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Hay una tormenta en el mundo.
Son las cuatro de la mañana, y Sam es incapaz de dormir. Las gotas de agua chocan contra el cristal en oleadas, como piedras pequeñas arrojadas sobre una superficie de agua estancada. Llenan sus oídos, insistentes, le mantienen en vela. Es una noche más, pero una noche más como muchas otras.
Sam está cansado. Demasiado casado para dormir. La luz de las farolas entra por la ventana, perfilando las formas de la habitación con su amarillo insistente, que se zarandea bajo los embates de la tormenta. Aquí y allá, las motas de polvo, normalmente invisibles, se entremezclan en una danza sin sentido, parece que siguen ahí cuando cierra los ojos, pero es solo la luz, que le persigue a través de los párpados cerrados. Hay noches infinitas como ésta, cercanas a la tortura, y Sam daría lo que fuera por descansar. Descansar de verdad. Apagar los sonidos, las luces, el universo. Apagar los sueños y las pesadillas. Hundirse para no salir a flote jamás. Perderse en una oscuridad profunda dónde no haya lugar para los recuerdos.
Desliza una mano bajo los pantalones, porque es una buena forma de dormir, tan buena como cualquier otra. Arriba, abajo, suave, más suave, caliente, acaricia. Coge aire y lo retiene hasta que no lo soporta, dejando que salga con un gemido que se filtra entre las rendijas de tela de la almohada. Aprieta los dientes. Se humedece los labios con la lengua. Se ahoga de nuevo. Nada tiene sentido estos días, ni siquiera el placer. No es más que otro intento por desaparecer, por mantener las sombras a raya. Ahora es su estómago el que está caliente, pero nada se apaga. Lo mismo otra vez. Ya no sabe dónde empieza la realidad. Ya no sabe dónde termina.
Estira la mano hacia el borde de la almohada y rebusca bajo los pliegues arremolinados hasta que da con el teléfono. Se sabe el número de Dean de memoria y lo calca sin pensar, casi en un acto reflejo. La voz que responde desde el otro lado no parece dormida, sólo algo opaca, algo lejana. Son algo más que kilómetros, lo que les separa estos días.
"¿Sam?"
Tarda en contestar. La voz se le resiste.
"No puedo dormir"
No puedo nada, Dean. Nada de nada.
"Es por culpa de la tormenta"
Es por culpa de la noche. Devora la realidad. Ojalá no dejara nada, porque lo que queda no es-
"Te he echado de menos"
suficiente.
Un suspiro. Contiene más que aire. El silencio se alarga, alarga con él los segundos.
"Yo también a ti, Sammy"
Si sales del infierno, el infierno sale contigo. Sam estiraría la mano y lo cogería todo. Todo lo que no ha tenido nunca y todo lo que necesita para que haya un sentido de nuevo. Una claridad que estaba ahí antes, como dar el sol por sentado y perderlo un día de repente.
"Voy a intentar- Voy a intentar dormir"
"Buenas noches"
Dean no suena a Dean. Suena lejos.
Perder para siempre algo que nunca has tenido.
Sam no cree que la noche vaya a terminar nunca.
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