Resumen: Corren tiempos difíciles en Amestris, por lo que el Fürer ha decidido designar un grupo especial encargado de detener a la banda organizada de peligrosos delincuentes que se dedican a robar información confidencial del Ejército. Edward Elric se encuentra al mando de este grupo, pero a medida que avance en el caso descubrirá que las cosas son más turbulentas de lo que aparentan.

Nota Importante: ¿Les gustan los AU¿Les gustan las aventuras, la acción, el drama, violencia, shounen ai, yaoi, lemon, perversiones y demás cosillas¿Ver sufrir a los personajes hasta el cansancio? Entonces probablemente les guste esto.

Advertencias: Supongo que ya las nombré todas en la "nota importante". Se las repito, por si acaso: GRAN AU, violencia, yaoi, lemon... ¡para todos los gustos! Prometo intentar consentir a todos.

Y bien... ¡aquí vamos!

(reviews... cofcofejemdjskdj)


SILVER FENIX

Capítulo 1: El Perro de los Militares

—Entonces, es aquí—comentó el joven alquimista, apoyando ambas manos en sus caderas.

Un sucucho al final de la Calle 4 de muros despintados, grandes ventanales tapiados, aspecto de abandono total y proximidad de derrumbe. En realidad, una pequeña casa que podría haber sido habitada demasiados años atrás por una familia humilde no muy numerosa, aunque a esa altura ningún tipo de refacción podría llegar a volverla mínimamente apta.

El sonido de diminutas piedras desprendiéndose de las paredes se dejó oír cuando llamaron a la puerta de madera podrida, acompañado por un eco que puso en evidencia su desolado interior. El panorama se ajustaba perfectamente a la descripción informada.

—¡Abran la puerta¡Tenemos una orden de allanamiento!

Silencio absoluto.

Nadie atendió a pesar de los numerosos llamados, así que el grupo de militares hizo uso de su otorgada autoridad y echó el portón abajo sin demasiados problemas.

Oscuro y maloliente, el interior era aún peor que la fachada. No había un solo mueble en ninguna de las cuatro habitaciones que formaban parte de la construcción, y exceptuando al grupo de gatos que amontonados en uno de los cuartos maullaron molestos frente a las indeseables visitas, no hallaron una sola alma.

—La información era falsa, al parecer.

—Ahh… estúpidos informes—se quejó uno de ellos, desperezándose. Estaba bastante acostumbrado a los horarios de la milicia, pero su superior había sido claro cuando le ordenó llevar a cabo la operación a esas horas de la madrugada.

Desanimados, decidieron que lo mejor sería salir cuanto antes de aquel desagradable lugar, pero la Teniente Hawkeye los detuvo, declarando que había hecho un hallazgo sumamente sospechoso. En el suelo de madera de una de las habitaciones, habían pasado por alto una puerta bien disimulada que parecía llevar al sótano. Utilizando una barra de metal que encontraron arrimada contra la pared, hicieron palanca y lograron abrirse paso a la escalera que los llevaría bajo tierra.

De no haberlo visto con sus propios ojos, les habría sido difícil creer que debajo de tan maltrecha construcción existiera habitación en tan buen estado y con tantos signos de vida. Las paredes estaban poco y nada despintadas, el olor a humedad oculto por el de cigarrillo, los papeles bien ordenados en los escritorios y cajoneras. Un enorme sello de "CONFIDENCIAL" revelaba el origen de dichos documentos.

—Bingo...

Se sonrieron mutuamente con aire satisfactorio y tomaron algunos de los documentos para llevar como evidencia. Esperar a que los delincuentes regresaran y arrestarlos era tarea de otros.

—Supongo que con esto será suficiente. Mejor será darnos prisa y avisar a…—pero la voz de la Teniente fue interrumpida por el sonido de la puerta cerrándose sobre sus cabezas.

Callaron durante unos instantes, desconcertados ante el extraño suceso.

—Havoc, se supone que vigilarías la entrada, lo cual no creo que incluyera bromas pesadas-le gritó a su compañero desde abajo.

El silencio fue su única respuesta, y luego de esperar en vano escuchar la voz de Havoc, su semblante molesto cambió a uno de preocupación.

—Esto no me gusta nada…—refunfuñó el alquimista que se hallaba a su lado, poniéndose en guardia luego de que los tres oficiales que lo acompañaban desenfundaran sus armas.

Lo que ocurrió luego fue demasiado confuso. Se oyó el sonido de algo impactando contra el suelo, y antes de que pudieran reaccionar, todo a su alrededor estuvo cubierto en llamas.

—¡Los documentos!

—¡Al diablo con los documentos! Es demasiado tarde para salvarlos, y también lo será para nosotros si no nos damos prisa.

Dicho esto, el alquimista los instó para que lo siguieran escaleras arriba, chocó las palmas de sus manos, y las apoyó sobre la puerta para abrirse paso y escapar del fuego que ya les pisaba los talones.

Se sintió aliviado al respirar el aire hediondo pero libre de humo que lo aguardaba en la superficie, pero la paz le duró tan solo unos segundos. Delante suyo, el Teniente Segundo Jean Havoc se hallaba inconsciente en el suelo.

—Se terminó el jueguito de detectives, Edward Elric.

No supo identificar de dónde provenía la voz femenina y ronca que sonaba más bien burlona, pero antes de que pudiera hacer algún movimiento, recibió un disparo en su brazo izquierdo, lo cual lo dejó casi inmovilizado para la alquimia. La sangre no tardó en manchar la chaqueta azul de su uniforme, y el dolor lacerante lo mareó a tal punto que le fue dificultoso mantenerse consciente.

Oyó pasos resonando a sus espaldas, y al darse vuelta comprobó con horror que todos sus compañeros habían sido reducidos.

Luchando contra la idea de que ya todo estaba perdido y que ésta sería su primer y última misión, hizo un esfuerzo sobrehumano para mover su brazo y así hacer un último intento desesperado.

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—Entonces… supongo que tengo que felicitarte por tu desempeño, Acero.

El hombre que no llegaba a los treinta años agitó el vaso de whisky que tenía en su mano, mientras que el joven sentado frente a él lo miraba indistintamente.

—Aunque debo admitir que tirar abajo la casa que contenía tan valiosa información no fue una de tus más brillantes ideas, no sé si me explico.

—Perfectamente—rió el otro con sorna.—Ya me extrañaba que te hubieses tardado tanto en criticarme. De todas formas, los documentos estaban perdidos. Supongo que Hawkeye te lo habrá explicado.

—Lo sé. Afortunadamente nadie salió herido de gravedad, lo cual resulta raro para la emboscada que les tendieron. A propósito¿Cómo está tu brazo?

—Mejor, gracias.

Ambos bajaron la vista y se concentraron en sus respectivas bebidas, sumiéndose en un silencio incómodo que era usual entre ellos.

—Imagino que no me invitaste aquí sólo para felicitarme y preguntarme por mi brazo¿verdad?

—Imaginas bien. ¿Recuerdas el grupo especial de investigación del que te hablé?—asintió con la cabeza.—Bueno, esta operación fue para ver si eras capaz de estar al mando.

Edward quedó perplejo ante la declaración del hombre, aunque enseguida recuperó su compostura.

—¿Y por qué yo, habiendo tantos alquimistas experimentados y talentosos?

—Te gusta hacerte el humilde cuando te conviene¿eh?. No voy a responderte algo que ya sabes, así que… ¿qué dices?

—Ya soy oficialmente un perro de ustedes, así que qué importa lo que yo diga.

Su rostro adoptó una expresión mitad de burla, mitad de desprecio, al tiempo que bebía todo el contenido de su vaso de un solo trago.

—Contrólate¿quieres?. No tengo ganas de llevarte arrastrando por las calles ni mucho menos soportar tu resaca mañana en el Cuartel.

—No piensas pedirme disculpas¿verdad, Mustang?—inquirió el joven ignorando de momento su reclamo.—Además, ya soy mayor de edad, no puedes decirme nada. Sin contar que fue tuya la idea poco profesional de venir aquí a beber.

—La idea era conversar y beber algo de paso, no que tú te embriagaras. Y en cuanto a tu impertinente pregunta, no había forma de imaginar que una operación de investigación terminara en una emboscada. Pero esas cosas suceden seguido en nuestro oficio, tendrás que ir acostumbrándote si es que pretendes formar parte del ejército.

—¡Ja! Esperaba una respuesta por el estilo… La verdad ya ni sé qué es lo que pretendo.

Se acomodó torpemente un mechón de pelo que le incomodaba la vista, y con su brazo mecánico le hizo una seña al mesero para que le trajera otro whisky con hielo, ante la mirada de desapruebo del Coronel.

—Dime la verdad, Acero…—comenzó éste en tono serio.—¿No haces todo esto sólo por tu padre, verdad?

—¿Y desde cuándo eres tan entrometido?—se quejó el otro penetrándolo con la mirada.—Ya lo sé… desde siempre.

—No es que sea entrometido, pero de verdad me molesta que mis subordinados me escondan sus planes, especialmente tratándose de ti. ¿No pensarás intentarlo de nuevo, verdad?

Recibió un gruñido como respuesta mientras Edward bebía con rapidez asombrosa el whisky que acababan de traerle a la mesa.

A pesar de haberle advertido desde un principio que no lo haría, en el fondo sabía que terminaría arrastrando al joven ebrio y casi inconsciente ante la mirada curiosa de los pocos que transitaban las calles a esa hora.

El lugar en donde Edward se alojaba era un departamento poco espacioso cercano al Cuartel General que consistía de un comedor que hacía a la vez de dormitorio, un baño y una cocina pequeños. Le habían ofrecido mudarse junto con otros militares que tenían su hogar lejos de Ciudad Central, pero en vez de ello, él prefirió la soledad.

—Bien… Ya llegamos. Despierta y saca tus llaves. Acero… ¿Acero? Oh, diablos.

Sin hallar forma de despertarlo, Roy comprendió que la única manera de entrar sería buscando él mismo las llaves, así que con fastidio sentó al joven en la escalinata de cemento y comenzó a hurgar en sus bolsillos.

—Menos mal…—se alivió al sentir el frío metálico de las llaves entre sus dedos.

Iba a sacarlas del bolsillo, cuando la mano de Edward lo detuvo. Éste estaba aún inconsciente, pero eso no impedía que lo sujetara con fuerza.

—Al…—profirió el desfallecido en un gemido casi inaudible.

—Edward… maldición¡despierta!—susurró el otro de la forma más sutil que pudo mientras intentaba zafarse.

Inesperadamente, abrió los ojos de golpe y, haciendo a Roy a un lado de un empujón, comenzó a vomitar a causa de la gran cantidad de alcohol ingerida.

—Te lo dije…—sentenció el mayor, acariciándole suavemente la nuca para que se sintiera mejor.

Pero a pesar de su enojo, no pudo evitar sentir lástima. Lamentablemente, comprendía más de lo que quisiera lo que significaba perderlo todo.

Continuará...