Renuncia: el cambio de identidad ha sido infructuoso, yo sigo siendo yo y Hiro Mashima, una perra.
Prompt: Cuando todo deja de tener sentido [Minivicios]
Advertencias generales: temas sexuales (leves pero ahí están), muertes de personajes (secundarios) y angst. Mucho angst. ¿Diría que es más o menos fiel al canon y todo el rollo de Eclipse aunque en AU? Posible Dark Fic.
Pasado eso, es mi primer fic de la pareja porque son re bonitos (?) y mi nueva OTP :( Un three shot que con algo de suerte terminaré en el 2018.
Primera parte: Las estrellas lloran tu nombre
"We only said goodbye with words
I died a hundred times
You go back to her
And I go back to us".
Back to Black; Amy Winehouse.
i.
En otro universo diferente Lucy Heartfilia es una maga celestial que ha venido ganándose la amistad de muchos. Su sonrisa es un sol de noche y trata de mantener un ánimo optimista mientras lucha al lado de sus camaradas, salvando sueños y vidas. Y hay polvo estelar, en sus cabellos y sus ojos y sus manos (me desvanezco, lo hago) y un látigo que conduce a las nebulosas.
En ése universo alterno Lucy es la mejor amiga de un dragón de fuego, el cual la llama «Luce» de una forma muy dulce y la hace sentir especial; también es la rival de amor de la lluvia y Lucy-san, no perderé ante usted. Habla con los gatos, y estos le responden. Y es resguardada por diez guardianes del zodiaco, y por todo eso Lucy es feliz, infinitamente feliz.
Cree que la fuerza más poderosa de todas es algo efímero pero poderoso, y muy muy antiguo (adivina adivinador). Y aunque va contra todo sentido común continúa creyéndolo, aunque le duela —y lo hace— cuando todo empieza a desmoronarse y el color en el mundo se borra muy lentamente, siendo reemplazado por negro. Ya no quedan esperanzas. El orden se ha alterado y no, no debería ser así. Piedad.
Lucy ve a sus amigos perecer, por culpa de él. Y Lucy lo odia. Y se araña los brazos con violencia, pintándose la piel de un tono rojizo el cual le recuerda a sus ojos. Y solloza, abrazándose, más, más, más.
Murmura «Hace frío, Natsu. Estás muy frío».
Porque en ese otro universo él es la oscuridad encarnada y ella una luz moribunda, que se extingue. Y es pisoteada vilmente. Machacando sus anhelos.
Y para Lucy todo se ennegrece, quebrándosele los pulmones y el corazón. Sueña con un mundo con amor, otra oportunidad para ambos.
Pero
(— Eres patética.)
No le llega su voz.
ii.
Los párpados le pesan, revolotean sus pestañas. Lucy grita de pronto, sin motivo.
(— Regresa en el tiempo, por nosotros, regresa, regresa, regresa).
Mira el departamento con aire desconcertado y siente la boca seca. En el buró yacen las llaves, diez de oro y otras tantas de plata. Su ventana abierta, con el aire entrando sin permiso.
No recuerda cómo se llama debido a la confusión.
(— Lucy).
Y la soledad a su alrededor le asfixia. Asemeja un par de manos (de hombre, un muchacho). Si se esfuerza lo suficiente puede ver su silueta, y no entiende, pero la consume un miedo atroz y vuelve a dormir, entre hipidos.
(— Regresa).
(— Por favor).
iii.
Entonces Lucy Heartfilia tiene dieciséis años, el pelo hecho jirones y arreglado en un medio chongo que se deshace mientras intenta lidiar con el policía que quiere ponerle una infracción por estacionar su bicicleta en un lugar designado para ancianos. Frunce el ceño y hace muecas, conteniéndose de armar un escándalo y empeorar el asunto.
— Señor, no hay ninguna señal. Ya se lo dije. Tengo prisa, llegaré tarde al colegio.
— Me veo en la necesidad de confiscar su vehículo, señorita…
Es una maldita bici. Con todo respeto, váyase al demonio.
Se muerde la lengua y piensa qué bonito sería si tuviese poderes, o magia, o alguna de esas fantasías. Es un (martirio) fastidio y cuenta los minutos para que se acabe.
— Bájese del vehículo.
— Bueno, ya está, yo… —se calla. Lucy jamás suele cerrar la boca, le encanta parlotear como ave herida que cuenta sus hazañas antes de irse. Pero parece que le han sellado los labios con resistol, en cuanto lo mira, enmudece.
Es
(Malo, terrible, aparta la vista, no oses tocarlo)
Intimidante. Con la melena azabache recogida en una coleta, y un par de libros desparramándose en la mochila tras su espalda. Hay otro chico acompañándole, uno rubio. Y este asiente a sus palabras, a Lucy le pica el brazo derecho, punzadas inquietas. Arde.
(— Aléjate, aléjate, Lucyyyyyyy)
Pedalea, importándole nada el policía, derrapa por la acera y lo alcanza casi por casualidad. Él la nota, no cambia su expresión. Lucy sonríe.
— E-Ey, hola.
Vine para que me destruyas.
El reloj se detiene. Un segundo. No hay oportunidad de dar marcha atrás.
iv.
Así que va a la heladería, transcurrida la tarde, y después de huir del anciano y sus irrefrenables ganas de quitarle la bicicleta le da sorbos a una malteada de chocolate, sumida en un prologando silencio y sus cavilaciones.
— ¿Lu-chan?
— Eh —hace círculos con el popote y ladea la cabeza. Susurra la lista de cosas que hizo por inercia. Despertar. Desayunar. Arreglar mis cuadernos. Cerrar el departamento. Bajar las escaleras. Perfilar en mi mente el rostro del desconocido. Tomar notas en el colegio. Pensarlo más. Guardar la boleta de calificaciones perfectas. Él, él tiene una mirada muy bonita…
Tose. Levy alza una ceja, inquisitiva.
— Lo siento. Me distraje.
Ninguna de las dos comenta nada.
v.
Lucy no tiene idea de por qué la persiguen motas bermejas que se expanden y contraen y repiten el proceso si le provoca por mirar en dirección al patio que está fuera de su casa.
Hay un perro labrador jugueteando ahí, mientras el café se calienta en la tetera (Lucy odia el café, pero es incomprensible, es un impulso, similar a cuando se atrevió a buscar al desconocido en la calle y de pronto los ladridos se intensifican y le escosen las pupilas, como agujas que se encajan).
Retrocede, uno, dos, veinte, setenta, cien, dos mil pasos.
La casa está sumida en silencio y es hiriente y depresivo. Pero está acostumbrada a ello, porque en esa vida no es la hija de una familia prestigiosa ni tiene espíritus comprensivos. Sólo una madre y un padre enterrados en el cementerio, tumbas separadas y lejanas; y la sensación de que todo va en picada.
Estira los dedos y acaricia la desesperación más pura. Y si gira un poco el rostro (el cuello se le quiebra en dos) descubriría al diablo en cuerpo de ángel en el patio. Vacilante.
El animal ladra con más fuerza. Y de pronto, calla. Lucy devuelve su vista al cristal, ya no hay perro, ni joven. Sólo pasto mal podado y un hoyo creciendo en el interior de su estómago. Un parpadeo basta para notar que el canino ha regresado y está tumbado en el pasto, y "Señor Misterio" (Cheney) le rasca detrás de las orejas. Lucy se conmueve. Le sonríe. Ignora los avisos de su cuerpo para que escape, ahora o nunca.
(— Lucy, Lucy, Lucy, Lucy, me asusta que no te duela lo suficiente).
Porque él es una sombra.
Y como tal, va a acabar con ella.
Siempre lo hace.
