encontrarse, reconocerse y perderse.
◦•●◉●•◦ ◦•●◉●•◦
Terry entró en la habitación de su madre en el hospital. Se sentó en el sillón, la habitación tenía las cortinas corridas y estaba en penumbras, Terry dejo que se colora un poco el sol y pudo ver mejor a su madre. Tenía los ojos cerrados y respiraba como si tuviera un peso encima el pecho. Se inclinó y tomó una de las manos de Eleanor y la sostuvo entre las suyas, besándola.
―Mama… ―dijo él y sintió que se ahogaba otra vez y que los ojos se le abnegaban de lágrimas.
Sin embargo, el ahogo no era desesperado. Era más resignado, aunque igual de duro.
Su madre pareció apretar sus dedos y Terry lo supo. Supo que no habría vuelta atrás. Que ese día tomaría la decisión de dejarla partir y supo que iba a ser terrible, pero también que lo iba a superar.
Y esa era la razón por la que Candy había aparecido. Terry la necesitaba, y de alguna manera su necesidad la había llamado. Y ella había ido, solo para él.
―Mamá… Te quiero ―dijo, con las lágrimas cayéndole por las mejillas, despacio primero y a borbotones después ―… muchísimo y por eso no quiero que sigas sufriendo. Te dejaré marchar. Te prometo que seguiré adelante, estaré bien. Ya no sufras. Te amo.
Y eso era todo lo que tenía para decir.
Se inclinó hacia adelante sobre la cama y la rodeó con el brazo. Abrazándola.
Firmo las formas para desconectarla del soporte vital y se quedó con ella todo el tiempo, sujetando su mano con fuerza. Y al hacerlo, pudo por fin dejar que ella se fuera.
Eleanor Granchester murió finalmente la mañana del 4 de febrero, una semana después de su cumpleaños y dos meses después de su accidente.
Cuando Terry fue a su departamento después de arreglar los papeles para el velorio, se dejó caer en la cama presa de un sueño profundo, agotado y vació. A partir de ahora nada será igual. Su madre ha muerto y aunque Candy prometió que estaría bien, no pudo dejar de sentir que estaba totalmente solo.
Despertó presa de una presión que le ahogaba. Pero solo era el llanto que trataba de salir y él intentaba retener con todas sus fuerzas. Pensó que no podía seguir viviendo allí, rodeado de tantos recuerdos. Después se dio cuenta de que eran lo único que le quedaba y no quería perderlos. La presión subió de su pecho a su garganta y Terry se sentó sobre la cama, el sonido estrangulado que salió de su garganta sonó irreal y extraño sobre el sepulcral silencio de su hogar. El llanto le brotó a gritos, físicamente tan doloroso como las devastadoras punzadas que atravesaron su alma. Se había prometido llorar ese único día, dejando fluir su tristeza en su estado más puro y luego, seguir adelante. Como lo había prometido.
Regresó al hospital después del entierro para cerrar los trámites administrativos y llevarse los artículos personales de su madre.
Miró alrededor aquel pequeño cuarto y una pequeña nostalgia lo inundó. Salió de ahí justo cuando la puerta del cuarto de enfrente se abría y por esa pequeña abertura vio al paciente que estaba dentro.
Era una joven rubia. Terry empujó la puerta para mirar mejor a la chica.
Era Candy. Estaba acostada en la cama, inconsciente y llena de cables conectados a aparatos que emitían un constante repique.
Terry se sintió abrumado, pero trato de reponerse de inmediato y se sentó en la silla que estaba a un lado de la cama.
Una enfermera entró al poco tiempo y le miró inquisitiva.
―Joven Grancester, qué hace en la habitación de la señorita Candice.
―Yo… la conocí hace tiempo ―balbuceó el castaño, temiendo que lo sacaran de la habitación si no comprobaba que la conocía ―. Era una vieja amiga, pero dejamos de vernos. Hace un momento la vi por casualidad y no podía creer que estuviera aquí. Sabe, ¿qué le sucedió? ―vio la duda en los ojos de la mujer, él sabía que aquella información estaba destinada exclusivamente para los familiares del paciente, desvió la mirada a la rubia y la enfermera vio la sincera preocupación que sentía el joven castaño.
Era la primera vez que la joven tenía visitas desde que había llegado y era triste que estuviera siempre sola.
―Un accidente de auto, joven Granchester. El mismo que… ―Terry sintió un estremecimiento. Había sido el mismo en que su madre había resultado herida. Él sabía que 3 autos estuvieron involucrados. El de un ebrio que murió al instante, el de su madre y el de otra familia ―Sus padres murieron y ella está en coma desde entonces ―Terry sintió un nudo en la garganta.
―Va… ¿se recuperará?
―Su respiración y sus latidos han variado desde hace una semana, parecen más estables. Es un gran avance.
―¿Su familia no viene a verla? ―La enfermera se encogió de hombros, claramente incomoda.
―Tiene una tía abuela, Elroy Andley, pero ella solo viene a pagar los gastos mensuales, nunca entra a verla. Creo que no le tiene mucho afecto a su sobrina. Lo cual es una pena. Ella es muy joven y parecer muy gentil. Me parte el corazón verla sola todo el tiempo.
―¿Puedo quedarme un rato más con ella?
―Claro que sí, joven Granchester.
Los días siguientes pasaron con lentitud convaleciente. Los temores de Terry sobre el estado de Candy eran cada vez menos, según la enfermera, cada día notaba una pequeña mejoría en su estado.
Había una parte de él que sentía que todo estaba en su cauce, que muchas heridas estaban cicatrizando.
Miraba a Candy intensamente, solo habían pasado unas horas juntos, pero le echaba de menos como nunca había echado de menos a nadie, sus sonrisas, su calma y esa sensación de pertenencia que tenía junto a ella.
Ella había sido la persona que lo había encontrado en el muelle, que le había hablado y reconfortado. Si no fuera por ella, Terry quizá estaría muerto ahora y su madre habría llegado al final de su vida completamente sola.
Era casi absurdo pensar que esa chica Candy Andley, quien había estado postrada en una cama de hospital dos meses, le había hablado y le había abrazado de la forma más rara posible tres semanas atrás.
―Espero que no te importe la compañía ―repitió él la primera frase que ella le dijera. Terry nunca la había conocido realmente, pero sentía que lo hacía. Que la conocía. Aunque no pudiera explicarlo, no de un modo que los demás pudieran entender.
Pero ella había salvado su vida y él siempre le estaría agradecido.
Tomó asiento como otros días en la silla, sostuvo su mano por un segundo y luego sacó un libro de su mochila.
―Mi nombre es Terry… creo que nunca te lo dije. No vayas olvidarlo cuando despiertes ―él sabía que en ese momento hubiera dado lo que fuera por verla abrir los ojos.
Sus mejillas se ruborizaron cuando se confesó a sí mismo que la rubia le gustaba. Le gustaba un montón.
―Me ayudaste mucho y no sé si pueda hacer lo mismo por ti, pero quiero que sepas que no me separaré de ti. No volverás a estar sola. Te lo prometo.
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La mañana, antes de ser anunciada por el despertador, hizo a Terry despertar de golpe, como si lo estuvieran zarandeando.
Desorientado, el castaño despertó. Su corazón se aceleró con rapidez y los brazos se movieron por puro impulso, encerrando a la joven entre ellos.
―Candy…
―Tú… ―susurró ella, empapándose en la sensación de aquellos brazos, extraña y al mismo tiempo conocida ―. Agua ―Terry se limpió las lágrimas y fue corriendo a llenar un vaso para ella, que apuró enseguida.
Los médicos y las enfermeras de inmediato se aglomeraron en la habitación de la rubia, casi empujándolo a la salida mientras le realizaban todo tipo de estudios y revisiones.
Terry no podía apartar la mirada de la cama y de la rubia con sus ojos abiertos y su cara de confusión.
Cuando le dejaron volver, Terry estaba lleno de una algarabía nunca antes sentida. Estaban sucediendo muchas cosas difíciles de asimilar.
―Tú eres Terry ―dijo ella y entonces le dirigió una mirada que hizo que a él se le erizara el vello de los brazos y de la nuca.
Tres palabras.
Tres palabras que ponían el mundo en orden y cubrían de bálsamo sus heridas. Terry sonrió, exultantemente feliz.
―¿Me recuerdas? ―ella respondió a su pregunta con una sonrisa un poco tímida.
Y esa fue quizá la única certeza que necesitaba. Él no estaría solo y ella tampoco. Nunca más.
Eran solo dos jóvenes que había perdido demasiadas cosas y se habían encontrado mutuamente, entendiendo el valor de estar uno junto al otro.
Él habló por horas y ella lo escuchó, cuando se quedó dormida, él le acarició el cabello y beso su mejilla. Se acomodó en la silla y sonrió, pensando que Candy seguiría allí al día siguiente, que tenía la oportunidad de ser feliz. Y sus labios se curvaron en una última sonrisa antes de quedarse dormido, esperando con ilusión un nuevo día.
FIN.
Espacio para charlar
La verdad esta historia no estaba planeada para ser compartida hasta ayer a las 21:00 horas mientras preparaba a mi hijo para dormir. En principio, cuando Canulita me comentó sobre esta idea diseñé otra historia que por cuestiones de tiempo no pude terminar, después me planteé actualizar Unbreak my heart, pero esta historia estaba empujando tan fuerte que no pude terminar el capítulo 9 anoche.
Espero que la hayan disfrutado. La película de Un monstruo viene a verme la vi el año pasado con mi esposo (justo hoy hace un año) y me gustó muchísimo, pero no fue hasta ayer que le estaba cambiando a la televisión cuando me llegó la idea. Sé que es un poco dramática, pero ya me conocen, no sería yo si no escribiera algo de esto.
El fragmento que abre el capítulo pertenece a la canción Tear up this twon de Keane que también sirvió de inspiración para la trama.
No me queda más que desearles un ¡Feliz 2019!
Que tengan las fuerza para obtener todo aquello que anhelan.
Les mando un fuerte abrazo a todas.
¡Gracias por seguir leyendo y comentar!
31 – dic – 2018
Ceshire…
