*** La historia no es más que una adaptación al final, el nombre del autor y el nombre original de la historia ****
**** Los personajes son propiedad de Stephanie Meyer ****
Sinopsis
Cuando a la profesora de Inglés Bella Swan, de treinta años de edad, se le ofrece un trabajo de tutorías para Edward Cullen en la casa alquilada de verano de la familia en las Maldivas, ella acepta sin dudar; una vacaciones de trabajo en una isla tropical supera a la biblioteca cualquier día.
Edward Cullen no tiene ningún deseo de salir de la cuidad, no es como si alguien le haya preguntado. Tiene casi diecisiete años y si el tener cáncer no fuera suficiente, ahora tiene que pasar su primer verano en remisión con su familia—y un montón de tareas pendientes—en lugar de sus amigos.
Bella y Edward están en camino de unirse a la familia de Edward en las Maldivas cuando el piloto de su hidroavión sufre un ataque al corazón y choca en el Océano índico. A la deriva en aguas infestadas de tiburones, sus chalecos salvavidas los mantienen a flote hasta que llegan a la orilla de una isla deshabitada. Ahora Bella y Edward sólo quieren sobrevivir y deben trabajar juntos para conseguir agua, comida, fuego y vivienda. Sus necesidades básicas pueden satisfacerse pero cuando los días se convierten en semanas y después meses, los náufragos se enfrentan a más obstáculos, incluyendo tormentas tropicales, los peligros que acechan en el océano, y la posibilidad que el cáncer de Edward pueda regresar. Mientras que Edward celebra otro cumpleaños en la isla, Bella comienza a preguntarse si el mayor de los obstáculos será vivir con un chico que se está convirtiendo en un hombre.
Capitulo 1
Bella
Junio 2001
Tenía treinta años cuando el hidroavión en el que Edward Cullen y yo íbamos viajando, hizo un aterrizaje forzoso en el Océano Índico.
Edward tenía 16 años, y tres meses habían pasado de la remisión del linfoma de Hodgkin. El nombre del piloto era Harry pero murió antes de que golpeáramos el agua.
Mi novio, Riley, me llevó al aeropuerto aún cuando era el tercero en mi lista, por debajo de mi mamá y mi hermana Alice, de la gente que quería que me llevara.
Luchamos contra la multitud, cada uno tirando una gran maleta con ruedas y me pregunté si todos en Chicago habían decidido volar a algún lugar ese día. Cuando finalmente alcanzamos el mostrador de las vías aéreas de Estados Unidos, el agente de viajes sonrió, marcando mi equipaje y entregándome la tarjeta de embarque.
—Gracias, señorita Swan. He revisado todo su camino hasta Malé. Que tenga un viaje seguro.
Deslicé la tarjeta en mi bolsa y me volví para despedirme de Riley.
—Gracias por traerme.
—Caminaré contigo, Isabella.
—No tienes que hacerlo —dije, sacudiendo la cabeza.
Se estremeció. —Quiero hacerlo.
Nos arrastramos en silencio, siguiendo la multitud de lentos pasajeros. En las puertas Riley preguntó—: ¿Qué aspecto tiene?
—Delgado y calvo.
Escaneé la multitud y sonreí cuando divisé a Edward porque un corto cabello café cubría ahora su cabeza. Saludé con la mano y él me saludó con un asentimiento de cabeza mientras el chico sentado a su lado le daba un codazo en las costillas.
—¿Quién es el otro chico? —preguntó Riley.
—Creo que es su amigo, Emmett. —Acomodados en sus asientos, estaban vestidos con el estilo preferido por la mayoría de los chicos de dieciséis años: pantalones deportivos largos y anchos, camisetas, y zapatillas desatadas. Una mochila de color azul marino descansaba en el suelo a los pies de Edward.
—¿Estás segura de que esto es lo que quieres hacer? —preguntó Riley. Se metió las manos en los bolsillos traseros y se quedó mirando la desgastada alfombra del aeropuerto.
Bueno, uno de nosotros tiene que hacer algo.
—Sí.
—Por favor, no tomes ninguna decisión final hasta que regreses.
No señalé la ironía en su solicitud. —Te dije que no lo haría.
Había realmente una sola opción, sin embargo. Sólo elegí posponerla hasta el final del verano.
Riley puso sus brazos alrededor de mi cintura y me besó, varios segundos más de lo que debería hacer en un lugar público. Avergonzada, me alejé. Por el rabillo de mi ojo, noté a Edward y Emmett mirando todo.
—Te amo —dijo.
Asentí con la cabeza. —Lo sé.
Resignado, recogió mi equipaje de mano y colocó la correa en mi hombro. —Que tengas un vuelo seguro. Llámame cuando llegues allí.
—Está bien.
Riley se fue y lo miré hasta que la multitud lo envolvió, luego alisé la parte delantera de mi falda y caminé hacia los chicos. Ellos miraron hacia abajo mientras me aproximaba.
—Hola Edward Te ves genial. ¿Estás listo para irnos?
Sus ojos marrones apenas se encontraron con los míos. —Sí, claro. —Había aumentado de peso y su rostro no estaba tan pálido. Tenía frenillos en sus dientes, los cuales no había notado antes, y una pequeña cicatriz en la barbilla.
—Hola. Soy Isabella —le dije al chico que estaba sentado junto a Edward—. Tú debes ser Emmett. ¿Cómo estuvo la fiesta?
Echó un vistazo a Edward, confundido. —Ah, estuvo bien.
Saqué mi celular y miré la hora. —Regresaré enseguida, Edward quiero comprobar nuestro vuelo.
Mientras me alejaba escuché a Emmett diciendo—: Amigo, tu niñera está caliente.
—Es mi tutora, idiota.
Las palabras me pasaron. Enseñaba en una escuela secundaria y consideraba los comentarios ocasionales de los chicos plagados de hormonas, riesgos laborales bastante benignos.
Después de confirmar que todavía estábamos a tiempo, volví y me senté en la silla vacía junto a Edward. —¿Se fue Emmett?
—Sí. Su madre se cansó de dar vueltas al aeropuerto. Él no la dejó venir con nosotros.
—¿Quieres comer algo?
Sacudió la cabeza. —No tengo hambre.
Nos sentamos en un incómodo silencio hasta la hora de abordar el avión. Edward me siguió por el estrecho pasillo a nuestros asientos de primera clase. —¿Quieres el de la ventana? —pregunté.
Edward se encogió de hombros. —Seguro. Gracias.
Di un paso al lado y esperé hasta que se sentó, y luego me senté junto a él. Sacó un reproductor de CD portátil de la mochila y se puso los auriculares, su sutil manera de hacerme saber que no estaba interesado en tener una conversación. Saqué un libro de mi bolsa, el piloto despegó, y dejamos atrás Chicago.
Las cosas empezaron a ir mal en Alemania. Debería habernos tomado un poco más de dieciocho horas volar desde Chicago a Malé —la capital de las Maldivas— pero nos habíamos retrasado después de pasar todo el día y la mitad de la noche en el Aeropuerto Internacional de Frankfurt esperando que la aerolínea nos diera una nueva ruta después de que los problemas mecánicos y demoras por malas condiciones climáticas desviaran nuestro itinerario original. Edward y yo nos sentamos en duras sillas de plástico a las 3:00 am, después de finalmente ser confirmados en el próximo vuelo. Él frotó sus ojos.
Señalé una fila de asientos vacíos. —Acuéstate si quieres.
—Estoy bien —dijo, ahogando un bostezo.
—No nos estaremos yendo por varias horas más. Deberías tratar de conciliar el sueño.
—¿No estás cansada?
Estaba agotada, pero Edward probablemente necesitaba el descanso más que yo. —Estoy bien. Sigue adelante.
—¿Está segura?
—Absolutamente.
—Está bien. —Sonrió débilmente—. Gracias. —Se extendió en las sillas y se quedó dormido de inmediato.
Me quedé mirando por la ventana y observé a los aviones aterrizar y despegar de nuevo, sus luces rojas parpadeando en el cielo nocturno. El frío aire acondicionado puso la piel de gallina en mis brazos, y me estremecí en mi falda y la blusa sin mangas. En un baño cercano, me puse los pantalones vaqueros y una camiseta de manga larga que había embalado en mi bolsa, luego compré una taza de café. Cuando me senté al lado de Edward, abrí el libro y leí, despertándolo tres horas más tarde cuando llamaron nuestro vuelo.
Hubo más retrasos después de que llegamos a Sri Lanka —en esta ocasión debido a la escasez de tripulación de vuelo— y para el momento en que aterrizamos en el Aeropuerto Internacional de Malé en las Maldivas, el Alquiler de verano de los Cullen, todavía a dos horas de distancia en hidroavión. Había estado despierta durante treinta horas. Temblaba y mis ojos quemaban, y dolían, arenosos. Cuando me dijeron que no tenían reservas para nosotros, parpadeé para alejar las lágrimas.
—Pero tengo el número de confirmación —le dije al agente de viajes, deslizando el trozo de papel sobre el mostrador—. Actualicé nuestra reserva antes de salir de Sri Lanka. Dos asientos. Edward Cullen y Isabella Swan. ¿Podría por favor mirar de nuevo?
El agente revisó la computadora. —Lo siento —dijo—. Sus nombres no están en la lista. El hidroavión está lleno.
—¿Qué pasa con el próximo vuelo?
—Pronto va a estar oscuro. Los hidroaviones no vuelan después del anochecer. —Al darse cuenta de mi expresión afectada, me dio una mirada comprensiva, tecleando y levantando el teléfono—. Veré qué puedo hacer.
—Gracias.
Edward y yo fuimos a una pequeña tienda de regalos, y compré dos botellas de agua. — ¿Quieres una?
—No, gracias.
— ¿Por qué no la pones en tu mochila? —le dije, entregándosela—. Es posible que la desees más tarde.
Saqué una botella de Tylenol de mi bolso, puse dos en mi mano, y me los tragué con un poco de agua. Nos sentamos en un banco, y llamé a la mamá de Edward, Esme, y le dije que no nos esperasen hasta la mañana.
—Hay una posibilidad de que nos consigan un vuelo, pero no creo que salgamos esta noche. Los hidroaviones no vuelan después del anochecer así que quizás pasemos la noche en el aeropuerto.
—Lo siento, Bella. Debes estar agotada —dijo.
—Está bien, de verdad. De seguro vamos a estar allí mañana. —Cubrí el teléfono con la mano—. ¿Quieres hablar con tu mamá? —Edward hizo una mueca y sacudió la cabeza.
Noté al agente haciéndome señas. Estaba sonriendo. —Esme, escucha, creo que podría… —Y luego mi celular cortó la llamada. Puse el teléfono en mi bolsa y me acerqué al mostrador, conteniendo la respiración.
—Uno de los pilotos de alquiler puede volar a la isla —dijo el agente de viajes—. Los pasajeros que iba a llevar se retrasaron en Sri Lanka y no llegaran hasta mañana por la mañana.
Exhalé y sonreí. —Eso es maravilloso. Gracias por encontrarnos un vuelo. Realmente lo aprecio. —Traté de llamar a los padres Edward de nuevo, pero mi celular no se conectaba. Esperaba conseguir señal cuando llegáramos a la isla—. ¿Listo, Edward?
—Sí —dijo, agarrando su mochila.
Un mini-bus nos dejó en la terminal de taxi aéreo. El agente nos registró en el mostrador, y salimos a la calle.
El clima de las Maldivas me recordaba a la sala de vapor en mi gimnasio. Inmediatamente, las gotas de sudor estallaron en mi frente y la parte de atrás de mi cuello. Mis pantalones vaqueros y la camiseta de manga larga atrapaban el aire caliente y húmedo contra mi piel, y me habría gustado haberme cambiado a algo más fresco.
— ¿Esto es así de sofocante todo el tiempo?
Un empleado del aeropuerto estaba en el muelle junto a un hidroavión que se balanceaba suavemente sobre la superficie del agua. Nos hizo una seña. Cuando Edward y yo nos acercamos, abrió la puerta y nos agachamos nuestras cabezas para subir al avión. El piloto estaba sentado en su asiento, y nos sonrió con la boca llena de hamburguesa con queso.
—Hola, soy Harry. —Terminó de masticar y tragar—. Espero que no les importe si termino mi cena. —Parecía ser de cincuenta años y era tan gordo que apenas cabía en el asiento del piloto. Llevaba pantalones cortos y la camiseta desteñida más grande que jamás hubiera visto. Sus pies estaban desnudos. El sudor salpicaba su labio superior y la frente. Se comió el último bocado de su hamburguesa con queso y se limpió la cara con una servilleta.
—Soy Isabella y éste es Edward —le dije, sonriendo y llegando a estrechar su mano—. Por supuesto que no nos importa.
El Twin Otter DHC-6 tenía diez asientos y olía a combustible de avión y moho. Edward se abrochó el cinturón de seguridad y miró por la ventana. Me senté cruzando el pasillo, empujé mi bolso y lo coloqué debajo del asiento, antes de frotarme los ojos. Harry puso en marcha los motores. Su voz quedó ahogada por el ruido, pero cuando volvió la cabeza hacia un lado, pude ver que sus labios se movían como comunicándose con alguien a través del radio. Navegó fuera del muelle, aceleró, y pronto estuvimos en el aire.
Maldije mi incapacidad para dormir en los aviones. Siempre he envidiado a los que se desmayan al momento en que el avión despega y no se despiertan hasta que las ruedas aterrizan en la pista. Traté de dormitar, pero la luz del sol entrando a raudales por las ventanas del hidroavión, y mi reloj biológico confuso, hicieron que me fuera imposible. Cuando me di por vencida y abrí los ojos, vi a Edward observándome. Si la expresión de su rostro y el calor en el mío eran una indicación, los dos estábamos avergonzados. Se dio la vuelta, empujó su mochila debajo de la cabeza y se quedó dormido unos minutos más tarde.
Inquieta, me desabroché el cinturón de seguridad y fui a preguntarle a Harry cuánto tiempo tardaríamos en aterrizar.
—Tal vez una hora o más. —Hizo un gesto hacia el asiento del copiloto—. Siéntese, si quiere.
Me senté y abroché el cinturón de seguridad. Protegiéndome los ojos del sol, observé la impresionante vista. El cielo era azul y sin nubes por encima de nosotros. Por debajo, el Océano Índico se veía como un remolino de menta verde, azul y turquesa. Harry se frotó el centro de su pecho con el puño y alcanzó un rollo de antiácidos. Se puso uno en la boca. —Ardor estomacal. Eso es lo que me pasa por comer hamburguesas con queso. Sin embargo, su sabor es mucho mejor que una ensalada de mierda, ¿sabe? — se rió, y yo asentí, completamente de acuerdo—. Así que, ¿de dónde vienen?
—Chicago.
—¿Qué hace usted allí, en Chicago? —Se puso otro antiácido en la boca.
—Enseño inglés en décimo grado.
—Ah, vacaciones de verano.
—Bueno, no para mí. Suelo ser tutora de estudiantes durante el verano. —Hice un gesto hacia Edward —. Sus padres me contrataron para ayudarlo a ponerse al día con su clase. Tuvo linfoma de Hodgkin y se perdió una gran parte de la escuela.
—Me pareció que era demasiado joven para ser su madre.
Sonreí. —Sus padres y hermanas volaron hace unos días.
No me había sido posible salir tan temprano como los Cullen porque la escuela secundaria pública donde enseñaba había comenzado sus vacaciones de verano unos días más tarde que la escuela privada a la que Edward asistía. Cuando Edward se enteró, convenció a sus padres para que lo dejaran quedarse en Chicago durante el fin de semana y volar conmigo en vez de con ellos. Esme Cullen había llamado para ver si todo estaba bien.
—Su amigo Emmett dará una fiesta. Él realmente quiere ir. ¿Seguro que no le importa? —preguntó.
—No, en absoluto —le dije—. Nos dará la oportunidad de conocernos.
Yo sólo había visto a Edward una vez, cuando me entrevisté con sus padres. Se necesitaría un tiempo para que se acostumbrara a mí; siempre hacía falta cuando trabajaba con estudiantes nuevos, especialmente si eran adolescentes.
La voz de Harry interrumpió mis pensamientos. —¿Cuánto tiempo se quedarán?
—Por el verano. Alquilaron una casa en la isla.
—Así que, ¿él está bien ahora?
—Sí. Sus padres dijeron que estuvo muy enfermo por un tiempo, pero ha estado en remisión durante algunos meses.
—Lindo lugar para un trabajo de verano.
Sonreí. —Es mejor que la biblioteca.
Volamos en silencio durante un rato. —¿Realmente hay 1.200 islas por aquí? —le pregunté. Sólo había contado tres o cuatro, repartidas por toda el agua como piezas de un rompecabezas gigante. Esperé su respuesta—. ¿Harry?
—¿Qué? Oh, sí, más o menos. Sólo alrededor de 200 están habitadas, pero espero que eso cambie con todo esto del desarrollo. Hay un nuevo hotel o resort abriéndose todos los meses. —Rió entre dientes—. Todo el mundo quiere un pedazo de paraíso.
Harry se frotó el pecho de nuevo y quitó su brazo izquierdo de la palanca de mando que se extendía hacia fuera delante de él. Me di cuenta de su expresión de dolor y de la ligera capa de sudor en su frente. —¿Está bien?
—Estoy bien. Es sólo que nunca he tenido ardores tan fuertes. —Se puso dos antiácidos más en la boca y arrugó el envoltorio vacío.
Un sentimiento de inquietud se apoderó de mí. —¿Quiere llamar a alguien? Si me muestra cómo utilizar el radio, podría llamar por usted.
—No, voy a estar bien una vez que estos antiácidos empiecen a trabajar. —Tomó una respiración profunda y me sonrió—. Gracias, de todos modos.
Pareció estar bien durante un tiempo, pero diez minutos más tarde quitó su mano derecha del volante y se frotó el hombro izquierdo. El sudor corría por el costado de su rostro. Su respiración sonaba poco profunda, y se movió en su asiento como si no pudiera encontrar una posición cómoda. Mi sentimiento de inquietud se transformó en puro pánico.
Edward despertó. —Bella —dijo, lo suficientemente alto como para que lo oyese a través de los motores. Me di la vuelta—. ¿Estamos casi allí?
Desabroché el cinturón y volví a sentarme al lado de Edward No queriendo gritar, me acerqué y le dije—: Oye, estoy bastante segura de que Harry va a tener un ataque al corazón. Tiene dolores en el pecho y se ve horrible, pero está culpando a los ardores de estómago.
— ¡¿Qué?! ¿Hablas en serio?
Asentí con la cabeza. —Mi padre sobrevivió a un ataque al corazón el año pasado, así que sé que esperar. Creo que tiene miedo de admitir que hay algo mal.
— ¿Qué va a pasar con nosotros? ¿Todavía puede volar el avión?
—No lo sé.
Edward y yo nos acercamos a la cabina del piloto. Harry tenía los puños apretados contra su pecho y sus ojos estaban cerrados. Su casco estaba torcido y su rostro había adquirido un tono grisáceo.
Me agaché junto a su asiento, el miedo ondulaba a través de mí.
—Harry. —Mi tono era urgente—. Tenemos que llamar para pedir ayuda.
Él asintió con la cabeza. —Voy a ponernos sobre el agua, primero, y luego uno de ustedes tendrá que conseguir alcanzar el radio —jadeó, tratando de sacar las palabras—. Pónganse los chalecos salvavidas. Están en el compartimiento de almacenamiento, junto a la puerta. Luego siéntense y abróchense el cinturón. —Hizo una mueca de dolor—. ¡Vamos!
El corazón me retumbó en el pecho y la adrenalina inundó mi cuerpo. Nos precipitamos al compartimiento de almacenamiento y lo saqueamos.
— ¿Por qué tenemos que ponernos el chaleco salvavidas, Bella? El avión cuenta con flotadores, ¿cierto?
Porque tiene miedo de no poder sacarnos del aire a tiempo.
—No sé, tal vez es un procedimiento operativo estándar. Estamos aterrizando en el medio del océano. —Encontré los chalecos salvavidas apretujados entre un recipiente de forma cilíndrica que decía "BALSA", y varias mantas.
—Aquí —dije, entregándole uno a Edward y poniéndome el mío. Nos sentamos y sujetamos los cinturones de seguridad, mis manos temblaban tanto que me llevó dos intentos poder lograrlo—. Si pierde el conocimiento, vamos a necesitar inmediatamente comenzar la Reanimación Cardiopulmonar. Vas a tener que averiguar cómo funciona el radio, Edward, ¿de acuerdo?
Asintió con la cabeza y los ojos muy abiertos. —Puedo hacer eso.
Me agarré a los brazos de mi asiento y miré por la ventana, la superficie del Océano cada vez estaba más cerca. Pero entonces, en lugar de disminuir, la velocidad aumentó, descendiendo en un ángulo pronunciado. Miré hacia la parte delantera del avión. Harry estaba desplomado sobre el volante, no se movía. Me desabroché el cinturón de seguridad y me abalancé hacia el pasillo.
—Isabella —gritó Edward El dobladillo de mi camiseta se deslizó de su agarre.
Antes de que pudiera llegar a la cabina del piloto, Harry se echó hacia atrás en su asiento, con las manos todavía en el volante, como un espasmo masivo acumulado en su pecho. La nariz del avión se detuvo bruscamente y cayó al agua de cola en primer lugar, saltando sobre las olas de forma errática. La punta de un ala dio de lleno en la superficie y el avión dio vueltas fuera de control.
El impacto me volteó, como si alguien hubiera atado una cuerda alrededor de mis tobillos y hubiera tirado de ella con fuerza. El sonido de cristales rotos llenó mis oídos, y tuve la sensación de estar volando, seguida de un dolor ardiente mientras el avión se desintegraba. Me sumergí en el océano, el agua de mar corría por mi garganta. Completamente desorientada, el dinamismo de mi chaleco salvavidas me levantó lentamente hacia arriba. Mi cabeza rompió la superficie, y tosí sin control, tratando de obtener aire y expulsar el agua hacia fuera.
¡Edward! ¿Oh, Dios mío, ¿dónde está Edward?
Me lo imaginé atrapado en su asiento, incapaz de conseguir que el cinturón de seguridad se desabrochara y escaneé el agua frenéticamente, entornando los ojos bajo el sol y gritando su nombre. Justo cuando pensaba que se había ahogado, salió a la superficie, asfixiado y mascullando.
Nadé hacia él, saboreando sangre, mi cabeza palpitaba tan fuerte que pensé que podría explotar. Cuando alcancé a Edward, le agarré la mano y traté de decirle lo feliz que estaba de que lo lograra, pero mis palabras no salieron, mientras entraba y salía de una niebla brumosa. Edward me gritó para despertarme. Me acordé de las altas olas, tragué más agua, y luego no recordé nada más.
hola he aquí el primer capitulo de la adaptación espero les agrade también en blog subiré una nueva les invito pasar a leer el enlace lo en mi perfil gracias todas.
les dejo el argumento de la adaptación que subiré en el blog.
Compartiendo una casa de verano con el muy caliente compañero de cuarto sería un sueño hecho realidad, ¿cierto?
No cuando es Edward… La única persona que he amado… quien ahora me odia.
Cuando mi abuela murió y me dejó la mitad de la casa de Aquidneck Island, hay una trampa, la otra mitad seria para el chico que ella ayudó a criar.
El mismo chico que se convirtió en un hombre con un duro cuerpo y una personalidad más dura a juego.
No lo había visto en años y ahora estamos viviendo juntos porque ninguno de los dos está dispuesto a renunciar a la casa.
¿La peor parte? Él no viene solo.
Pronto me daría cuenta que hay una delgada línea entre el amor y el odio. Podría ver a través de esa engreída sonrisa. Debajo de todo eso… El chico está aún allí. Así como nuestra conexión.
El problema es… ahora que no puedo tener a Edward, nunca lo he querido más.
