Capitulo 1
Jueves, 16 de diciembre.
Toda historia de amor que se precie tiene tres cosas en común.
La primera es el lugar; ese espacio que será testigo de miradas tímidas e idiotas, de conversaciones estúpidas sin ningún tema en concreto, de confesiones bajo la lluvia que llevarán a besos fogosos consumados en camas antes deshabitadas y ahora miembro principal de lo que ocurrirá cuando la maldita ropa, que solo sirve de estorbo, termine quizás cayendo por la ventana.
La segunda es la estación; soleados veranos, tormentosos otoños, fríos inviernos o floridas primaveras. Dependiendo de donde sea el punto uno, así sucederá el punto dos.
Tal vez sea un soleado mes de Julio en las playas de Hawaii, quizás un mes de Noviembre en Nueva York con hojas caducas cayendo sobre los bancos del Central Park, tal vez un invierno frío en la Antártida con besos de esquimales dentro de un Iglú o una primavera en cualquier campo perdido de Holanda plagado de tulipanes.
Y la tercera, no por ello menos importante, son los protagonistas principales. Dos. O al menos así es generalmente.
Altos, bajitos, morenos, amarillos, con barriga cervecera, sin ella, con pelo, sin él. Los protagonistas pueden presentarse de todas las estaturas, formas y colores posibles. Ellos son los que nos harán reír, llorar, sufrir y odiar al pobre narrador omnisciente que lo único que está haciendo es contar su compleja historia.
Sí, toda historia de amor siempre cuenta con estos tres elementos, entre tantos otros. No importa si es una estúpida comedia americana o un dramón a lo Titanic, todas las historias deben constar de estos tres elementos indispensables. Y, por supuesto, ésta no podía ser menos.
Todo comenzó una fría mañana de diciembre en una cafetería de Downtown, en Boston. Fuera, la brisa chocaba contra las mejillas al descubierto de cualquiera que osase desafiar al cruel invierno para congelarlas de manera casi inmediata.
La inminente llegada de la Navidad estaba patente en cada rincón, en cada villancico, en cada pequeño adorno de aquella larga calle donde decenas de personas caminaban con sendas bolsas llenas de futuros regalos que luego serían colocados bajo cualquier árbol que presidiese cualquier bello y pomposo salón.
Camila Cabello estaba sentada en la mesa de la esquina situada junto a la ventana, tomando una taza de chocolate caliente con virutas de almendras por encima. Adoraba las almendras, de pequeña se hubiese alimentado solo de ellas y, a veces, pensaba en lo triste que sería su vida si fuese alérgica.
¿Cómo podían ser felices los alérgicos a las almendras? ¿O a las nueces? ¿O a todos los frutos secos? No, ella jamás lo hubiese soportado.
Hacía barquitos con servilletas de papel mientras miraba distraída por la ventana, moviendo los pies al ritmo de la música jazz que sonaba como acompañante a aquel desayuno navideño. El mundo giraba, no se había detenido, todo seguía igual que siempre.
¿Por qué debería de haber cambiado? Al fin y al cabo ella no era nada más que una simple chica.
—¿Desea algo más, señorita? —le sacó de sus pensamientos la voz de la camarera. Marley, según el pequeño cartelito a un costado de su pecho.
Un nombre adecuado para su profesión, pensó, no sabía por qué pero creía que sin duda Marley era nombre de camarera.
—¿Podrías traerme más galletitas de estas? —señaló al pequeño plato junto a la taza, donde solo quedaba menos de la mitad de una galleta.
—¿Cuántas desea? Es un dólar más de recargo por galleta.
—Deme cinco —respondió alzando la vista.
La camarera la miró un tanto sorprendida, no era habitual que alguien estuviese dispuesto a pagar un dólar más por esas galletas insípidas de avena con trozos de chocolate que habrían sido capaces de romper una muela.
—De acuerdo.
—Cuanto más duras mejor, por favor —le indicó de nuevo con una cálida sonrisa— Gracias.
Chica extraña, pensó Marley la camarera, antes de dirigirse hacia la barra.
Aunque, a decir verdad, no solo pensaba que era extraña por ese simple hecho aislado. Era rara, su instinto entrenado por estar en contacto con cientos de personas cada día así se lo decía y no temía equivocarse al afirmarlo. Las camareras cuentan con un sexto sentido, o al menos Marley lo tenía.
Camila Cabello miró disimuladamente a su alrededor para cerciorarse que nadie estaba observándola.
Vía libre, el campo estaba despejado.
Tomó la esquina de la última galleta y abrió lentamente el resto de cremallera de su bolso. Una pequeña cabecita grisácea se asomó, mirándola con esos ojos llenos de amor que tanto adoraba.
—Aquí tienes, Donna —susurró poniendo el trozo en su boca— Ahora Marley te traerá más, pero tienes que dejar de moverte, no es algo común un bolso viviente. ¿Entiendes?
Donna meció el rostro hacia la derecha, no sé muy bien si entendiendo lo que su dueña estaba contándole o evitando romperse un diente a causa de la dureza de ese "delicioso" manjar. Camila cerró de nuevo lentamente el bolso, dejándole un pequeño resquicio para respirar.
No podían descubrirla, un hurón no era un animal bien recibido en una cafetería.
No ponía nada sobre la entrada de hurones en el cartel de la puerta, como hacían con los perros, pero no era un hecho desconocido el saber que aquel lugar no era el mejor para traerla de paseo.
Exacto, habéis acertado, Camila Cabello es una de las protagonistas de esta historia. Sí, una chica extraña amante de las almendras con un hurón por mascota. Alguien que también hacía barquitos con servilletas de papel mientras tomaba su chocolate caliente de la mañana. Y, aunque esto no lo sabéis, alguien con cientos y cientos de extrenticidades más que iremos descubriendo poco a poco.
No queráis saberlo todo de ella al primer vistazo, es imposible conocerla solo en cinco minutos. Ni siquiera yo lo hago, y eso que soy el narrador omnisciente.
Pero al menos, para empezar, hay tres cosas indispensables que debéis saber de Camila Cabello.
Uno. Es de Nueva York.
La Gran Manzana, la ciudad de los rascacielos, de los taxistas esquizofrénicos y de los Knicks. Creció y vivió toda su vida en una concurrida casa de un barrio de Brooklyn. Y digo concurrida porque sus padres alojaban a viajeros llegados de todos los lugares del mundo a la ciudad de las oportunidades.
Gracias a esto aprendió a decir "Demi Lovato es la mejor cantante de todos los tiempos" en veinte idiomas diferentes. No le sirvió de mucho en su vida cotidiana, pero sí es algo de lo que siempre se sintió muy orgullosa.
Dos. Habla mucho cuando estaba nerviosa, y cuando digo mucho es mucho.
Sin parar, atropellándose a sí misma, casi sin dejarse tiempo para respirar y pasando de un pensamiento a otro en voz alta hasta provocar dolor de cabeza. No importa el tema, ella cuando está nerviosa o bajo una situación de mucha presión simplemente habla y habla.
Tres. Nunca creyó en el amor. No, Camila Cabello no creía en el amor.
Tal vez esto se debía a un suceso traumático en el pasado cuando vio a su vecino, el señor Thomson, manteniendo una tórrida sesión de besos con Margaret, la dueña de la única frutería del barrio.
Sí el amor existía, ¿por qué el señor Thomson había engañado a la pobre señora Thomson mientras ésta acompañaba al pequeño Jonny a clases de violín?
Ella no quería ser engañada, no quería sufrir, no quería tener que marcharse de vuelta a casa de sus padres con un pequeño hijo que, si bien tocaba increíblemente el violín, era bastante feo. No quería eso, no para ella, por eso llegó a dos conclusiones que regirían el resto de su vida: Nunca estaría con ningún hombre y jamás creería en el amor.
—Aquí tienes. Tus cinco galletas.
Camila alzó la vista y le sonrió con amabilidad.
— Gracias.
Marley se quedó mirándola fijamente, observándola en silencio, casi espeluznantemente.
Quería descubrir más de la chica extraña junto a la ventana, quería desgranar si realmente escondía un oscuro secreto o un pasado turbio que la había llevado hasta esa cafetería aquella mañana fría de un dieciséis de diciembre.
¿Por qué llevaba tres horas sentada sin apartar la vista de la ventana si ya había terminado su pedido? ¿Por qué no dejaba de hacer barquitos de papel que iba amontonando unos sobre otros? ¿No pensaba marcharse nunca? ¿No tenía nada mejor que hacer? ¿Qué escondía la pequeña chica de gorro blanco y abrigo estrambótico de colores?
—¿Deseas algo más? —le preguntó sin apartar su vista de ella.
Camila negó con la cabeza, confusa, temerosa quizás de que hubiese descubierto que tenía escondido un hurón dentro de su bolso. Cuando Marley sacó su pequeña libreta donde apuntar cinco galletas más a su cuenta, Camila tuvo una brillante idea.
—¡Marley! —la llamó alzando un poco la voz.
Ésta, que ya estaba dispuesta a seguir con su ronda por las mesas aledañas, se giró y la miró expectante
—¿Puedes... puedes darme una hoja y un lápiz? Por favor —ésta asintió en silencio y le tendió lo pedido— Gracias.
Cuando se marchó, Camila tomó su pequeño papel y comenzó a escribir febrilmente. Sin parar, sin levantar la cabeza de la mesa, olvidando que la pobre Donna estaba esperando pacientemente otra dosis de insípidas galletas de avena.
Mordió con nerviosismo la parte superior del lápiz. Necesitaba plasmarlo, tenía que escribirlo antes de que la idea se esfumase de su cabeza. Muchas veces le pasaba, es lo que le ocurre a las personas que tienen cientos y cientos de pensamientos agolpados en su mente sin dejar de golpearla a cada minuto.
"30 cosas que hacer antes del 30."
Ese era el título de su lista. Algo simple. Algo sencillo.
Tal vez no tan fácil y sencillo, tan solo tenía catorce días. Dos semanas. Debía darse prisa, no tenía tiempo que perder. Frente a ella tenía treinta puntos y energía de sobra para realizarlos.
O, al menos, así le gustaba pensarlo.
Terminó de escribir el último punto y suspiró, seguramente sería el más difícil de conseguir. Quizás junto con el penúltimo.
Finalmente, guardó el pequeño papel en un bolsillo de su abrigo colgado en la silla y se infundió de grandeza, dispuesta a salir al mundo que la esperaba. Si quería poder cumplir cada cosa de su lista tenía que empezar cuanto antes, a poder ser en ese preciso instante.
Cogió su Polaroid y, como era costumbre desde que había llegado a Boston, le hizo una fotografía a su taza de chocolate junto con las galletas restantes. Siempre hacía fotografías de todo, daba igual si era un amanecer en el Bunker Hill o a Donna mientras hacía sus necesidades. No le importaba, fotografiaba cada instante que ella consideraba que debía ser recordado.
Al fin y al cabo, la vida estaba compuesta de ellos. De instantes. ¿Y qué mejor modo de revivirlos que observando una vieja fotografía?
Con una sonrisa observó el resultado que había salido instantáneamente de su cámara y metió la fotografía en su bolso junto con las galletas que, sin duda, Donna haría desaparecer en poco tiempo.
Decidida e ilusionada, se levantó, dispuesta a salir finalmente de aquella cafetería. Aunque antes de comenzar su épica hazaña debía realizar una pequeña buena acción.
—Deja que te ayude —se acercó tomando algunas tazas y platos de la bandeja más que recargada de Marley.
Ésta la miró agradecida, podía ser una chica extraña pero siempre era bienvenida algo de ayuda. Una sola camarera para una cafetería de veinte mesas era un duro trabajo.
Camila sonrió amablemente y caminó a su lado con tres tazas en una mano y cuatro platos en otra, hablando animadamente con Marley sobre como tenía que darse prisa si quería cumplir su cometido y como en la vida cada minuto cuenta.
Marley no le prestaba mucha atención, pero no podía no ser amable con esa chica que sin duda no era como el resto de las personas que pasaban diariamente por su cafetería.
Tan ensimismada estaba en su charla con Marley la camarera, que Camila no se percató de la chica que estaba caminando hacia la puerta con un café en sus manos. Tan fuerte fue el golpe con ella que las tres tazas y los cuatro platos que traía cayeron estrepitosamente al suelo. Tan mala fue la suerte de la otra chica que el café para llevar de su vaso de cartón quedó derramado por completo en su vestido negro.
—¡Oh! Lo siento mucho —se disculpó rápidamente, sacando un pequeño pañuelo de Dios sabe dónde— Deja que lo arregle —hizo un intento por frotar la mancha.
—No, ¡no refriegues! —exclamó la desafortunada y golpeada chica, apartándose con rapidez— ¡Será peor! No hagas nada. Es un vestido carísimo, no puedes limpiarlo así sin más —frunció el ceño observando su maltrecho vestido ahora mitad marrón mitad negro.
Ella alzó la vista y observó a la apenada joven que había tenido la desgracia de cruzarse con su torpeza. Era hermosa, realmente hermosa. Y su aroma era increíble. Tan increíble que ni siquiera el fuerte olor a café podía aplacarlo.
Camila Cabello no lo sabía pero no era la primera encandilada por la belleza de esta chica.
¿Su nombre? Lauren Jauregui.
Estadísticamente tres de cada cuatro personas que se cruzaban con ella terminaban enamorados o completamente hipnotizados por su presencia. Seis de cada siete personas que escuchaban su voz sintieron un incontrolable deseo de besarla. Diez de cada diez personas que compartieron con ella más de diez minutos no pudieron dejar de pensar en Lauren durante más de diez días. En el caso de su compañero de pupitre en la secundaria, diez años.
No sé muy bien cómo explicarlo, aún no he entendido el motivo del efecto que Lauren Jauregui tenía en los demás.
Tal vez era su belleza clásica, quizás sus ojos verdes con tres pequeñas motitas azules en el ojo derecho, o su sonrisa reluciente que dejaba entrever dos pequeñas arruguitas en sus mejillas. Su piel clara, sus mofletes sonrosados, sus labios ni muy carnosos ni muy finos, su aroma a jazmines, su altura ni extremadamente alta ni demasiado baja, sus gestos no exageradamente forzados pero sin duda expresivos. No lo sé. Pero Lauren Jauregui no era una mujer normal y corriente. Todos los que se habían cruzado con ella a lo largo de su vida lo sabían, yo lo sé y, sin duda, después de cinco minutos observándola en silencio, Camila Cabello también lo supo.
La chica levantó la vista y la encontró mirándola casi sin pestañear. Frunció aún más el ceño por la confusión y carraspeó intentando mostrar su descontento con ser observada tan descaradamente de una manera tan sexual y bastante espeluznante, todo hay que decirlo.
—Lo siento —se disculpó de nuevo, no sabía muy bien si por el café o por su observación.
—Dios... tengo un juicio importante dentro de una hora —murmuró entre dientes observando fijamente la mancha, como si así fuese a desaparecer por arte de magia— ¿Cómo voy a presentarme con un vestido lleno de café?
Camila salió de su ensimismamiento, y pensamientos un tanto impuros, y la miró sorprendida.
—¿Un juicio? ¿Eres una delincuente? —preguntó abriendo los ojos ampliamente.
Pero lejos de estar asustada por haber vertido café en el vestido de una presunta delincuente esto no le causó nada más que emoción.
Ya os lo he dicho, Camila Cabello no era como el resto de los mortales.
—¡No me lo puedo creer! ¡Eso es estupendo! —exclamó con una amplia sonrisa— ¡Nunca había conocido a nadie delincuente!
—Yo soy la abogada, no la acusada —respondió Lauren, un tanto confusa.
—¡Oh! —abrió la boca de nuevo, llevando sus manos hacia ella— ¿Y qué hizo? ¿Es un ladrón? ¿Un asesino? No me digas que era un policía corrupto que trabajaba para un capo de la mafia —aumentó aún más la apertura de sus ojos— Siempre me han gustado las películas de mafiosos, tengo la trilogía completa de "El padrino" en Blue-Ray y la veo una vez al mes desde hace diez años. ¡Me las sé de memoria!
Su accidentada y manchada interlocutora, simplemente meció el rostro y evitó pestañar.
Había tres cosas que Lauren Jauregui no soportaba.
Una. Las ancianas que ralentizaban las colas de los supermercados.
Dos. El perro de su vecina que había tomado su alfombra de "Bienvenido" como su lugar preferido para realizar sus necesidades matutinas.
Tres. Las personas demasiado efusivas.
Dado que Camila Cabello no era ni una anciana ni un perro meón, supongo que ya sabéis que lugar ocupaba en esta lista.
—No puedo hablar sobre el juicio, va en contra del código —respondió intentando ser educada ante esa chica entrometida y gritona que ahora, mágicamente, estaba arrodillada en el suelo cogiendo los restos de su accidente.
Había estado evitando pestañar para no perderla de vista. Años de juicios y estudios de leyes sobre delincuentes y presuntos asesinos, le habían hecho entender que nunca se debía perder de vista a un sospechoso. Quizás estaría exagerando al considerarla uno de ellos, pero no la conocía y no entendía cómo podía haberse escapado de su visual de una forma tan escurridiza.
Volvió a mecer el rostro para callar esas voces internas y la observó.
Podía cortarse, podía correr un grave peligro por tener entre sus manos restos de porcelana rota. Sin embargo poco parecía importarle a la morena con medias naranjas.
¿Por qué llevaba unas medias de ese color? ¿Por qué vestía como una actriz porno asiática?
—¡Vamos! —exclamó Camila haciendo que se sobresaltase mientras dejaba los restos en las manos de una confundida Marley. Sí, la camarera— Nadie sabrá que me lo has contado, guardaré el secreto. Te lo prometo.
Lauren alzó las cejas y suspiró, no parecía que la chica fuese a darse por vencida ante una segunda negativa.
—Soy abogada especializada en divorcios —respondió finalmente— Hoy tengo un juicio importante donde mi cliente se juega la mitad de su fortuna.
Camila asintió, un tanto decepcionada de que el juicio no fuese tan interesante como el planteado en su incansable mente.
—¿Por qué se han divorciado?
—Adulterio.
Click. Había dicho la palabra mágica sin siquiera saberlo.
—No entiendo porque la gente se casa si luego serán infieles —suspiró con frustración y frunció el ceño— ¿Tan difícil es para los hombres mantener al pajarito encerrado en su jaula?
Lauren no podía creer lo que le estaba pasando, no comprendía porque una completa desconocida estaba dándole ahora un monólogo sobre como la infidelidad estadísticamente era nueve de cada diez veces la causa de los divorcios.
Ella era abogada precisamente de eso, y sabía que esa estadística no era del todo certera. ¿Pero para qué interrumpirla? Si lo hacía quizás le daría otra larga charla sobre cómo había visto un documental en la BBC que así lo comentaba. No tenía tiempo para eso, llegaba tarde, muy tarde, odiaba ser impuntual y lo que era peor, llegaba completamente manchada.
—Realmente tengo mucha prisa —la interrumpió después de al menos diez minutos de charla donde solo ella hablaba y hablaba.
Camila miró el reloj, solo diez minutos le separaban de poder eliminar el primer punto de su lista. No podía dejar que se marchase, tenía que mantenerla ahí solo por diez minutos más.
—Espera —la tomó del brazo— Déjame que te pida un café. Es lo menos que puedo hacer.
—No es...
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—¿Cómo lo tomas? —le interrumpió.
—Ya te he dicho que no es...
—¡Póngame otro café tal y como lo ha pedido la señorita! —le dijo al chico de la barra, señalando hacia Lauren, quien la observaba atónita— ¡Ah! Y dos galletitas más, por favor —agregó antes de volver hasta su nueva compañera de charlas amenas en una cafetería.
El chico, que según su cartelito se llamaba Jake, asintió y miró confuso a Marley que había sido testigo de excepción de ese primer encuentro. Ella se encogió de hombros, quizás la chica extraña del gorro blanco era una gran amante de las galletas insípidas de avena con duros trozos de chocolate, quien sabía.
La vie en rose, cantada por Louis Armstrong, era el único sonido que se escuchó en los siguientes segundos.
Silencio. Incómodo y confuso silencio. Algo que, sin duda, era incompatible con Camila Cabello.
—Bueno y... ¿eres de Boston?
Lauren negó con la cabeza mirando distraídamente hacia la puerta de salida, tal vez planeando una huida de aquella loca.
—No, podría decirse que de Portland.
—¡Oh! Siempre quise viajar a Portland.
—No es el Portland de Oregón —respondió secamente— Es el de Middlesex.
—Ah... —asintió— Nunca había oído hablar de ese Portland.
—Lo suponía.
Camila sentía que aquello era un desafío, al parecer la chica de ojos hermosos no era lo que se entiende por muy habladora. Sin embargo, si por algo se caracterizaba Camila Cabello era porque amaba los desafíos. Cuanto más complicados y difíciles, mejor.
—¿Tu familia sigue allí?
La otra chica giró la vista frunciendo el ceño.
Si por algo se caracterizaba Lauren Jauregui era porque odiaba las preguntas indiscretas, mucho más si eran de desconocidas que le habían jodido un vestido de mil dólares.
—Sí.
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—Yo también vivo lejos de ellos —respondió alzando la vista y perdiéndose en sus pensamientos— Soy de Nueva York… Brooklyn, más exactamente. Los echo de menos, llevo aquí seis meses y nunca antes había estado tanto tiempo separada de mis padres —volvió a fijar la mirada en su nueva amiga— ¿Tienes hermanos?
—Una hermana.
—¡Eso es increíble! —exclamó de nuevo.
Esos gritos inesperados por parte de la pequeña morena comenzaban a ser cada vez menos sorpresivos, pero igual de estrepitosos
—Yo no tengo hermanos, soy hija única, aunque gracias a que mis padres alojaban a viajeros nunca me faltó compañía. Sé decir "Demi Lovato es la mejor cantante de todos los tiempos" en veinte idiomas —sonrió con orgullo— ¿Quieres escucharlo?
—Yo... —titubeó intentando no ser maleducada— Realmente tengo algo de prisa.
—Tome su café —les interrumpió Jake— Y sus galletas —añadió dándole una pequeña bolsita de papel marrón a Camila
Lauren sacó la cartera de su bolso pero Camila la apartó mirándola fijamente.
—No. Yo invito, no quiero tener ninguna deuda pendiente — respondió con seriedad— Apúntalo en mi cuenta.
El chico asintió y apuntó un café y dos galletas más a la ya abultada cuenta de esa señorita. Si todos los clientes que iban cada día a la cafetería gastasen lo mismo que ella en un día, podría pagar rápidamente sus estudios en la Universidad.
—Gracias —sonrió de medio lado, señalando hacia su café.
Camila le devolvió la sonrisa.
—Lo siento por tu vestido.
—Quien sabe... —elevó los hombros— Quizás creo una nueva tendencia.
Camila rió ruidosamente, otra de sus características, y Lauren la miró sorprendida y un tanto estupefacta. Esa chica no era como el resto de las chicas que había conocido a lo largo de su vida, había algo especial en ella. Algo más que su extraña forma de vestir y su verborrea incansable.
No, no era normal y temía seriamente que rozara un leve delirio mental. Incluso llegó a pensar que tal vez se había escapado de un manicomio.
—Bueno pues... —titubeó— Creo que ya es hora de que me...
Pero no pudo terminar su frase, la completa desconocida hasta hacia veinte minutos estaba callándola con un beso. Un beso en los labios, un beso en los labios en mitad de una cafetería una fría mañana de diciembre.
No fueron más de diez segundos y fue un beso torpe y rápido, sin embargo Lauren quedó completamente petrificada. No sé muy bien si por la intensidad del momento o simplemente por lo inesperado del beso. Fuera lo que fuese, sin duda, no dejaría de pensar en ello el resto del día.
Camila se separó lentamente y le sonrió con dulzura. Luego, sin más, sin decir ni una sola palabra, salió corriendo de la cafetería.
Exacto, Lauren Jauregui es nuestra otra protagonista.
Una abogada de divorcios, tal vez de Portland o quizás no, que odiaba las preguntas indiscretas y las personas demasiado efusivas. Alguien que había acudido esa mañana a una cafetería simplemente para tomar un café pero que terminó con un vestido Armani completamente destrozado y una cara de absoluta consternación al ver como la desconocida que acababa de besarla se marchaba por la puerta sin al menos haberle dicho su nombre.
Una desconocida que, solo diez segundos después, entró de nuevo corriendo hacia su mesa para coger su bolso y su abrigo olvidados. Se acercó rápidamente hacia la barra y le dio al chico un billete de veinte dólares.
—Quédate con el cambio —le dijo sin borrar su sonrisa para luego girarse hasta Marley— Y aquí tienes tu lápiz, muchas gracias por el papel.
Lauren la observó aún petrificada y ella le tendió la mano.
—Soy Camila, un placer.
—L... Lauren —titubeó estrechando su mano antes de que, tal y como había llegado, la loca desconocida robadora de besos en cafeterías saliese de nuevo corriendo por la puerta.
Este fue su primer encuentro, la primera página de una historia que no ha hecho más que comenzar.
Una historia que tiene como escenario principal Boston. Una historia que sucedió un frío mes de diciembre una mañana como cualquier otra. Una historia que tiene como protagonistas a Camila Cabello y Lauren Jauregui.
He de decir que la suya es una historia para valientes. Como todas las historias libres de tapujos y ataduras, rebosante de escalones, vuelos y también golpes. Pero, sin duda, si por algo se caracteriza es por ser una historia de amor.
Y, también, por tener como tercera protagonista una lista escrita con lápiz en un simple papel de pedidos. Porque, por si no os ha quedado claro, en esta historia cada pequeña cosa es importante.
18. Entablar conversación con un completo desconocido durante más de veinte minutos. Hecho.
13. Besar inesperadamente a alguien que me gusta y acabo de conocer. Hecho.
