La gran fiesta de invierno había comenzado. Aquel palacio parecía albergar toda una ciudad en su interior pero aun así, a Van seguía pareciéndole inmenso. La amplia sala del trono se llenaba de risas, de voces, de música y color. Hacía ya un par de meses desde la muerte de Ana y Drácula pero aun así seguía teniendo un presentimiento, una sensación que algunas veces volvía a él.

Van rascó distraídamente una de sus muñecas mientras seguía al fraile con la vista. Cada vez que vislumbraba, al pintoresco hombre, iba tras una dama diferente. Van agarró una de las copas de champán que portaba uno de los centenares de camareros. Bebió un par de sorbos y volvió a preguntarse ¿Por que demonios se empeñaba en beber aquella bazofia, por mucho alcohol que tuviera, y lo más importante, ¿Por qué seguía allí? De nuevo, Van volvió a rascar su muñeca esta vez con algo más de fuerza. Ocasionalmente alguna dama se acercaba a él y trataba de arrastrarlo hacia la pista de baile pero todas y cada una de aquellas ocasiones consiguió librarse.

-¿Seguro que no quiere bailar?- Inquirió una joven insinuante.

Van arrugó la nariz y se apoyó contra la pared mareado. Todas olían muy fuerte, demasiado.

-Lo lamento, no me encuentro en condiciones.- Con la respuesta no la dejó satisfecha pero si convencida de que nada tenia que hacer.

-Van, estas muy blanco. ¿Estás bien?-Preguntó el fraile.

Un gruñido fue su escueta respuesta y es que con la mano en el estomago hacia cuanto podía por que la comida del día siguiera allí. El fraile parloteó durante al menos media hora antes de volver a por otra presa.

El cazador rascó de nuevo su muñeca distraído. Los oídos empezaron a dolerle. ¿Nadie se había dado cuenta de que aquellos músicos comenzaban a tocar demasiado alto? La muñeca volvió a picarle y esta vez Van clavó sus garras en ella.

-Demonios.-Exclamó el gran hombre al ver aquel nuevo juego de uñas afiladas como cuchillas. ¿Por que? El antídoto había funcionado. No podían estas sucediendo aquello.

-Vamos, primero me riñes a mí por que no puedo mal decir y ahora lo haces tú. Demonio. Demonios.-Repitió Carl divertido. El fraile rió escandaloso dándole unas sonoras palmadas en la espalda.

-Voy a respirar un poco de aire fresco. –Se excusó Van.

-Te acompaño.

-No, hay mucha mujer a la que conocer en esta fiesta no me gustaría privarte de ellas.

Su amigo volvió a reír.-Tienes que dejar de beber Van. Comienzas a hablar muy rarito. Van estaba seguro de que el fraile iba a decirle algo más pero nunca lo supo por que la mujer que acababa de pasar frente a ellos robaba toda su atención. El cazador aprovechó para salir al balcón y averiguar que demonios le sucedía.

Como pudo la mano temblorosa del cazador levantó la manga de la camisa descubriendo un brazo velludo. Había empezado a crecerle un pelo castaño que se extendía hasta el pecho. Todavía podía verse alguna parte de piel bajo aquel pelo. Las uñas de las manos se habían alargado varios centímetros y vuelto casi negras. La mandíbula empezaba a dolerle como si alguien tratara de arrancarle los dientes y la espalda parecía que se le fuera a romper. Van, se sujetó a la barandilla de piedra sintiéndose morir de dolor. Sobre su cabeza las nubes más oscuras dejaban entre ver los rayos de una luna llena brillante, casi cegadora. El antidoto tenia que haber funcionado.

Siguiendo el camino por el que el fraile había visto ir al cazador llegó al balcón pero allí no vio a nadie.

Una gota de agua caía en algún extremo de la habitación. Sonaba extraña, con eco.

Van se volvió tratando de taparse con las sabanas pero eso no evitó que siguiera sintiendo frío. Se volvió tratando de acurrucarse para conservar un poco de su propio calor pero sus manos se quedaron a medio camino seguidas de un sonido metálico. Van volvió a tirar esta vez alzándose con los ojos abiertos de par en par. Gruesos grilletes lo amarraban. Uno de sus hombros se resintió pero aun así tiró con todas su rabia hasta que las escasas fuerzas que lo quedaban y el dolor lo hicieron desistir. El sudor recorría su cuerpo haciendo que sus enmarañados cabellos se pegaran a su rostro. La oscuridad lo tenía ciego y todo cuanto podía hacer era tenderse en aquella negrura y esperar. La gota continuó cayendo, el frío prosiguió su camino hacia sus huesos y Morfeo, al cabo de largas horas, lo tomó en sus brazos. No supo cuanto tiempo pasó allí dormido pero al moverse se dijo que no el suficiente. ¿Y esa risa?

Van se alzo de golpe olvidando por un instante las cadenas que lo ataban. La risa que había escuchado se intensificó. Abrió los ojos tratando de ver en aquella oscuridad matada por la muy tenue luz de dos velas. Frente a él, un hombre con las piernas cruzadas y brazos colocados a los lados de la silla. Una gran carcajada que se propagó ensordecedora con el eco.

-Drácula… Deberías estar muerto.

La risa cesó secamente pero el cazador aun distinguía entre las sombras una leve sonrisa.

El conde se alzo mirándolo divertido. Mientras se acercaba a escasos centímetros de la cama, Van lo seguía fijamente con la vista aguardando la más mínima oportunidad.

-Si, debería estar muerto pero Dios no es el único que puede hacer milagros, Gabriel.

-¿Qué me has hecho?

-¿No te acuerdas tampoco de eso? Gabriel, empiezo a pensar que eres un hombre con muy mala memoria.

-Vete al infierno.-Gritó tratando de alcanzarlo.

-Bienvenido seas a el Gabriel por que es donde nos encontramos.-El conde que ahora paseaba de un lado a otro de la estancia se detuvo un instante antes de volver a hablar con tono casual. -Sabes, Gabriel. Voy a darte una pista para que averigües que es lo que te hice. ¿No notas algún dolor en alguna parte en especial?

Van guardó silencio. No había ninguna parte de su cuerpo que no sintiera arder por el dolor. ¿Qué demonios quería decir con aquello? Una pequeña luz se encendió en su cabeza mientras ponía una mano sobre el pecho.-Como ya he dicho, Bienvenido seas. Has sido invitado a tu propio infierno. La risa volvió a propagarse como un incendio en un bosque y ni siquiera aquello le dio fuerzas para romper aquellas cadenas, esta vez no.