Nude woman in a red armchair

Una vez más Tonks se tropezó con lo primero que encontró en la nueva sala del museo, pero en aquella ocasión a diferencia de las anteriores, Remus tuvo tiempo de cogerla del brazo y abandonar el lugar antes de provocar de nuevo el colapso nervioso del personal de seguridad.

-No es mi culpa que Joseph Beauys dejara por ahí tirados todos sus trastos.

Definitivamente, no había sido buena idea traerla a un lugar como ese. ¿En qué estaría pensando? Pero, ¿qué diablos? ¡Él ni siquiera la había invitado!

-No son trastos, son instalaciones. Tienes que mirar más allá del objeto que representan.

-Si no fueran objetos no me habría tropezado con ellos. Por muy conceptuales que sean siempre serán un obstáculo en mi camino y creo que en eso estaremos de acuerdo.

Sin mediar palabra se encaminaron hacia la enorme escalera mecánica sin poder evitar ciertas miradas y comentarios poco favorables a su alrededor.

¿Pero qué podía hacer él al respecto? Fue ella quien le había perseguido por todo Londres con su parloteo incontrolable y quien se había ofrecido a acompañarle al primer lugar que se le pasó por la cabeza para librarse de su presencia suponiendo que a una joven auror de pelo rosa, fanática de The Weird Sisters, no le interesaría lo más mínimo el arte contemporáneo. Algo que realmente estaba resultando así.

Por el contrario, para Remus la Tate Modern siempre había sido un remanso de paz y reflexión fuera del barullo del mundo exterior, un lugar demasiado personal para compartirlo con una persona tan distinta a él.

Por ese motivo, y en un último intento por perderla de vista, el licántropo bajó lo más rápido que pudo en el tercer piso. Por un momento, creyó que su ardid había sido todo un éxito, pero de nuevo allí estaba. Esa muchacha jamás se daba por vencida.

-¡Oh, mira! Este cuadro es alucinante, aunque estaría mucho mejor si pudiera moverse.

-Salvador Dalí no era mago. Y haz el favor de bajar la voz si no quieres que nos llamen la atención otra vez.

-Es una lástima que no lo fuera- alegó sin prestar la más mínima atención a sus advertencias.

Estaba harto de ella. Era irremediablemente escandalosa, llamativa y poco convencional. Remus se alejó lo más que pudo de donde Tonks estaba. Se sentía huraño y dolido en su interior sin saber realmente el verdadero motivo que le impulsaba a deshacerse de ella, y puesto que no podía hacerlo por más que lo intentara, al menos fingiría que no estaba. Tal vez de esa manera se cansaría y le dejaría tranquilo.

Por su parte Tonks no era indiferente al efecto que estaba provocando en su acompañante y no entendía para nada esa actitud seria al respecto.

Le fastidiaba pensar que ambos iban a ser compañeros en todas las misiones de la Orden...

No tenían nada en común por mucho que Sirius hubiera insistido en que se tomara la molestia conocerle. Pero por más que lo intentaba no conseguía ver en él algo más que a un cansado ex profesor con un pequeño problema peludo cada luna llena. Siempre que lo intentaba no hacía más que recitarle la primera frase de manual a la mínima oportunidad como si fuera demasiado inteligente para perder el tiempo con alguien como ella.

Odiaba ese tipo de perjuicios. Y sin embargo, le veía allí, ensimismado ante ese cuadro de Francis Bacon y sabía que Remus Lupin al igual que aquel personaje encerrado en su habitación clamaba porque alguien escuchara sus gritos, sólo que él no quería ni por un instante que nadie le sacara de esa horrible cárcel, y justo cuando Tonks iba a abandonar la sala dándose por vencida y pensando para sus adentros que al menos lo había intentado, vio algo que le llamó poderosamente la atención.

Mientras tanto Remus seguía fingiéndose muy concentrado ante un nuevo cuadro, en este caso un paisaje deshumanizado de Giorgio de Chirico, cuando sintió que alguien le tiraba de la manga de su abrigo.

Incómodo ante una nueva e irritante situación se volvió hacia ella, pero Tonks (por suerte) fue más rápida adelantándose a sus impertinencias.

-Quiero que veas algo.

Y sin más le cogió de la mano, un gesto sutil y sin ningún tipo de implicación debido a su carácter cercano y extrovertido que sin embargo a Remus no le pasó desapercibido.

Caminaron rápidamente entre la gente, en su mayoría turistas, entre disculpas y miradas reprobatorias hasta situarse delante de un pequeño y solitario cuadro.

De forma extraordinaria, Tonks permanecía callada, algo poco frecuente en su compañía. Él la miraba de soslayo sin entender que podía estar despertando esa imagen dentro de ella.

-¿Te gusta?- preguntó sin poder contener su curiosidad.

-Es preciosa.

Se giró hacia él y le sonrió desprendiéndose finalmente de su mano para observar la pintura más de cerca, al tiempo que Remus se sorprendía a sí mismo mirándola más a ella que a la mujer que el lienzo representaba.

¿Sería posible que esa muchacha sintiera interés por algo tan delicado?

-¿Por qué?

Se encontraba desconcertado e intrigado como si todo aquello formara parte de una broma de mal gusto. Esa muchacha no se tomaba nada en serio. O al menos eso pensaba.

-Creo que es porque se muestra sin ningún miedo y sin nada que ocultar sobre ese sillón rojo. Sencillamente, es ella. Pero no tengo claro si es alguien real.

-Lo es, o más bien, lo fue- susurró más para sí que para otra persona. Ella le observaba atentamente esperando más información y Remus carraspeó un tanto nervioso, cosa rara en él-. Se llamaba Marie-Thérèse Walter- alegó dejando a un lado cualquier presunción-. Picasso tenía 45 años cuando la conoció; él era un artista en la cumbre de su carrera y ella tenía sólo 16 años. Fue una relación difícil, como comprenderás. Legalmente seguía casado y salir con jovencitas menores de edad era un delito muy grave.

-Pero ellos se querían pese a todo. No hay más que ver cuánto amor refleja aquí. ¡Mira los colores, el gesto…!

-Cierto. Con Marie- Thérèse a su lado volvió a reencontrarse consigo mismo, se llenó de su juventud, su vitalidad y su mundo. Le encantaba deleitarse en cada una de sus curvas, la redondez y calidez que le inspiraba ese rostro redondo en forma de corazón.

Por alguna razón aquella conversación había despertado algo en su interior. Hasta ese momento no había deparado en que ambas, musa y metamorfomaga, tenían el mismo rostro y el mismo sentimiento de dulzura reflejado en sus ojos.

Lo había tenido siempre ahí, pero había preferido ocultarlo fingiéndose grosero con ella.

Quería que esa sensación desapareciera, era una locura, pero a medida que pasaba el tiempo, más crecía. Lo sentía cálido y profundo como los ojos brillantes de Tonks mirando a aquella musa inmortal, comparándose y midiéndose con ella sin saberlo, algo que se hizo más evidente cuando le observó de nuevo sin percatarse lo más mínimo en sus profundas tribulaciones.

Se sentía incómodo, pero no como en el resto de ocasiones. Una emoción nueva le embargaba, pero de forma amarga y en seguida se vio obligado a acabar con esa ilusión.

-Su relación no duró eternamente- continuó de forma desapasionada-. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Picasso ya tenía una nueva amante. La cosa no acabó bien como podrás imaginar.

Una vez más Remus se estaba encargando de romper la complicidad del momento. Sabía que sus palabras encerraban un sentir más complejo, pero no advertía hasta qué punto y eso la intrigaba. Continuamente daba la sensación de que no había tenido ocasión de rebatir sus ideas con nadie durante mucho tiempo y que ese hecho le había convertido en una persona intransigente y dada a sí misma.

Pero Nymphadora Tonks no se iba a dar por vencida.

-¿Acaso importa? Quiero decir, lo que importa es esto- dijo señalando el lienzo:- Es una obra de arte porque representa un instante de emoción, de pasión, de amor, y eso permanecerá puro e intacto incluso después de que ellos hayan muerto. ¿Qué importa que después no salieran las cosas como planearon? Ellos fueron felices con la vida que habían elegido y dieron al mundo algo hermoso.

Había conseguido dejar sin palabras al maestro. Remus se quedó con la boca abierta mientras Tonks disfrutaba de su reciente victoria.

Momentos como aquellos la subían mucho la moral.

-Te veré en el cuartel mañana- dijo guiñándole un ojo y dándole un leve puñetazo en el hombro.

Lo cierto era que le empezaba a caer bien.

Y sin más le dejó allí solo, como siempre, pero a diferencia de las anteriores ocasiones con una sincera sonrisa al ver como antes de salir por poco se cae al suelo de nuevo.

Por primera vez en mucho tiempo, Remus Lupin se sintió agradecido porque Nymphadora Tonks se hubiera tropezado en su camino. Y es que el arte al igual que el amor no era más que la proyección de unos sentimientos en una imagen o en una persona. Eso al menos decían los libros. Parecía simple, pero no lo era, al igual que ella.