Cristal nublado


Disclaimer: Hey Arnold!, así como sus personajes no me pertenecen. Éstos pertenecen íntegramente a Craig Barlett, yo sólo me propongo pasar un buen rato escribiendo; sin ningún ánimo de lucro.


"Cruel destino que al inicio me muestra una dulce probada de una vida perfecta, y luego se limita en darse la vuelta burlándose de mi impropia ingenuidad"


La realidad es tan fría como el mismo hielo


Los sollozos eran imposibles de contener a estas alturas. La chica lloraba como nunca antes en la soledad repentinamente conveniente de su habitación. Atrajo sus rodillas hacia ella, y las abrazó mordiéndose dolorosamente el labio inferior. La chica se lamentaba en una cada vez más voz más baja, como si temiera que alguien la escuchara, a pesar de saber que esa era una posibilidad considerablemente remota.

Encerrada en el santuario que con todo el amor del mundo había creado, sentía la repulsión invadirla por las cosas a su alrededor, y sólo se contenía de arrasar con todo a su alrededor porque no se sentía con las fuerzas necesarias para hacerlo. Se deshizo las coletas con rabia ignorando olímpicamente el dolor de su cuero cabelludo al enredar sus delgados dedos en los largos cabellos rubios.

Se dejó caer hacia un lado, tirando a su paso el altar que acababa de colocar ayer por la noche. Asumió la posición fetal, llorando con mayor sentimiento al distinguir a la mortecina luz de las series el rostro de su dolor. Lo pateó con coraje, buscando alejarlo lo más posible de ella.

Era una verdadera estúpida por guardar esperanzas al respecto.

Una completa enferma por tener un altar en su honor.

Y era una real y soberana patética, sin la más pobre idea de lo que es el amor propio.

La dignidad parecía ser un concepto muy lejano y nuevo en su mente.

Irónicamente ella utilizaba la personalidad ruda para evitar a toda costa este tipo de situaciones, pero no dudaba ni por un segundo en cometer errores garrafales si él estaba incluido dentro de la ecuación. Una en la que no quedaba ni un mísero espacio para ella como uno de los factores.

Deseaba tan fervientemente que él fuera la constante, que se olvidaba completamente de las variables. Una parte indispensable para la ecuación. Y el valor que ella representaba definitivamente no llevaba al resultado esperado. Tendría que haberlo sabido desde el principio, desde el día en que ella se volvió una persona agresiva con tal de encubrir sus sentimientos.

A leguas se notaba que el moralista y bien portado de Arnold, jamás podría llevarse bien con aquella faceta suya.

Le enfermaba saber que había desperdiciado energía, ánimo y tiempo en esa causa perdida desde los albores. Siete años era demasiado tiempo, considerando que en la edad en la que se encontraba lo que más debería de preocuparle sería rasparse las rodillas. Más de dos tercios de su vida invertidos en un amor que se apreciaba cada vez más risible e imposible.

Erró en considerar que poseía una mísera posibilidad. San Lorenzo había logrado confundirla en muchos más términos de los que estaba dispuesta a aceptar, le había gustado creer en su momento que había marcado un inicio en su vida amorosa. Pero ahora entendía que había sido más bien un antes y después en su forma de vivir tan poco apropiada. Pecó de ingenua al considerar que el afecto implícito en sus acciones significaba una promesa de amor que ella tan patéticamente mendigaba.

El agradecimiento debería de ser un elemento agregado a la lista que enumerase las torturas más dolorosas para el espíritu. Un beso influido por el más puro y benevolente agradecimiento debería de ser considerado por quien lo recibe cómo una bofetada. Con guante blanco…pero eso no reducía ni por un momento el dolor que causaba. No mientras el alma se le retorcía miserablemente en el cuerpo.

Él no la amaba. Ni siquiera la quería. Quizás solamente le simpatizaba.

Era tan particular de él, sentirse obligado a hacer felices a los demás. Oh, su adorable ángel de ojos color esmeralda y sonrisa sincera. En su momento no entendió que Arnold se había lanzado a besarla —irónicamente claro—por el calor del momento. Debía de dejar de buscarle sentimientos que no existían, ni segundas intenciones.

Por el amor de todos los cielos, ella les había salvado la vida a sus padres. ¿Qué otra jodida manera se pudo haber imaginado para pagarle?, conociendo de memoria la verdadera razón por la que ella misma se arriesgaba a peligro de muerte; haciendo cosas que incluso los más valientes se pensarían.

Insulsa como ella, que aceptó sin pensar aquel acercamiento; aquella declaración.

Sólo hasta esa tarde entendió que tan equivocada estaba.

No podía culparle a él, no era justo. La culpa era de ella, por esperar tanto.

Había resuelto seguirle aquella vez, aunque ya no lo hacía tanto como antes. Ahora que habían regresado sanos y salvos a Hillwood, Arnold había decidido pasar tiempo de calidad con sus padres. Que por cierto éstos habían encontrado de inmediato trabajo, su padre en el museo de la ciudad, y su mamá en el hospital.

Helga no conocía el sentimiento que embargaba el cuerpo de su amado, aquella imperiosa necesidad de estar con tus progenitores. No la había sentido nunca en su corta y triste existencia, pero claramente se la imaginaba; debía de ser reconfortante tener a más de dos personas velando por tus intereses, tu bienestar y felicidad. Por lo que había decidido no buscar la atención del rubio hasta que se hubiera normalizado la situación.

Niña cursi al fin…se imaginaba como novia del gran Arnold P. Shortman. Por fin correspondida en sus sentimientos. Le había seguido oculta entre las sombras, en el más profundo anonimato. Era la primera vez que se encontraba con Gerald desde hace más de tres semanas; y desde luego a pesar de resentirlo un poco, tampoco lo culpaba.


Horas antes…

—Es genial verte de nuevo viejo—saludó el niño del afro pasado de moda. Arnold le dirigió una sonrisa culpable y luego juntaron sus manos en su particular saludo.

—Lo siento Gerald…te he tenido un poco abandonado—se disculpó con timidez.

—Ni lo menciones viejo, se entiende tu situación—restó importancia al asunto continuando su caminata—ahora dejemos las cursilerías de niñas y vayamos a jugar con ésta preciosidad—señaló el frisbee color azul eléctrico que llevaba en sus manos, recargándose un poco en su amigo. —Y no quiero escucharte sugerir que Timberly venga con nosotros, otra semana de "Arnold es mi novio" y juro por mi peinado que me lanzo por la ventana del segundo piso viejo—estallaron en carcajadas y comenzaron a caminar rumbo al parque más cercano; completamente ajenos a la presencia oculta de cierta niña rubia.

La plática basada principalmente en trivialidades, era tan sólo el vehículo que utilizaba Gerald para llegar al asunto que a él realmente le interesaba. Algo que no permitía que su alma estuviera en paz.

—Por cierto Arnie, aún no sé si en la selva había drogas o el miedo a morir era tanto que me hacía ver visiones, pero… ¿tú realmente besaste a Helga?—hizo una pausa avanzando un poco más para detenerse frente a su compañero alzando los brazos haciendo mayor énfasis— ¿A Helga G. Pataki?—agregó como si estuviera pronunciando la más horrible de las maldiciones del pasado.

La aludida contuvo un grito del susto a duras penas, y se escondió lo mejor que pudo detrás de un basurero. Esa conversación se tornaba cada vez más interesante para ella, y cómo no; desde luego que quería escuchar la respuesta de Arnold.

—Sí Gerald…sí lo hice—respondió con voz algo cansina; sabiendo que con ese material su amigo tendría hasta para desmayarse. Efectivamente el niño dramatizó una escena de crisis nerviosa, con monólogos incluidos, dudas existenciales y pronósticos sobre el apocalipsis.

—¿Besar a tu abusona personal?, ¿el niño amable con la personificación de la maldad y falta de educación?, ¿tendrá algo que ver con el síndrome de Estocolmo?, ¡el fin del mundo debe de estar cerca!…—la gente alrededor comenzó a detenerse para observarlos curiosa, por lo que el rubio sumamente abochornado se apresuró a llamar la atención de su amigo.

—Gerald, apreciaría que tomaras con un poco más de discreción el asunto, hablas de Helga como si fuera un ente malvado incapaz de tener sentimientos—puntualizó algo molesto, a la vez que lo tomaba del brazo para seguir caminando.

—Cielos viejo, creo que podría morirme en este mismo instante y diría que lo he visto todo—agregó un poco más compuesto. —No sólo la besaste en la selva, sino que incluso la defiendes, ¿te hizo alguna especie de encantamiento Vudú?, dímelo…haré hasta lo imposible para convencer a Jamie-O de ir a Nueva Orleans a buscar a algún brujo para que regreses a la normalidad—Arnold no sabía decir si su amigo lo decía con ansias de fastidiar, o era enserio. Aunque por la expresión desesperada del chico se inclinaba por la segunda.

—Gerald…—murmuró con impaciencia reanudando la marcha recién interrumpida hacia el parque. Al aludido no le quedó de otra más que seguirlo, evadiendo el cúmulo de personas metiches sin quehacer, que se habían arrimado a escuchar sus locuras.

—Quizás me dejé llevar un poco, pero tienes que tenerme paciencia…es difícil de entender—su interlocutor rodó los ojos algo fastidiado—al menos para la media de la población—agregó riendo al final.

—¿Sabes?, es un poco molesto que tu mejor amigo se esté burlando de tus acciones—se quejó el niño de menor estatura.

—Lo que digas viejo, pero a pesar de ser amigos desde los tres, no te reconozco…—al llegar al parque se detuvieron en un prado al azar y se prepararon para jugar—ya sé que en gustos no hay nada escrito, pero enserio...¿Qué le viste?, ella no es precisamente bonita, ni talentosa, y menos cariñosa—preguntó visiblemente preocupado haciendo el primer lanzamiento.

Helga se había preocupado de ocultarse muy bien detrás de un árbol no muy lejano. Y agradecía la falta de preocupación por parte los niños, ya que así podía escuchar perfectamente. En esos precisos instantes deseaba tanto retorcerle el pescuezo al fastidioso del pelos tiesos, sabía que no le caía en gracia; pero ahora ella lo odiaba mucho más por meter su nariz dónde nadie lo llamaba. Se suponía que esa faceta sólo le pertenecía al cabeza de balón.

—Ella no es cómo todo mundo piensa—respondió con calma el niño de la gorra, lanzando de nuevo el disco—es una niña después de todo, y una persona maravillosa—completó algo sonrojado esperando el regreso del frisbee.

—Es obvio que Pataki es una niña, ¿usa vestido o no?—se carcajeó de la fea mirada que le dirigió Arnold, por lo que tuvo que esperar unos segundos a que se le pasara la risa antes de continuar—disculpa mi estupidez al no entenderlo, pero…¿de dónde sacaste que es maravillosa?, hermano si no te conociera bien, diría que estás enamorado—arrojó de nuevo el objeto, notando la dificultad que tuvo el rubio para atraparlo.

—Helga ha hecho muchas cosas por mí, cosas que ni los adultos hacen por cualquiera—sonrió para sí mismo ante los recuerdos—yo siempre he sabido que no es mala como aparenta, es sólo que no sabe cómo comportarse por miedo a los demás—lanzó el disco hacia su amigo, pero éste lo dejó ir a parar a unos arbustos sin molestarse en atraparlo—peligrosamente cerca del escondite de la rubia—lo observó con los ojos muy abiertos, sintiendo que había perdido la capacidad de hablar.

—Arnold…déjame ver si escuché bien, ¿hablamos de Helga?, ¿Helga el terror de la escuela pública 118?, que esa niña tenga miedo es menos creíble que el mito del cochero fantasma—el mulato se olvidó por completo de su objeto de juego y se acercó a su amigo, lo tomó de los hombros y lo sacudió. —¡Tienes que estar bromeando!— a éstas alturas el chico se comenzaba a plantear seriamente una posible demencia en su compañero.

El rubio reconocía que era difícil de creer lo que estaba diciendo, aunque eso no quitaba la molestia que le causaba tanta incredulidad por parte de su mejor amigo. Por lo que como pudo detuvo la salvaje zarandeada, para después regalarle una mirada fea.

—No bromearía con algo como esto nunca Gerald—el niño de sudadera roja lo soltó anonado—ella salvó casi por si sola a mis padres, me ayudó en toda la travesía a pesar de negarlo, siempre se preocupa por mí y a su manera me cuida, es muy lindo saber que alguien te quiere y eres tan importante en su vida—explicó con una sonrisa tonta, muy seguro de lo que decía; aunque algo avergonzado de confesárselo de esa manera a su amigo.

Helga por su parte, no estaba para nada conforme con lo que escuchaba. ¿Qué había hecho muchas cosas por él?, ¡al diablo con todo eso!, ella no buscaba retribución, ella quería su amor, lo quería a él; no al cochino reconocimiento. Eso en ningún momento de su vida lo había buscado, sólo deseaba que la amara por quien era, y no se dejara llevar por quien aparentaba ser. La niña comenzaba a sentirse cada vez más desesperada, las cosas no son para nada como las imaginaba.

Por su parte el muy odiado Johanssen habló por ella.

—Amigo, en todo este rato sólo te he escuchado alabar lo que ella hace o ha hecho por ti, pero no has dicho ni una sola vez que te gusta o que la quieres, y eso hermano…no es suficiente—tal aseveración le heló la sangre en las venas a ambos rubios. Gerald no se sentía muy cómodo dándole esa dosis de realidad a su mejor amigo, y sinceramente Pataki no le preocupaba en lo absoluto, pero sabía lo difícil que podría tornarse la situación para Arnold si iniciaba una relación con ella sólo por gratitud. —Eso que tu tanto dices, se llama agradecimiento, y si no lo conoces te puedo leer su definición en el diccionario—sentenció mortalmente serio, preparándose para lo que sea que pudiera venir a continuación.

El chico de cabeza de balón estaba en shock por las palabras de su amigo. Nunca lo había considerado de esa manera, había estado tan feliz, tan impresionado, tan…agradecido por tanta bondad por parte de Helga; que sólo había pensado en estar junto a ella para hacerla sentir igual de bien como él se sentía.

Gerald estaba equivocado, quizás su edad de diez años le jugaba en contra, pero él sabía lo que era el amor. Era un sentimiento que te hacía sentir muy feliz al lado de esa persona en especial, te hacía necesitar su presencia para estar completo. Él se sentía muy bien en compañía de la niña rubia, era casi como no saber qué hacer, pero a la vez saber que no tienes que hacer nada.

Él se imaginaba con Helga como veía a sus padres. Quizás era de familia que le gustaran las mujeres de carácter fuerte, pero desde el principio esa niña le había llamado la atención. Desde el primer instante en que la vio, algo ajeno a él lo hizo fijarse en ella; había querido ser su amigo desde el inicio, siempre había deseado ser algo para ella. Quizás no recordara muy bien, pero cuando entraron al jardín de niños Helga era una niña muy tímida, silenciosa e incluso temerosa.

Nunca había conocido a alguien como ella. Todos a su alrededor acostumbraban portar grandes sonrisas, hablaban fuerte e incluso jugaban con él. Sólo ella se mantenía retraída, jugando con unos pequeños cubos olvidados en una esquina, observando en silencio a los demás; sonriéndole de manera especial cuando él se unía a su juego. Arnold recordaba vagamente un relato de su padre, dónde le contaba que se había subido a escondidas al tobogán más alto del parque cuando tenía un año de edad y fue Helga la primera que le vio.

No estaba seguro, pero podría afirmar que la razón por la que había subido en primer lugar era porque quería llamar la atención de la pequeña niña de enorme moño rosa. Ésta le había sonreído nada más verlo, y él disfrutaba enormemente ese espectáculo.

—Quizás no pueda llamarle aún amor, pero junto a Helga me gustaría averiguarlo, ella es el tipo de chica con la que podría compartir mi vida—indicó el rubio acercándose al moreno—estoy seguro que con el tiempo algo nacerá entre los dos, además quiero que Helga sea feliz y parece ser que soy el único que puede hacerlo—aseguró sonriéndole con tranquilidad. El viento sopló con intensidad amenazando con volar la pequeña gorra azul de su cabeza, pero supo reaccionar a tiempo. Gerald lo observaba con estupor, aún sin poderle dar verdadero crédito a lo que sus oídos habían escuchado.

—Lindo discurso Arnie, pero no se trata de convencerme a mí—expresó con voz cansada el moreno pasando un brazo sobre los hombros de su amigo—primero convéncete a ti mismo, y entonces te dejará de preocupar lo que los demás podamos pensar—le dio unas cuantas palmadas en la espalda esperando que con eso pudiera reaccionar y de pronto divisó su olvidado frisbee entre los arbustos. Algo molesto por tener que ir por él, refunfuñó por lo bajo y se dio prisa para recuperarlo y así poder continuar con el juego.

—¿Pataki?—musitó espantado Gerald al encontrar entre los arbustos a cierta niña. La simple mención del apellido le dio a Arnold una sensación semejante a como si alguien le hubiera tirado agua helada en la espalda. El moreno dio un paso atrás al advertir como la rubia se levantaba de su escondite, notando la súbita palidez en su rostro entristecido; en acto reflejo se giró a observar a su amigo no encontrándolo en mejores condiciones.

La dueña del moño rosado comenzó a caminar, evadiendo al niño congelado pretendiendo que éste ni siquiera existía. Gerald resintió un repentino cambio de temperatura, preguntándose en qué momento el cuello de la sudadera había comenzado a apretarle. Eso era tan serio como la muerte, y ciertamente se sentía aún peor al saber que el nada podía hacer en el asunto.

—Viejo…¿Quieres que me quede?—preguntó al aire notando al instante lo estúpido que había sonado, y aún más cuando no recibió respuesta. Paseó su nerviosa mirada entre los dos protagonistas, sintiéndose cada vez más fuera de lugar. Sin decir nada más se propuso abandonar la escena sabiendo que aquella imagen se le había grabado a fuego en la memoria.

Nunca había visto tan serio a Arnold P. Shortman, y mucho menos había visto a Helga G. Pataki tan cerca de llorar.

Así como al momento de alejarse, no pudo alejar una idea de su mente. Nada volverá a ser igual.

El moreno deseaba en silencio, sinceramente estarse equivocando.


¡Hola!

Hace un buen rato que no escribo, y ciertamente no pensaba volver a las andadas precisamente en éste fandom. Como he dicho, yo adoro esta serie. Siempre me ha gustado, y realmente me parece extraño el no haberme pasado por aquí antes. En vista del éxito que tuve en el fandom de Dragon Ball Z, he decido dar un gran salto.

Hey Arnold fue por lejos mi caricatura favorita. Adoro la personalidad de Helga, ya que somos ciertamente parecidas (no tengo uniceja gracias a dios), pero siempre me fue entrañable esa caricatura en especial; muy bien diseñada, con gran profundidad en los personajes.

Ahora, les diré que he estado leyendo durante un buen tiempo las historias aquí puestas y hubo algunas muy buenas que incluso me emocionaron hasta las lágrimas. No me considero tan buena escritora como algunas que vi por aquí, pero bueno…¿no hay peor lucha que la que no se hace no?

Espero que de verdad les guste esta historia, y haya conseguido sembrar el gusanito de la duda en ustedes.

Estaré encantada en leer sus comentarios, sugerencias, críticas…etc.

Besos…