PRESENTACIÓN
¡Hola!
Sean bienvenidos de nueva cuenta a "Alguien para mí". Un fanfiction alternativo en donde Candy y Annie son adoptadas por la familia Brighton y crecen como hermanas. Los padres y la hermana de William A. Ardley viven todavía y él reside en Escocia. La familia Ardley tiene sus raíces en la Isla de Skye en Escocia, mientras que los Brighton están emparentados con la nobleza inglesa. Los Leegan siguen siendo los Leegan y los Cornwell igual.
A ver qué les parece. Pensé que sería interesante contar una historia que no sea tan triste y dramática y, en cambio, se centre en el romance y en las peripecias de William y Candy para compaginar, especialmente cuando hay un compromiso de matrimonio obligado de pormedio. El carácter de ambos es ligeramente diferente a lo que estamos acostumbrados a ver y augura algunas divertidas sorpresas. ¡Gracias por leer!
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*~*~*~.ALGUIEN PARA MÍ.~*~*~*
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Capítulo 1
Dos almas en el hogar
Estados Unidos de América, Indiana, Hogar de Pony, 1904.
─¡Son dos niñas preciosas! ─exclamó la dama, mientras observaba como la religiosa se retiraba acompañada de dos pequeñas de edad muy similar─. Annie se parece muchísimo a mi querida Sophie ¡No sabe cuánto la extraño, señorita Pony! ─dijo, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas no derramadas.
─Tranquila, querida ─dijo a su lado un caballero con suave voz─. Si deseas pensar todavía unos días esta decisión, la señorita Pony está en la mejor disposición de permitirnos visitar de nuevo a Annie y a Candy.
─Oh, Joseph ¡Me agradaría tanto tener a Annie conmigo! ─dijo, visiblemente emocionada, y luego su voz adquirió un tono de consternación, al explicar─: Es sólo que no sé qué decir respecto a Candy...
─¡Candy es un ángel! ─repuso la hermana María con evidente orgullo maternal, ingresando de nuevo al pequeño y acogedor estudio de la señorita Pony─. No hay pequeña más adorable que ella en este lugar; aunque debo reconocer que es una traviesa incorregible.
─Eso es cierto: la hermana María puede decirles cuántas horas de cada día se la pasa persiguiéndola por todas las colinas, esperando atraparla en una nueva diablura ─dijo la señorita Pony con una sonrisa, provocando que su compañera y amiga se sonrojara─. De cualquier manera, señores Brighton, la decisión es suya. En lo personal no me agradaría separarlas ¿Saben? Ambas llegaron aquí en una misma noche y para nosotros es como si fueran gemelas o algo parecido. Son tan unidas, que creo que su pequeño corazón se partiría si fuesen adoptadas por familias diferentes.
─Creo que será mejor que los dejemos un momento a solas, señorita Pony ─sugirió la hermana María, enfatizando sus palabras de forma que la señorita Pony comprendiera sus verdaderas intenciones.
─Por supuesto ─estuvo de acuerdo la señorita Pony, comenzando a levantarse de su lugar habitual tras el viejo escritorio de pino─. Estaremos en el salón. Tómense el tiempo que gusten y, si aún no están completamente seguros, pueden regresar cuando quieran.
La religiosa y la anciana salieron de la habitación, cerrando la puerta tras ellas. A lo lejos, más allá de los corrales, en el patio trasero, podían escucharse los gritos emocionados de los niños que jugaban. A pesar de la distancia, el señor Brighton no pudo evitar oír varias súplicas colectivas: "¡Déjalo Candy!" "¡Más duro Candy!" "¡Cuidado Candy!", ésta última en voz de la usualmente callada y calma Annie. Una sonrisa se dibujó en su rostro al comprender que la hermana María tenía razón y que esa chiquilla era especial.
Llevaban poco más de un mes visitando regularmente el orfanato, y por fin Alice parecía decidida a admitir la idea de la adopción. A él, en lo personal, la idea de tener a Candy como hija le parecía tan emocionante como apostar en las carreras de caballos. Sin embargo, podía entender que su esposa prefiriera el carácter apacible de Annie; aunque eso significara renunciar a su secreta ilusión. No obstante, la sugerencia de la señorita Pony parecía sensata, quizá valdría la pena realizar un último intento...
─Creo que la señorita Pony está en lo correcto, querida ─opinó el caballero, tan pronto como se quedaron solos él y su esposa─. Tal vez deberíamos considerar la posibilidad de adoptarlas a ambas. ¿No te parece una buena idea?
─Joseph... ─la dama titubeó─. No creo tener energías para criar a dos niñas; especialmente a una tan vivaz como Candy ¡Por Dios! ¡Creo que me la pasaría encerrada en mi habitación con jaqueca!
─¡Apuesto a que será Candy quien menos problemas te dará! ─exclamó el hombre, visiblemente divertido, al recordar lo dicho por la señorita Pony. Cruzó los dedos, rogando que su amada esposa no recordara las palabras de la directora del hogar y aseveró─: Estoy seguro que, por el contrario, te ayudará a cuidar de Annie.
─¿Tú crees? ─preguntó la señora Brighton, con expresión de considerar seriamente tan disparatada idea.
─Pues, sí. Si lo creo ─respondió el señor Brighton, y supo, nada más decir las palabras, que eso era la verdad. En el orfanato Candy parecía estar a cargo todo el tiempo; incluso niños mayores que ella la obedecían sin rechistar.
─Pues yo pienso que, en realidad, estás vendiéndome nieve traída desde la cima del... abedul frente a nuestra casa ─respondió con intención, esbozando una sonrisa que le comunicó al caballero, tanto como lo hizo su frase, que no se tragaba el cuento.
─¡Alice Marianne! ¡Te prohíbo pensar siquiera que estoy tratando de manipularte! ─exclamó él con una amplia e inigualable sonrisa, que le dijo a ella que, efectivamente, ese hombre estaba intentando convencerla de cometer la mayor locura de su vida y convertir en un sólo día, una familia de dos en una de cuatro.
Alice miró a su esposo. Todo sonrisas y esperanza. Sabía que él estaba fascinado con la niña porque cada vez que habían ido al orfanato durante los últimos cuatro fines de semana, le había visto llevar presentes tan disparatados como una campanilla de plata, para colocarle a Betunia, la cabra a quien parecían disgustarle los cencerros caseros; y una vistosa trompeta, para que Candy pudiera llamar a todos los niños a formación desde el cuartel general instalado bajo la copa del Padre Árbol.
Alice supo, mucho antes de escucharse a sí misma suspirar con resignación y de que su propia sonrisa acompañara a la de su esposo, que no podía negar a ninguno de los dos un poquito de esa felicidad que les fuera arrebatada desde la muerte de Sophie, la hija de ambos. La pequeña había contraído una extraña enfermedad que la llevó a la tumba demasiado pronto y su nacimiento la había dejado a ella incapacitada para tener más hijos.
─¿Eso es un sí? ─preguntó él con inconfundible esperanza.
─¡No! ─exclamó ella con energía, y luego depositó un rápido beso en los labios masculinos, para después agregar─: Eso fue un 'te amo Joseph, y quiero hacerte feliz'.
─Tú siempre me haces feliz. No hay nada más importante en el mundo para mí que tú ─respondió él con sencillez, besando la punta de su nariz.
─Espero que eso sea cierto ─respondió ella en actitud dubitativa, su sonrisa más amplia que nunca─. No me agradaría que me cambiaras por un torbellino de seis años con pecas.
